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JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: Terminada
Genre:Brujas / Magia / Mundo de fantasía / Fantasía épica / Completas
Popularitas:4.1k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino residía únicamente en convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar para los hijos que tendría con aquel hombre dispuesto a pagar una gran fortuna de oro por ella. Y, sobre todo, jamás ser como las brujas: mujeres rebeldes, descaradas e indomables, que gozaban desatarse en la impudencia dentro de una sociedad atrancada en sus pensamientos machistas, cuya única ambición era poder controlarlas y, así evitar la imperfección entre su gente.
Pero todo eso cambió cuando esas mujeres marginadas por la sociedad aparecieron delante de ella: brujas que la reclamaron como una de las suyas. Porque Cathanna D'Allessandre no era solo la hija de un importante miembro del consejo del emperador de Valtheria, también era la clave para un retorno que el imperio siempre creyó una simple leyenda.

NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO ONCE

Cathanna solo pudo retroceder, sintiendo como el aire se quedaba atorado en su garganta, negándose a entrar. Había oído demasiadas cosas de ese castillo: el más peligroso en cuanto a entrenamiento militar. No por nada eran temidos, siendo apenas unos simples cadetes. Definitivamente no era un lugar donde ella pudiera imaginarse sin sentir que el mundo iba a devorarla.

—Entiendo que quieras proteger a esta mujer, pero llevarla al castillo no es algo que deberías hacer —dijo Fallo, volviendo su cabeza a Zareth—. Rivernum no está hecho para esconder a nadie, mucho menos a mujeres que parecen no haber golpeado ni una mosca en su vida. Solo los valientes deben cruzar sus barreras. ¿Y tú me traes a una mujer que apenas se sostiene en pie, con una mirada que grita que preferiría estar en cualquier otro sitio antes que aquí con nosotros?

—¿Y qué quieres que haga, Fallo? —espetó Zareth, apretando los dientes—. ¿La dejo afuera para que la encuentren y la maten como al resto de su familia? No tiene a dónde ir, ni a quién más acudir. —Desvió la mirada hacia Cathanna, tragando saliva con fuerza—. Lo único que tiene soy yo. Y si para mantenerla viva tengo que meterla en ese maldito castillo, pues lo haré. No quiero que Cathanna muera.

Fallo comenzó a negar con la cabeza de un lado al otro. No era la primera vez que un cazador tocaba su puerta con solicitudes cuestionables. A menudo le pedían que alterara sus identidades, ya fuera para infiltrarse en lugares prohibidos o simplemente para ocultar su rastro por razones personales, que él pocas veces preguntaba. Sin embargo, jamás le habían hecho una petición como esa. Meter a una persona dentro del castillo no era solo ilegal, sino extremadamente peligroso.

—¿Y de verdad crees que va a sobrevivir ahí dentro? —preguntó Fallo, acomodándose en la silla, con el gato ahora completamente despierto, observándolos como un juez silencioso—. Rivernum no es una casa de caridad. No importa si la encierras tras muros mágicos, Zareth. Si no la mata un criminal en las calles de Valtheria, la va a matar la rutina, los entrenamientos o los otros cadetes. —Su cabeza se deslizó de nuevo hacia Cathanna, que parecía encogerse más con cada palabra—. Mírala bien, muchacho. ¿Crees que va a durar una semana ahí dentro como los otros que ingresen?

—Si se queda aquí afuera, no durará ni un solo día. Al menos ahí dentro tiene una oportunidad de estar a salvo. Reconozco que no es mucho, pero es mejor que dejarla a su suerte para que las bru... para que el criminal la encuentre. —Se maldijo internamente.

Los ojos de Cathanna ardieron con intensidad. Sus piernas querían sacarla de ese lugar, de esa nueva realidad que amenazaba con destruirla toda. Sin embargo, no se movió, solo respiró como pudo, clavando la vista en el suelo para no romper en llanto frente a ellos.

—Si te atreves a meterla en el castillo y la vuelven mierda, ya no habrá marcha atrás. —Su voz salió más fría que antes—. Rivernum no es un refugio para damiselas en peligro. Lo haré, sí, pero me lavo las manos de lo que pueda pasar con la vida de esta mujer.

