Abigaíl, una mujer de treinta años, quien es una escritora de novelas de amor, se encuentra en una encrucijada cuando su historia, la cual la lanzó al estrellato, al sacar su último volumen se queda en blanco. Un repentino bloqueo literario la lleva a buscar a su hombre misterioso e intentar escribir el final de su maravillosa historia.
NovelToon tiene autorización de Loloy para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 15
Desde detrás de los ventanales de su oficina, Erick observaba el movimiento en el piso.
Todos iban y venían con la prisa habitual de un lunes, pero él solo podía ver a una persona.
Abigaíl.
Se movía entre escritorios, entregando papeles, respondiendo sonrisas, fingiendo naturalidad.
Fingiendo muy bien.
Erick apretó la mandíbula.
Había perfeccionado ese juego: la calma en la superficie, mientras por dentro... ardía.
Pero él ya no estaba dispuesto a seguir dejándola jugar sola.
Buscó su teléfono de escritorio y marcó el número de Nicolás.
—¿Diga? —respondió su amigo, con voz aún adormilada.
—Necesito hablar —dijo Erick, sin rodeos.
Hubo un pequeño silencio al otro lado.
—¿Pasó algo? —preguntó Nicolás, ahora alerta.
Erick se giró, dándole la espalda a la vista de la oficina, como si necesitara protegerse de lo que sentía.
—Anoche. En el ascensor —empezó, su voz ronca—. Nos quedamos atrapados... ella y yo.
—¿Tú y la señorita Ferrer? —La incredulidad de Nicolás era casi palpable.
—Sí. No fue cualquier cosa —murmuró—. Ella... se derrumbó. No literalmente. Se aferró a mí como si fuera su ancla. Y yo...
Erick se dejó caer en su silla de cuero, masajeándose la frente.
—...yo la sostuve como si fuera lo más importante que he tenido en las manos.
Nicolás no respondió enseguida.
—¿Y crees que fue un acto? ¿O real?
—No lo sé —admitió Erick en voz baja—. Pero hubo algo más, Nico.
Mientras la tenía entre mis brazos... supe que era ella.
—¿Ella...?
—La mujer de hace cinco años —confirmó con un susurro cargado de certeza—. No me lo dijo. No lo ha confesado. Pero no hace falta. La reconocí. En su perfume, en su manera de temblar, en la forma en que se aferró a mí... como entonces.
El silencio al otro lado de la línea fue denso.
—¿Qué piensas hacer?
Erick giró en su silla, volviendo a mirar hacia fuera.
Abigaíl sonreía a una compañera, como si no hubiera pasado nada.
Como si su mundo no estuviera a punto de colapsar igual que el suyo.
—Ya la confronté esta mañana, en la terraza —admitió—. Ella no lo negó... pero tampoco lo aceptó. Solo jugó... provocándome, sabiendo exactamente qué hilos mover.
Nicolás soltó un bufido bajo.
—Mujer peligrosa.
—Lo sé —dijo Erick—. Pero no voy a retirarme. Esta vez no.
Si ella quiere jugar... jugaré.
Pero esta vez **yo** marcaré las reglas.
Nicolás suspiró.
—Entonces ve con cuidado, amigo. No olvides que en los juegos de amor... siempre se arriesga algo más que el orgullo.
La llamada terminó.
Erick dejó el teléfono sobre la mesa, sin apartar la vista de ella.
De Abigaíl.
Sabía que no iba a poder seguir ocultando esa verdad mucho más tiempo.
Pero si ella estaba dispuesta a retorcer la historia… entonces, que fuera así.
**Él la quería toda. Con sus verdades, sus miedos... y sus malditos secretos.**
El reloj marcaba las cinco, pero para Erick, las horas se habían vuelto un concepto difuso desde que ella estaba cerca.
Tomó el teléfono de su escritorio y pulsó la extensión de recepción.
—¿Señorita Ferrer? —su voz sonó más grave de lo habitual—. Necesito su ayuda aquí, en mi oficina. Traiga su laptop.
Hubo un segundo de silencio. Luego, su voz templada respondió:
—Claro, señor Black.
Minutos después, Abigaíl entraba, con su andar elegante y su cabello recogido de forma improvisada. Vestía de manera impecable, pero había algo en su forma de mirarlo… algo que solo él parecía captar.
Como un desafío silencioso.
Erick indicó un asiento frente a él, mientras abría varios documentos en su computadora.
—Tenemos que revisar los informes de los nuevos proyectos. Quiero que tomes nota de algunas observaciones.
—Entendido —respondió ella, instalándose con calma, como si no sintiera la electricidad que llenaba la habitación.
Pero la sentía. Oh, sí.
Cada vez que sus dedos rozaban los suyos al pasarle una carpeta. Cada vez que sus miradas se encontraban, sostenidas un segundo más de lo necesario.
Había una provocación constante, como un juego peligroso donde ninguno terminaba de dar el primer paso... pero tampoco se alejaban.
—¿Este reporte también? —preguntó Abigaíl, inclinándose sobre el escritorio, demasiado cerca de él.
Erick tragó saliva, luchando contra el impulso de hundir las manos en su cabello y besarla ahí mismo.
Podía sentir su perfume, dulce y adictivo, mezclándose con su oxígeno.
—Sí —murmuró, su voz un poco más ronca de lo que le hubiera gustado.
El trabajo continuó, al menos en apariencia.
La tarde cayó lentamente y uno a uno los empleados se marcharon.
Las luces de la oficina se atenuaron, el murmullo constante se extinguió, hasta que solo quedaron ellos dos.
Solos.
Erick se estiró en su asiento, observándola por encima de la pantalla.
—¿Te has dado cuenta de que estamos solos? —preguntó en tono bajo.
Abigaíl alzó la mirada, una sonrisa ladeada curvando sus labios.
—Me he dado cuenta —susurró.
Erick cerró su laptop con un golpe seco, el eco del sonido resonando en la oficina vacía.
Se levantó despacio, rodeando el escritorio con pasos felinos.
Ella no se movió, pero su respiración cambió apenas… suficiente para que él lo notara.
Se detuvo frente a ella.
Demasiado cerca.
Demasiado tentado.
—¿Por qué juegas conmigo, Abigaíl? —murmuró, sus ojos fijos en los suyos.
Ella ladeó la cabeza, con esa expresión inocente que ya no lograba engañarlo.
—¿Jugar? Yo solo trabajo para usted, señor Black.
Esa provocación fue la última chispa que encendió la pólvora.
Erick hundió una mano en su nuca y tiró de ella hacia sí, reclamando su boca en un beso firme, intenso, que habló de años de ausencia, de noches de fantasmas, de deseo contenido hasta el límite.
Abigaíl jadeó contra sus labios, sorprendida… pero no se resistió.
Sus dedos se aferraron a la camisa de Erick, anclándose a él como si su cuerpo hubiera estado esperando exactamente ese momento, exactamente ese beso.
El tiempo dejó de existir.
Solo estaban ellos, en esa oficina, en esa historia suspendida entre la culpa y el deseo.
Cuando finalmente se separaron, sus frentes quedaron juntas, respirando el mismo aire agitado.
—Esto apenas comienza, Abigaíl —susurró Erick contra su boca, en una promesa peligrosa.
Ella sonrió… y por primera vez en mucho tiempo, Erick sintió que acababan de cruzar un punto de no retorno.