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Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

Status: En proceso
Genre:Amor a primera vista
Popularitas:4.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Mel G.

Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.

NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

LA MUERTE DE OCTAVIO.

...Romina:...

Tenía la vista fija en el monitor, pero no había escrito una sola palabra en los últimos minutos. La pantalla seguía iluminada, con los datos parpadeando frente a mí, pero mi mente estaba en otro lugar. O en muchos, todos al mismo tiempo.

Mi escritorio era un reflejo del caos que intentaba mantener bajo control: documentos amontonados, pendientes urgentes, mensajes sin responder.

Desde que Reachel desapareció…

Todo cambió.

Santos se apagó. Se convirtió en una sombra. Apenas come, apenas habla. Y aunque intenta seguir, su ausencia emocional es tan notoria que lastima.

Y Elena… Elena hace lo que puede. Pero está rota.

Así que, sin que nadie lo pidiera, sin que nadie me lo agradeciera, fui yo quien sostuvo todo.

Me hice cargo del trabajo, de los informes, de las reuniones, del desastre que dejaba una familia fragmentada.

Y Víctor…

Víctor se alejó. O tal vez yo fui quien lo empujó con mi orgullo. Con nuestra última pelea.

Suspiré, cerrando los ojos un segundo.

No podía pensar en eso ahora.

Tomé un sobre con documentos que necesitaban la firma de Elena. Iba a dejárselos, tal vez con suerte la vería un momento. No quería hablar, solo verla. A veces uno necesita confirmar que la gente que quiere… aún está entera.

Caminé por los pasillos a paso rápido, decidida, como siempre. Nadie se atrevía a detenerme. Ni siquiera a preguntarme cómo estaba.

Al llegar a recepción, vi a Rose colgando el teléfono. Su rostro estaba pálido. Me miró con una mezcla de sorpresa y compasión.

—¿Todo bien? —pregunté con una sospecha que ya empezaba a dolerme.

—Señorita Corjan… —murmuró ella—. Elena no vendrá hoy. Acabo de hablar con ella.

—¿Qué pasó?

Rose dudó antes de soltarlo.

—Su padre fue hospitalizado esta mañana. Está muy grave. Elena está allá desde temprano.

El sobre se arrugó bajo mi mano. Mi pecho se encogió.

El padre de Elena…

Víctor debía estar con ellos.

Tragué saliva. Me sentí extraña, abrumada, sin un rumbo claro por primera vez en días.

—Gracias, Rose —dije apenas.

Me giré. Mis pasos eran rápidos, como si temiera que si tardaba un segundo más, algo dentro de mí se derrumbaría.

No sabía qué iba a decir al llegar.

No sabía si Víctor querría verme.

No sabía siquiera si debía ir.

Pero el cansancio, la preocupación y la soledad acumulada me empujaban hacia allí.

Aunque él estuviera distante.

Aunque no me hablara.

Aunque no me necesitara…

Yo sí lo necesitaba a él.

...****************...

Nos sentamos en silencio.

No nos tomamos de la mano.

No cruzamos miradas constantes.

Solo estábamos ahí… uno al lado del otro, como si ese gesto tan simple bastara para sostenernos.

Víctor tenía los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas, la mirada fija en el suelo. Su perfil era tenso, pero su respiración ya no era pesada como al principio. El dolor en su pecho aún estaba, pero no era tan ruidoso. Lo supe porque lo sentí también en el mío.

—¿Cómo está tu papá? —pregunté en voz baja, rompiendo la barrera del orgullo.

Víctor tardó en responder. No me miró.

—Se está apagando.

El silencio que siguió fue cruel. Me mordí el labio y bajé la mirada.

—Lo siento… de verdad. No sabía nada hasta que vine a ver a Elena. Rose me dijo que estaban aquí. Quise venir… no sé, por ti.

Finalmente, me miró.

Y sus ojos…

No eran los de un hombre fuerte.

Eran los de un hijo asustado.