—Te aseguro que nada malo pasará. —Dudó.

—Entonces comencemos ...—dijo Fallo, levantándose de su asiento, lentamente. Se acercó a Cathanna y, aunque carecía de rostro, la escaneó de arriba abajo, como si pudiera verle hasta los huesos—. Un cambio de identidad puede durar años, incluso eras enteras, pero siempre habrá grietas. Es tu responsabilidad asegurarte de que nadie descubra quién eres en realidad. Si alguien lo hace... todo se arruina.

—¿Qué se supone me vas a hacer? —murmuró Cathanna.

—Nada que no necesites —respondió con calma, trazando círculos con el bastón sobre el suelo—. Borraré tu nombre, tu rostro y haré que todo lo que una vez fuiste quede en el pasado. En pocas palabras: te daré una nueva identidad. Claro, si así lo deseas. Porque de lo contrario, siempre está la opción de salir por esa puerta y rezar a los dioses que no te encuentren antes del amanecer.

—¿Mi rostro? —balbuceó Cathanna, negando con la cabeza. Dio un paso atrás, sintiendo una presión en la garganta—. No quiero cambiar mi rostro. Es lo único que… me hace ser alguien único.

—No se trata de lo que quieras. Se trata de lo que necesitas para seguir respirando mañana. Y tú cara, niña... —Alzó la mano, dejando que la chispa de magia danzara a su alrededor—. Tu cara es un mapa directo a la tumba. Es demasiado llamativa. Y, sin duda, muy difícil de olvidar. Esos ojos... debes cambiarlos. Por tu seguridad.

Fallo no esperó respuesta por parte de ella. Se alejó unos pasos, bajando el bastón con fuerza, golpeándolo contra el suelo de madera, haciendo que las chispas que salieron de él se expandieran como serpientes por toda la casa. Cathanna soltó un chillido ahogado cuando sintió la primera quemadura en su carne, como si miles de agujas se le metieran bajo la piel. Sus manos volaron a su rostro por instinto, intentando protegerlo, pero la magia igualmente se filtró, culebreando bajo sus dedos.

La quemazón se volvió un vacío frío en cuestión de minutos. Era como si le hubieran arrancado algo que estaba pegado a su médula, tan dentro de ella que ni siquiera sabía que existía hasta que le empezó a faltar. Un espasmo le dobló el cuerpo hacia delante, pero antes de que lograra tocar el suelo, Fallo la sujetó de los hombros.

Zareth se recostó contra la pared, con una sonrisa cínica, observando la escena como si fuera un espectáculo increíblemente fascinante. Ver a una bruja sufrir de esa manera le provocaba un placer tan intenso que lo comparaba con miles de orgasmos al mismo tiempo, aunque ella ni siquiera supiera que era una de ellas.

Cathanna soltó un grito desgarrador demasiado fuerte que se escuchó por toda la casa al sentir su piel palpitar de dolor y posteriormente agrietarse desde adentro. Imágenes se le metieron en la cabeza: fragmentos de conversaciones con su madre, la risa hueca de su padre, las cosas de su habitación, de la mujer que era. Todo eso estaba mezclado con un frío tan intenso que ya no supo si estaba de pie o muerta, enterrada metros bajo tierra.

El bastón de Fallo soltó un destello final de múltiples colores al mismo tiempo. Luego el dolor parpadeó hasta que se detuvo. Cathanna comenzó a abrir los ojos lentamente, respirando con dificultad. Se llevó la mano al pecho, verificando que siguiera latiendo.

—Bienvenida de vuelta. Desde este momento, serás Cathanna Eleanor Heartvern Tarlain. No tienes familia y creciste en un orfanato en la ciudad de Primanthy hasta que decidiste escaparte a los quince años, huyendo al pueblo de Brisnok —dijo, con esa voz suave, que sonaba más cruel que cualquier amenaza—. Fuiste enviada a Rivernum porque vieron tus grandes habilidades cuando atrapaste a un ladrón en la provincia de Dagora, mientras estabas de viaje.

