SALEM UN AMOR INESPERADO

Ella hojea el libro del baúl y se da cuenta de que ya lo sabe todo.

Se siente frustrada, como si su camino no tuviera misterio.

Salem observa en silencio, sorprendido de cuánto poder ha acumulado…

Pero no puede hablarle, solo Corvyn escucha y responde, con esa mezcla entre sarcasmo y sabiduría.

Ahí nace una conversación profunda entre Clarisse y Corvyn, donde ella se sincera, habla de la academia, del dolor de sentirse fuera de lugar, del vacío que no se llena con poder.

Clarisse hojea el cuaderno oscuro con el broche de media luna oxidada.

Sus dedos pasan por las páginas lentamente, sin miedo, pero con esa sensación desagradable de estar leyendo algo que ya ha leído cien veces.

Hechizos de sanación.

Ilusiones menores.

Encantamientos para cambiar el clima.

Filtros de olvido...Suspira.

Cierra el cuaderno de golpe.

—Ya los conozco todos —dice en voz baja, más decepcionada que orgullosa.

—¿Decepcionada por saber demasiado? —pregunta Corvyn desde la estantería, acomodándose entre una calavera sin mandíbula y un frasco de caramelos viejos—.

Qué tragedia griega tan moderna.

Ella no ríe.

Se sienta en el suelo, cruzando las piernas como cuando era niña, y mira el cuaderno como si esperara que, al menos, se incendiara por sí solo.

Salem, desde el rincón más oscuro, la observa con los ojos entrecerrados.

—¿Sabes qué es lo peor? —dice Clarisse, mirando al vacío—.

Que pasé seis años en ese internado infernal, con profesores que me trataban como si fuera una escoba con piernas, con brujas que me miraban como si yo no mereciera estar ahí…

Y aún así, aprendí todo,Todo...Hace una pausa.

—Y ahora que estoy aquí… con todo ese conocimiento… no sé quién soy.Ni siquiera puedo hablar con mi madre de esto , ya viste como se fue .

El silencio se estira como un hechizo mal lanzado.

Corvyn no responde enseguida.

Sus alas se contraen ligeramente.

Hasta él, el pájaro irreverente, parece incómodo con la verdad desnuda.

—Clarisse… —empieza—. El poder no sirve si solo lo acumulas como monedas en una caja cerrada.

Tú puedes conjurar tormentas, sellar portales, curar huesos rotos con un soplido…

Pero todo eso no importa si tú sigues rota por dentro.

Ella baja la mirada.

—¿Estoy rota?

—No.

Solo estás… mal remendada.Y tienes que hablar con tu madre.

Un silencio espeso.

Salem pestañea. Su cuerpo sigue inmóvil, pero su mente va corriendo, observando cada palabra como si fuera una semilla que empieza a germinar.

Clarisse sonríe, amarga.

—A veces me sentía invisible allá. Como si nadie me viera, ni siquiera cuando ganaba algún duelo o salvaba una poción maldita de explotar.

Algunas brujas me temían…Porque nisiquiera podía controlar mi poder .

Pero nadie me conocía.era horrible me sentía a morir ,si no fuera porque tenía tu compañía.

—Lo se —responde Corvyn sin titubear—Siempre lo hice.

Ella lo mira, y esta vez, sí sonríe.

De verdad.

—Fuiste el único que me habló cuando todos callaban.

Fuiste… como mi voz cuando yo no tenía una.

Corvyn inclina la cabeza.

—Y lo seguiré siendo, mientras me soportes.

—No es fácil soportarte.

—Lo sé. Por eso soy un cuervo. Si fuera fácil, sería un canario.

Ríen, al fin.

Aunque la risa de Clarisse está teñida de nostalgia.

Y entonces, muy despacio, desde su rincón, Salem susurra solo para Corvyn:

—Tiene poder…Ella aún no saca todo su poder.

Corvyn gira ligeramente la cabeza, como si lo hubiera escuchado sin querer.

—¿Qué estás diciendo, gato de incógnito?

Salem lo ignora.

Clarisse cierra el baul con más fuerza de la necesaria.

—Listo —dice, sacudiéndose el polvo de las manos—.

Es hora de descansar. Mañana tenemos que recorrer el bosque…

Pero no olvidemos lo más importante de esta noche: la comida.

—¡Al fin una sabia decisión! —grita Corvyn desde lo alto del armario—. Ya pensaba que nos ibas a alimentar con tus emociones reprimidas. Y eso, querida, no llena ni a una lombriz emocionalmente disponible.

—Yo preferiría la lombriz —gruñe Salem, bajando del estante con la elegancia silenciosa de un depredador frustrado.

Clarisse entrecierra los ojos.

—¿Están hablando otra vez entre ustedes?

Corvyn la ignora descaradamente.

—Nada que deba preocuparte. Solo una reunión felino-aviaria de alto nivel. Conversaciones profundas sobre la inmortalidad, los insectos… y lo inútil que es tu habilidad para cocinar sin quemar algo.

—Una vez… UNA vez quemé el pan de runas —responde Clarisse con los brazos cruzados—. ¿No van a soltar eso nunca?

—No mientras tenga plumas para recordarlo —canta el cuervo con malicia.

La cena es sencilla: sopa de raíz lunar, pan recién calentado y una infusión que Clarisse asegura que ayuda a dormir.

Corvyn dice que prefiere “licor de trueno”, pero termina bebiendo igual.

Salem solo se sienta a observar, como si comer fuera una formalidad de los tontos.

Clarisse los mira en silencio por un momento.

Un cuervo sarcástico, un gato que parece guardar universos enteros dentro, y ella… una bruja que aún no sabe quién es, pero que pronto lo descubrirá.

Después de comer, los platos se lavan solos con un hechizo suave.

La casa se oscurece poco a poco, como si la noche fuera hundiendo sus dedos por las ventanas.

—Hora de dormir —dice Clarisse.

Y como si el sueño también obedeciera hechizos, se aleja a su habitación, sin notar que, detrás de ella, Corvyn y Salem siguen hablando.

—¿Vas a decirme qué te pasa o vas a seguir lamiéndote la pata para no contestar? —pregunta el cuervo, ya sin burla.

—Ese libro… —susurra Salem—. No era solo un cuento.

—¿Lo sabías?

No respondo...solo veo a Clarisse ir hasta la cama y lanzarse sobre ella, para luego abrazar su almohada y acurrucándose hasta quedarse dormida. Se veía tan… hermosa.

¿Cómo se le dice a una humana que un gato puede enamorarse de su belleza interior, de su risa, de la manera en que se enfrenta al mundo con miedo y valentía a la vez, sin que te rechace? Y más aún… ¿cómo se le habla a una bruja que he visto crecer desde niña, que ha llevado sus miedos a flor de piel y aún así brilla con luz propia? No lo sé. Yo, Salem, un simple gato, no lo sé.

Y aun así, siento que no debería sentir esto. Porque si hay que ponerle un nombre… sí, me enamoré de ella. Tal vez por eso evitaba acercarme, o tal vez por eso odio al pajarraco: él sí puede estar cerca de ella y dejarse tocar cuantas veces quiera. Cada vez que lo veo con ese aire altivo, me dan ganas de arrancarle unas cuantas plumas. Un suspiro cansado se escapó de mí; apenas había vuelto y ya estaba celoso de nuevo.