Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

SECUESTRO

...Romina:...

Esa mañana desperté sintiéndome extrañamente en paz. Había dormido bien, algo que últimamente no era tan común. Me tomé mi tiempo para alistarme, incluso pude desayunar tranquila. Todo parecía en orden: los papeles listos, la agenda despejada. No tenía ningún mal presentimiento.

Tenía la sensación de que todo iba a salir bien.

Qué ingenua fui.

Estaba en mi oficina cuando escuché un golpe suave en la puerta.

—¿Estás ocupada? —preguntó Elena desde el marco.

—Solo un poco, dime —le respondí, invitándola a pasar.

—¿Puedes acompañarme a ver a unos clientes? Iba a llevar a Rose, pero está ocupada con otra cosa y no está tan familiarizada con el proyecto.

—¿Es sobre el de Reachel? —pregunté, y cuando asintió, no dudé. —Seguro, dame un momento.

Guardé los papeles que tenía sobre el escritorio, tomé mi bolso, una carpeta, y salimos juntas de la oficina.

El trayecto fue tranquilo. Íbamos concentradas, repasando los últimos detalles antes de llegar con los clientes.

—¿Tienes lista la presentación de la casa? —me preguntó Elena mientras el auto avanzaba.

—Sí, aquí la tengo —respondí, revisando la carpeta en mis manos.

—¿Lista de mobiliario?

—También está aquí —dije, señalando otro apartado.

—¿Y el presupuesto desglosado?

Me sobresalté un poco al escucharlo. ¿Eso me tocaba a mí.?

—Lo tengo yo.— Dijó Elena.

Suspiré aliviada.

—Entonces, al parecer, está todo listo —dijo.

No alcanzamos a relajarnos. El chofer frenó de golpe, y el auto se sacudió con fuerza. Me aferré al asiento con una mano mientras mi corazón se aceleraba.

—¡Agáchense! ¡No salgan del auto por ningún motivo! —gritó el chofer desde el asiento delantero.

—¿Qué está pasando? —preguntó Elena, ya con miedo en la voz.

—¡Nos están atacando!

Elena me miró con los ojos tan abiertos como los míos. El miedo nos congeló por un instante.

Los disparos comenzaron a escucharse como truenos.

Nos lanzamos al piso del auto y nos cubrimos los oídos, aunque era inútil. Las balas chocaban contra el blindaje con un estruendo que parecía atravesarnos. Cada impacto me hacía temblar por dentro.

Maldita sea ¡Estoy casi segura de que vienen por ella!

De pronto, el escolta que iba con nosotras abrió la puerta y bajó. Tal vez creyó que podía defendernos. Que podía hacer algo.

El tiempo se volvió una mezcla confusa de miedo, disparos y desesperación… hasta que, de pronto, todo se detuvo.

Solo se oyeron pasos. Lentamente, se acercaban. Cada pisada sobre el pavimento retumbaba en mi cabeza como una cuenta regresiva.

La puerta lateral se abrió bruscamente, y la luz del sol nos encegueció un segundo. Un hombre armado nos miró desde afuera.

—Deben acompañarnos —dijo con voz seca, sin levantarla demasiado.

Nos quedamos inmóviles.

—¿Acaso no fui claro? —insistió, y esta vez levantó el arma.

—Está bien… está bien —dije levantando las manos con lentitud.

—Muévanse —ordenó, señalándonos con el cañón del arma.

Elena y yo nos miramos. No dijimos nada, pero entendimos lo mismo: obedecer era lo único que podíamos hacer.

Yo bajé primero. Luego ella.

Apenas pusimos un pie fuera del auto, sentimos el frío del arma contra la nuca. Un hombre se colocó detrás de cada una.

—Caminen — me empujo.

Intenté mantenerme firme, aunque las piernas apenas me respondían.

Mientras caminaba, observé el horror frente a mí. Los guardias de seguridad estaban tirados en el suelo. Algunos muertos. Otros, tal vez no.

Vi también cuerpos de los atacantes. Pero ellos eran muchos más. Nos superaban por mucho.

—¡No se las lleven! —gritó una voz detrás.

Un guardia. Aún con vida. Una chispa de esperanza.

