En un mundo donde la magia y la naturaleza están entrelazadas, Kael, un poderoso lobo beta, es desterrado de su manada por desafiar las reglas impuestas por su Alfa, Darian, un líder tirano que busca explotar a su gente. Mientras deambula por los bosques prohibidos, herido y solo, Kael encuentra a Selene, una bruja exiliada por su propio pueblo, temida por su inmenso poder.
Ambos, marginados y perseguidos, encuentran en el otro una razón para luchar y sobrevivir. A medida que su vínculo crece, una pasión ardiente nace entre ellos, desafiando las leyes de sus mundos. Pero el peligro los acecha: Darian ha hecho un pacto con fuerzas oscuras para mantener su dominio, y el consejo de hechiceros busca eliminar a Selene antes de que su poder se descontrole.
Juntos, Kael y Selene deben enfrentar enemigos implacables, descubrir los secretos de sus propias naturalezas y decidir si su amor es suficiente para desafiar el destino. En un juego de traición, magia y deseo, la batalla por la libertad.
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Capitulo 15
El interior del templo era un refugio sombrío, una cavidad ancestral en la que el tiempo parecía haberse detenido. La atmósfera estaba impregnada con el pesado aroma del polvo y la humedad, el aire frío como un aliento olvidado. Cada rincón de la estancia parecía haber sido tocado por el peso de siglos de abandono. La luna, esa fría testigo de los cielos, apenas lograba filtrarse entre las grietas del techo derruido. Los haces de luz que lograban atravesar las rendijas iluminaban la oscuridad con una tonalidad espectral, proyectando sombras largas y alargadas sobre las piedras cubiertas de inscripciones antiguas y medio borradas, como si la historia misma tratara de ocultarse.
El silencio era pesado, como si el templo guardara secretos demasiado peligrosos para ser revelados. Kael apoyó una mano en la pared, su respiración aún acelerada por la huida, pero su cuerpo comenzaba a calmarse al estar dentro de aquel refugio antiguo. El frío que emanaba de las piedras se sentía como un abrazo gélido, penetrante, que calaba en los huesos.
—No nos encontrarán aquí de inmediato —murmuró Kael, su voz grave resonando de manera extraña en el vasto vacío del templo.
Selene no respondió de inmediato. En lugar de relajarse, su cuerpo estaba tenso, alerta. Había algo en este lugar que la inquietaba profundamente, algo que hacía que su piel se erizara y sus sentidos se agudizaran. Sentía una vibración extraña en su interior, como si la magia del templo, dormida durante siglos, estuviera despertando lentamente al reconocer su presencia. Era como si el propio edificio estuviera consciente de su llegada.
Sus pasos resonaban en el suelo de piedra mientras se adentraba más en la estancia. La luz de la luna, aunque débil, iluminaba la oscura figura de Selene mientras se desplazaba entre las sombras, como una presencia enigmática. El eco de sus pisadas parecía multiplicarse, como si las paredes de piedra absorbieran y devolviesen su energía. Fue entonces cuando vio lo que había estado buscando sin darse cuenta.
En el centro de la estancia, en un espacio despejado, había un círculo de piedra grabado con runas arcanas, tan antiguas que parecían haberse fusionado con el mismo suelo. La superficie estaba cubierta de musgo y polvo, pero aun así las inscripciones eran claras, como si fueran la clave a un antiguo poder olvidado.
—Esto es… —dijo Selene, apenas susurrando, como si temiera que las paredes del templo pudieran oírla.
Kael, que la había seguido, se acercó a su lado. Observó el círculo de piedra con un ceño fruncido, sus ojos azules fijos en las runas, y un sentimiento de inquietud lo recorrió.
—¿Lo reconoces? —preguntó, su voz tensa, como si supiera que este descubrimiento podría cambiarlo todo.
Selene no podía apartar la mirada de las runas. Sentía algo profundo, algo que la llamaba desde el mismo centro de su ser. Extendió una mano, su dedo rozando las antiguas marcas de la piedra con cautela, como si temiera que al tocarlas, desataría algo que no podría controlar.
En cuanto sus dedos rozaron la superficie fría, una oleada de energía recorrió su cuerpo, tan intensa que la hizo tambalear un paso atrás. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, pero no fue solo el frío lo que la afectó. Fue una corriente mágica que atravesó sus venas, como si algo profundo dentro de ella despertara de su largo letargo.
Sus pupilas se dilataron, y en un parpadeo, su mente se inundó con imágenes fugaces: sombras en guerra, cuerpos luchando en un campo de batalla oscuro; lobos y hechiceros unidos, luchando hombro a hombro, una alianza que desafiaba los propios mandatos del mundo. La visión fue fugaz, pero sus efectos fueron profundos.
El suelo bajo ellos, vibró, un retumbar bajo sus pies que parecía venir de lo más profundo de la tierra, como si el templo mismo estuviera reaccionando a su presencia. Un sonido bajo y distante, como un rugido ancestral, reverberó por las paredes.
Kael, que había estado observando en silencio, se tensó de inmediato, sus sentidos alerta. Sus ojos brillaron con una intensidad creciente, como si algo dentro de él también hubiera comenzado a despertar.
—Selene, ¿qué hiciste? —dijo, su voz grave, con un toque de alarma.
Antes de que pudiera obtener una respuesta, algo comenzó a suceder.
El círculo de piedra, que hasta ese momento había permanecido oscuro y silencioso, comenzó a iluminarse. Una luz dorada, cálida y poderosa, brotó de las runas, bañando la sala en una resplandeciente energía. La intensidad de la luz fue tal que Selene tuvo que entrecerrar los ojos para no quedar ciega. El aire se cargó de electricidad, de un poder que palpitaba y zumbaba en los oídos, como un susurro antiguo que hablaba en un idioma olvidado.
Kael, que estaba tan cerca de ella, sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. Su espina dorsal se erizó, un escalofrío recorriéndolo desde la base hasta la cabeza. El poder que emanaba del círculo era ajeno, pero al mismo tiempo inconfundiblemente suyo. Era como si una parte de él, una parte profundamente olvidada, estuviera despertando a la vida, ansiosa y hambrienta.
Selene también lo sintió. Su corazón latía con fuerza, resonando con la misma vibración del templo. Algo en ella se alineó con las fuerzas antiguas que comenzaban a despertarse. Había un vínculo, una conexión, algo que no podía comprender completamente, pero que la hacía sentirse más viva que nunca. Era un poder latente, sellado en la historia, esperando este preciso momento para resurgir.
Kael la miró, y sus ojos, que habían brillado con furia y concentración antes, ahora resplandecían con una nueva claridad, una intensidad desconocida.
—Esto… nos pertenece. —La declaración salió de sus labios con una certeza que hizo que la atmósfera a su alrededor pareciera comprimirse.
Selene tragó saliva, su cuerpo aún temblando por la magnitud de lo que acababa de experimentar. La magia a su alrededor palpitaba con una fuerza imposible de ignorar.
—No solo a nosotros —respondió con voz temblorosa, pero segura—. A lo que somos. A lo que podríamos ser juntos.
Las sombras sobre las paredes del templo comenzaron a moverse, como si cobraran vida. Un susurro bajo y misterioso llenó el aire, resonando con palabras olvidadas, secretos perdidos en el tiempo. Los ecos de un destino sellado se alzaban entre las piedras rotas, alcanzando sus oídos, sus corazones, como un canto incesante que no podía ser ignorado.
El templo había despertado. Y con él, su destino. Nada volvería a ser igual.