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Idealizado

Idealizado

Status: Terminada
Genre:Elección equivocada / Completas
Popularitas:1.3k
Nilai: 5
nombre de autor: criis jara

Idealizado es una novela juvenil que narra la vida de Elena, una adolescente atrapada en un hogar marcado por la violencia doméstica y el abuso psicológico de su padre. A través de su amistad con Carla, un breve romance con Lucas y su propio proceso de resiliencia, Elena enfrenta el dolor, la pérdida de su madre y la búsqueda de justicia. Con un estilo emotivo y crudo, la historia explora temas de empoderamiento, superación y la lucha contra el silencio, culminando en un mensaje de esperanza y amor propio.

NovelToon tiene autorización de criis jara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

La Culpa de Quien No Calló

Habían pasado ya unos meses desde que Elena volvió a su antiguo colegio. Su vida, de a poco, había comenzado a tener un ritmo más tranquilo, casi agradable. Su padre seguía siendo el mismo hombre autoritario y con ideas rígidas, pero después de aquel episodio donde la cambió de colegio y la vigiló durante semanas, algo había cambiado. Tal vez se había convencido de que su hija había aprendido la "lección". O tal vez simplemente se había cansado de controlar cada uno de sus movimientos. Sea como fuere, el ambiente en su casa se había suavizado lo suficiente como para permitirle a Elena respirar con menos peso sobre los hombros.

Las cenas en familia eran más frecuentes. Algunas noches incluso se animaban a mirar películas juntos como antes. Su mamá parecía más sonriente, más cercana. Y su papá, aunque siempre con esa mirada que imponía silencio, ya no le decía cada cinco minutos cómo debía comportarse. La casa ya no era una prisión constante. Al menos, no como antes.

Y en medio de todo eso, estaba Lucas.

Lucas, con sus mensajes cada mañana.

Lucas, esperándola en la esquina con una sonrisa.

Lucas, susurros en los recreos, tardes compartidas, promesas pequeñas.

Lucas, que se había convertido en su mundo.

Se sentía querida. Vista. Valiosa.

Y sin embargo…

No todo era perfecto.

La amistad con Carla había quedado atrás.

De un día para el otro, sin que Elena lo esperara, todo se rompió.

Fue un viernes. Lo recordaba bien.

Un recreo cálido, el sol cayendo como un abrazo. Carla la había llamado aparte, su rostro serio, sus palabras cargadas de algo que Elena no entendió al principio.

—Tenés que saberlo —dijo Carla, mirando a su alrededor como si no quisiera que nadie más escuchara—. No me lo contaron. Lo vi. En una fiesta, hace dos semanas. Lucas estaba con otra. Se estaban besando.

Elena se quedó paralizada. Sintió como si le hubieran tirado un balde de agua helada en medio del pecho.

—Eso no es cierto.

—Elena... —Carla se acercó—. No te lo digo para hacerte daño. Quiero que abras los ojos.

—No. No. Vos… vos siempre tuviste algo contra él.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Que sos una envidiosa, Carla! ¡Eso decís porque no tenés a nadie! Porque Lucas me quiere, a mí, y vos no soportás verme bien.

Carla la miró sin decir nada por unos segundos.

No gritó. No discutió. Solo dio un paso atrás.

—No pensé que me ibas a decir eso. Pero está bien. Si preferís vivir en tu cuento, vivilo sola.

Y se fue. Así. Sin dramatismo. Sin pelea.

Pero con una herida que Elena no supo ver del todo en ese momento.

Desde entonces no se hablaron más.

Se cruzaban en los pasillos, claro, pero el silencio entre ellas se volvió parte del paisaje.

Elena no volvió a sacar el tema. Eligió no pensar en eso. Porque pensar en eso era pensar en que Lucas no era quien ella creía.

Y ella lo necesitaba. Lo necesitaba mucho.

Con el correr de las semanas, Elena se aferró más a su relación. Con Lucas todo era más fácil.

Mensajes dulces, encuentros breves entre clase y clase, tardes compartidas en plazas escondidas, o simplemente horas de charla a través del celular.

Él le decía que nunca había sentido algo así.

Que con ella todo era distinto.

Que no se imaginaba sus días sin sus palabras, sin su voz, sin su forma de ver el mundo.

Y aunque a veces tardaba en responderle. Aunque a veces cancelaba de imprevisto una salida.