Cathanna asintió de forma torpe, intentando tragar otra vez, asimilando esa nueva información que, desde ese momento, sería la suya; su única y verdadera vida ante los demás. Fallo golpeó el suelo con el bastón y un destello dorado iluminó el lugar, y un uniforme apareció en su mano libre, el cual extendió a Cathanna.

—Este será tu uniforme para lo que viene ahora. Está encantado, por lo que ni el fuego ni otros ataques mágicos podrán romperlo, aunque una espada sí que lo atravesará sin problemas. —Se detuvo un segundo, como si midiera sus palabras—. Cuando pases la prueba y entres como recluta de Rivernum, te darán uno nuevo, hecho a la medida del armamento que vayas a usar ahí dentro. Tampoco es que haya mucha diferencia con el diseño; solo es un poco más oscuro.

—Muchas gracias —murmuró Cathanna, inclinándose en una leve reverencia, con el uniforme apretado entre sus manos que temblaban—. Gracias por ayudarme, a pesar de no conocerme.

—Puedes encontrar el baño subiendo esas escaleras —indicó, señalando la escalera, con su bastón—. Es la última puerta, al fondo. Debes estar muy incómoda con ese vestido. Ve y cámbiatelo.

Cathanna hizo otra reverencia antes de acercarse rápido a las escaleras de madera, cuyos tablones se veían inestables. Subió casi conteniendo la respiración y apretando el uniforme contra su pecho como si temiera perderlo. Arriba, se encontró con un pasillo salpicado de puertas, muchas más de las que alguien imaginaría al ver la casa desde afuera. Caminó despacio, contando mentalmente cada paso hasta llegar a la última puerta, donde, según Fallo, estaba el baño.

Entró y cerró la puerta tras de sí, dejando escapar el aire que llevaba atrancado en los pulmones. Dejó el uniforme cuidadosamente sobre una pequeña repisa y empezó a quitarse el vestido de manera torpe, como si de pronto hubiera olvidado cómo funcionaban las cuerdas del corsé y cierres. Después se deshizo de las joyas que la sofocaban y, por último, de los tacones que le dolían como nunca.

Sintió un leve alivio al estar sin nada encima. Era como si, por un momento, pudiera desprenderse también de todo lo demás que le estaba oprimiendo el pecho. Se sentó en el retrete, mirando un punto fijo en la pared, intentando asimilar lo que acababa de pasar.

Bajó la mirada, notando la espada en su forma pequeña, tirada al lado del retrete. Desde lo que había pasado en el festival en Aureum, su padre le había obligado a llevarla a todas partes, sin importar que pasara, por lo que se había acostumbrado a tenerla en su cintura. La tomó y la dejó al lado del uniforme.

Fue entonces cuando observó el espejo, junto a la tina. Se acercó, notando su rostro casi igual: tenía los mismos ojos grises, tan claros como los cristales, también sus lunares, esos puntos negros en su rostro que había aprendido a odiar porque le habían dicho que eran horribles y le restaban belleza. Sin embargo, su cabello se encontraba perfectamente liso y tan negro que parecía azul bajo la luz de los truenos que se infiltraba por la pequeña ventana, largo hasta la cintura, con ese flequillo que le cubría la frente, pero ahora más pulido.

Llevó una mano a su boca. Sus labios parecían un poco más rellenos, la mandíbula más marcada y los rasgos menos infantiles. Ya no tenía ese aire de niña perfecta que su familia había moldeado para engañar a todo el mundo. Se veía más como una mujer que dentro de poco tendría veinte años. Tal vez era porque ya no tenía ese maquillaje que su madre obligaba a Celanina a ponerle todos los días.

—Todo estará bien, Cathanna —se susurró a sí misma, aferrando sus manos al lavabo—. Super bien. —Respiró profundo, tomando el uniforme.

Primero se puso la gruesa camisa negra sobre su piel aún adolorida por la intensa magia de Fallo. Después, se ajustó la chaqueta de mangas largas, hecha de un material desconocido que parecía cuero, aunque sabía que no lo era, pues conocía demasiado bien el cuero como para confundirlo con cualquier cosa. Abrochó los seis botones casi invisibles, y se puso los pantalones negros, los cuales le quedaron un tanto holgados, sin exageración, tan similares a los que usaban los cadetes que había tenido la oportunidad de ver de lejos.