Pero el hombre que iba detrás de Elena se giró y, sin dudarlo, le disparó. La bala le atravesó la frente.

Cayó sin emitir un solo sonido.

Elena y yo nos sobresaltamos. Quise correr, gritar, hacer algo… pero no podía moverme. Una reacción extraña en mi.

Nos subieron a otra camioneta y el vehículo arrancó.

Nos alejaban.

De todo.

...****************...

Nos empujaron dentro de una habitación. Era extrañamente linda para ser parte de un secuestro. Alfombra gruesa, muros empapelados, una cama impecablemente tendida. Ridículo. Como si eso fuera a suavizar lo que estaban haciendo.

Uno de los hombres me empujó con fuerza y Elena casi cayó al suelo.

—¡Imbécil! ¿No ves que está embarazada? —le solté sin pensarlo. Nunca me he callado ante ningún malnacido, y este no sería la excepción.

El tipo sonrió con desdén, como si le hiciera gracia que lo enfrentara.

—En un momento vendrá el jefe, más les vale que no le den molestias porque él no será tan comprensivo con ustedes —dijo con arrogancia. Luego se acercó y me tomó de la barbilla como si yo fuera una muñeca de trapo—. A ver si con él sigues siendo tan brava.

Me aventó la cara aún lado.

—Debemos encontrar una salida —le dije a Elena, y empezamos a revisar cada rincón. Yo no me dejo encerrar sin luchar. Jamás. Las ventanas estaban selladas. El baño tenía una ventanita ridícula por la que apenas podía colarse el aire, mucho menos un cuerpo.

—Carajo —murmuré.

—Lo lamento, esto es mi culpa —dijo Elena con voz baja, sentándose en la cama.

—Claro que no. Esos malditos son unos delincuentes, no tú —respondí, aunque por dentro ya sentía que había algo más.

—Lo más seguro es que Franco esté detrás de esto, así que sí, es mi culpa —insistió.

Me detuve y la miré.

—¿Qué tiene que ver Franco en todo esto?

Su expresión se tensó. Sus ojos estaban llenos de peso, como si por fin hubiera decidido abrir la caja de Pandora.

—Siéntate. Te contaré un par de cosas —me pidió.

Me senté. No por sumisa, sino porque si algo iba a ayudarme a salir de allí, era saber qué clase de mier**a estábamos pisando.

Elena me lo contó todo. Lo de Franco, su doble vida, el matrimonio, la traición, el miedo constante. Yo no era sentimental, pero al escucharla, me daban ganas de golpear algo. O a alguien. Ya de por si idiota estuvo haciendo de las suyas en la empresa mucho tiempo.

—Franco sin duda es un maldito psicópata —dije.

—Sí lo es. Necesita ayuda psicológica.

—Necesita morir —repliqué, sin suavizarlo.

—Tal vez con ayuda… —intentó ella.

—No pienso igual. Algunos simplemente no pueden cambiar. Solo llevan consigo destrucción y dolor. Si no muere, alguien más acabará pagando las consecuencias.

Silencio.

—Lo más seguro es que sea él quien llegue en unos momentos. Solo espero que no lastime a mi bebé —dijo, abrazando su vientre.

Me acerqué y la abracé. Estaba asustada, pero no sola. No mientras yo estuviera cerca.

Entonces la puerta se abrió de golpe.

—El jefe no vendrá. Debemos llevarlas con el. —dijo uno de los tipos mientras nos apuntaba con el arma—. Salgan rápido.

Nos empujaron por un pasillo largo. Parecía un hotel antiguo decorado en tonos rojo oscuro, con detalles dorados que no ayudaban a disimular la sensación de encierro. Al entrar en una sala amplia, varios hombres nos miraron con descaro.

—¿Quién es tu jefe? —preguntó Elena.

Uno de los hombres la golpeó con el dorso de la mano. Me encendí.

—¡Ya me tienen harto, quiero que cierren la maldita boca! —gritó.

Le escupí sin pensarlo. ¿Como se le ocurría golpearla por una simple pregunta?

—¿Qué carajos te pasa? —gritó mientras me sujetaba del cuello. Me faltó el aire, pero jamás aparté la mirada. Si iba a caer, iba a hacerlo con dignidad.