—Gracias por venir —susurró—. No esperaba verte… pero estoy agradecido de que estés aquí.

—Yo también —dije antes de pensarlo.

Nos quedamos mirándonos.

Había tanto que no habíamos dicho. Tanto orgullo en el aire, tanto daño mal explicado. Pero ahora todo parecía lejano, casi sin importancia.

—Me hiciste enojar —solté, sin rencor, apenas como un suspiro.

Él esbozó una sonrisa cansada.

—Y tú me hackeaste.

—No empezamos con lo mejor —reí por lo bajo, aunque no había mucho de gracioso en eso.

—No —coincidió él—. Pero a pesar de todo, estoy aquí. Y tú también.

Otra pausa.

—¿Te dolió que me alejara? —pregunté, temiendo su respuesta.

—Mucho —confesó sin pestañear—. Me dolió más de lo que estoy dispuesto a admitir. Pero también entiendo por qué lo hiciste. Solo que… me hubiese gustado que supieras que nunca fue por desconfianza. Fue mi forma de protegerte.

—Y la mía fue la de defenderme.

—Lo sé.

Se inclinó un poco, lo suficiente para rozar su hombro con el mío.

No me aparté.

No lo rechacé.

Nos quedamos así, compartiendo ese instante.

...****************...

Estábamos en silencio.

Ya no era incómodo.

Era… necesario.

Víctor no se movía. Su hombro seguía rozando el mío, y aunque no era un contacto intencional, sentía que él tampoco quería alejarse.

Entonces, lo vimos.

La figura del médico apareció al fondo del pasillo.

Su bata blanca se movía sin prisa, pero sus ojos lo decían todo.

Víctor se enderezó. Se puso de pie tan rápido que yo también lo hice por reflejo. El aire se volvió denso. Pesado. Como si el mundo supiera que algo estaba a punto de romperse.

—¿Doctor? —preguntó él, con la voz más firme de lo que cualquiera podría haberlo dicho en ese momento.

El hombre bajó un poco la cabeza. Las palabras le costaron.

—Lo siento mucho, señor Luján… hicimos todo lo que estaba en nuestras manos. Su padre ha fallecido hace unos minutos. Fue tranquilo. Sin dolor.

Me quedé congelada.

Sentí como si el suelo temblara un poco bajo mis pies.

Pero fue el cuerpo de Víctor el que se movió.

No dijo nada.

No hizo un gesto.

Solo respiró hondo… una vez… dos…

Y luego lo vi cerrar los ojos.

Como si el dolor necesitara espacio para estallar en silencio.

Yo tampoco hablé.

Solo di un paso hacia él.

Otro.

Y entonces, cuando estuvo a punto de quebrarse, me acerqué y lo abracé.

Al principio no reaccionó.

Sus brazos quedaron a los costados, tensos, como si aún intentara sostener todo por sí mismo.

Pero luego, con un suspiro que me partió el alma, lo sentí rendirse.

Sus manos me rodearon la cintura. Su frente se apoyó en mi hombro.

Y el mundo dejó de existir por un momento.

—Lo siento tanto… —susurré, sin encontrar más palabras.

Víctor no respondió.

Pero no hizo falta.

Sentí que Víctor se aferraba un poco más a mí.

No me importó.

No dije nada.

Solo me quedé con él, sosteniéndolo como si pudiera protegerlo de ese vacío que acababa de abrirse en su vida.

Fue entonces que escuché pasos apresurados en el pasillo.

Me giré ligeramente, sin soltarlo del todo.

Elena venía al frente. Sus ojos ya estaban empañados. Elliot la seguía con rostro tenso, el brazo extendido detrás de ella, como si intentara detener su prisa sin tener el valor de hacerlo.

Ferid venía unos pasos más atrás, en completo silencio, con una expresión que rara vez le había visto.

Elena apenas vio a Víctor y supe que ya lo sabía.

—¿Víctor…? —su voz se quebró antes siquiera de pronunciar bien su nombre.

