❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
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Un beso para el dragón
Sylarok la observaba dormir, envuelta en sus mantas como un pequeño caos de cabello plateado, mejillas sonrojadas por el vino y una expresión pacífica que contrasta con todo el desorden que había causado en su mundo.
—¿Qué demonios…?
Suspiró, rindiéndose al caos. Se puso un pantalón negro de lino con desgano, resignado a su destino.
Sylarok había vuelto del estanque con la mente en guerra. Se había sumergido en agua helada para despejar su deseo, para contener el incendio que ardía dentro de él desde aquella fiesta, desde que vio a Celeste caminar por las escaleras como una diosa vestida de cielo. Desde que vio el vino derramado en su vestido. Sin embargo alli estaba inocente y traviesa.
—Es mi cama… mi maldita cama… —murmura mientras se pasaba la mano por el rostro—. No pienso dormir en otro sitio solo porque ella decidió invadir mi privacidad. Esta chiquilla.
La sensacion regresa una y otra vez, un trasero. Redondo. Firme. Grande. Pegado a él con descaro celestial. Y la tentación de los dioses.
—¿Qué clase de prueba cruel es esta…?
Se acostó del otro lado, completamente tieso. Ni un músculo se movía. Pero sus ojos no podían evitarlo… la miraban, una y otra vez.
Su mirada nocturna no se pierde ni un solo detalle de su rostro.
“Esa mujer es una tormenta”, pensó, sintiendo que la manta ya le sobraba del calor que ella irradiaba.
Celeste murmuró algo entre sueños, rodó… y de repente lo abrazó.
Como una liana dulce y peligrosa, sus piernas se entrelazaron con las de él, sus brazos se aferraron como si fueran una camisa de fuerza. Su rostro quedó enterrado en su cuello.
Celeste se acurrucó más en su cuerpo, con una expresión de completa satisfacción. Tenía las mejillas rojas, los labios rojos.
Ella parpadea mientras ronronea ¿porqué él estaba tan frío? ¿realmente así era su condición?
—¿Sabes qué hora es? —le dijo él, mirándola con el corazón galopando—. ¿Y qué haces en mi cama?
—Tu cama es más grande que la mía. Ya te lo dije —Hizo un puchero—. Y más calientita. Y huele a ti. Además tu estas frío, necesitas mi calor.
Sylarok se quedó mudo.
—¡¿Y eso es bueno?! ¿Acaso te volviste loca?
—¡Bueno, bobo! —dijo, soltando una carcajada—. Bobo, tonto y príncipe malo.
Él se llevó una mano al pecho. Ese insulto lo había golpeado más fuerte que una lanza.
—¿Qué… qué has tomado?
Ella alzó la cabeza.
—Vino frutar. Con cereza, higo, y... ¿uvas?
Él arqueó una ceja.
—Eso no tiene tanto alcohol.
—También tomé uno que decía “Solo para reyes”.
—¡Ese tenía ron de caña!
Ella se encogió de hombros con la inocencia de un huracán en forma de mujer.
—Era dulce…
—¡Eso no te pertenecia! —grita, llevándose las manos a la cabeza.
Ella volvió a reír. Luego se acomodó y lo miró con ternura alcoholizada.
—No te pongas gruñón, Sylarok. Pareces un oso constipado.
—No soy responsable si pierdes el control —le dijo, señalándola con el dedo—. Tú te metiste en mi cama.
—¿Y tú te metiste en mis pensamientos?
—¿Qué? ¡Eso ni tiene sentido!
Celeste se estiró como un gato. La manta cayó y la gravedad hizo lo suyo con sus pechos, dejando a Sylarok más tieso que una estatua de mármol.
—Por los cielos… —susurró él—. Necesito más agua fría…un rio helado para ser sincero.
Ella lo miró con sus ojos de cielo, brillando bajo la oscuridad.
—¿A caso te gustó? —pregu ta borracha.
Sylarok contuvo el aliento.
—No te muevas… no respires… no existas —se repitió como un mantra, mientras su corazón retumbaba.
Ella estaba pegada. Casi piel con piel. Su cuerpo cálido, suave… mortalmente femenino separados solo por la fina tela de su bata y su pantalón.
Entonces lo dijo, medio dormida:
—Tus escamas… son lindas…
Él parpadeó.
—No juegues con mi corazón, Celeste —susurró con la voz ronca, casi con miedo—. Soy un hombre antes de ser príncipe, además de ser un dragón.
Ella rió bajito contra su pecho, como si le hubiera contado un secreto ridículo.
—Un dragón muy hermoso…si es un sueño no quiero despertar.