Aunque alguna noche no contestaba hasta la madrugada…

Elena prefería no ver las señales.

Porque lo idealizaba. Porque Lucas era todo lo que ella quería que fuera.

Y en su cuadernito, aquel que escondía entre los libros, escribía cosas como:

“Cuando estoy con él, todo es luz. Es como si no existiera más nadie. Él me mira, y me siento suficiente. Sé que hay cosas que no entiendo, que no me cuenta, pero también sé que el amor tiene caminos misteriosos. Y yo elijo creerle. Elijo quedarme con su voz, con sus besos, con sus mensajes que me hacen sentir viva. Elijo creer que Lucas es el final feliz de mi historia.”

Elena no sabía si todo era perfecto.

Pero en su mente, en su corazón, Lucas era ideal.

Y mientras todo siguiera así, mientras no tuviera que mirar demasiado profundo… podía seguir creyendo.

...----------------...

El despertador sonó, como todos los días. Pero esta vez, Elena no lo apagó de inmediato. Se estiró entre las sábanas como un gato y dejó que el sol que se colaba por la ventana le rozara la cara. Sonrió. Era uno de esos días en los que no pesaba tanto levantarse.

Bajó las escaleras descalza, con el cabello aún desordenado, y al llegar a la cocina encontró a su madre con un delantal, luchando con la tostadora.

—¿Querés que eso explote o solo estás practicando? —dijo Elena con una sonrisa burlona.

—¡Ay, no me asustes! —su madre se rio, llevándose la mano al pecho—. Estoy tratando de ganarle al arte de las tostadas doradas.

—¿Y si lo intentamos juntas? —dijo Elena, y se acercó a ayudarla.

Durante los minutos siguientes, madre e hija jugaron a ver cuál de las dos lograba hacer la tostada más perfecta. Se reían, se empujaban suavemente, se burlaban de los resultados. La cocina se llenó de risas y olor a pan caliente.

Fue entonces cuando escucharon una risa distinta. Voltearon y vieron a su papá sentado en el comedor, con el celular en la mano y una sonrisa dibujada en el rostro. Un gesto tan inusual en él, que las dos se quedaron en silencio por un momento, hasta que intercambiaron una mirada cómplice y se echaron a reír de nuevo.

Elena se sentó a desayunar con ellos. No hubo sermones. No hubo tensión. Solo café, tostadas y algo que parecía un día normal en una familia normal.

Cuando el reloj marcó la hora, Elena se levantó, se colgó la mochila al hombro y se despidió con un beso en la mejilla de su madre. A su padre también le dio uno, corto y rápido, pero con sinceridad.

Corrió hacia la puerta. Y allí, en la esquina, como cada mañana desde que había vuelto al colegio, estaba Lucas.

Apoyado contra el poste de luz, auriculares puestos y una sonrisa que se le escapaba apenas la veía venir.

—Hola, amor de mi vida —dijo él, abriéndole los brazos como si quisiera abrazarla desde lejos.

—Hola, mi exagerado favorito —respondió Elena, acercándose y apoyando la cabeza en su hombro por un segundo.

Subieron juntos al autobús, como siempre. Se sentaron al fondo, donde nadie más se metía.

—¿Sabías que si me mirás con esa cara de dormida me enamoro más? —le susurró Lucas.

—¿Y si me duermo encima tuyo, te enamorás o te hartás?

—Depende. Si roncás, ya no sé.

Rieron.

En ese trayecto de veinte minutos, hablaban de todo y de nada. Lucas le contaba anécdotas que a veces parecía inventar en el momento solo para verla reír. Elena le hablaba de cosas pequeñas, de los sueños que había tenido, de lo que su mamá había hecho en el desayuno. Todo se sentía liviano.

Al llegar al colegio, bajaron juntos.

Y antes de separarse, como cada mañana, se dijeron cosas cursis:

—Te amo tanto que hasta los lunes tienen sentido —dijo Lucas, tomándola del rostro.

—Y yo te amo tanto que hasta la clase de química me parece soportable después de esto —respondió Elena, y le dejó un beso en la punta de la nariz.

Se despidieron con una sonrisa. Cada uno hacia su aula.

Elena caminó por los pasillos con esa energía tibia que le daba saber que él estaba cerca.

Y entonces la vio. Como cada día: Carla, en su pupitre, con los auriculares puestos, la mirada clavada en el celular. No levantó la vista.

No la saludó.

Y aunque Elena tampoco lo intentó, su corazón se encogió un poquito.

