Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
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Capitulo 14
Marina despidió a Jonás con la mano hasta que la furgoneta desapareció de la vista. Después, se volvió para enfrentarse a la figura que había visto de reojo cuando Jonás la abrazaba.
Antes de llegar a su lado, examinó el deportivo en el que había llegado. Un monstruo plateado y silencioso. No había oído el motor que anunciaba la llegada del millonario español. Había sido un escalofrío lo que la había alertado de su presencia mientras se despedía de Jonás .
Si hubiera reconocido su presencia en ese momento, habría tenido que presentárselo a Jonás , y eso era algo que prefería evitar.
Le había prometido a Cleo recordarle la fiesta de esa noche y lo haría. Estaba segura de su rechazo y ella se encargaría de suavizar su respuesta para los anfitriones.
–Buenas tardes. Espero que haya tenido un buen viaje.
–Ver a mi ama de llaves con la lengua en la garganta de un vendedor no me parece edificante –interrumpió él–. En el futuro, agradecería que su vida amorosa, o lo que sea, tenga lugar en privado y en su tiempo libre.
Durante un momento, ella se quedó demasiado atónita, tanto por la reprimenda como por la interpretación de un abrazo de despedida, para defenderse de la ridícula acusación. Cuando recuperó la voz, temblaba de arriba abajo. Aun así, ladeó la cabeza con humildad.
–Lo tendré en cuenta cuando sienta la necesidad de atacar a un vendedor que pase por aquí –pensar en el precio del equipo deportivo que necesitaban los niños la ayudó a mantener la calma–. Aunque, si le interesa, en este caso estaba dando un abrazo de despedida a un amigo –«y no es asunto tuyo, idiota», pensó para sí–. Tiene razón, es un vendedor –tembló de indignación–. Jonás es un cielo –alzó la barbilla–. No es un hombre que juzgue a la gente por las apariencias ni por cómo se ganan la vida.
Aunque lo hubiera dicho con cortesía, era imposible no captar que lo estaba llamando esnob. Durante un instante, Alessandro se quedó perplejo. Hacía muchos años que nadie se atrevía a decirle que sus comentarios estaban fuera de lugar. Cuando el momento pasó, la ira tensó los músculos de su mandíbula.
–¡No me importa cómo se gane la vida!
–Claro que no –replicó ella, con cortesía.
Alessandro apretó los dientes. Lo tentó despedirla en ese momento, sin pensar en las consecuencias, pero el contrato que tenía entre manos era importante. Cualquier atisbo de escándalo pondría fin a las negociaciones.
–¡Me importa que ese hombre dé rienda suelta a su vida sexual ante de la puerta de mi casa!
Los ojos azules se ensancharon al máximo antes de convertirse en rayitas de ira. Hablaba como si hubiera sido testigo de una orgía. No entendía cómo alguien podía ver algo sórdido en un abrazo de lo más inocente.
Estaba más enfadado que cuando le había dado razones para estarlo, utilizando su casa para recaudar fondos sin su autorización.
–La próxima vez, paga una habitación –ladró él, devastado por la avalancha de imágenes que eso le sugería.
–¿Una habitación? ¡Jonás está casado!
–Razón de más, creo yo, para mantener un mínimo de discreción –declaró él.
–¡Nunca tendría una aventura con un hombre casado! –tomó aire. Le dolía tener que justificarse ante ese hombre, pero no tenía otra opción–. Lo que ha visto, señor Belluci, ha sido un abrazo de despedida entre amigos. Ese era Jonás , el marido de Cleo. ¿Se acuerda de Cleo? Ha venido a recoger a los mellizos, que pasarán la noche con su madre. Porque Jonás y Cleo celebran una fiesta, ¿se acuerda de eso?
–He visto...
–Nada, porque no había nada que ver.
Él rememoró la imagen que lo había enervado y comprendió que no había visto nada más que a dos personas unidas. Se le heló la expresión y un leve rubor tiñó los bordes de sus bien definidos pómulos. Carraspeó. No estaba acostumbrado a avergonzarse y no le gustaba nada.
–Le pido disculpas. He cometido un error.
Marina controló una sonrisa. Era obvio que cada sílaba de la disculpa le había costado un mundo.
–Disculpa aceptada. He dejado su correo en el escritorio. Si me dice cuándo le parece conveniente que limpien su despacho, informaré a la asistenta. Ah, ¿y puede decirme a qué hora quiere que el chef tenga lista la cena, señor? –tomó aire y pensó: «Vaya, lo hago genial».
–Suponía que cenaríamos fuera.
–¿Cenar fuera? –Marina sacudió la cabeza y su sonrisa de ama de llaves perfecta se esfumó.
–¿A qué hora dijo su amiga? ¿A las siete?
–¡La fiesta! –soltó una risita y su rostro se despejó–. Oh, cielos, no hace falta que vaya.
–¿La invitación no era en serio?
–Sí, era serio, Cleo y Jonás son gente auténtica. Pensé que dadas las circunstancias...
–¿Circunstancias? –alzó una ceja, interrogante.
Ella frunció los labios con frustración.
–Van a querer darle las gracias, y suponía que eso le resultaría violento.
Por supuesto, tenía razón; pero su reticencia a asistir a la fiesta no era tan fuerte como su deseo de incumplir el guión que ella quería que siguiera.
Alessandro no se consideraba complaciente con las mujeres, pero no esperaba que lo rechazaran. Fue su orgullo masculino, no el sentido común, lo que lo llevó a esbozar una sonrisa.
–Siempre es agradable que la gente demuestre agradecimiento –algunas mujeres agradecerían la oportunidad de pasar una velada con él–. Comprobará que no es fácil incomodarme.
–¿Eso significa que quiere ir? –Marina intentó ocultar su desagrado.
Aunque él sabía que era ilógico someterse a lo que sería una incómoda y probablemente aburrida velada, el tono de desagrado de la voz de Marina, que no tenía la destreza o los buenos modales para disimular, reafirmó su resolución de ir a la maldita fiesta con ella. «Además, lo pasará bien», pensó.
–No es una cuestión de querer. Di mi palabra.
–Lo entenderían si usted...
–¿A qué hora me recogerá?
Marina, con el corazón en los pies, movió la cabeza como si no lo entendiera.
Alessandro sonrió. Era un actriz pésima, y tenía la boca más increíble que había visto nunca.
–¿No acordamos que me llevaría usted? –preguntó, actuando mucho mejor que ella–. Puedo contratar un chófer si tiene otros planes.
El único plan de Marina en ese momento era ir a su piso y golpear la cabeza contra la pared. Sintió escalofríos al pensar en compartir un espacio tan pequeño con él, pero la animó la imagen mental de ese elegante cuerpo encogido en su destartalado Beetle, que había visto días mejores. Cuadró los hombros y se lamió los labios.
Tenía que aceptar lo inevitable, aunque seguía sin entender por qué quería ir. Pensó, con desdén, que tal vez disfrutaba de que la gente le dijera lo gran tipo que era. Pero, al mal tiempo buena cara, solo era una velada de su vida y, probablemente, su destreza social no fuera tan pésima como temía.
–No, está bien. Había pensado salir alrededor de las siete, ¿le parece bien?
–Estaré esperando –dijo él.
Lo divirtió ver la sonrisa de coraje de Marina. Siempre le había resultado difícil resistirse a un reto. Para cuando acabara la velada, tendría a la señorita Marina Holler comiendo de su mano…