Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.
Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.
Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.
Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?
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Capítulo 14 – La Decisión del Rey
La noche caía sobre Tokio, y con ella, la presión espiritual que Victor dejaba tras de sí era imposible de ignorar. Estaba decidido: no involucraría a nadie más. No Gojo, no Megumi, no Yuji. Nadie. Esta batalla, este peso, era solo suyo.
Caminaba por las calles silenciosas, con su chaqueta negra ondeando al viento. Sus ojos —una mezcla entre los suyos y los de Sukuna— estaban fijos en el horizonte. El sello de su maldición vibraba en su espalda, palpitando como un corazón oscuro que despertaba lentamente.
—No puedes hacer esto solo, mocoso —bufó la voz de Sukuna dentro de su cabeza—. Ellos te alcanzarán tarde o temprano.
—Lo sé… —murmuró Victor—. Pero esta batalla es mía.
El Santuario de los Reyes Caídos
Victor llegó a los límites de la ciudad. Un bosque espeso cubría el camino hacia una zona prohibida incluso para los hechiceros más experimentados. Allí se encontraba el Santuario de los Reyes Caídos, un antiguo refugio de espíritus malditos que ahora servía como base para los Cazadores de Reyes.
Allí, Victor sentía que algo lo llamaba. No era una trampa. Era un desafío.
Mientras cruzaba el umbral del santuario, una presencia se hizo visible: Daigo Rokujo, el ejecutor del clan Rokujo. Vestido con un haori oscuro y una katana que vibraba con energía maldita, Daigo bloqueaba el paso, sonriendo con desdén.
—Así que tú eres el recipiente del Rey de las Maldiciones —dijo Daigo—. Eres más joven de lo que imaginé.
—¿Y tú eres uno de los asesinos de reyes? —respondió Victor, sin detenerse.
—Lo fui. Lo soy. Y lo seguiré siendo. La pregunta es… ¿quieres morir rápido o lentamente?
Victor no respondió. Sus ojos se entrecerraron. Sus marcas comenzaron a brillar, y las flamas malditas se agitaron alrededor de sus brazos.
Control Progresivo
En lugar de desatarlo todo, Victor respiró hondo. Tenía que controlar lo que llevaba dentro. Recordó el entrenamiento mental, los sueños, los horrores del pasado que había visto a través de Sukuna. No permitiría que el Rey lo dominara.
Activó “Desmantelar” de forma precisa, lanzando un solo corte que partió una roca gigante detrás de Daigo… sin tocarlo.
Daigo levantó una ceja.
—Interesante. No estás dejando que el demonio te consuma por completo. Eso hará que matarte sea más entretenido.
El aire se volvió denso. La técnica maldita de Daigo se activó: su espada desapareció… no porque se escondiera, sino porque quedó suspendida en el tiempo.
En un parpadeo, apareció frente a Victor, lanzando un tajo dirigido a su pecho.
Victor alzó su brazo y lo envolvió con maldición inversa. El corte lo atravesó, pero en segundos la carne se regeneró.
—Esa espada no debería haberme alcanzado.
—Eso fue porque ya te había cortado hace un segundo. Tu cuerpo aún no lo había notado.
El conflicto interior
Victor retrocedió. Sukuna se reía en su cabeza.
—Te dije que este tipo era peligroso. ¿Vas a seguir conteniéndome?
—No te necesito. Puedo hacerlo solo.
Sukuna gruñó.
—Entonces muere. Seremos uno en el infierno.
Pero Victor, en lugar de ceder, abrió ligeramente su dominio. Solo un borde. Solo un instante. El templo maldito se dibujó parcialmente detrás de él, y con él, las bocas abiertas del Fukuma Mizushi dejaron escapar una ola de cortes.
Daigo sonrió, emocionado.
—¡Eso es! ¡Muéstrame lo que significa enfrentar al Rey de las Maldiciones!
Ecos de la academia
Mientras tanto, en la escuela de hechicería, Gojo notó la alteración en el campo espiritual.
—Abrió parte del dominio… —murmuró—. ¡Idiota! Está enfrentando a uno de los ejecutores él solo.
Yuji se levantó de golpe.