Sentía la ausencia de Carla como una astilla enterrada: pequeña, pero dolorosa cuando la tocaba.

Se sentó en su banco y acomodó su cuaderno, tratando de concentrarse.

Se había prometido no darle más vueltas. Porque lo que tenía con Lucas era lo que ella había soñado. Y aunque había algo en Carla que extrañaba —su forma de decir las cosas, sus abrazos sin aviso, sus carcajadas en mitad de clase—, también sabía que salir de esa historia le había traído algo distinto.

Tranquilidad.

Amor.

O eso quería creer.

Las primeras horas de clase pasaron entre apuntes, bostezos y miradas al celular cuando los profesores se distraían.

Hasta que llegó el primer recreo…

El timbre sonó con esa vibración aguda que marcaba la frontera entre lo obligatorio y lo libre.

Elena salió al patio junto con los demás. A pesar de que aún quedaban algunas nubes de invierno en el cielo, el aire estaba tibio. El patio estaba lleno de risas, gritos, carreras y grupos que se armaban y desarmaban como piezas de un rompecabezas sin fin.

Y como siempre, él estaba ahí.

Lucas la esperaba apoyado contra la baranda que daba a los canteros. En cuanto la vio salir, alzó la mano como si fuera una bandera.

Elena caminó hacia él con una sonrisa que se le escapaba sin permiso.

Al llegar, él la abrazó por la cintura y le dio un beso en la mejilla, suave, como si le tuviera miedo al viento.

—Ya me hacía falta mi dosis de Elena —le susurró con esa sonrisa torcida que a ella tanto le gustaba.

—¿Y eso que recién pasaron dos clases? —dijo ella, apoyando su frente contra la de él.

—Lo que pasa es que el tiempo sin vos se siente más lento.

Se sentaron juntos en un rincón del patio. Lucas le hablaba de un plan para el fin de semana ya que se venia las vacaciones de invierno, quería llevarla a un lugar fuera de la ciudad, “donde nadie los conociera”, dijo.

Elena se dejó llevar por la idea, aunque algo en su interior le decía que debía preguntar más, pero lo dejó pasar. Prefería quedarse en la magia de ese momento.

Le hablaba con entusiasmo, le acariciaba la mano con el pulgar. La miraba como si no existiera nadie más.

Pero en el mundo sí existía alguien más.

Y Elena no tardó en notarlo.

Carla.

Estaba sola, sentada bajo el viejo árbol del patio, ese que servía de refugio a los que no querían mezclarse con el resto. Miraba su celular, con la vista fija pero los ojos vidriosos.

Y no estaba sola por elección.

A unos metros, un grupito reía. Y entre ellos, Daiana, la mejor amiga de Lucas, ahora más presente que nunca.

—¿Esa es tu ex amiga? —preguntó Lucas, notando que Elena la miraba.

—Sí… —respondió ella sin apartar la mirada.

En ese momento, Daiana dijo algo que no alcanzó a escucharse bien, pero fue suficiente para que todas las chicas del grupo soltaran una carcajada. Y aunque Carla no se volteó, su postura se encogió, como si hubiera recibido un golpe invisible.

—Qué pesadas… —dijo Elena, frunciendo el ceño.

Y sin pensarlo demasiado, se levantó.

—¿A dónde vas? —preguntó Lucas, tomándola del brazo.

—Voy a ver qué pasa.

—¿Otra vez con eso? —dijo él, más seco—. Ella no quiere tu ayuda, ya lo dejó claro.

Elena lo miró. Por un momento dudó.

Pero la escena frente a sus ojos la apretó por dentro. Carla no merecía eso.

Se soltó suavemente de su agarre y caminó hacia el árbol. Al llegar, se puso entre el grupo de Daiana y Carla, que aún fingía no ver nada.

—¿Algún problema? —preguntó Elena, sin levantar la voz pero con la firmeza suficiente para hacerse escuchar.

—Uy, mirá quién volvió a salvar al mundo —dijo Daiana, cruzándose de brazos—. Qué tierna. Pensé que estabas ocupada siendo la princesa de Lucas.

—¿Por qué no dejan de joder a los demás? —dijo Elena—. ¿Tan poca cosa son que tienen que hacer sentir mal a alguien para reírse?

Daiana dio un paso al frente, pero no dijo nada. Se limitó a mirar a Carla y luego a Elena con esa sonrisa de superioridad que lastima más que cualquier palabra.