Se agachó para calzarse con las botas oscuras que llegaban hasta las rodillas, las cuales sí eran de un cuero verdadero. Ajustó las tres correas alrededor de cada pie. Y, por último, tomó la prenda más llamativa y pesada de todas: una túnica gruesa del mismo material que la chaqueta, que no se enganchaba en los hombros, como normalmente se hacía, si no que iba alrededor de la cintura.

Acomodó los pliegues que se abrían a los lados, dejando ver sus piernas cubiertas, y terminó ajustando el cinturón negro, el cual poseía una hebilla brillante con el logo del reino, alrededor de la cintura, que se conectó de inmediato con las correas que iban cruzadas en la chaqueta. Bajó la mirada, torciendo los labios.

Llevó la mano a la espada, tomándola. La observó por unos segundos, analizando cada una de sus incrustaciones, y luego la guardó en uno de los bolsillos que tenía la chaqueta en la parte trasera.

Salió del baño después de varios minutos donde se estaba debatiendo si era una buena idea aquella locura de infiltrarla en un lugar desconocido, pero tampoco tenía más opción que obedecer si quería seguir viviendo, pues las brujas no eran conocidas por ser buenas personas. Bajó las escaleras despacio, cuidando que su nuevo calzado no hiciera demasiado ruido sobre la madera vieja.

Cathanna hizo una reverencia cuando estuvo junto a los otros dos, y se sentó al lado de Zareth, quien estaba con la cabeza baja, mirando sus manos con un gesto de serenidad, que contrastaba con lo que estaba sintiendo en su cuerpo.

Él sabía que lo que había hecho era una locura. Una apuesta que podría costarle la vida únicamente a ella, porque él era intocable, una pieza clave en un juego donde nadie se atrevería a desafiarlo, debido a que su padre era el magistrado de guerra, y con esa influencia, nadie se osaba involucrarse con él. Sin embargo, ella... aunque su linaje la uniera al poder de la corona por la posición de su padre, en ese lugar, en ese momento, no significaría nada.

—No digas nada, Cathanna —dijo Zareth, alzando la cabeza hacia ella, sin ninguna expresión—. Ser cazador es una mierda, aunque no la pasarás tan mal siendo recluta, o eso espero. Antes de llegar al castillo, hay ciertas cosas que debes tener muy presentes. —Aclaró su garganta—. Para ser aceptada como recluta, deberás pasar la misma prueba que enfrentan todos los aspirantes, independientemente de la carrera que elijan cursar. —Clavó sus ojos en los de ella, pasando la lengua por sus dientes—. Pero antes de continuar, necesito saber algo importante: ¿ya tienes a tu destino?

—Aún no —respondió Cathanna, en voz baja.

—¿Cómo es posible que aún no tengas a tu destino? —preguntó, lleno de incredulidad, frunciendo las cejas—. Eres una Elementista de aire. Las posibilidades de que sus compañeros lleguen antes de los veinte son más altas que las de cualquier otra persona. Será que... —Entrecerró los ojos, apretando su lengua con nerviosismo—. ¿Te ha rechazado? Se sincera conmigo. No te juzgaré. He conocido a muchos que han sido rechazados, aunque, bueno... Ya están todos muertos.

—Eso no es asunto tuyo, cazador —replicó Cathanna, ardiendo de enojo—. No seas entrometido. Si me hubieran rechazado ya estaría muerta; nadie sobrevive más de una semana, ni los dragones. Pensé que tenías más cerebro. Me llevas siguiendo como un perro más de una semana; con eso deberías entender que no me han rechazado. ¿Y como es que sabes que yo soy una Elementista de aire?

Zareth se rio, asintiendo con la cabeza.

—Sé muchas cosas de ti, brujilla —susurró para que ella oyera.

—No me llames así —dictaminó entre dientes.