Él se separó de mí con delicadeza, sin decir una palabra. Pero sus ojos… estaban enrojecidos, cargados. Dolorosos.

Elena se lanzó a sus brazos sin dudarlo.

—Lo siento, hermano. Lo siento tanto… —sollozó, enterrando el rostro en su pecho mientras Elliot los rodeaba a ambos como un escudo silencioso.

Ferid se acercó hasta mí, sin atreverse a interrumpir.

—¿Acaba de…? —preguntó en voz baja, con los ojos clavados en su jefe.

Asentí.

—Hace apenas unos minutos.

Ferid tragó saliva. Sus manos se metieron en los bolsillos, pero su mandíbula estaba tan tensa como la de Víctor momentos antes.

Después de un rato, cuando el silencio se instaló de nuevo como una sombra, Víctor acarició con suavidad la cabeza de su hermana.

—Estaba tranquilo… —dijo él finalmente, con voz baja—. No sufrió.

Elena asintió entre lágrimas.

Elliot le sostuvo los hombros con firmeza, ofreciéndole apoyo, pero también buscando darle fuerzas a Víctor.

Ese gesto me pareció tan propio de Elliot: saber cuándo contener y cuándo empujar a caminar.

Ferid fue el último en acercarse a Víctor.

No dijeron nada.

Se limitaron a un apretón de hombro.

Uno fuerte.

De esos que solo se dan entre hermanos de otro tipo, de esos que comparten historia, guerras, heridas… y ahora, pérdida.

Me sentí de pronto fuera de lugar.

Pero antes de retroceder, la mirada de Víctor se cruzó con la mía.

Esa mirada que me exigió que no me fuera.

Y en ese momento, sin palabras, supe que no estaba de más.

Que de algún modo… yo también era parte de eso.

De él.

...****************...

...Victor:...

La casa estaba en silencio, pero mi cabeza era un campo de guerra. Todos dormían, o al menos lo intentaban. Yo solo podía pensar en él. En su voz. En sus ojos. En todo lo que fue y ya no es.

Mi padre murió esta mañana… y yo no sé cómo despedirme de alguien que formó cada parte de lo que soy, incluso las que más detesto.

Me senté en el borde de la cama. Mis manos temblaban, pero no por debilidad. Era rabia. Tristeza. Esa clase de vacío que uno no sabe nombrar. Y entonces, como un relámpago en la oscuridad, el pasado me golpeó de frente.

Mi madre acaba de morir hace unos días. Tenía diecisiete años. El labio abierto. La ceja sangrando. Acababa de ganar una pelea callejera, como tantas otras. Me escabullí en casa creyendo que podría subir sin ser visto. Pero su voz me detuvo:

—¿Otra vez?

Él estaba ahí. De pie. Imponente. El rostro endurecido por el juicio y la decepción.

—No empieces —le dije.

—¿Cómo no voy a empezar, Víctor? ¿Ves cómo estás? —Me tomó la barbilla con fuerza y me alzó la cara. No me dolió. Dolía más su mirada.

—No me pasó nada —gruñí.

—Cada vez que peleas, pierdes algo. Pero parece que eso es lo único que sabes hacer.

—Al menos yo peleo. Tú solo juzgas desde tu maldito pedestal.

Nos gritamos. Nos dijimos cosas que nunca debimos decirnos. Luego él se fue a dormir. Y yo subí al cuarto como una tormenta mal contenida.

Pero no fue esa pelea la que me marcó.

Fue la última vez que lo vi, cuando regresé después de todo lo que había vivido. Después de años sin saber si lo volvería a ver. Con una bala atravesando mi pasado, con culpas que me carcomían.

Él estaba en el jardín de Elena, más viejo, más delgado, en su silla… pero con la misma fuerza en la mirada. Me acerqué. No sabía si me golpearía, si me ignoraría, si me recriminaría por desaparecer.

