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Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido
Popularitas:496
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

En la Ciudad de México, como en cualquier otra ciudad del mundo, los jóvenes quieren volar. Quieren sentir que la vida se les escapa entre las manos y caminar cerca del cielo, lejos de todo lo que los ata. Valeria es una chica de secundaria: estudiosa, apasionada por la moda y con la ilusión de encontrar al amor de su vida. Santiago es todo lo contrario: vive rápido, entre calles peligrosas, carreras clandestinas y la lealtad de su pandilla, sin pensar en el mañana.

Cuando sus mundos chocan, la pasión, el riesgo y el deseo se mezclan en un torbellino que los arrastra sin remedio. Una historia de amor que desafía reglas, rompe corazones y demuestra que a veces, para sentirse vivos, hay que tocar el cielo… aunque signifique caer.

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Quince

Una morra de la vecindad, con un radio de pilas pegado a la oreja, le sube todo al dial:

—¡Ya llegó el 105.3, banda! —grita, mientras truena un rolón de Caifanes que hace vibrar las paredes grafiteadas.

El Mercelo, ya bien pedo con un Tonayán en la mano, se sube a la marquesina de un local de vidrios polarizados. En sus Clark sudadas intenta un paso de break, pero nomás se azota contra el piso.

—¡Yujú, ciento diez, perros! —grita, aplaudiendo como si fuera locutor de radio pirata de Tepito.

—¡Atención, banda chilanga! —improvisa, agarrando el radio como micrófono—. En el ranking de los más sudados, el primer lugar lo tiene el Chuy. ¡No manchen, ese güey parece que se echó encima toda la cubeta de agua del camión de los bomberos de Tlalpan!

La raza truena de risa. Entre el humo de los cigarros Delicados y la chela Sol tibia, el aire apesta a fritanga del puesto de tacos de canasta de la esquina.

Santiago, Brayan y el Chuy siguen dándole duro, levantándose con los brazos temblorosos, la camiseta pegada como si se hubieran echado un clavado en Xochimilco.

—En el segundo puesto, Brayan —sigue Marcelo, con voz de cronista deportivo—, quien traía una camisa polo bien fifí, Ralph Lauren y todo… pero ahorita ya parece jerga del mercado de Sonora. ¡Un aplauso, mi gente!

La bocinita truena con “La célula que explota” y la banda corea como si fuera concierto en el Palacio de los Deportes.

Santiago siente que el sudor le escurre por la frente, como gotas de colirio que arden en los ojos. Los hombros le pesan, las venas palpitan como si fueran cables de alta tensión de CFE. Empuja con todo y logra subir otra vez.

El Chuy, hecho pedazos, aún lo sigue, y Brayan, con la cara roja como jitomate del Central de Abasto, tiembla que da miedo.

—¡Brayan, Brayan, Brayan…! —gritan desde abajo, con ese eco que se siente entre las paredes pintarrajeadas de Insurgentes.

Brayan sacude la cabeza, como negándose.

—Ya estuvo, ya no jalo… —susurra, y de repente ¡pum!, se va de espaldas al piso de mármol como costal de ropa del tianguis.

—¡Ciento catorce! —anuncia Marcelo, casi sin aire, pero feliz de tener show gratis.

Santiago y el Chuy bajan y vuelven a subir como si la caída del compa les hubiera inyectado gasolina. El ambiente se pone denso, como si todos entendieran que ahí ya no era un simple reto de barrio, sino algo personal.

—¡Ciento quince! —grita Marcelo, ahora sí serio, marcando el ritmo.

Las voces se callan. Solo se escucha la radio con un fondo de Molotov y el sonido de los puños al chocar contra el piso en cada movimiento.

—¡Ciento dieciséis… ciento diecisiete!

La banda contiene la respiración. El Chuy se pone morado, gimiendo, pero no afloja. Santiago resopla, el cuerpo convertido en pura rabia y orgullo.

—¡Ciento dieciocho! —ruge Marcelo, como si estuviera narrando la final de la América contra el Cruz Azul.

La calle entera parece aguantar la respiración. En silencio. Solo la ciudad allá afuera: un microbús tuneado con luces verdes pasa retumbando con “Matador” de los Fabulosos Cadillacs, como si marcara el ritmo.

—¡Ciento diecinueve!

El grito rebota contra las paredes grafiteadas: “Paz y Desmadre”, se lee en un mural a medio terminar.

Santiago no se detiene. Sube y baja con la furia de quien sabe que si no gana ahí, no gana nunca.

—¡Ciento veinte! —exclama Marcelo, los ojos desorbitados, como si no pudiera creerlo.

Y la banda, muda, entiende que está presenciando algo que se va a contar en las esquinas de Insurgentes y en los tianguis de Tepito por semanas.

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Maria Consuelo Rodriguez Berriz
Me gusta tu Novela, el contexto juvenil dónde se desarrolla es muy agradable. Gracias.
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