—¡Tenemos que ir!
—No —interrumpió Megumi—. Si vamos ahora… podríamos alterar lo que está intentando hacer.
—¿Y si muere?
—Entonces el Rey renacerá. Y esta vez, no lo detendremos.
Gojo chasqueó los dedos.
—Entonces no tenemos opción. Vamos. Pero iremos sin interferir… hasta que sea necesario.
Batalla sin tiempo
De vuelta en el santuario, la batalla entre Daigo y Victor alcanzó un nuevo nivel. El ejecutor congelaba secciones del combate en el tiempo: un corte, una explosión, una roca ardiendo, una gota de sangre.
Victor tenía que anticipar el pasado y el futuro para sobrevivir.
—¡Cocina encendida! —gritó.
De sus manos surgió una flecha de fuego que Daigo detuvo… durante 1,3 segundos. Pero no contaba con el truco de Victor: la había infundido con doble maldición. En cuanto el tiempo la soltó, estalló, cegando a Daigo durante un segundo.
Ese fue el momento. Solo uno.
Victor apareció detrás de él, con sus cuatro brazos formados. Un corte. Dos. Tres.
Daigo cayó de rodillas, jadeando.
—Bien… bien hecho, pequeño Rey… pero esto es solo el principio…
Y se desvaneció, dejando solo sangre y cenizas.
Final del capítulo
Victor se desplomó. Sangraba. Mucho.
Pero seguía vivo.
Sukuna estaba en silencio. Por primera vez… parecía satisfecho.
—Aún no eres yo —dijo el demonio dentro—. Pero estás empezando a actuar como un rey.
Victor sonrió levemente, antes de cerrar los ojos.
Desde lo alto, Gojo, Yuji, Megumi y Nobara lo observaban en silencio. No interfirieron. No lo salvaron.
—Él eligió esto —dijo Gojo, cruzado de brazos—. Así que respetamos su decisión. Pero la próxima vez… será distinto.
Capítulo Catorce – Parte II: La Senda del Rey Maldito
El silencio de la madrugada envolvía las calles olvidadas de Kioto. La ciudad dormía, ajena al poder que se deslizaba por sus esquinas. Victor avanzaba con paso firme, envuelto en una capa negra, las manos cubiertas con vendas. No llevaba su uniforme escolar, ni su teléfono, ni un plan claro. Solo llevaba su decisión.
—No puedo arrastrarlos a esto… —susurró, mientras en su mente retumbaban los nombres de los que estaban tras él: los Cazadores de Reyes.
Ya había enfrentado a uno, y apenas sobrevivió.
Pero algo había cambiado desde entonces.
Ahora sentía a Sukuna más claro. No como una amenaza… sino como un poder contenido.
Una voz dentro
Victor se detuvo en un callejón. Cerró los ojos.
Dentro de su mente, el trono demoníaco de Sukuna surgió como siempre. Pero esta vez, el rey de las maldiciones no sonreía con sadismo. Lo observaba… curioso.
—¿Vienes por poder otra vez? —preguntó Sukuna.
—Vengo por control —respondió Victor—. Quiero usar tu fuerza, pero no como tú.
—Eso nunca funcionará. Si tomas algo de mí, me tomas a mí también.
Victor entrecerró los ojos.
—No lo creo.
Y por primera vez, extendió la mano hacia Sukuna.
Un silencio incómodo cayó. El rey no se movió. Lo observó. Evaluó. Finalmente, entrecerró los ojos… y rió, una risa baja, extraña, contenida.
—Interesante. Vamos a jugar a tu manera… por ahora.
Una marca ardió en el brazo de Victor. Su técnica maldita se estabilizó. El fuego, las líneas de corte, incluso el dominio... estaban más cerca de su alcance.
Los tres portales
Siguiendo la pista de una energía maldita intensa, Victor llegó a las afueras de una zona abandonada, en lo que antes era un parque de diversiones. La energía oscura se retorcía en el aire como serpientes invisibles.
Frente a él, tres portales flotaban sobre el suelo, girando como ruedas malditas. De cada uno emanaba un aura diferente.
—Aquí es donde se esconden…
Una figura surgió del primer portal.
