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HERENCIA DEL SILENCIO

HERENCIA DEL SILENCIO

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Malentendidos / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Grumpyxsunshine / Completas
Popularitas:17.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Yazz García

Manuelle Moretti acaba de mudarse a Milán para comenzar la universidad, creyendo que por fin tendrá algo de paz. Pero entre un compañero de cuarto demasiado relajado, una arquitecta activista que lo saca de quicio, fiestas inesperadas, besos robados y un pasado que nunca descansa… su vida está a punto de volverse mucho más complicada.

NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Mi familia, sinónimo de caos

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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...M A N U E L L E...

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Nunca pensé que mi vida podía parecer tanto a una mala película de acción, de esas que te tragas con palomitas solo para burlarte del protagonista intenso que se toma todo muy en serio y que, por supuesto, resulta tener un oscuro pasado.

Y ahora mírame, en una camioneta blindada, con mi padre —alias “El ex-mafioso”— a mi lado, hablando con gente que claramente no conoce el significado de la palabra “legalidad”, rumbo a tomar un jet privado que nos llevará a Toscana para “aclarar algunos asuntos”. Ajá. Aclarar. Como si eso no sonara a “interrogar a alguien en un viñedo y enterrarlo entre las vides”.

Yo iba en el asiento del copiloto, con el cinturón de seguridad puesto y una Glock en la mochila, porque la vida universitaria ya no es lo que era. Y sí, quería estudiar arquitectura, hacer renders bonitos, y no tener que preocuparme porque alguien quisiera volarme la cabeza. Pero aparentemente tener a Gael Moretti como papá significa que no puedes tener pasatiempos sanos como… no sé, armar legos.

Mi padre estaba al teléfono por cuarta vez desde que salimos del campus, murmurando cosas como:

—No, no puede ser Raffaele. Él no tiene tanto poder allá… Revisa el nombre de Dante, el que estaba en Marsella. —Pausa—. Sí, ese. El que fingió morirse para no pagarle a la Carmona. Ese mismo. Contacta a su primo, él nos debe favores.

Yo solo puse los ojos en blanco mientras miraba por la ventana, porque claramente, este era mi destino. El hijo del hombre que tiene una lista de “amigos y enemigos muertos” con más plot twists que un libro de Agatha Christie.

—¿Tienes hambre? —me preguntó de pronto, sin apartar la vista del camino.

—Solo de respuestas y estabilidad emocional. Pero gracias por ofrecer.

Gael me echó una mirada de reojo, casi sonrió, pero volvió a su cara de “he matado hombres con menos sarcasmo que ese”.

—No estás ayudando —murmuró.

—Yo tampoco pedí nacer en esta familia, pero ya que estamos…

Suspiró. Otra llamada entró. Esta vez contestó directamente en altavoz, quizás porque se había rendido en mantener las apariencias de padre civilizado.

—¿Qué tienes? —dijo sin saludar.

La voz del otro lado sonaba como alguien que había fumado una cajetilla de cigarros desde 1997.

—Las cámaras de la universidad están jodidas, pero se ve una silueta salir del estacionamiento minutos antes de la explosión. Tiene capucha, guantes, no hay placas en el coche. Pero… hay algo más. Ese mismo auto fue captado en el distrito financiero tres veces. Alguien los está siguiendo, Gael. Y quiere que se note.

Gael colgó sin decir mucho. Yo, mientras tanto, estaba a un microinfarto de decirle que me diera en adopción a una familia tibetana y me recogiera cuando el mundo no quisiera matarme.

—¿Qué más sabes? —le pregunté.

—Menos de lo que me gustaría —respondió, tenso—. Pero si alguien se está haciendo pasar por nosotros, necesito cortar eso de raíz. Y en Toscana hay alguien que quizás sepa más de esta situación.

—Genial —dije, aplaudiendo con ironía—. ¿Vamos a ver al informante, al ex mafioso o al traidor de confianza que finge ser jardinero?

—Sí.

Yo lo miré. Él me miró.

—¿Sí qué?

—Sí a todo. —Y volvió la vista al frente.

Perfecto.

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Estaba sentado junto a la ventanilla del jet, viendo cómo las nubes se volvían algodones borrosos en el cielo. Mi padre iba más atrás, hablando con un viejo contacto —otro nombre extraño de un hombre con pasado aún más extraño— mientras yo me quedaba en silencio por primera vez en horas. Supongo que el cerebro necesita un poco de calma antes de colapsar. O de volver a meterme en problemas.

El rugido sutil del jet, el aroma a café caro y a cuero nuevo, todo parecía muy “glamuroso”, muy Moretti. Pero por dentro yo estaba podrido de pensar. Y, claro, cuando me quedo solo con mis pensamientos, pasa lo inevitable: los recuerdos vuelven. Especialmente los incómodos.