—Como te venía diciendo, brujilla… —dijo con maldad, remarcando la última palabra—, en el castillo tenemos algo llamado Finit. Es un desafío un tanto extremo, que pone a prueba nuestras habilidades físicas, mentales y, sobre todo, mágicas. Según cómo lo enfrentemos, seremos aceptados como reclutas y, adicional, asignados a una de las tres divisiones del castillo. Las fortalezas.

—¿Tres Fortalezas? —Se acomodó mejor en el asiento, con curiosidad—. ¿Funciona como las tres divisiones de magia?

La magia residía dividida en tres ramas fundamentales para mantener el equilibrio en el mundo: estaba la magia elemental, que nacía del vínculo con los elementos naturales: agua, tierra, aire, fuego y en ocasiones, la mismísima tormenta. Todos los humanos que poseían ese tipo de sangre no la elegían, era al revés; los elementos los elegían a ellos desde antes que nacieran.

Luego venía la fantástica magia arcana, la más antigua y variada de todas. Fluía desde el poderoso todo, la frontera invisible entre mundos y universos. Quienes eran bendecidos con dominarla, podían ver más allá del tiempo, sentir el poder en sus manos, cambiar de forma o incluso alterar los recuerdos de los demás con mucha facilidad. Pero como todas las cosas, ese poder poseía un precio que no muchos querían conocer.

Y, por último, estaba la magia dracónica, la más rara y peligrosa entre todas las magias. Solo podía nacer de ese vínculo sellado entre un dragón y un humano. No era algo que se aprendiera, debía ser traspasado con cuidado, porque se requería de mucha confianza entre ambas partes para ser manejado. Una sola traición y se volvía un arma letal, incluso para su portador originario.

—Podríamos decir que es algo muy parecido, pero aquí no es por magia, sino por la cualidad que posee cada persona al asumir los retos. —Se cruzó de brazos—. La Fortaleza de Estrategia, donde van los más astutos, aquellos que piensan con claridad antes de actuar impulsivamente, algo que evidentemente tú no eres, brujilla.

—¿Disculpa? —Cathanna abrió la boca, ofendida—. Para tu información, tengo una gran capacidad cerebral para tomar buenas decisiones y, sobre todo, para pensar antes de actuar. No me subestimes sin siquiera conocerme, cretino, ignorante.

—No me interrumpas. —Le dedicó una mala mirada, torciendo la boca—­. Después está la Fortaleza de Furia, para los que confían en su fuerza bruta y habilidades en combate. Suelen ir los impulsivos, más que todo. Y, por último, la Fortaleza de Ónix, para los que prefieren moverse sin ser vistos y atacar en el momento preciso... Y definitivamente no tienes lugar en ninguna. ¿Qué haré contigo entonces? —Puso un gesto pensativo, con la mano en el mentón.

—¿Todas las personas, independientemente de su carrera, viven en las mismas fortalezas? —preguntó Cathanna, entre dientes—. ¿Y qué pasa si fallo en la prueba? ¿Voy a ser arrojada a la boca de un gran depredador? ¿Me sacarán del castillo? ¿Mi cuerpo explotará en mil pedazos, como en las historias de terror de los elfos?

—Una pregunta a la vez. —Suspiró, exasperado—. A los estudiantes los tienen separados entre sí en las mismas fortalezas, pero siempre se cruzan. Y no tienes muchas opciones, brujilla. O apruebas... o mueres en el intento. Déjame decirte que morir en la prueba es lo más humillante que puede existir en el mundo. Aunque se supone que es una prueba para valientes, hay mejores formas de morir... Con más honor.

—¿A quién se le ocurrió que esa prueba era buena idea? ¿Por qué matar a las personas que servirán al reino? —Había escuchado antes sobre los desafíos que existían en Rivernum, pero ahora escucharlo de boca de un cazador, alguien que ya había pasado por eso, le parecía una locura—. No encuentro el sentido lógico.

—Lo mismo me pregunto yo. —Se burló descaradamente, sin dejar de verla—. Cuando la prueba termina, en el brazo derecho aparece el nombre de la fortaleza a la que perteneces. Justo como esta...—Subió la manga de su uniforme, revelando la marca en tinta negra sobre su hombro—. Duele un poco cuando se está formando, pero nada extremo. No es algo que vaya a desaparecer de tu cuerpo.

