Nueva
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Capitulo 15:
—Acepto, ¿cuál sería? —
indagó una de ellas con un tono casi desafiante.
—La primera que logre conquistarlo y llevárselo a la cama recibirá un día de spa, con todo pagado por parte de la perdedora —
puntualizó la otra, como si estuvieran hablando de un juego trivial y no de un ser humano.
—Estoy de acuerdo, acepto. —
Ambas rieron y se alejaron parloteando, sus pasos resonaron hasta perderse en el pasillo.
El silencio volvió a caer como una losa.
Su abrazo se aflojó y finalmente me soltó.
Yo retrocedí un paso, aún con la respiración entrecortada.
—¿A qué viniste a la sala? —
preguntó él, con voz grave, mirándome directamente a los ojos.
Parpadeé varias veces, tratando de recordar por qué había entrado en primer lugar.
—¡Ah, sí! —
exclamé nerviosa—.
El director me mandó a buscarte, dijo que fueras a su oficina.
—Ok. Dile que estaré allá en un momento —
respondió, como si nada hubiera pasado.
Me quedé ahí, inmóvil, con el corazón golpeando contra mis costillas.
Quería salir corriendo, pero mis piernas no reaccionaban.
Él arqueó una ceja y, como si leyera mis pensamientos, dejó escapar una sonrisa ladeada.
—¿Te quieres quedar un rato más? —
preguntó con ironía.
La sangre me subió a las mejillas y reaccioné de golpe.
—¡No! —
negué con brusquedad, saliendo casi atropellando la puerta.
Abrí con cuidado y me aseguré de que no hubiera nadie en el pasillo.
El eco de mis pasos sonaba más fuerte de lo normal, como si mis nervios amplificaran cada detalle.
Avancé rápido, pasé frente a la oficina del director y transmití el recado sin detenerme demasiado, deseando desaparecer lo antes posible.
Al regresar al salón de clases, encontré todo en calma.
Me dejé caer en mi asiento, abrí la laptop y fingí concentración en mi plano.
Sin embargo, mis manos seguían temblando, y el cursor en la pantalla zigzagueaba sin rumbo.
¿Qué me pasa?
pensé con rabia.
Solo fue un malentendido…
solo un abrazo para calmar mi ansiedad…
nada más.
Pero no podía engañarme:
aún sentía en mi piel el calor de su torso, el sonido de sus latidos retumbando en mis oídos, y esa sonrisa ladeada que me había dejado sin aire.
Veinte minutos después, el profesor regresó al salón.
Revisó los planos uno a uno, señalando correcciones aquí y allá, con esa calma meticulosa que lo caracterizaba.
Cuando llegó a mi mesa, apenas levanté la vista, nerviosa de que encontrara algún error.
Pero en lugar de eso, sus labios dibujaron una ligera sonrisa.
—Muy buen trabajo, señorita Casas. —
Su tono era firme, pero sincero.
Sentí cómo una calidez extraña me recorría.
Había recibido reconocimientos en la universidad antes, sí, pero nunca del Decano en persona.
Esa felicitación, sencilla y directa, me supo distinta…
más valiosa.
Al terminar la jornada, recogí mis cosas y caminé hacia el parqueadero.
Hoy, al llegar, me había sentido aliviada de tener un lugar solo para mí; no más vueltas eternas, no más estrés.
Inserté la llave en mi auto y, al girar la cabeza, noté que el vehículo del Decano seguía estacionado.
Me pregunté qué haría aún ahí, pero no me detuve a averiguarlo.
Encendí el motor y partí hacia casa.
El olor me golpeó apenas crucé la puerta:
tacos de birria.
Sonreí de inmediato, porque eran mis favoritos.
Mi madre estaba en la cocina, con la mesa abarrotada de platos, y mi hermano sentado en la sala con la boca literalmente rebosante de salsa.
—Hermanita, mi mamá está haciendo tacos hasta para vender. ¡Mira qué cantidad! —
dijo Samuel con la boca llena, señalando una bandeja desbordada de tacos humeantes.
—¿Viene visita? ¿O estamos celebrando algo? —
pregunté, intrigada.
Mi madre, aún con el delantal puesto y un mechón de cabello pegado en la frente por el vapor, giró hacia mí.
—No, cariño. Samuel va a llevarle unos tacos al nuevo vecino. Quiero darle la bienvenida para que no se sienta solo. —
Su voz sonaba natural, como si no hubiera nada fuera de lo común.
Mi hermano levantó la cabeza con expresión de horror fingido.
—¿Yo? ¡No puedo, mamá! Voy de salida a verme con mi novia. —
Luego giró hacia mí con una sonrisita traviesa—.
Lo siento, hermanita, tendrás que ir tú.
Me quedé de piedra, con la bolsa aún colgada del hombro.
—¿Qué? —
exclamé, sintiendo cómo el estómago se me encogía.
El nuevo vecino…
No puede ser…
¿verdad?
La voz de mi madre me devolvió al presente.
—Anda, Valeria, no seas malcriada. Solo es un gesto de cortesía. Llévale esta bandeja.
Samuel me guiñó un ojo con diversión.
—Y no te preocupes, seguro no te come.
Me mordí el labio y miré la bandeja que mi madre me extendía.
El aroma de los tacos era irresistible, pero el peso de la situación me cayó encima de golpe.
—¿Al nuevo vecino…? —
susurré, casi para mí misma.
Y entonces lo entendí.
El nuevo vecino no era otro que el mismísimo Decano López.