No tengo muchos recuerdos de cuando era niño, apenas flashes borrosos. Pero sí recuerdo que mamá —Susan— siempre tenía maletas medio empacadas, siempre estaba alerta, siempre estaba mirando por encima del hombro. Como si el monstruo estuviera al acecho todo el tiempo.

¿Y quién era el monstruo?

Mi abuelo. El padre de Gael. Un tipo “encantador” que mandó a mi padre a matar a mi madre.

¿Ya mencioné lo turbia que es mi familia?

Sí. Gael —mi padre y anteriormente verdugo — tenía la orden de eliminar a Susan porque supuestamente ella y su familia habían traicionado a los Moretti. Pero sorpresa: no lo hizo. Porque cuando llegó con la pistola en la mano, Susan le dijo que estaba embarazada.

Yo estaba en su vientre.

Y por algún milagro del cielo (o culpa, o shock, o quién sabe qué carajo), Gael decidió no apretar el gatillo. En cambio, la escondió. Fingió su muerte. Protegió a una mujer que no amaba… pero que llevaba dentro a alguien que sí importaba. O al menos, así quiero creerlo. Bonito, ¿no? Mi vida empezó como un intento fallido de asesinato.

Qué romántico.

Crecí con esa historia flotando en mi subconsciente. Mamá nunca fue de contar solo cuentos de hadas. Ella prefería también enseñarme a abrir cerraduras con clips, desarmar armas y correr en zigzag. Me entrenó como si el mundo estuviera en llamas y yo fuera la única cerilla con la que podía defenderme.

Crecí con la noción de que “hogar” era donde no te encontraban. Que “jugar” significaba no hacer ruido. Que “seguridad” era un coche sin rastreador. Todo gracias a un señor tan cariñoso que biológicamente era mi abuelo, estaba loco y que quería matarnos a los dos.

Bonita infancia, ¿no?

Y ya en la adolescencia, cuando las piezas del rompecabezas empezaron a encajar, entendí varias cosas que me hicieron ver todo de otro modo. Como que mis padres nunca se amaron. Nunca fueron pareja. Nunca hubo una historia romántica que contar. Solo una noche confusa, una mezcla de rabia, alcohol y una depresión galopante de mi madre, que Gael —mi muy brillante y peligroso padre— pensó que podía “ayudar” con sexo. Muy inteligente, papá.

Y así nací yo. Producto de un error cálido, en un mundo frío.

A veces pienso que soy la secuela no planeada de un drama que ya estaba en su última temporada.

Y si eso no fuera lo suficientemente oscuro, mi madre viene de una familia que fue borrada por la familia de mi padre. ¿Increíble, no? Más drama no se puede. ¿Cómo es que aún no tengo un Emmy?

En fin… mamá decidió que si ya íbamos a vivir con miedo, al menos debía estar preparado. A los doce me entrenaron como si fuera un mini John Wick. Manejo armas, sé algunas técnicas para defenderme, sé desaparecer, abrir cerraduras, hackear redes… lo usual. no sé si eso era negligencia infantil, pero…

Gracias, mamá.

Esos años de entrenamiento fueron un infierno. ¿Vacaciones? No. ¿Amigos? Menos. ¿Fiestas? Solo si me convenían. Crecí leyendo manuales de defensa personal mientras otros niños jugaban fútbol. Así que me refugié en los videojuegos. En los algoritmos. En el código. Porque al menos allí yo tenía el control. Al menos allí podía ser “normal”.

Y entonces apareció Camila.

Camila, la mujer que ahora es mi madrastra y que —aunque suene raro— ha sido lo más parecido a una figura maternal real que he tenido. Ella me habla como si no tuviera sangre en las manos. Como si yo no supiera lo que es esconderme en otro país bajo otro nombre. Me hizo sentir que podía reírme sin culpa, que podía hablar sin calcular cada palabra. Que no era solo “el hijo de Gael”. Ella me ofreció normalidad. Y mi hermanita… Dios, ella no tiene idea de nada. Y quiero que siga así. Voy a hacer todo lo posible para mantenerla lejos de esta suciedad. Lejos de todo esto.

Porque yo ya nací con esta maldición. Ella no.

Y si hay algo que tengo claro en este mundo, es esto:

Nunca. Nunca voy a dejar que mi hermanita se empape  en este mundo.

Si puedo hacer algo para evitarlo —y puedo, créanme— lo voy a hacer. Porque yo ya cargué con todo esto. Ella no tiene por qué.

Suspiré, echando la cabeza hacia atrás y por alguna razón, me imaginé la mirada de Aina y la de Clarissa. Esa escena que se me repetía una y otra vez en la cabeza.