—No necesito tu ayuda —dijo Carla de pronto, sin mirarla—. Estoy bien sola.

Elena giró hacia ella, sorprendida.

—Carla…

—¿De verdad pensás que con dos palabras podés borrar todo? —continuó su ex amiga—. No sos una heroína, Elena. Solo estás buscando limpiar tu conciencia. Y yo no soy parte de ese cuento que estás escribiendo con tu novio.

Elena sintió que el piso le temblaba. Las palabras de Carla cayeron como piedras, una tras otra.

—Yo… solo quise…

—No quiero nada tuyo —cortó Carla, finalmente levantando la mirada.

Daiana rió por lo bajo, disfrutando el espectáculo, mientras el grupo comenzaba a dispersarse, aburrido ya del drama ajeno.

El timbre del final del recreo sonó como un látigo.

Elena no se movió. Carla tampoco. Solo se miraron durante un segundo que pareció eterno.

Lucas apareció por detrás, tocándole el hombro.

—¿Vamos?

Elena asintió, pero no dijo nada.

Comenzó a caminar hacia el aula, pero a cada paso, las palabras de Carla le pesaban más… y la actitud de Lucas, aún más.

Él iba a su lado, hablando de cualquier cosa como si lo del recreo no hubiese ocurrido.

Como si no acabara de ver cómo se burlaban de Carla. Como si no importara.

—¿Sabés qué? —dijo Elena, deteniéndose en seco.

Lucas se frenó y la miró confundido.

—¿Qué pasa?

—Lo que pasa es que tu amiguita Daiana es una basura. Y vos, con tu silencio, la bancás —escupió Elena, con la voz firme y contenida.

—¿Otra vez con eso? No es mi culpa si Carla no sabe defenderse… —replicó él, alzando las cejas.

—¡Claro! Vos siempre tan correcto, ¿no? —Elena lo miró con rabia—. No quiero que me hables como si todo estuviera bien. Controlá a tu amiguita, porque la próxima no me voy a quedar callada.

Lucas pareció querer decir algo, pero Elena ya había dado media vuelta.

Caminó con pasos rápidos hacia el aula, el enojo todavía vibrándole en las manos.

Al entrar, sus ojos se cruzaron con los de Carla, que ya estaba sentada en su lugar. No hubo palabras. Ninguna sonrisa. Solo una mirada fugaz, y luego ambas volvieron a mirar hacia el frente.

Y como si todo hubiese vuelto a ese punto exacto donde se había roto, el resto del día siguió su curso.

Cada una en su mundo.

Estudiando. Fingiendo.

Como si nada hubiera pasado.

Como si todo hubiese pasado.

El segundo recreo no tardó en llegar.

El timbre sonó con su típico chirrido metálico que anunciaba un descanso, pero también removía pensamientos. El murmullo de los estudiantes saliendo al pasillo se hizo presente de inmediato. Risas, pasos apurados, mochilas cerrándose de golpe. Pero Elena no se movió.

Se quedó sentada, con la cabeza recostada sobre el brazo cruzado sobre la carpeta. Sentía un nudo espeso en el pecho, uno que no la dejaba respirar del todo. Miraba a través del ventanal cómo los otros chicos corrían, reían, vivían una paz que a ella hoy se le escapaba.

La voz de Carla seguía resonando en su cabeza. La indiferencia de Lucas. La burla de Daiana. Todo junto.

Tomó su cuadernito y empezó a escribir. No tenía ganas de nada, pero escribir era lo único que aún sentía suyo.

"¿Por qué todo se tiene que complicar? ¿Por qué cada momento lindo tiene que venir acompañado de una sombra?"

Estaba tan ensimismada que no escuchó que alguien entraba. Solo cuando sintió la mochila de alguien caer en el banco de al lado, levantó la vista.

Era Lucas.

—Ey… —dijo él, con una voz suave, como si temiera romper algo frágil—. Elena, perdón. Tenés razón. No debí reaccionar así. Hablé con Daiana, bueno, en realidad hace días que no hablo con ella. Nos peleamos. Pero hoy intenté aclarar las cosas, porque lo que te hizo… no tiene nombre.

Elena lo miró sin decir nada al principio. Sus ojos seguían cargados.

—Te juro que no quiero problemas entre vos y Carla, ni entre vos y nadie. Solo quiero estar con vos, ¿sí? —añadió Lucas, y se sentó a su lado.

