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ROSE

ROSE

Status: En proceso
Genre:Escuela / Venganza / Policial / Romance oscuro
Popularitas:1.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Aileen D.

Tras la traición de su padre y la ruptura de su familia, Rose se muda a la ciudad buscando un nuevo comienzo.
En el exclusivo colegio Goldline, todo podría ir bien… si no fuera por Malory, su prima, que la odia y está dispuesta a convertir su vida en un infierno.
Pero Rose no es tan frágil como parece.
Hay algo en ella que despierta cuando está en peligro… algo que no se detendrá ante nada.

NovelToon tiene autorización de Aileen D. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Espadas de Doble Filo

El murmullo de la cafetería contrastaba con la mesa reservada al fondo, separada por un biombo de madera oscura y cristales que dejaban pasar la luz cálida de las lámparas colgantes. Los meseros desfilaban en silencio como si supieran que en ese rincón se cocinaba algo más importante que simples órdenes de comida.

—¿Por qué tanto odio hacia ella? —preguntó Agustín, rompiendo la calma, con esa franqueza torpe que a veces irritaba a los demás.

Las miradas se cruzaron sobre la mesa. Nadie respondió de inmediato; el silencio parecía una pausa estratégica.

—No es que le tengamos odio —dijo Lea finalmente, recargando los codos sobre la mesa—. Es nuestro rival más fuerte.

Emma, impecable en su uniforme, alzó apenas la barbilla. Su tono fue medido, frío.

—Correcto. Mabel es popular, brillante y tiene una reputación impecable. Pero esa reputación no nació de la nada… la construyó sobre lo que nosotros le dimos.

Adam asintió con un gesto amargo y soltó—. Exactamente. Ella nos prometió apoyo, alianzas, favores. Cumplió lo mínimo y después nos dejó atrás. Le dimos los cimientos de su presidencia y nos pagó con indiferencia. Ahora es turno de que pruebe un poco de su propia medicina.

En ese instante, los meseros llegaron con una precisión casi coreografiada. Bandejas plateadas se posaron en la mesa: cortes finos de carne al término exacto, pequeños montículos de arroz aromático con especias extranjeras, ensaladas con aderezos que brillaban bajo la luz, y postres tan detallados que parecían joyas de azúcar. El aroma llenó el ambiente con un aire lujoso, casi irreal para una cafetería escolar.

Rose y Agustín se miraron sorprendidos. Era demasiado. No parecía una comida entre compañeros de clase, sino un banquete de directores cerrando acuerdos millonarios. Los demás, sin embargo, permanecieron indiferentes, como si un festín de ese nivel fuese su comida de todos los días.

—Tomen el que más les guste —dijo Liam con un gesto sobrio—. Pedí los mejores platillos del país.

—Vaya que te gusta lucirte —respondió Emma, esbozando una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—No se espera menos de un Harper —añadió Harry, con una mueca de complicidad.

Matías, distraído con un tenedor, alzó la vista.

—Por cierto, Lea, ¿estamos invitados a la fiesta del año?

—¿La fiesta del año? —repitió Lea, confundida.

—Sí, su fiesta de cumpleaños —respondió Oliver con tono despreocupado, aunque en su mirada había una chispa.

Liam intervino, seco—. Todavía estamos viendo si habrá fiesta.

—¿Cómo que “si habrá”? —dijo Adam, fingiendo sorpresa—. Es un evento importante.

Oliver inclinó la cabeza hacia Rose, como un actor que de pronto cambia de papel.

—Bueno, ¿y nuestra querida presidenta? —preguntó con voz suave, casi seductora.

Rose parpadeó—. ¿Yo?

—Claro. ¿Tendrás fiesta?

—No lo sé —respondió, insegura.

—Si la tienes, invítame —dijo Oliver, guiñándole un ojo.

Rose sonrió con incomodidad.

La conversación dio un giro repentino.

—¿Alguien irá a la Golden Gala? —preguntó Matías, acomodando su servilleta.

—Nosotros —respondió Lea de inmediato.

—Eso ya lo sabemos —rió Matías—. Pregunto porque Oliver y yo tenemos boletos extra para acompañantes.

—Tal vez quieran venir con nosotros, chicas —dijo Oliver mirando a Rose y Cintia.

Cintia negó con delicadeza.

—Gracias, pero ya tengo boletos. Iré con Agustín.

Rose volteó hacia ellos, sorprendida. No había planeado nada de eso.

—Ya veo —dijo Oliver con una sonrisa estudiada—. ¿Y tú, Rose?

—¿Yo? Eh… sí, claro, muchas gracias.

Oliver se recargó en su silla satisfecho, como quien asegura una firma más en el contrato.

Emma, sin perder tiempo, llevó la conversación a lo esencial.

—Volvamos a lo importante. ¿Cómo vamos a limpiar la reputación de Rose?

Lea se inclinó hacia adelante para que le prestaran atención—. No es que tenga una mala reputación… al menos no del todo.

Oliver sonrió con malicia.

—Eso es fácil, todo el tiempo está con Cintia. Si la trata bien delante de la gente, ya está —toma una copa—. Basta con que la vean cerca de nosotros. La reputación se contagia.

