Soy Graciela, una mujer casada y con un matrimonio perfecto a los ojos de la sociedad, un hombre profesional, trabajador y de buenos principios.
Todas las chicas me envidian, deseando tener todo lo que tengo y yo deseando lo de ellas, lo que Pepe muestra fuera de casa, no es lo mismo que vivimos en el interior de nuestras paredes grandes y blancas, a veces siento que vivo en un manicomio.
Todo mi mundo se volverá de cabeza tras conocer al socio de mi esposo, tan diferente a lo que conozco de un hombre, Simon, así se llama el hombre que ha robado mi paz mental.
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Un vestido horroroso.
La elegancia no la lleva cualquiera.
Pepe se reclinó en su sillón de cuero, soltando un suspiro tras otro. Había tenido un día largo, lleno de reuniones, firmas y decisiones que no daban respiro. La penumbra de su oficina era reconfortante, con la luz tenue que apenas iluminaba los papeles sobre el escritorio y el suave zumbido del aire acondicionado como único sonido de fondo. Cerró los ojos un momento, dejándose envolver por esa calma artificial, saber qué Graciela estaba bien, le era suficiente.
Fue entonces cuando escuchó el sonido de los tacones.
Tac… tac… tac…
La puerta se abrió suavemente, y entró Abril, su asistente. Ya no vestía su habitual traje ejecutivo. Esta vez, su figura se dibujaba bajo un vestido rojo ajustado, con un corte en la pierna que subía hasta donde la imaginación empezaba a trabajar por su cuenta. Sus labios pintados a juego, su cabello recogido con algunos mechones sueltos, y unos tacones altos que potenciaban cada uno de sus movimientos.
Pepe abrió los ojos, y se quedó helado.
—¿Te gustó? —preguntó Abril con una sonrisa pícara—. Lo sé… lo elegí pensando en ti—
Cerró la puerta suavemente, sin dejar de mirarlo. Luego caminó hacia el centro de la oficina, giró lentamente sobre sus talones, desfiló el vestido con gracia, y se detuvo a unos pasos de su jefe. Lo observaba, esperando una reacción, una palabra, una señal que confirmara lo que tanto deseaba oír.
Pepe, sin embargo, no dijo nada. La tensión en su mandíbula era evidente. Sus ojos no dejaban de mirar el vestido, pero no con admiración.
—Dime —insistió ella, acercándose aún más—. ¿Qué te parece?—
Pepe se levantó de golpe, como si la energía contenida explotara de repente. Su silla crujió detrás de él, y Abril retrocedió instintivamente un paso, asustada.
—¿Qué te crees? —rugió, su voz grave cargada de molestia—. Ese vestido… es una burla—
Los ojos de Abril se abrieron con sorpresa. Nunca lo había visto así. No hacia ella.
—Pensé que te gustaría… —balbuceó—. Me queda hermoso—
Pepe la miró fijamente, con una mezcla de decepción y rabia. Solo le había pedido que fuera por un vestido elegante, algo acorde con la invitación de esa noche. En cambio, regresaba vestida como si la hubieran invitado a una noche en un club privado.
—Abril —dijo, más controlado, pero sin suavizar su tono—. Las mujeres que trabajan conmigo, las que están a mi lado, me representan. Esta noche estarás a mi lado en una cena de empresarios, inversionistas y figuras públicas. No puedo llevar a alguien vestida así—
Ella bajó la mirada. Su corazón latía con fuerza. Había puesto tantas ilusiones en ese momento.
—Ese vestido marca tus caderas muy bien —añadió, bajando el tono, buscando las palabras justas—. Pero no es para esta ocasión. Lo dejaría más… para una noche de pasión. No para representar mi empresa ni mi apellido y mi persona—
Abril tragó saliva. Las palabras dolían más de lo que esperaba.
Pepe miró su reloj, molesto consigo mismo por haber tenido que enfrentar esa situación minutos antes.
—Me alistaré. Espérame un momento—
Sin decir nada más, caminó hacia su habitación privada dentro de la oficina. Era un espacio reservado para emergencias o días largos. Cerró la puerta con firmeza.
Adentro, abrió la ducha de inmediato. El agua caliente golpeó su piel, pero su mente estaba lejos. ¿Por qué Abril hizo eso? Se preguntaba, mientras el vapor llenaba el ambiente. ¿Acaso no entendía el contexto? ¿Qué pensaba que lograría?
Fuera de la habitación, Abril estaba de pie junto a la puerta, completamente inmóvil. Luego caminó lentamente hasta el sofá del rincón, se sentó y, sin poder evitarlo, rompió en llanto. Las lágrimas bajaban silenciosas por sus mejillas.
No era simplemente el vestido. Era el rechazo. Había imaginado esa noche tantas veces, construyendo una historia en su mente donde él finalmente la veía no solo como su asistente eficiente, sino como una mujer. Una mujer con sentimientos, con deseos, con ganas de ser amada.
Pensó que al verse así, él diría algo diferente. Que sus ojos se llenarían de deseo. Que cambiaría el tono serio por uno más suave, más íntimo.
Pero no fue así.
Pepe salió veinte minutos después. Llevaba un traje de etiqueta impecable: smoking negro, camisa blanca almidonada y una corbata delgada del mismo tono oscuro. El cabello, aún húmedo, lo peinó hacia atrás. Era la imagen de la elegancia. Pero su expresión seguía tensa.
Cuando vio a Abril llorando en el sofá, se detuvo en seco.
—¿Estás bien?— Palabras que le ha negado en muchas ocasiones a Graciela.
Ella se limpió las lágrimas con rapidez, tratando de recomponerse.
—Sí, lo siento. Me dejaré de tonterías. Iré a cambiarme. No tardaré—
Pepe suspiró, sintiéndose culpable. Caminó hacia ella y se sentó frente al sofá.
—Abril… —dijo con voz más suave—. No fue mi intención hacerte sentir así. Te lo juro. Sé que te esmeraste. Y sí, te ves hermosa. Pero no era lo que necesitábamos para esta noche—
Ella lo miró, con los ojos aún húmedos.
—Solo quería que me vieras… no como tu asistente, sino como mujer—
Pepe bajó la mirada. La confesión fue como un golpe directo al pecho. Había notado esa cercanía en Abril en los últimos meses, era justo lo que él buscaba, que ella se volviera loca de amor y suplicará por todo, verla llorar le dio satisfacción.
—Te veo, Abril. Claro que te veo. Y créeme que eres… especial. Muy especial. Pero no es tan simple— necesita confundirla y que ella empiece con las súplicas.
Ella asintió lentamente, sin insistir más.
—Dame diez minutos —dijo, poniéndose de pie con dignidad—. Buscaré un vestido acorde.
Pero Pepe no iba a arriesgarse nuevamente con ella, se ha dado cuenta de que es solo una joven de bajos recursos y sin gustos, al contrario de Graciela, quien era una mujer culta y experta en la elegancia, no necesita un vestido exhibicionista para deslumbrar, Graciela era tan sencilla que su belleza era lo que más resaltaba.
—Vamos, te llevaré en busca de un vestido para la ocasión—
De pronto las lágrimas de Abril desaparecieron, al escuchar que la llevarían de compras.
Pepe ahora se siente en las nubes con tanto halago que lo compara con el comportamiento de su madre y Graciela.