Bajo La Ley Del Silencio

_: ¿Qué tal si te cuento un secreto? Tal vez si te lo digo tú sólo te alejaras de Seonho (sonriendo)

Y: ¿De que estás hablando?

T: No quiero estar en medio de su guerra, si quieres matarme házlo. ( limpiando sus lágrimas)

_: no te apresures chico, sólo quiero que sepas la verdad(mirando a Yeong)

Y: deja de jugar con nosotros, ya basta (grito)

_: Seonho enserio no le has dicho?

T: Ya basta (susurrando)

_: Chico, ¿sabías qué tú padre no murió en un simple tiroteo?

T: ¿De que estás hablando?no metas Ami padre en ésto

_: Tu padre trabaja para el clan de Seonho, ¿Lo sabías?

Y: Cállate, no digas más (desesperado)

T: ¿Cómo es posible?

_: Cuando tú padre dijo que ya no quería trabajar, ¿sabes que hicieron estos tipos? Lo mataron sin piedad claro. Dejando a una pobre viuda con dos huérfanos (soltó una carcajada)

T: Estás mintiendo,¿ verdad Yeong?

Yeong no respondió.

_: no te contesta por qué no puede negarlo. Su maldito padre mato al tuyo y el estaba presente ese día.

T: ¿Es ....verdad? (mirando a Yeong con lágrimas en los ojos)

Y: Yo ...no sabía que era tu padre (intentando no mirarlo)

T: No puede ser, no

_: Esto es más divertido de lo que supuse. Está noche no los mataré, creo que con lo que dije es más que suficiente para que sean muertos vivientes.(Risas Alejándose)

Cuando quedaron solos Yeong intento acercarse a Tae, pero el lo alejó. Ese acto destrozó a Yeong.

Y: Tae...por favor escúchame (suplicando)

T: señor Seonho no tengo nada que decir, por favor no me siga (en un tono frío)

Yeong no insistió,sabía que en ese momento Tae estaba herido y necesitaba tiempo a solas.

Tae caminaba sin rumbo fijo, con el corazón latiendo en los oídos y la garganta hecha un nudo. La voz de Yeong aún resonaba en su cabeza, temblorosa, casi inaudita: “No lo sabía…”.

Pero eso no cambiaba nada.

“¿Cómo se ama a alguien que lleva en su sangre al asesino de tu padre?”, pensaba, con las manos apretadas en los bolsillos de su abrigo, como si intentara sujetarse por dentro. “¿Cómo se mira igual a quien te rompió el mundo sin saberlo?”

Las imágenes volvían como cuchillos: la sonrisa de Yeong, sus caricias silenciosas, esa vulnerabilidad que sólo a él le mostraba. Todo eso ahora parecía teñido de sangre. Una ironía cruel del destino: enamorarse de su único enemigo sin saberlo.

Se detuvo en medio de la calle vacía. Las luces parpadeaban sobre el asfalto mojado. Sus ojos ardían, pero no lloraba. No aún.

“Quise justicia toda mi vida, y cuando por fin encontré amor, me arrancaron el alma en el mismo acto.”

Y siguió caminando. Porque quedarse era demasiado. Porque mirar a Yeong sin ver al padre detrás era imposible. Porque amarlo… dolía más que odiarlo.

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Yeong no se movió. No podía. El aire se volvió más pesado que nunca, como si el mundo entero hubiera decidido hundirse junto con él. La espalda de Tae se alejaba, recta, rígida… herida.

Y él no hizo nada. No podía hacerlo.

“¿Cómo lo detengo si yo mismo lo empujé a irse?”

Sus labios aún temblaban por las palabras que había pronunciado—o intentado pronunciar—pero el dolor de Tae fue más rápido que cualquier explicación. Y tal vez no la merecía.

“¿Qué sentido tiene decirle que no lo sabía? Que yo también fui una víctima de ese hombre.”

Su padre.

Su maldita herencia.

Todo lo que Yeong había tratado de enterrar, de mantener alejado de Tae, volvió a él como una maldición que arrasó lo único bueno que tenía. Porque Tae era eso: su única calma, su única luz. Y ahora lo estaba perdiendo.

Por culpa de alguien muerto.

“Tae…”, pensó con desesperación. “No me dejes solo con esto. No me dejes solo con él en mi sangre.”

Pero no dijo nada. No corrió tras él. No porque no quisiera. Sino porque sabía que en ese momento, su presencia dolía.

Así que se quedó allí, en la oscuridad, mirando el único amor que había conocido alejarse paso a paso, hasta desaparecer.

Y por primera vez en años, Yeong sintió miedo. No de morir. Sino de vivir sin él.