Cathanna observó la marca con atención. Era un lobo de ojos rojos y brillantes encerrado en un círculo de fuego que parecía moverse con cada segundo que pasaba. No podía negar lo hermoso que era, pero al mismo tiempo, le resultaba tan intimidante.

—Ónix... —Su mirada subió al rostro de Zareth—. Eres sigiloso y prefieres atacar cuando es el momento perfecto para hacerlo.

—Cada fortaleza se especializa en su cualidad. Te enseñan sobre ella mientras recibes entrenamiento, aunque eso varía bastante, porque depende de la brigada y las clases que estés cursando en ese momento. Lo entenderás mejor cuando entres al castillo.

Cathanna desvió la mirada hacia su propio brazo, aún intacto, aun sin una marca. No podía negar que una parte de ella sentía curiosidad, pero la otra... la otra sabía que una vez que esa marca apareciera, ya no habría vuelta atrás. Que sería una más dentro de ese lugar.

—¿No se supone que los cazadores son entrenados desde niños?

—Sí, pero hay excepciones —respondió con calma—. Muchos de los cazadores que ves en las calles, llegaron por sus propios medios. Conscientes de la clase de persona que serían una vez cruzaran las puertas de Rivernum. Otros, vienen del campamento de Rivernum, después de haber perdido toda su inocencia, como yo.

Para nadie era un secreto que muchos padres dejaban a sus hijos en el campamento de Rivernum. Ya sea porque se lo pidieron sus hijos o porque decidieron no ser padres. Era un acto cruel cuando se trataba de recién nacidos que se criaron matando para sobrevivir.

—¿Sigues siendo cadete?

—¿Cuántos años crees que tengo? —Arqueó las cejas, formando una media sonrisa en sus labios, sin poder apartarle la mirada de encima—. Realicé mi juramento a la corona hace ya nueve años. Creo que tenía dieciocho. Entré con nueve años al campamento y a los diecisiete al castillo para continuar mi entrenamiento.

—Dieciocho años... ¿Ahora tienes veintisiete más o menos? —Él asintió—. Actúas como un anciano. Pensé que tendrías unos cuarenta años. ¿Y desde entonces no has hecho nada más que cazar como una bestia? Por los dioses, que aburrido sería eso.

—Amo ser un cazador y que me teman. Y ahora todo eso se fue al carajo porque tengo que cuidar de ti.

—¿Y qué hay de tus misiones? —Bufó, desviando la mirada—. Pensé que los cazadores tenían un deber más importante que seguirme las faldas como un perrito.

—Ser cazador no se trata solo de cazar. Se trata de saber cuándo tu misión cambia, y tú te has convertido en la mía en este momento, por desgracia.

—Puedo cuidarme sola —espetó Cathanna, alzando ligeramente la barbilla—. No te necesito.

—¿Hubieras podido enfrentarte a esa bruja?

—Por supuesto que sí. Soy demasiado fuerte. He aprendido muchas técnicas de mi don para mandar lejos a las personas que intenten hacerme daño.

—Si eres tan fuerte cómo dices, debo suponer que tu cabeza también lo es... Entonces, Cathanna—dijo, acercándose más a ella, al punto que sus respiraciones se mezclaron—. ¿Qué tipo de bruja era?

Cathanna frunció el ceño.

—No me digas que nunca has leído un libro sobre brujas. —Zareth chasqueó la lengua.

—Nunca me ha gustado leer demasiado —admitió, encogiéndose de hombros—. Solo he leído sobre dragones y la aburrida historia y política del reino. Y las brujas... no me llaman la atención. Mi familia siempre dice que son malas y rebeldes.

—Pues deberías leer más. Es bueno. Ayuda a deshacerse de la ignorancia —comentó Zareth, con una sonrisa ladina—. No puedes simplemente decir que las brujas son malas, por lo que te dicen otros. Debes leer y darte cuenta de las cosas por ti misma.

—No soy ignorante.

