Dueña De Tu Sombra

Mi nombre es Ben. Así, sin diminutivos, sin adornos, sin historia compartida. Nunca me gustaron las palabras vacías ni las personas que hablan mucho sin decir nada. Vivo en una casa enorme, elegante, de esas que brillan por fuera pero se sienten frías por dentro. Está llena de lujos que nunca pedí y vacía de las cosas que realmente importan.

Vivo con mi padre. Sólo él y yo. No tengo hermanos, ni primos que me visiten, ni una madre que me despierte con besos o me mire con ternura. De hecho, casi nunca hay ternura en mi vida. Desde los quince años, he aprendido que el mundo es un lugar que no perdona, que te obliga a endurecerte si no quieres terminar como ella. Pero de eso no voy a hablar ahora. Aún no.

Mi padre es un hombre respetado. Temido, en realidad. Maneja negocios que casi nadie se atreve a nombrar en voz alta. Tiene conexiones, poder, una mente fría y calculadora. A veces, me pregunto si su corazón late o si ya se le congeló del todo. Me entrena todos los días desde que cumplí catorce. Artes marciales, tiro, estrategias de defensa, negociación, economía. Todo para que siga sus pasos.

"Un hombre que no impone respeto está condenado a ser pisoteado", me repite como una oración religiosa.

Pero yo no soy como él. Nunca me sentí hecho para este mundo. Aunque tengo sus genes, me cuesta soportar la idea de dañar. No me gusta ver miedo en los ojos de los demás. Me asusta lo que veo en los míos cuando me miro al espejo: una sombra constante. Una sombra que no desaparece ni con la luz del mediodía.

Aun así, me esfuerzo. Lo hago por ella. Por mi madre. Ella creía en las personas. Tenía una sonrisa que calmaba hasta la peor tormenta. Su cabello castaño brillaba como miel bajo el sol, y su risa... su risa era una melodía que aún retumba en mi memoria. Era todo lo contrario a él. Donde mi padre imponía miedo, ella ofrecía calma. Donde mi padre gritaba, ella susurraba. Donde mi padre era frío, ella era fuego.

No puedo decir mucho sobre ella. No sin que se me forme un nudo en la garganta. Lo único que diré ahora es que ya no está, y que su ausencia es la razón por la que muchas veces me cuesta dormir.

Vivo en un vecindario elegante, pero no me encierro en mi casa. Me gusta caminar por las calles, ayudar a las señoras con las bolsas, saludar a los niños que juegan en la vereda, dar limosna al anciano que toca la guitarra frente a la tienda de flores. Me dicen que soy amable, aunque todos se sorprenden al ver mi rostro sereno. Esperan que sea cruel por mi apellido, por mi apariencia de chico peligroso, por mi ropa cara, por mi mirada helada.

No lo soy. Al menos, no con todos. Sólo con quienes lo merecen.

A veces me pregunto si todo esto tiene algún sentido. Las fiestas, los autos, la ropa diseñada exclusivamente para mí, el respeto que me tienen sólo porque saben quién es mi padre. Pero luego vuelvo a casa, y veo sus retratos... los de ella. Y recuerdo por qué sigo aquí. Por qué me dejo arrastrar por el camino que él me traza.

A veces creo que si llego lo suficientemente lejos, si acumulo suficiente poder, podré encontrar respuestas. O venganza. O paz. Aún no sé cuál de las tres es la que más me quema por dentro.

En el fondo, todos creen que soy un joven privilegiado, de esos que tienen la vida resuelta. Lo que no saben es que cada noche, cuando cierro los ojos, vuelvo a escuchar los disparos, los gritos, los silencios que cortan la respiración. Vuelvo a sentir esa sensación de que algo falta. Algo que nadie puede devolverme.

Así soy yo. Ben. No el hijo de un mafioso. No el heredero de un imperio oscuro. No el chico con los labios gruesos, los dientes perfectos, los ojos fríos y la postura de modelo. No. Soy un chico que lo ha perdido casi todo y que finge que lo tiene todo. Uno que camina sobre cristales rotos todos los días mientras los demás admiran sus zapatos de diseño.

Tal vez por eso sonrío tan poco. Porque me duele cada recuerdo. Porque siento que si bajo la guardia, todo el dolor va a salir de golpe y me va a desbordar.

Pero lo oculto bien.

Y así empiezo mis mañanas. Entreno, me ducho, me visto con trajes que parecen sacados de un desfile de moda. Saludo a mi padre con un simple movimiento de cabeza y recibo una mirada de aprobación que nunca me alcanza. Luego salgo. Camino. Me mezclo con la gente. Y por un instante, sólo por un instante, me permito fingir que soy uno más. Que mi madre está viva. Que mi vida es normal. Que no hay sangre en mi historia.

Pero eso nunca dura mucho.

Porque al final, siempre regreso a la casa. Y en esa casa, las sombras bajo mi piel vuelven a despertarse.

Y yo las dejo.

Ben 18 años

Benito 46 años (padre de ben)

Clara 34 áños(madre de ben un mes antes de morir)