Era alta, delgada, con piel de ceniza y un ojo cubierto por un vendaje negro. Su cabello caía hasta la cintura, y su ropa estaba hecha de plumas negras que se movían como vivas.
—Tú debes ser el recipiente rebelde.
Victor tensó los puños.
—¿Quién eres?
—Soy Neiro, el domador de sombras. Segundo Cazador.
Del segundo portal, emergió otra figura. Más baja, más corpulenta, con una armadura de huesos fusionada a su piel. Su voz retumbó como una avalancha.
—Zaruk, el devorador de maldiciones. Tercer Cazador.
Y del último, descendió una figura femenina, envuelta en un kimono rojo, flotando sobre un loto de sangre. Su rostro era bello, pero sus ojos estaban vacíos.
—Kagura, la asesina de dominios. Cuarta Cazadora.
Victor dio un paso atrás. Su corazón latía con fuerza.
Tres contra uno.
—Perfecto… —susurró, una sonrisa creciendo en sus labios—. Justo lo que necesitaba para probar mi nuevo poder.
Combate triple
Neiro fue el primero en atacar, sus sombras serpenteando como cuchillas vivas. Victor las esquivó, usando su agilidad mejorada. Clavó los pies en el suelo y giró el brazo.
¡Desmantelar!
El corte invisible rasgó las sombras, pero no al usuario.
Zaruk cargó como una bestia, su cuerpo descomponiendo el terreno a su paso. Victor saltó, canalizó energía maldita en sus pies y giró en el aire.
¡Cortar!
Varios tajos cortaron el brazo de Zaruk, pero este rugió, regenerándose al instante.
—¿Se alimenta de maldiciones?
Kagura alzó las manos, y los tres fueron arrastrados a un dominio compartido. Un jardín rojo, donde cada flor liberaba energía corrosiva.
—Tu dominio se está derrumbando, Sukuna —susurró ella—. Ya no eres el mismo.
Victor sonrió.
—Tienes razón. No soy él.
¡Fukuma Mizushi!
Su propio dominio se superpuso. El jardín fue devorado por el templo budista demoniaco. Las bocas en las paredes rieron mientras los cortes automáticos activaban Cortar y Desmantelar por todo el terreno.
Los tres cazadores se vieron forzados a retroceder, sorprendidos.
Neiro perdió un brazo.
Zaruk fue lanzado fuera.
Kagura sangró por la boca.
—¡Maldito…! ¡Eres más peligroso de lo que dijeron!
Un nuevo despertar
Victor cayó de rodillas, el dominio colapsando. Le faltaba fuerza para sostenerlo tanto tiempo.
Pero lo había hecho.
Había enfrentado a tres cazadores, solo, y sobrevivido.
Una voz habló en su mente. No la de Sukuna. Una nueva.
—Estás despertando, niño. No eres solo un recipiente… Eres el nexo entre la maldición y la humanidad.
Victor se aferró a esa frase. No sabía de dónde venía, pero sintió que era importante.
Los tres cazadores escaparon. No estaban vencidos, pero tampoco ilesos.
De regreso
Victor caminó hasta un acantilado cercano. Desde allí, se veían las luces de Kioto.
—Sobreviví. Pero esto no ha terminado.
Gojo apareció a su lado, como si hubiese estado esperándolo.
—Te advertí que no podías hacerlo solo.
Victor no se giró.
—Y tú sabías que lo intentaría.
—Claro —Gojo sonrió—. Por eso los dejé seguirte.
Del bosque salieron Megumi, Nobara, Yuji, Panda, Maki, Inumaki.
Todos.
—¿Pensaste que no vendríamos, idiota? —gruñó Yuji.
Victor se giró, sorprendido. Por primera vez… sonrió de verdad.
—Gracias… de verdad.
Epílogo
En una cámara subterránea, los cazadores heridos se arrodillaban ante una figura cubierta con un manto dorado y una máscara negra.
—¿Fallaron…?
—Está evolucionando. Más rápido de lo previsto…
La figura se giró, y solo dijo una palabra.
—Entonces… despierten a La Reina.
Fin del Capítulo Catorce.