Elena bajó la mirada, dudando. Pero en el fondo, ese anhelo de que todo estuviera bien, de que él fuera ese príncipe que ella había escrito mil veces en su cuadernito, pesaba más.

—Venite, salgamos un rato. Caminamos. Te despejás. Dale, hacelo por mí —le pidió Lucas, sonriéndole como solo él sabía hacerlo.

Elena dudó… pero al final asintió.

Salieron del aula por un costado. Caminaron por el sendero detrás del pabellón viejo, donde casi nadie pasaba. Iban en silencio, de la mano. Por unos minutos, el mundo pareció en pausa.

Hasta que una voz cortante interrumpió la calma:

—Así que ahora mandás a tu noviecito a hacer tus quilombos, ¿no? —era Daiana, apoyada contra la pared, con los brazos cruzados y una sonrisa cínica.

Lucas suspiró, frustrado. Elena se frenó.

—¿Qué decís?

—Digo que sos patética, Elena. Cuando te conocí pensé que eras otra cosa… buena onda, sensible… y mirate ahora, toda histérica, celosa. Y manipuladora.

—¿Manipuladora yo? —Elena dio un paso al frente—. Cuando te conocí, creí que eras una buena mina, Daiana. Pero ahora solo sos una víbora disfrazada. Pensé que te importaba la gente, pero veo que solo te importa la atención.

Daiana se rió sin pudor, y su mirada se volvió afilada.

—¿Y sabés qué es lo peor? Que vos confiás tanto en él… pero ni te imaginás quién le contó a todos que tu viejo es un machista que te tenía encerrada. Qué lástima, ¿no?

Elena se quedó helada. Sintió cómo algo en el estómago le daba un vuelco. Esa información… solo Lucas la sabía.

Giró lentamente hacia él. Su cara estaba pálida.

—¿Cómo sabe eso? —preguntó en voz baja, casi temblando—. ¿Vos se lo dijiste?

—¡No! Te juro que no. Yo… yo no se lo dije a nadie —Lucas la alcanzó y trató de tomarle la mano—. Pensá. ¿Le contaste a alguien más?

Elena se quedó inmóvil por un segundo. Y entonces, como una descarga eléctrica, lo pensó.

Carla.

La única otra persona con la que alguna vez habló del tema… y que ahora no le hablaba.

—Ella… —murmuró Elena.

Lucas la miró con una mezcla de alivio y tristeza.

—No quería meter cizaña, pero… pensalo, Eli. Yo solo te quiero cuidar.

Elena, con el corazón latiéndole con fuerza y un torbellino de emociones encima, bajó la mirada. Lucas le rodeó los hombros y la abrazó con fuerza.

—Yo solo te quiero bien. Vos sos lo mejor que tengo —le susurró al oído—. Te amo, Eli.

Y por un momento, solo por ese instante, todo lo malo pareció borrarse.

Se besaron. Largo. En silencio. Como si todo lo demás quedara lejos.

Después caminaron un poco más, abrazados, hasta que sonó el timbre.

—Tengo que irme —dijo Elena, alejándose suavemente de él.

Lucas la miró con dulzura y le acarició el cabello.

—Nos vemos a la salida, mi amor.

Elena asintió, pero mientras volvía al aula tras la caminata con Lucas. No habló más durante el trayecto. No sonreía. Las palabras de Daiana le seguían taladrando la mente.

"¿Cómo supo eso? Solo lo sabía Lucas... ¿o Carla también?"

Se sentó en su lugar con un leve suspiro. Varios compañeros aún no habían vuelto, y la profesora de Ética Social llegó unos minutos después, con su tono siempre calmo, pero firme.

—Hoy vamos a hablar de la confianza —dijo mientras anotaba la palabra en la pizarra con letra clara y precisa—. ¿Qué significa realmente confiar en alguien?

Las palabras le pegaron como un golpe seco al pecho.

Carla estaba en la fila de al lado, a apenas dos metros. Elena la miró de reojo. Carla escribía algo en su cuaderno. Se la veía tranquila, ajena a todo. Y eso la encendía aún más.

—¿Alguien quiere compartir su opinión? —preguntó la profesora.

Un par de manos se alzaron. Algunas respuestas fueron vagas, otras más profundas. Hasta que la profesora señaló al fondo.

—¿Y tú, Elena? ¿Qué es la confianza para vos?