Pero lo único que hizo fue pedirme que me inclinara, esperaba una bofetada, pero no, me abrazó.

Yo no supe qué hacer. Me quedé quieto.

Y entonces, con voz baja, quebrada, me dijo:

—Te amo, hijo.

Tres palabras. Tres palabras que arrasaron con todos mis muros. Con todos los años de silencio, de tensión, de expectativas.

No lloré entonces. No delante de él.

Pero esta noche… en esta cama, con la certeza de que no volverá, sí.

Ahora sí lo hice.

...****************...

...Romina:...

La casa de Elena estaba más silenciosa de lo habitual. El murmullo de quienes iban y venían por los pasillos se apagaba contra el peso invisible del duelo. Todo era ordenado, limpio… y doloroso.

Desde temprano, había estado ayudando a coordinar el funeral. No lo hacía solo por amabilidad. Lo hacía por ellos. Santos bueno en este punto ya no salía de su casa. Elena apenas dormía. Y Víctor… Víctor caminaba como si cargara toneladas sobre la espalda, sin permitir que nadie lo ayudara.

Cuando entré al estudio, él estaba ahí, sentado en el sillón de cuero oscuro. La postura rígida. Los ojos perdidos en la ventana. Su mano derecha descansaba sobre su muslo, el anillo plateado brillando discretamente bajo la luz.

—Todo está listo —dije con suavidad, quedándome en el umbral.

Él asintió, pero no me miró.

—Gracias.

El tono de su voz era rasposo, contenido. Me acerqué y me senté frente a él.

—¿Qué tipo de flores le gustaban a tu padre?

—Nunca tuvo tiempo para esas cosas —respondió—. Pero decía que las orquídeas eran para débiles.

Su boca se torció apenas en un gesto que no supe si era una sonrisa amarga o resignación.

—Le pusimos orquídeas —comenté, sin borrar la intención.

—Lo hubiera odiado —susurró. Pero no se movió. No protestó.

Se hizo un pequeño silencio.

—Estuvo en todas tus competencias, ¿verdad?

Víctor asintió. Lento.

—Siempre. Aunque no dijera nada. Al final, solo señalaba mis errores. Nunca lo bueno.

—Eso duele —dije. No como crítica. Sino como quien lo ha sentido también.

—Me hizo fuerte. Pero me costó años no sentirme insuficiente.

En ese momento, Elliot apareció en la puerta del estudio, con un par de hojas en la mano y la expresión serena, aunque agotada.

—Romina, ya llegó el servicio funerario. Quieren revisar contigo los arreglos de protocolo —dijo con voz baja—. Yo me quedaré con Víctor un momento.

Asentí, y me levanté sin decir más.

Antes de salir, Víctor alzó la mirada y me detuvo con una pregunta que me tomó por sorpresa.

—¿Tú crees… que alguna vez estuvo orgulloso de mí?

Me giré, sin pensarlo.

—Creo que lo estuvo desde el primer día. Solo que nunca supo cómo decirlo.

Me fui, dejando a los dos hermanos políticos solos.

Desde el pasillo, escuché cómo Elliot se acercaba a él, y con ese tono que siempre usaba cuando quería ser firme sin imponerse, dijo:

—Él no sabía cómo expresar lo que sentía, Víctor. Pero nosotros sí. Y no estás solo.

No me detuve a escuchar más.

Pero en ese momento, sentí que, aunque este fuera un funeral, también era el inicio de una despedida más grande: la de todo lo que Víctor había tenido que cargar solo por años.

Y no pensaba dejarlo solo en eso.

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Alison Mendoza Sotelo
Nesesito más
Mel G.: Ya finalizó, pero la invito a leer mis otras novelas anteriores a esta, son muy lindas tambien, y habla un poco más de los personajes secundarios. O bien seguir con la historia de Paolo.
Gracias por su tiempo. 🙏🏻💖
total 1 replies
Alison Mendoza Sotelo
Nose si ponerme a cocinar o seguir leyendo
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