Desde Que Te Vi

[Punto de vista de Mariana]

Los primeros días en la ciudad habían sido un torbellino de emociones para Mariana. Extrañaba a sus bravucones hermanos haciéndole bromas, a su ma

Las clases, los pasillos infinitos de la universidad, los horarios nuevos… todo era intenso, abrumador y emocionante al mismo tiempo.

Pero había algo —o alguien— que le generaba una extraña intriga.

Mauricio. Su vecino.

Era reservado, serio, elegante en una forma casi intimidante, pero con pequeños destellos de calidez que la hacían sentir... ¿cómoda? ¿Conocida?

Y eso la confundía.

Lo veía a veces en el ascensor, otras saliendo al balcón con una taza de café negra como su vestimenta habitual.

Una noche lo escuchó tararear una melodía antigua que su mamá solía poner en la panadería.

Eso le revolvió el pecho.

—No puede ser… —murmuró en voz baja—. ¿Por qué siento como si ya lo conociera de otro lugar?

Una mañana, mientras intentaba colgar una repisa que compró barata en el mercado, todo se desmoronó. Literalmente.

—¡Mierda! —gritó, mientras un tornillo salía disparado, golpeaba la pared y caía dentro de una taza que terminó estallando en mil pedazos.

Golpearon la puerta segundos después.

Cuando abrió, ahí estaba él.

Con la ceja levantada, una mano en el bolsillo y otra sosteniendo una caja de herramientas.

—¿Todo bien? Escuché algo que sonó como un apocalipsis doméstico.

—Solo… la repisa del demonio. Quería colgar mis dibujos y terminó vengándose —dijo Mariana, sin saber si reír o llorar.

Mauricio la miró un momento, luego entró sin pedir permiso.

—Traé los tornillos. Yo me encargo.

—¿Sabés colgar cosas?

—Digamos que tengo experiencia arreglando… situaciones inestables.

Ella lo miró con una ceja en alto.

—¿Y eso qué significa? ¿Trabajás en emergencias? ¿En obras? ¿O sos… espía?

Mauricio soltó una risa suave, la primera carcajada sincera que ella le había escuchado.

—Sería más interesante que decir “gerente administrativo”, ¿no?

Mariana rió. Había algo en ese hombre que la desconcertaba y la atraía al mismo tiempo.

Mientras él trabajaba en la pared, ella se sentó en el piso con una taza (nueva) de té.

—¿Siempre tan serio, Mauricio?

—No con las personas que me importan —respondió sin pensar.

Mariana se congeló por un segundo.

Él también.

Se habían mirado demasiado tiempo.

—Digo… —rectificó él, bajando la mirada—, con los vecinos buena onda como vos, se puede relajar uno.

Mariana sonrió, aunque su corazón latía raro.

—Yo te conozco de algún lado, ay algo en vos que me resulta familiar—soltó sin filtro—. Tu cara… tu forma de mirar… no sé.

Mauricio se tensó apenas, pero lo disimuló enseguida.

—Tal vez nos cruzamos alguna vez. ¿Sos del interior, no?

—Sí, de un pueblito al sur. Panadería familiar. ¿Vos?

—Viajé mucho. Quizás fue en uno de esos viajes.

Ella asintió, pero no parecía convencida.

[Punto de vista de Mauricio]

Ese comentario la había dejado pensativa.

Maldita sea.

Estaba tan cerca.

Y cada vez era más difícil contenerse.

Quería decirle. Quería confesarle todo. Que la conocía desde que tenía 16. Que la había visto crecer, luchar, reírse, llorar en secreto en el techo de su casa cuando su mamá estuvo mal.

Quería contarle que había sido él quien le mandó los lápices.Quien la cuido en secreto

Que la beca era parte de todo lo que había planeado para acercarse a ella.

Pero no podía.

No todavía.

Lucio le había advertido:

—Si le contás todo de golpe, la vas a perder. Vas a parecer un maldito acosador.

Y tenía razón. Aunque lo odiara.

Mariana seguía hablándole, contándole historias graciosas de la universidad, de su compañera de cuarto que hablaba dormida, de cómo casi se desmayó en el primer examen.

Y él la escuchaba, embobado.

—Gracias por ayudarme, vecino serio. Estás oficialmente contratado como manitas personales —dijo ella, sonriendo.

—Haré lo que sea necesario —respondió él en voz baja.

Ella no lo escuchó.

O prefirió no escuchar.

Pero él lo decía en serio.

Lo haría todo.

Por ella.

Aunque tuviera que seguir ocultando su verdad… un poco más.