—Ajá... claro —respondió él, echándole una mirada de arriba abajo, con una sonrisa burlona—. Ahora entiendo por qué el apodo de “princesa” te queda tan bien. Seguro conoces ese dicho: “Hueca como la cabeza de una princesa”. Solo sirven para ser bonitas y esperar que todos hagan las cosas por ellas... como tú, princesita. No tienes nada en la cabeza. Eso sí que es aburrido.

Cathanna sintió la rabia recorrer sus venas. Sin pensarlo dos veces, cerró el puño y lo estampó contra Zareth, haciéndole girar el rostro y apretar los dientes con fuerza. Él cerró las manos, hundiendo las uñas en las palmas, sin sentir ningún dolor. Respiró hondo, controlando las ganas que tenía de molerla a golpes.

«Carajo»

—¿Tus padres no te enseñaron que es malo golpear a las personas? —soltó Zareth, mirando el suelo, mientras llevaba una mano a la nariz, la cual estaba sangrando.

—¿Y los tuyos no te enseñaron el mínimo respeto?

—Al carajo el mínimo respeto —gruñó, limpiando la mano en el uniforme negro—. Fallo, ¿podemos quedarnos unas horas? Solo hasta que la madrugada llegue y pueda dejar a Cathanna donde la recogerá el tren. Aunque sería buena idea dejarla bajo la lluvia.

—¡Pero claro! Siempre es bueno tener compañía.

Cathanna se mordió la lengua, acomodándose en el asiento, incómoda, mientras sentía la pesada mirada de enojo de Zareth sobre ella, aunque realmente no le importaba. Él se lo había ganado al tratarla de aquella forma tan despectiva, como si quisiera hacerla menos. Elevó las manos y tomó la taza de té dulce que Fallo le ofreció. La llevó a sus labios, observando a Zareth subir por la escalera.

Fallo no tardó demasiado en perderse por las escaleras, dejando a Cathanna sola con el gato, que la miraba con los ojos entrecerrados, sospechando demasiado. Cathanna se levantó y fue a la cocina para dejar la taza de vidrio en el lavabo. Sin embargo, cuando estaba por irse, se volteó de golpe. La cocina estaba más que impecable, sin ningún utensilio sucio, así que se obligó a intentar lavar la taza, aunque lo hizo de una forma errónea, pues terminó con la chaqueta llena de agua. Bufó, molesta, y guardó la taza para luego subir por las escaleras. No quería estar abajo: sentía mucho miedo.

En el primer pasillo no estaban; no podía oler sus aromas con la misma intensidad que abajo. Siguió subiendo y se encontró con la peculiar fragancia a aguacate de Fallo en una de las habitaciones del fondo. Continuó hasta el último piso, donde el olor de Zareth estaba impregnado en todas partes. Avanzó con paso lento, casi arrastrando los pies por el pasillo, que era mucho más grande que los otros.

Cuando llegó a la habitación de donde provenía la esencia de Zareth, se encontró con la puerta semiabierta. Se quedó en el marco, con los brazos cruzados y la mirada fija en el hombre que apaleaba un saco de golpear en medio de aquella habitación amplia, repleta de máquinas de ejercicio. Curvó una ceja, relamiendo sus labios, al ver esa espalda desnuda tensarse y moverse con cada golpe que daba.

Zareth sonrió de lado al notar su presencia, dejando ver sus colmillos afilados, dándole puñetazos cada vez más fuertes al saco que se abalanzaba hacia delante. No estaba enfadado por el ataque que ella le había dado con esa brutalidad que le rompió la nariz; estaba furioso consigo mismo por no habérselo devuelto. Había jurado ante su familia en la niñez que jamás lastimaría el cuerpo de una mujer, y lo cumpliría, aunque fuera una bruja que lo sacara de quicio con cada palabra, con cada gesto que él consideraba infantil, y eso chocaba de frente con la diciplina que había forjado durante años siendo cazador.

El saco delante de él crujió bajo otro puñetazo, y por un instante, Cathanna juró que lo escuchó gruñir entre dientes. No podía negar que Zareth poseía un cuerpo envidiable, creado por el entrenamiento intenso en Rivernum; lo que sí podría afirmar con su vida era que su personalidad le parecía demasiado insoportable.