Joder… soy un caos. Pero al menos soy un caos funcional.

La Toscana nos recibió con ese aire irónico de postal de Pinterest: campos dorados, brisa cálida, viñedos infinitos… todo muy “bienvenidos al paraíso”, excepto que este paraíso apestaba a secretos y a tierra húmeda por debajo de la cual, probablemente, hay más de un cadáver.

El jet aterrizó sin problemas en el pequeño aeródromo privado, y al subirnos a la camioneta negra que nos esperaba, el silencio se instaló como un pasajero más. Mi padre iba concentrado, demasiado, escribiendo en su celular, llamando a “viejos amigos” —lo cual, por experiencia, significaba ex mercenarios, viejos contactos de inteligencia, o alguna tía lejana con acceso a archivos clasificados.

Yo solo miraba por la ventana, jugando con el seguro del arma en mi bolsillo, porque soy un chico responsable.

Cuando por fin llegamos a la casa principal del viñedo, ahí estaba él.

—Ay no—murmuré con sorpresa y resignación.

Tío Bastian.

De pie junto a la puerta de madera envejecida, con los brazos cruzados, luciendo como si acabara de salir de una editorial francesa con complejo de vampiro intelectual. Buzo negro de cuello de tortuga que marcaba sus hombros anchos, unos jeans oscuros y sus inseparables lentes redondos con aumento —porque sí, el ídolo del punk necesita ayuda para leer la etiqueta del vino. Su cabello estaba más corto que como lo recordaba, con algunas argollas en las orejas que todavía conservaba. Seguía pareciendo una maldita estrella de rock… una que había pasado por la guerra y no lo decía, pero se le notaba en los ojos.

—Llegaron —dijo con voz grave, esa que alguna vez corearon miles en estadios y que ahora sonaba apagada.

Mi padre bajó primero, le dio una palmada en el hombro.

—Gracias por recibirnos, hermano —le dijo.

—No había opción —respondió Bastian, serio—. Susan está acostada. Le di un calmante. Estaba hecha mierda… No dejaba de llorar desde que escuchó las noticias.

Me bajé sin decir nada, con la mochila colgada al hombro y las piernas algo entumidas. Tío Bastian me miró como si hubiera crecido diez años desde la última vez que me vio, lo cual… probablemente fuera solo los tres años que estuve viviendo en Portugal. En esta familia, uno envejece por dentro más rápido que el cuerpo.

—Y tú, mocoso, te ves como padre —murmuró con una ceja alzada, mirando mi ropa y mi postura—. ¿Todo bien?

Mi padre lo fulminó con la mirada.

—Solo un par de intentos de asesinato, explosiones y persecuciones —dije con una media sonrisa—. Lo de siempre.

Bastian no sonrió. Me tomó del hombro y asintió con la cabeza.

—Siento que tengas que vivir todo esto, hijo. Lamentablemente naciste en esta familia. Pero vamos a hacer lo posible para que estés a salvo. Cómo siempre lo hemos hecho.

Claro que cuando pensaba que la escena no podía ponerse más caótica, aparece ella.

Mi abuela Vittoria.

Literalmente salió desde el ala izquierda de la casa como una aparición espectral, envuelta en una bata de seda azul, con el cabello recogido en una cebolla perfecta y esa mirada de rayos X que te hacía sentir desnudo de emociones y de dignidad.

—¡Dio mio, Gael! ¡Manuelle! —exclamó con la voz de soprano dramática que Dios le dio—. ¿Están bien? ¿Los tocaron? ¿Se cortaron? ¿Tienen alguna astilla en los zapatos? ¡Díganme!

—Nonna… —empecé yo, pero no me escuchó. Me levantó la manga del buzo y revisó si tenía moretones, me alzó la barbilla como si fuera un caballo en una subasta y luego fue por mi padre.

—Gael, mírame. ¿Estás respirando bien? ¿Qué es esa mancha en tu chaqueta? ¿Sangre? ¿Pintura? ¿Salsa?

—Estamos bien, mamá —dijo mi padre, con una paciencia que solo un hombre que ha eliminado gente y criado hijos al mismo tiempo puede tener—. De verdad. Solo ha sido un viaje largo.

—Viaje largo, dice —murmuró ella llevándose una mano al pecho como si acabáramos de regresar de Normandía—. Yo ya estoy muy vieja para estos achaques… Me voy a acostar un rato antes de que me dé un infarto. Si alguien más intenta matarse hoy, me avisan después de la siesta.

Y se fue caminando lentamente hacia su habitación, dejando tras de sí un eco de drama napolitano y olor a lavanda.

