La mujer con la que se iba a casar murió en el altar, pero Adiel Mohamed no podía superar es emomento, hasta que regresó a su pueblo, y unos ojos verdes los flecharon.
Se enamoró perdidamente de Kiara Salma, la sobrina del capataz de su hacienda, una chiquilla que su madre odiaba con toda el alma. Pero eso no impidió que Adiel la amara, y la convirtieran en su todo.
Lo único que logró apartarlo del lado de su amada, fue que era menor de edad, sobre todo, era su alumna, y estaba prohibida para él, en todos los sentidos.
Decidió marcharse, y regresar cuando ella fuera mayor de edad, pero antes de partir, la hizo suya, marcando la como suya, pensando en su regreso convertirla en su esposa. Pero cuando regresó, Kiara ya no estaba, ella había desaparecido. Y su padre habría muerto, lo que le dejó destrozado y desdichado por cinco años, hasta que la volvió a ver, con una niña en brazos, la cual supo inmediatamente que era su hija.
Pero resultaba que Kiara lo odiaba.
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Mantener la distancia.
Adiel vuelve a reír y me suelto de su agarre. Me levanto de inmediato y sacudo mi mano. Agarro la mochila y lo fulmino con la mirada.
—Vamos dos a cuatro, Cupidita —acota mientras ríe.
Cierro la puerta mientras maldigo su nombre. "Adiel Mohammed, me pagarás lo que me has hecho".
—¡Idiota! —grito al patear la puerta, luego camino a la habitación y me lanzo en ella.
Mi corazón sigue palpitando al recordar a mi profesor Adiel. Llevo las manos al rostro y maldigo en mis adentros por pensarlo.
—¿Kiara?
Me levanto a toda prisa y salgo de la habitación. No sé en qué momento me quedé dormida.
—¿Dormías, princesa?
—Sí.
—¿Ya comiste?
Niego y camino hasta la cocina.
—No, me quedé dormida, tío. Ahora mismo lo hago.
—No dejes de alimentarte —refuta y se acomoda en la mesa. Seguido, tocan la puerta y se dirige a abrir.
—¿Quién es, tío? —cuestiono desde la cocina.
—Es Diego —informa al cerrar la puerta.
Sonrío y arreglo mi cabello. Me preparo para recibirlo. Luego aparece ese hombre que antes despertaba sentimientos profundos en mi pecho. Recuerdo que su sola presencia me volvía loca; no sabía de qué manera centrarme o sonreír. No obstante, hoy su presencia me es indiferente.
—¿Qué tal, Kiarita? —verbaliza y le saludo alzando la mano. Luego carraspea su garganta y mira a mi tío—. ¿Podemos hablar? —inquiere al pasar su sombrero de una mano a otra.
—Claro, salgamos —pronuncia el tío agarrando su sombrero.
Se marchan y me siento en el comedor. Una vez que almuerzo, agarro un cuaderno y me pongo a estudiar para el siguiente examen.
Minutos después el tío ingresa y vuelve a irse.
—Estaré en la hacienda. Nos vemos en la noche, princesa. Estudia —aconseja y se va.
Por la noche, cuando regresa, el tío se ve molesto. Saca una silla y se sienta al comedor.
—Kiara, necesito que te sientes y me digas la verdad.
Trago grueso y camino hasta la mesa. Me siento delante de él y tiemblo con su mirada.
—¿Qué verdad?
—¿Tienes novio?
—¿Quién dijo eso?
—¿Es o no verdad?
—Claro que no, nunca lo he tenido —confieso tratando de que mi tío me crea.
—Entonces, ¿por qué sales del colegio tomada de la mano con un jovencito y los domingos te ves en el parque?
—Gonza es mi amigo, solo eso —replico con mis ojos lagrimosos.
Maldigo al idiota de Adiel. Tiene que haber sido él, nadie más. Es un metiche y calumniador. Lo odio, lo odio...
—Tienes que creerme.
—Está bien, princesa, te creo. Pero no llores.
Me abraza y sollozo. Nunca pensé que tener amigos me traería problemas.
A la mañana siguiente salgo más temprano de lo habitual. A pesar de que no ha llovido, quiero madrugar para no encontrarme en el camino al lagañoso de Adiel.
Una vez que llego al pueblo, Gonza espera por mí. Cuando intenta abrazarme, lo detengo. Ante mi actitud, frunce el ceño y me observa confundido.
—Kia... ¿Hice algo que te molestó?
—Tú nada, solo que es mejor mantener la distancia —le digo mirando alrededor, donde se encuentran varios chismosos de este pueblo observándonos.
—¿Por qué? ¿Hay algo de lo que no estoy enterado? —inquiere sin comprender. Es que hasta yo no comprendo por qué no se puede tener un amigo sin que te estén inventando chismes.
—A los oídos del tío llegaron chismes de que tú y yo somos novios —le explico.
Gonza frunce el ceño.
—¿Quién inventó esa calumnia?
—Un desocupado —suelto un suspiro al mismo tiempo que limpio mis uñas con las de mi otra mano—. Por eso, Gonza, es mejor que te mantengas lejos de mí.
—Pero solo somos amigos, Kiara...
—Sí, pero los chismosos de este pueblo no lo ven así, y no quiero que hablen de mí como lo hacen de mi madre —explico y le miro.
—¿Eso significa que no seremos amigos?
—No he dicho eso, solo que se acabaron los abrazos y apapachos. Tú caminarás por tu lado y yo por el mío —le digo, y él sonríe.
—Entonces vamos —verbaliza y estira la mano.
—Dije cero contactos.
—Dijiste cero abrazos y apapachos, nunca hablaste de las manos —afirma con una ancha sonrisa.
—Qué importa lo que la gente diga, Kia. Eres mi amiga y así será por siempre —grita y me abraza, llevándome así hasta el colegio—. Te veo en la tarde, hermosa —palabrea y se va.
Estoy por subir al piso donde queda mi paralelo cuando veo el auto de Adiel ingresar. Pongo los ojos en blanco y subo hasta el aula. Una vez que entregan el examen, lo realizo muy rápido, pues la materia que me toca es muy fácil. No hace falta decir que soy una buena alumna y que todas las materias para mí son fáciles. Entrego la hoja del examen a la profesora y bajo hasta el bar. No suelo desayunar en casa, por eso lo hago en el colegio, pues la señora que atiende el bar cocina muy rico y me tiene loca con su comida. Antes de comprar, camino hasta el baño del segundo piso. Cuando abro la puerta me quedo gélida.
—Kiara... —pronuncia Leila pelo de estropajo. En cuanto a él, sonríe y camina hasta mí.