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Status: En proceso
Genre:Terror / Aventura / Viaje a un juego / Supersistema / Mitos y leyendas / Juegos y desafíos
Popularitas:527
Nilai: 5
nombre de autor: Ezequiel Gil

Permitir acceso.
Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.

NovelToon tiene autorización de Ezequiel Gil para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 15: Desconocido.

Abrí el explorador de archivos.

Lo primero que noté fue… nada.

Ni carpetas raras, ni accesos directos con fechas sospechosas, ni documentos con nombres que invitaran a hacer clic.

Demasiado limpio.

El escritorio tenía apenas unos pocos íconos: navegador, procesador de texto, un par de carpetas genéricas llamadas Trabajo, Fotos y Documentos.

Entré en cada una, esperando encontrar algo escondido en lo obvio.

Pero lo que vi era… rutinario. Insípido.

Fruncí el ceño.

Trabajo. Vacía.

Fotos. Vacía.

Documentos. Vacía.

No era un vacío común, de esos que deja un formateo rápido. No.

Era un vacío quirúrgico. Selectivo.

Los programas estaban ahí. El sistema intacto.

Incluso algunos archivos menores seguían en su lugar: una lista de compras en .txt, una nota con direcciones, recibos viejos en PDF.

Pero todo lo que pudiera tener valor… no existía.

Era como si alguien hubiera arrancado una sola pieza de un rompecabezas de mil.

Una pieza que, aislada, no parece importante, pero cuya ausencia arruina toda la imagen.

Abrí el historial del navegador.

Tres días de visitas a páginas de noticias, un tutorial de cocina y un foro de mecánica de motos.

Nada sobre el juego.

Nada sobre nada.

—Qué raro… —murmuré— si ni le gusta cocinar.

Activé la vista de carpetas ocultas.

Ahí estaban: docenas de directorios invisibles a simple vista… todos vacíos.

Cáscaras.

La idea se instaló con una claridad incómoda: alguien había borrado cosas.

No de forma torpe. De forma quirúrgica.

Preservando lo irrelevante, borrando lo que importaba.

Me incliné hacia atrás en la silla.

El silencio del departamento se amplificaba con el zumbido bajo del CPU.

Conecté un pendrive con programas de recuperación que usaba en trabajos de investigación.

Los dejé correr.

Resultados: mínimos.

Fragmentos corruptos, imágenes partidas, textos incompletos.

Nada útil.

Revisé discos externos. Nada.

Cuentas en la nube. Vacías.

Ni siquiera metadatos que dieran una pista.

Cuanto más buscaba, más seguro estaba: no era casualidad.

Alguien había eliminado exactamente lo que yo necesitaba.

Y no sabía por qué.

Seguí un rato más, sin esperar resultados.

No sé cuánto tiempo pasó.

El cansancio se coló por las rendijas de mis ojos.

Los párpados se negaban a mantenerse abiertos.

Me rendí.

Apagué la computadora y me dejé caer en la cama, como un soldado que vuelve de la guerra.

No soñé.

Me despertó la luz que entraba por la cortina mal cerrada.

Miré el celular: 12:03.

Demasiado tarde para cualquier plan productivo.

Demasiado temprano para justificar seguir durmiendo.

Vi unos correos de trabajo y proyectos, pero los dejé de lado.

Había algo más importante.

—Che, ¿alguien tocó cosas de la compu de Esteban? —le escribí a Alana.

La respuesta llegó rápido:

—Buen día, todo bien? ¿Cómo dormiste, princesa? Yo bien, ¿vos? 😒

Rodé los ojos.

—Bueno, perdón. Es que es urgente.

—Esto también es urgente. Me rompiste el corazón 💔

Suspiré.

—¿Cómo dormiste? ¿Ya estamos mejor de la resaca?

—Mejor, mejor… y no, que yo sepa nadie la tocó.

Me quedé mirando el teléfono. La pantalla se apagó.

Vibró de nuevo.

—¿Por? —preguntó.

No contesté.

—¿Por?

—¿Por?

—¿Por queeeee?

—Porque faltan unos archivos. Importantes.

—Puede ser la ex… casi algo… mejor es nada… que tenía Esteban. La que la haya usado.

Me quedé quieto, con el pulgar suspendido sobre la pantalla.

No sabía nada de eso.

¿Ex casi algo?

Esteban era torpe con las mujeres. El más tímido después de mí.

Siempre nos burlamos de que Alana era lo más parecido a una abeja reina que conocíamos, y que Esteban… bueno, era Esteban.

La pantalla iluminaba mi mirada perdida.

Llegó un audio:

"Si me pagás el trago que me debés y me invitás una hamburguesa, te llevo a la casa de la chica y te la presento."

—Me vas a fundir vos… pero bueno, dale.

—A las 17 voy para tu casa. Nos vemos 😘.

Cerró sin darme tiempo a negociar.

Sabía que yo podía mover mis horarios. Se aprovechaba.

Desde chicos fue la mimada de Esteban… y mía también.

Me quedé sentado en el borde de la cama.

El departamento estaba vacío.

Silencioso.

Quieto.

No había música.

No había platos en la mesa.

No había nada cocinándose.

No había trabajo pendiente.

No había proyectos en curso.

Solo yo… y el peso muerto de lo de Esteban.

Me moví lo justo.

Enjuagué un vaso medio lleno con una película de polvo. Sin jabón.

Tiré un paquete vacío de galletitas al tacho.

Pasé un trapo húmedo por la mesada, más por inercia que por limpieza real.

No almorcé.

Me serví un vaso de agua fría y me quedé mirando las burbujas pegadas al vidrio.

El tiempo se estiraba como mozzarella caliente.

Una tortura lenta.

Abrí la ventana.

El aire de afuera estaba tibio, con olor a nafta y pan tostado.

A lo lejos, un perro ladraba con ritmo, como un reloj vivo.

Miré la hora, 16:48.

Dos minutos después, el ruido de una moto subiendo la calle me trajo de vuelta.

Me asomé.

Alana, en una 150 negra, frenando frente al edificio.

Casco en mano, pelo al viento.

Pensé...

Mala idea.

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