Harry intervino con un tono más serio—. El problema es que Mabel la amenazó.

Rose lo miró atónita.

—¿Cómo lo sabes?

Harry arqueó una ceja—. La pregunta es: ¿Por qué no se lo dijiste a tu equipo?

Rose sintió un nudo en la garganta—. ¿Cómo sabes que no lo hice?

—Porque sus caras acaban de delatarlos —replicó con seguridad—. Y en cuanto a cómo me enteré… digamos que tengo ojos y oídos en todas partes.

Adam golpeó suavemente la mesa con los dedos.

—¿De verdad creen que Lea nos llamó solo porque lideramos equipos? Ella sabe con quién trata.

Emma asintió—. Fuera de nuestros equipos… nosotros cinco somos un equipo.

Rose tragó saliva. Aquella mesa se sentía menos como un grupo de estudiantes y más como un consejo corporativo. Todos hablaban de ella, de su reputación, como si fuera un producto en negociación.

—Déjate guiar, Rose —susurró la voz de Emily en su cabeza—. Esto es un juego, y tú eres la pieza principal. No seas débil.

Rose cerró los ojos un instante, luchando con la incomodidad. Su ética chocaba con cada palabra que escuchaba, pero el peso de Emily la empujaba a quedarse en silencio.

Adam tomó la palabra de nuevo—. Otra cosa... gánate a los profesores. Ellos adoran a Mabel, la tienen en un pedestal. Si logras que se pongan de tu lado, tendrás medio camino hecho.

—Lo demás, déjaselo a los profesionales —añadió Oliver, con un tono de superioridad que rozaba la burla.

La reunión se deshizo poco a poco. Emma se levantó con elegancia.

—Debo retirarme. Tengo asuntos pendientes.

—¿Te llevo? —preguntó Harry ofreciéndole el brazo.

Ella aceptó con una sonrisa leve.

—Gracias. Hasta luego.

Rose recibió entonces un mensaje de su madre, preocupada de que aún no llegaba a casa.

—Disculpen, debo irme —anunció poniéndose de pie.

Matías se incorporó.

—Podemos llevarte si quieres.

Rose dudó, mirando a Liam.

—Puedes ir con ellos —dijo él con un tono que sonaba más a orden que a sugerencia—. O esperar a que pague la cuenta.

Ella titubeó.

—Necesito ir rápido… si no es molestia.

—Claro, vamos —respondió Matías.

Rose agradeció con una sonrisa nerviosa.

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El auto de Matías los esperaba en la salida. Brillaba bajo las luces del estacionamiento: un modelo costoso, vidrios polarizados y el interior con asientos de cuero que olían a nuevo. Matías abrió la puerta trasera para Rose.

—Gracias —murmuró ella, entrando con cuidado.

Oliver subió al asiento del copiloto mientras Matías se colocaba al volante. Apenas arrancaron, Oliver soltó una carcajada.

—¡Ay, Matías, por Dios! ¿Este bolso es de Camila? —preguntó en tono burlón, levantando una cartera femenina que había quedado olvidada.

—No es mi culpa que siempre olviden sus cosas —replicó Matías con fastidio. Luego, giró la cabeza hacia Rose—. ¿Tienes tu dirección en tu pulsera?

—Sí… —respondió, incómoda.

—Deja que lo escaneé el navegador.

Rose colocó la muñeca sobre el lector. Una voz robótica anunció: Destino a trece minutos.

El auto se puso en marcha suavemente, casi en silencio.

Oliver giró la cabeza hacia atrás, observándola con descaro.

—¿Cuándo vas a tener una relación estable, Matías?

El conductor apretó la mandíbula.

—¿De verdad no puedes cerrar la boca ni con una dama presente?

—Relájate, solo bromeo. —Oliver volvió la vista a Rose—. Mejor dime, ¿qué te traes con Mabel?

La pregunta cayó como un dardo.

—¿Qué… por qué lo dices? —balbuceó Matías.

—Porque te he visto salir con ella. ¿O crees que no me doy cuenta?

—¿Estás celoso? —preguntó Matías con tono burlón—. Si es tuya, dilo.

El ambiente en el auto se volvió pesado. Rose se recogió en su asiento, sintiendo que las bromas masculinas podían volverse peligrosas en cualquier momento.

—¿No te da miedo estar sola con dos chicos a los que acabas de conocer? —susurró Emily en su mente. La voz sonaba tranquila y preocupada a la vez.

Rose apretó los labios.

—No —dijo de pronto, como si respondiera a los tres a la vez.

Oliver y Matías se voltearon, confundidos.

—¿Qué? —preguntaron casi al mismo tiempo.

—Nada… perdón. —Rose bajó la mirada.

Matías rompió la tensión encendiendo la música.

—Sam, reproduce mi lista de favoritos.

El sistema respondió: Reproduciendo lista de favoritos.

El auto se llenó con acordes suaves. Nadie habló más. Rose miró por la ventana, viendo las luces de la ciudad pasar a toda velocidad, preguntándose en silencio cuánto de sí misma estaba perdiendo en este juego.

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