—¡Suéltala, por favor! —rogó Elena.

Entonces se escuchó una voz que hizo que todos se congelaran.

—Ya suéltala, Beneck.

El hombre me soltó con torpeza. Tosí con fuerza y sentí a Elena a mi lado. Me tomó de la mano. Me ardía la garganta, pero al menos podía respirar.

—Estas malditas ya me tienen harto —insistió el tal Beneck.

—¿O será que has perdido el toque con las mujeres? —respondió la voz desde la entrada, burlona.

Entonces lo vi. Alto, con una presencia que te hacía girar la cabeza aunque estuvieras en medio del infierno. Cabello rojo intenso, corto, perfectamente peinado. Barba recortada que le enmarcaba una mandíbula marcada como esculpida. Un traje negro entallado, impecable, como si acabara de salir de una pasarela, no de una red criminal. Y fuerte. Se notaba por la forma en que caminaba: firme, como quien está acostumbrado a imponerse.

Aunque estaba furiosa, no pude evitar que mi vista se deslizara por su figura. Lo odié por eso. Odié que me llamara la atención justo en ese momento.

—¿Qué diablos haces aquí? — le preguntó a Elena.

—Vi… Víctor —dijo con un hilo de voz. El shock en su cara era absoluto.

Yo no entendía nada.

—¿Elena, lo conoces? —pregunté.

—Es… mi hermano —respondió ella. Yo casi me atraganto.

—¿No estaba muerto? —pregunté.

—Eso creí —dijo ella, todavía mirándolo como si hubiera visto un fantasma.

—Genial, tal vez nos pueda explicar por qué estamos aquí —espeté, cruzándome de brazos.

— Cuidado con como me hablas.

Víctor me observó de arriba a abajo. No me intimidó. Solo hizo que me dieran más ganas de golpearlo.

—¿Qué? ¿Qué me ves?

—No deberías estar aquí —dijo con voz baja pero afilada.

—¡Oh! ¿En serio? —respondí con sarcasmo—. Qué considerado.

—Es la segunda vez que te lo digo. A la tercera no será así —advirtió.

No le respondí, pero no porque me hubiera ganado. Simplemente decidí medir mis palabras. A veces, el silencio vale más que una pelea perdida.

—¿Dónde está la rubia? —preguntó entonces.

—¿Cuál rubia? —preguntó Elena, confundida.

—La rubia que debía venir contigo —aclaró él.

—¿Tú sabías que iban a traerme aquí? ¿Tú lo planeaste? —preguntó Elena, dolida.

Él asintió con fastidio.

—Me pidieron el trabajo y tenía que cumplir. No sabía que eras tú, aunque describieron tus características y las de la rubia. No sé cómo estos idiotas trajeron a ella en lugar de la otra.

—Genial, tenían que traer a Reachel y ahora estoy aquí atrapada —murmuré.

Entonces si debían ser Franco y Bolat los que estaban detras, esos malditos me han metido en esto.

Elena trató de razonar con él, pero él se encerró en su coraza. Frío. Calculador.

—Olvídalo, Elena. Es un maldito cobarde —le dije.

—Te lo advertí —sentenció Víctor, clavando sus ojos en mí.

Nos regresaron a la habitación. Enviaron comida, pero no me apetecía nada. Elena comió por el bebé. Me alegré de que al menos tuviera algo de fuerza.

Horas más tarde, volvió. Esta vez con dos hombres.

—Necesitamos hablar —dijo.

—¿A dónde me llevan? —pregunté cuando me señalaron.

—Tranquila, solo necesito hablar con mi hermana —respondió.

Los hombres se acercaron para tomarme del brazo.

—¡Ey! No se les ocurra tocarla —ordenó él.

Me desconcertó. Algo en su voz cambió. No era simple protocolo. Me dejaron ir con un gesto. Caminé por el pasillo sin mirar atrás, sintiendo su mirada ardiéndome la espalda.

Me metieron en otra habitación casi idéntica a la anterior. Cama grande. Cortinas pesadas. Una lámpara que pretendía opulencia.

Como si el cautiverio pudiera perfumarse.