Elena tragó saliva. Dudó.

—Confiar... —empezó con voz suave—. Confiar es saber que lo que decís no va a salir de esa persona. Que no se va a usar en tu contra. Que no te van a traicionar. Que lo que contás no va a terminar en la boca equivocada.

Hubo un pequeño silencio. La profesora asintió, aprobando.

Pero Carla giró la cabeza lentamente y la miró. Elena no se contuvo.

—Aunque a veces... —agregó, mirando directo a Carla— ...te das cuenta de que le hablaste a quien no debías. Y eso duele más que el error.

Carla frunció el ceño, sin entender del todo.

—¿Estás hablando de mí? —dijo en voz baja, sin levantar la mano, pero lo suficiente para que Elena y otros alrededor la oyeran.

—Si te calza... —respondió Elena en un susurro cortante.

—Yo no fui la que anda de boca floja, Elena —contraatacó Carla, ahora sí con cierto enojo en la voz—. Tal vez deberías revisar mejor a quién llamás "confianza".

—¡Chicas! —interrumpió la profesora, con voz severa—. Si tienen diferencias personales, las resuelven fuera del aula. Aquí hablamos de ideas, no de ataques.

Elena bajó la mirada, pero no dijo nada más. El aula volvió al silencio, aunque denso. Pesado. Las miradas ahora iban y venían entre ellas. Nadie sabía bien qué había pasado, pero se olía algo más profundo.

La clase continuó por unos minutos más, pero Elena ya no prestaba atención. No podía.

El timbre de salida sonó, como una liberación.

Elena se levantó de golpe. Ni miró a Lucas, que ya la esperaba en la puerta del aula.

Pasó junto a él sin decir nada, con los ojos clavados al frente.

Lucas intentó hablarle, pero ella lo ignoró.

Caminó con paso firme por el pasillo, bajó las escaleras sin detenerse y salió al patio, donde el auto de su padre ya la esperaba en la esquina.

Subió sin decir palabra. Su padre apenas la miró y arrancó con su típica seriedad.

Pero esta vez, ella no lo notó.

Estaba muy lejos.

Demasiado.

Apenas llegó a casa, entro y su mamá la recibió con una sonrisa cálida, como todos los días.

—¿Cómo te fue, mi amor? —preguntó desde la cocina, mientras preparaba algo con aroma dulce.

Pero Elena no respondió.

—Elena...

—Bien —dijo ella, sin detenerse, sin mirarla.

Subió las escaleras con pasos pesados y apurados, como si el mundo entero la apretara desde dentro. Entró a su habitación y cerró la puerta con suavidad, no por cuidado, sino porque ya no le quedaban fuerzas para nada más.

Se sentó sobre la cama y se quedó unos segundos mirando la nada. Luego, abrió el cajón de su mesa de luz y sacó su libreta.

La portada tenía marcas de sus dedos, de tantas veces que la había sostenido como si fuera su único refugio. La abrió en una hoja nueva, tomó su lapicera negra —esa que usaba solo cuando quería que algo quedara grabado— y comenzó a escribir:

"Confianza. Una palabra simple que a veces pesa más que cualquier mentira. No se trata de contarle a alguien tus secretos. Se trata de saber que no van a convertirse en una moneda de cambio. De que no van a ser usados para manipular o herir. Confiar es entregarse un poco. Confiar es bajar la guardia. Y hoy... me siento estúpida por haberlo hecho."

Sus trazos eran apretados, duros. Nada de la dulzura habitual. Solo rabia y decepción.

"No sé si Carla fue quien habló... pero si lo fue, me falló. Me mostró que hay amistades que se terminan no por una pelea, sino porque el silencio duele más que cualquier grito. Y si no fue ella, igual ya no está. Ya no está para mí. Ya no hay lugar para ella."

Dejó caer la lapicera y cerró la libreta con fuerza. La abrazó por un instante, como si pudiera exprimir su dolor entre esas páginas.

Suspiró.

Se recostó en la cama mirando el techo, sintiendo ese vacío que queda cuando alguien que fue importante ya no lo es.

Y aunque aún no lo sabía con certeza, una parte de ella lloraba por una pérdida que no quería aceptar.

Una amistad rota.

Una confianza quebrada.

Una herida que empezaba a doler en silencio.

1
Blanca Ordaz
muy buena trama hermoso mensaje de amo y supervivencia felicidades por esta hermosa novela de aprendizaje
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