Desvió la mirada al pasillo y se encontró con el gato, caminando hacia ella con pasos lentos, queriendo amenazarla. Cathanna torció los labios, sintiendo el pecho agitarse. Odiaba a los gatos tanto como ellos odiaban el agua. Sonrió nerviosa, esperando que el animal se diera la vuelta, pero en lugar de eso, aceleró a ella.

Cathanna reaccionó rápido corriendo dentro de la habitación, solo para estrellar su rostro contra la dura espalda de Zareth, lo que provocó que él detuviera sus movimientos en seco. Sin pensarlo dos veces, Cathanna se escondió frente a él y asomó apenas la cabeza, espiando al felino que la miraba fijamente desde la puerta.

Zareth frunció el ceño, mirándola confundido, hasta que comprendió la escena cuando observó lo que ella veía. Se dio la vuelta y soltó una carcajada escandalosa, de esas que parecían surgir de lo más profundo del pecho. Caminó hacia el gato, lo empujó fuera con el pie y cerró la puerta detrás de él, todavía riendo fuerte, ganándose una mala mirada por parte de Cathanna, quien estaba con los brazos cruzados. Ella elevó una de sus cejas, ahogando las ganas de golpearlo.

—¿Qué es tan gracioso? —Infló las mejillas.

—¿En serio? —Fingió normalidad—. ¿Te asustan los gatos?

—¡Obvio que no! ¡Son solo horribles! —exclamó, levantando los brazos de manera dramática—. Tienen esa mirada… hostigante, como si desearan devorarme. Igual no importa, ¿sí? —Se acercó a la puerta y la abrió de golpe, encontrándose con el gato. Cathanna soltó un grito ahogado y la cerró nuevamente—. Está bien… —admitió, apretando los labios y volviendo la vista a Zareth—. Puede que sí me den un poco de miedo los gatos. Pero eso no significa nada.

—Eres la primera persona que conozco que le tiene miedo a los gatos. —Se posicionó frente a ella, inclinándose para clavarle la mirada en los ojos, con burla—. Y lo increíble es que lo admitas. Te hace ver… un poquito menos cobarde, brujilla.

—Eres un idiota, Zareth. —Se apartó de él con brusquedad y fue a dejarse caer en una de las máquinas de ejercicio, cruzando los brazos, con la mirada baja—. Mejor ve y encierra a ese bendito gato en cualquier habitación. No quiero salir y toparme con él sentado en medio del pasillo. —Jugó con el anillo de compromiso en su dedo.

—Que sea tu “protector” no me convierte en tu sirviente. —Se recostó en la pared—. Si tienes miedo, hazlo tú.

—Cretino… —murmuró Cathanna, torciendo los labios—. Vístete. Hay personas en esta habitación que no quieren verte asi.

—No estoy desnudo. Solo sin camisa. —Él arqueó una ceja, divertido—. En Rivernum, la mayoría andan asi después de clases.

—Es lo mismo. —replicó ella, rodando los ojos—. No me interesa en lo más mínimo ver tu cuerpo sin camisa.

Zareth asintió con la cabeza, recogió sus cosas, y antes de salir de la habitación, la miró de reojo, lleno de burla.

—Los gatos no matan brujillas —dijo, saliendo.

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Rubí Jane
aqui hay amooie😫
Rubí Jane
vea a este animal 🦍
Rubí Jane
pero cathanna
Rubí Jane
no es tú culpa
Rubí Jane
perro desgraciado
Rubí Jane
no lo eres. nunca 😭
Rubí Jane
hijo de tú madre 😫
Rubí Jane
😫😫😫😫 te entiendo mana
Rubí Jane
las mujeres no nacimos para parir 😭
Rubí Jane
eso mami, calla a esas mujeres
Rubí Jane
anne cállate mil años
Rubí Jane
exactamente reina👏
Rubí Jane
me encantan las protagonistas altas 🤭
Rubí Jane
amooi
Rubí Jane
ojala te caiga fuego en la cabeza, desgraciada
Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
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