Amor del Granjero

“Alessandro”

Me levanto temprano y cuando llego a la cocina, Doña María me dice que Bia ya ha ido a ordeñar, tomo mi taza de café y me dirijo al corral. Empiezo a escucharla cantar, me acerco y no puedo ni moverme; ella está bailando y moviéndose al ritmo de una canción. Creo que es Leonardo cantando, pero, ¿qué canción es esa? Comienzo a emocionarme solo de verla interpretar la música, casi quiero ser ese coco. No puedo moverme porque sé que si lo hago, voy a pegarme a esa cosa deliciosa y perderé mi apuesta en el primer día. Marcaré en mi mente que, cuando la conquiste, haré que dance esta canción para mí.

Me quedo ahí durante una hora; si lo dudo, gozo solo con verla ordeñar, y el día apenas ha comenzado, recuerda Alê.

"Debes conquistarla tú y no al revés".

Vuelvo a la cocina y María me pregunta:

- ¿Usted encontró a Bia?

- Sí, la encontré, María, pero preferí no interrumpirla mientras trabaja.

- ¿Usted la vio bailar, no?

- La vi, sí.

- ¿Le gustó?

- ¿A qué se refiere, María?

- Uía, ¿le gustó lo que vio o no le gustó?

- Me encantó, María, es linda.

- Tenía la certeza de que le iba a gustar, pero tenga cuidado de no herir a nuestra niña; ella es feliz y quiero que siga siendo.

- Puede estar tranquila, María, tendré cuidado.

María me dedica una sonrisa amplia y dice:

- ¿Va a ayudarla en el chiquero? Así descubrirá otra faceta de Bia.

En eso, ella entra a la cocina con un balde lleno de leche, con una sonrisa de oreja a oreja, pero cuando me ve, frunce el ceño, pasa junto a mí y ni me saluda. María la reprende:

- Bia, no seas mal educada, saluda a nuestra visita.

Ella me mira y, con desgano, me dice buenos días.

- Buenos días, señor Alessandro.

- Buenos días, Beatriz, pero por favor, llámame Alê.

- Creo que es mejor no tener intimidad, señor Alessandro.

Se va saliendo y María la llama de vuelta.

- Bia, lleva a Alê contigo para que te ayude; él necesita ejercitarse para mantener los músculos en forma.

Bia me mira incrédula, luego a mí, se rinde y me dice:

- Vamos antes de que María se enamore de ti.

La sigo riendo, hacía mucho tiempo que no reía de forma tan espontánea.

Llegamos al chiquero, ella se pone las botas de goma y me da un par para que me las ponga. Me explica lo que se va a hacer.

- Alê, vamos a limpiar antes de tratar. Tú con la manguera y yo con la escoba; tú echas agua y yo raspo.

- Beatriz, ¿no quieres que yo raspe? Es más ligero echar agua.

Me mira y responde:

- Hoy, para que veas cómo se hace, raspo yo. Mañana, si todavía estás aquí, raspas tú, ¿de acuerdo?

- Estaré aquí, Beatriz, estaré.

Empezamos a trabajar; al principio, ella está muda, parece que el trabajo no avanza. Ella suspira y me dice:

- Haré a mi manera. Si no te gusta, puedes parar, ¿está bien?

- Estoy aquí para seguirte, hazlo y yo te acompañaré.

- De acuerdo, pero prométeme que si no te gusta, pararás y no te reirás de mí.