Una vez se perdió por el pasillo, papá se apoyó contra la mesa del salón y se pasó la mano por la nuca. Lo vi abrir y cerrar la boca un par de veces, como si no supiera por dónde empezar, lo cual no era buena señal viniendo de él.

—Tengo información —dijo finalmente, con voz grave—. Uno de los que manejaba las rutas me dijo que lo contactó alguien que dice llamarse Enzo Moretti. Que es “sobrino mío”. Nunca lo he visto en mi vida.

—¿Y qué quiere? —pregunté.

—Según él, tiene un “proyecto” —dijo la palabra con asco—. Un plan para reactivar las rutas… las antiguas. Las que usamos hace años, y que se suponía estaban cerradas y enterradas para siempre.

Fruncí el ceño.

—¿Y cómo demonios sabe de eso?

—Eso es lo que me inquieta. No solo las conoce, ha estado allanando varias de nuestras fincas.

Las más antiguas, las que usábamos para negocios que ya no existen oficialmente. Tiene a varios hombres amenazados, y según mis fuentes… está usando el nombre Moretti como si eso le diera derecho de tomar el control.

—Pero no es familia, ¿cierto?

—No. Al menos no de mi rama. Ni de la tuya. Y si lo es, fue sacado de una alcantarilla y adoptó el apellido que no le pertenece es un impostor.

Lo dijo con esa calma peligrosa que usa solo cuando está pensando cómo decapitar a alguien sin dejar rastros.

Me crucé de brazos.

—¿Y qué vamos a hacer?

—Primero encontrarlo. Luego decidir si podemos hablar con él o enterrarlo.

Perfecto. Mafioso old school.

1
Carmen Cañongo
MUCHAS bendiciones para ti autora sí sufrimos a lo grande sobretodo por Aina qué sé convirtió en una mujer sin piedad pero cómo siempre triunfó él amor, y sí té decides a escribir una nueva historia porque no la dé los hijos dé Manuelle
Carmen Cañongo
Clarissa tu sí qué supistes ganarte a toda la familia Moretti, eres tu sin duda la indicada pará un final feliz
Carmen Cañongo
ay sí declárate a Clarissa antes qué la pierdas, lánzate sin miedo por algo eres un Moretti
Anonymous
Muchas felicidades escritora! Leí la primera parte y ahora esta, realmente las dos están buenísimas, pero creo que está saco más mis sentimientos, en la parte final, me hizo pensar y pensar que todos podemos tener un final feliz! De verdad te felicito mil gracias y porque no más delante la historia de las gemelas, muchas gracias
Carolina Nuñez
muy bueno
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me facino muy bonita todo un caos Pero me encantó
Linilda Tibisay Aguilera Romero
que bellos me encantó esta historia todo un caos Pero muy bonita
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta como es Clari con ellos disfruta de esos momentos no como era la estirada y perfecta Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta que tomarás cartas en el asunto para que Aina no te jodiera la vida, Pero ahora toma acción en tu relación es hora del siguiente paso
Denys Aular
yo creo q ese hijo no es Manuelle porq sino van a caer en mismo círculo vicioso y q de una vez la desenmascare a la fina ella siempre le tuvo envidia a clarisa y no es secreto q es caprichosa así q se le quite de una vez el papel de víctima y en realidad se muestre lo q realmente es igualita al padre de manipuladora y poner todo a su favor y en cuanto a clarisa Manuelle ellos se quieren realmente q qde juntos y ya
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina está muy mal necesita ayuda ella siempre lo que ha sentido es un capricho ella solo quiso estás con Manuelle porque era lo contrario a lonqoe quería el papá para ella y por qué Clarissa era feliz con el siempre fue puro capricho
Carmen Cañongo
bravo por fin sé dan otra oportunidad no la cagues Manuelle defiende ése amor y manda a Aina al carajo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
tienes una segunda oportunidad con Clari por favor no dejes que Aina lo arruiné
Linilda Tibisay Aguilera Romero
busca ayuda psicológica para Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina tu necesitas psicólogo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
al fin Manuelle dijiste lo que tenías que haber dicho hace tiempo no era el momento pero Aina con su forma de ser te llevo al límite dándose golpes de pecho y haciéndose la víctima pero ella también fallo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
jajajajajajaja me encantó este capitulo me rei mucho un papá y hermano súper celosos y tóxicos jajajaja
Dark
Esta vez Manuelle no la cagues y dale el mugar de Reina que se merece en tu corazón, y sobre todo respeto. Respeta la cono mujer y pon límites con la otra,q fue siempre un envidiosa.
Carmen Cañongo
provoca taparle la boca uyy qué cansona Aina
Carmen Cañongo
y todavía tienes el descaro dé reclamar Aina no jodas
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