Amor Entre Enemigos

Contenido +18

Flor Rojas

Se acerca con calma, la copa en la mano. La estira hacia mí sin apartar la mirada, y la recibo con un gesto casi automático. Doy un sorbo, esperando su respuesta, mientras él se recuesta en la silla con esa seguridad que tanto me desconcierta.

—Porque sé que de mi parte no tendrás ese tipo de sentimiento —dice con voz tranquila, antes de beber un poco de su trago—. Y, para serte sincero, tampoco me interesa despertarlo. No soy un príncipe azul, nena —añade, rozando con los dedos un mechón de mi cabello—. Y jamás lo seré. Me gusta la vida que llevo.

—¿La vida de mujeriego? —pregunto, arqueando una ceja.

—Exactamente —responde sin dudar—. Y no pienso cambiar por nada ni por nadie. Así que dime, ¿aceptas o no? Si lo haces, quiero que tengas claro que lo nuestro no interferirá con tu vida ni con la mía.

Sus palabras me dejan pensativa por un instante. ¿De verdad cree que tengo a alguien? Si así fuera, nunca habría permitido que me tocara, ni mucho menos que me hablara de esa manera.

—¿Acaso piensas que tengo a alguien en mi vida? —pregunto, mirándolo directamente.

—¿No es así? —me devuelve la pregunta con una media sonrisa.

Suelto una carcajada incrédula, lo bastante fuerte como para que él me mire como si acabara de decir una locura.

—¿En serio crees eso? Si tuviera a alguien, ¿crees que estaría aquí contigo? —le digo, con un tono más cortante de lo que esperaba.

Él me observa en silencio, evaluando mis palabras.

—Me imaginé de todo menos que estuvieras sola —responde al fin.

—Pues imaginas mal —replico, dándole otro sorbo a mi copa. Y, casi sin pensarlo, añado—: ¿Y si te dijera que nunca he estado con ningún hombre? ¿También lo dudarías?

La sorpresa en su rostro me hace apartar la mirada. Me invade una ligera incomodidad, aunque trato de disimularla. Su expresión cambia, la sonrisa que surge no es de burla ni de triunfo, sino algo más… intenso.

—Entonces me considero afortunado —dice, inclinándose lentamente hacia mí. Su voz es más baja, más cercana—. Ser el primero en tocar tu vida, tu piel, tu historia… lo que sea que me dejes tocar.

Sus palabras me recorren como una corriente. Intento mantener la compostura, no darle el gusto de saber que logra desestabilizarme. Pero cuando su rostro queda a pocos centímetros del mío, su respiración se mezcla con la mía y el mundo parece detenerse.

—¿Aceptas o no? —susurra, apenas rozando mis labios con los suyos.

Lo miro fijamente. No digo nada por un instante, queriendo creer que tengo el control, que puedo resistirme. Pero no lo hago.

—Sí —respondo al fin, con voz suave pero firme.

Su sonrisa es leve, casi imperceptible, pero suficiente para hacerme saber que lo que acaba de comenzar no será nada sencillo.

...----------------...

Eriks Ivanova

Me recorrió una oleada de triunfo al saber que yo sería su primer hombre; la confirmación hizo que mi ego se elevara con una fuerza embriagadora. Cuando ella asintió, acerqué mis labios a los suyos, y la alcé. Sus piernas rodearon mi cintura en un abrazo instintivo. Deslicé mis manos bajo la tela de su vestido, aferrándome a la firmeza de sus nalgas. Avancé a ciegas hasta la habitación, empujándola suavemente contra la puerta.

Mi mano ascendió por su espalda, liberando la parte superior de su vestido.

La tela cayó, revelando el esplendor de su pecho, un espectáculo que se había convertido en mi más dulce obsesión. Aunque siempre he admirado la belleza femenina, nunca una mujer había encapsulado mis gustos con tanta precisión, con tal perfección desarmante.

Ella era un fuego: su cabello rojizo, un verdadero resplandor. Su rostro era una obra de arte, sus ojos de un azul tan puro y profundo que jamás había visto igual. Los labios, carnosos y rosados, y sus largas pestañas que enmarcaban una mirada inolvidable. El lienzo de su cuerpo era igualmente cautivador: un abdomen plano y una cintura que prometía fragilidad y fuerza.

Sus nalgas, ideales para sus piernas esbeltas y potentes. Pero el clímax de esta visión, mi verdadera tortura, eran sus senos: grandes y altivos, de un tamaño perfecto para mis manos, con pezones rosados que me llevaban al límite.

Mis manos se cerraron sobre sus senos, masajeando y apretando suavemente. Acerqué mi boca a uno de ellos, provocando un gemido que me arrojó a un pozo más profundo de deseo. La lamí con una necesidad voraz, una posesión impaciente, aunque ella hizo una mueca de dolor, no me pidió detenerme. Volví a sujetarla, sin soltar mi premio, y la llevé hasta la cama.

Terminé de deslizar el vestido, revelando una lencería roja de hilo fino que apenas cubría lo esencial. La visión de esa seda escarlata elevó mi pulso. Retiré la última barrera y la guardé en mi bolsillo. Desnuda sobre las sábanas blancas, con su cabello rojizo extendido como un halo, era la más perfecta obra de arte.

Me despojé de mi propia ropa, quedando expuesto ante ella. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios al ver su rostro sonrojado, una mezcla de sorpresa e intimidación ante lo grande y erguido de mi entrepierna. Ella tomó su tiempo para recorrer mi cuerpo. Cuando sus ojos volvieron a fijarse en mi dureza, noté una sombra de preocupación. Sabía que temía el dolor. A simple vista, era una mujer hermosa, fuerte, inteligente, capaz de doblegar voluntades, como la del hombre que trabajaba para ella. Pero en este momento, viéndola allí, era solo belleza, inocencia y una delicadeza abrumadora.

Me descubro contemplándola, no solo por su cuerpo, sino por la forma en que cada gesto suyo parece genuino, natural, como si no intentara impresionar a nadie. Y, sin embargo, lo logra sin esfuerzo.

—No sabes lo que provocas —susurro, con la voz más baja de lo que pretendía.

Ella me mira, sin apartar la vista.