—¿Voy a tener servicio de habitación o solo este tour turístico? —les dije mientras me dejaban encerrada.

No respondieron. Perfecto.

Paso un tiempo cuando la puerta volvió a abrirse. Entró él.

Víctor.

El maldito. El hermano de mi amiga. El traidor.

Y aun así, ese maldito tenía presencia.

Traje negro, ajustado, sin una arruga. El cabello pelirrojo peinado hacia atrás con precisión. Barba recortada con estilo, y ese cuerpo sólido como un muro. Estaba claro que no había pasado hambre. Ni miedo.

Y sin embargo, sus ojos no eran los de un hombre tranquilo.

Eran los de alguien que jugaba con fuego y se quemaba por dentro sin admitirlo.

—Qué sorpresa. ¿Se te cayó la conciencia por el pasillo y viniste a buscarla? —le solté apenas entró.

—No. Vine a verte. Me gusta cuando estás más callada, pero… no se puede tener todo —respondió con una sonrisa apenas torcida.

Ya empezábamos.

—¿Vas a seguir haciéndote el frío mientras tu hermana se desangra emocionalmente en esa habitación?

—No vine a hablar de ella —dijo, cerrando la puerta con suavidad.

—Entonces, ¿a qué? ¿A mostrarme lo macho que eres encerrando mujeres? Mira, ya lo lograste. Estoy encerrada. ¿Feliz?

Él avanzó unos pasos. Me sostuvo la mirada con descaro. Luego ladeó apenas la cabeza.

—No lo entiendes, Romina… Estás a mi merced.

Me congelé un segundo. No por miedo. Por la forma en que lo dijo. Tan tranquilo. Tan consciente del poder que tenía en ese momento.

—¿Perdón? —pregunté, alzando una ceja, desafiante.

—Me hablaste como si fueras intocable. Como si tus palabras no tuvieran consecuencias. Pero mírate ahora… —se acercó un poco más—. Sola. Atrapada. En mi habitación.

—¿Tu habitación? Qué romántico. Me hubieras traído flores.

Sonrió, cínico.

—No hace falta. No vine a seducirte. Aunque… te ves mejor enojada que callada. Deberías odiarme más seguido.

—No necesitas esforzarte. Ya lo hago con cada célula de mi cuerpo.

—Perfecto. El odio es útil. Da energía. Fija prioridades.

—¿Y cuál es tu prioridad, Víctor? ¿Verme quebrarme? ¿Sentirme pequeña? ¿Hacerme creer que vas a tocarme sin permiso?

Él no respondió. Solo dio otro paso. Estaba demasiado cerca. Podía oler su loción: madera, especias, amenaza.

Me mantuve firme. Pero dentro de mí, sabía que si ese hombre quería cruzar una línea, tendría que matarlo antes. Y no tenía armas.

Él lo notó. No sé cómo, pero lo notó. Y entonces bajó la mirada a mi boca solo por un segundo. Lo suficiente para jugar conmigo. Lo suficiente para que mi pulso se agitara.

—¿Te asusta la idea de que te haga algo en contra de tu voluntad? —murmuró.

No parpadeé.

—¿Quieres que me asuste?

—No, Romina. Quiero que sepas que no eres quien manda aquí. Y la próxima vez que levantes la voz para juzgarme, recuerda que hay lugares peores que este. Más oscuros. Más callados.

Tragué saliva. No me moví.

—¿Eso es una amenaza?

Él sonrió, sereno.

—Llámalo un consejo.

Se giró para irse. Y cuando abrió la puerta, sin mirarme, dijo con voz baja:

—Y no creas que tus palabras no me afectan. Solo… no lo hacen de la manera en que tú quisieras.

Y se fue.

Me quedé de pie. Sola.

La habitación seguía igual de lujosa. Igual de vacía.

Pero ahora, el aire pesaba distinto.

Cuando volví una hora después, Elena se acercó preocupada.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —dije con firmeza, aunque la verdad era más complicada que eso. Me acosté junto a ella.

—Deberíamos dormir.

La abracé, como quien abraza a una hermana menor. Me juré que de allí saldríamos. Con vida, y con respuestas.

Por que Elena ha sido la única que no me a juzgado sólo con verme.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play