Antes de que él pudiera responder, ella levantó la cabeza y lo besó.
Un roce. Cálido. Torpe. Inocente. Como un soplo de primavera sobre un campo helado.
Él se quedó paralizado. Tieso.
—No hagas eso —logró decir con esfuerzo, con la voz ahogada de contención.
—¿No hacer qué? —preguntó ella, sonriendo con picardía… y volvió a besarlo, con la intención de molestarlo.
Pero esta vez él no pudo contenerse.
Algo dentro de él estalló. Años de hielo, de soledad, de deber y contención… se derritieron bajo ese contacto.
Su mano la sostuvo por la nuca con una dulzura peligrosa. Y la besó con hambre.
Un beso real. Profundo. Ineludible. Una declaración muda de todo lo que no podía decir.
El corazón de Sylarok rugía como si quisiera salir de su pecho. Sus escamas temblaban al contacto con la piel desnuda de ella. Y por primera vez en siglos, no sintió que debía reprimir su naturaleza.
Porque ella no temía al dragón.
Ella lo besaba como si ya le perteneciera.
—¿Quieres que me vaya? No quiero molestarte.
Y fue justo en ese momento que Sylarok dejó de pelear consigo mismo.
—No —dijo, su voz ronca—. Ya estás aquí. No quiero que caigas por las escaleras en ese estado.
Se giró con determinación, y su cuerpo la encerró con cuidado pero sin escape.
Ella rió.
—¡Oh! ¡El príncipe malo quiere pelear!
—No… quiero saber algo. —la miró fijamente, con su aliento tibio contra su cuello—. ¿Sabes lo que me haces sentir?
Ella ladeó la cabeza.
—¿Cosquillas?
Él cerró los ojos, cuando los abrió eran dorados.
—Más bien… ganas de quemar el castillo, esconderte en una cueva y no dejar que nadie más te vea.
—¡Qué intenso! linda mirada, me gusta.
—Soy un príncipe egoísta —dijo con una sonrisa torcida—. La intensidad es mi idioma.
Ella lo miró con picardía.
—Entonces háblame en tu idioma.
Él bajó la cabeza lentamente y la besó. No un beso casto. Sino uno lleno de deseo contenido, de fuego retenido demasiado tiempo. Era su primer beso en más de dos siglos.
Sus labios eran una súplica y un reclamo. Y ella respondió con la misma intensidad.
Su mano acarició su muslo, subiendo lentamente. Su piel era suave, tibia. Su otra mano trazó su cintura, subió hasta sus pechos, los acarició con adoración, con hambre, como si cada caricia fuera sagrada. No se contuvo y le dejo marcas de besos en casi todo el cuerpo y mientras la besaba en su parte intima ella se entrego a él en jadeos sin poder contenerse. Se vino en sus labios y esa nueva sensación la subió al cielo.
—Estás jugando con fuego —le susurró contra su parte íntima, mientras le ponía un dedo sobre el estomago y ella ve una luz reflejada en su ropa.
Era su Maná que solo podía ser activado por un dragón.
—Y tú eres el fuego —respondió ella, casi sin aliento mirando divertida.
Se miraron. Por un segundo no hubo risa, ni broma, ni vergüenza.
Solo deseo.
Solo verdad.
Entonces ella dijo:
—Pero si te transformas en dragón justo ahora… no me comas.
Él soltó una carcajada, cayendo hacia un lado. No puede hacerla suya no en ese estado.
—¡Por todos los truenos! ¿Cómo puedes hacer chistes en este momento? Estaba a punto de devorarte, maldita sea.
—Porque si no lo hago, me muero de nervios —respondió, sonriendo y acurrucándose contra él pensando que todo aquello era un hermoso y excitante sueño.
Él la rodeó con un brazo y la atrajo hacia su pecho. Debía encontrar la manera de desahogarse sin tomar su virginidad de esa forma. Su penë dolia por razones obvias.
—Nunca pensé que me enamoraría de una ladrona de camas.
—Y yo nunca pensé que un príncipe dragón me dejaría colarme en su cama tan fácilmente.
—¿Fácilmente? ¡Estas medio desnuda!
—Shh. Detalles.
Rieron. Y por un momento, el mundo dejó de ser un campo de hielo, de guerras, de reinos y linajes.
Eran solo ellos dos.
La princesa borracha.
Y el dragón enamorado conteniendose. Sólo le quedo masturbarse mientras acariciaba su cuerpo, ella gemía al sentir su toque y él no tardo en eyacular en su mano.
—Mierda, estoy perdido.