Leonor una joven de corazón puro que luego de que en su primera vida le tocará experimentar las peores atrocidades, vuelve en el tiempo y jura vengarse de todos aquellos que algunas vez destruyeron su vida por completo.
Nueva historia chicas, subiré capítulo intercalando con las otras dos. Sean pacientes, la tengo que subir por qué sino se me va la idea😜😜🤪
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cap. 11
En la noche, en el palacio de la princesa, el príncipe entró a hurtadillas en la habitación de esta y la encontró durmiendo plácidamente en su cama. Antes de que pudiera dar un paso más, la princesa, sin voltear, dijo:
—¿Qué hace aquí, príncipe? ¿Sabe que entrar de esa forma a la habitación de una señorita decente puede interpretarse de muy mala manera...?
—¿Decente? —replicó él, con frialdad—. Decencia e inocencia es lo que menos posees. ¿Cómo te atreviste a engañarme así?
Leonor se volteó y miró al príncipe, cuyo rostro estaba completamente ensombrecido.
—¿A qué se refiere, alteza?
—No te hagas la desentendida. Sabes perfectamente a qué me refiero. La marca...
—Ah... eso.
—¿Por qué no me dijiste lo que implicaba esta marca?
—Creí que lo sabía. Todos los imperios conocen nuestra historia.
—Me engañaste. Quiero que la elimines...
—Lo haré... cuando nuestras metas se cumplan.
—Ahora.
Leonor se levantó de la cama y, caminando hasta llegar a él, frunció el ceño.
—Aclaremos algo: usted no me dará órdenes. Este no es su imperio aún, y yo no soy su esposa. Y ni siéndolo me ordenará. Estaremos a la par. Espero que no lo olvide nunca...
Mauricio se acercó más a ella y, tomándola del cuello, espetó furioso:
—Mira, no me provoques porque puedo...
Leonor movió sus dedos discretamente. La serpiente tatuada en su muñeca cobró vida y ascendió por su brazo hasta llegar al cuello de Mauricio. De inmediato, empezó a apretar, obligándolo a soltarla.
Leonor, mirándolo desafiante, dijo:
—Nunca... jamás... vuelvas a ponerme una mano encima, porque podría olvidar nuestro trato... y arrancártela. ¿Queda claro?
El príncipe, rojo de ira, intentó mantener la calma. Volvió a alzar la mano para sujetarla, pero nuevamente la serpiente lo envolvió. Ambos estaban en una lucha silenciosa de poder hasta que el ruido de pasos acercándose llamó su atención. Se soltaron mutuamente, respirando con dificultad.
Leonor, aún recuperando el aliento, indicó a Mauricio que se escondiera tras la puerta. El príncipe obedeció de mala gana. Ella se recostó en la cama justo a tiempo antes de que una mujer abriera la puerta. La sirvienta, asegurándose de que Leonor "dormía", colocó discretamente un líquido en el jarrón de agua y salió en silencio.
Cuando la puerta se cerró, Mauricio dijo con sarcasmo:
—¿Si te invito un vaso de agua contaría como intento de asesinato?
—Déjate de estupideces. Esto es obra de la Emperatriz. Ya ha comenzado. Será mejor que se vaya. Como verá, tengo asuntos más importantes que atender que sus estúpidos reclamos.
—Tú... tú y yo aún no hemos terminado.
—Yo creo que sí. No me provoque, príncipe. Aún no estamos casados y podría cambiar de opinión...
—No puedes. ¿Cómo era que iba el pacto...? Ah, sí: si no cumples con tu palabra, tu imperio caería en desgracia y tú perderías todo tu poder. En ese caso, yo ganaría de igual manera.
Leonor lo miró con los ojos entrecerrados.
—Veo que no es tan idiota como pensé.
Mauricio la miró furioso y dio un paso hacia ella, pero la serpiente volvió a enredarse en su cuello.
—Shh... quieto ahí. Eso no quiere decir que no pueda controlarte.
Ambos notaron cómo el cuello de Leonor también empezaba a marcarse. Mauricio frunció el ceño y retrocedió.
—¿Estamos conectados? ¿Todo lo que me haces también se refleja en ti?
—Y viceversa. Así que intente no provocarme, o podría beber un par de sorbos del agua envenenada y ver qué tan potente es el veneno que la Emperatriz preparó para mí.
Mauricio, al comprenderlo, se arrepintió de sus impulsos. Suspiró y dijo:
—Bien, prometo no ponerle una mano encima... pero esto —señaló su muñeca— tendrá que desaparecer.
—Y lo hará... cuando pueda confiar en ti.
—Bien. ¿Qué planeas hacer con esa sirvienta?
Leonor, suspirando, decidió dejar las hostilidades de lado por el momento.
—Mañana mismo la expondré frente a las damas de mi corte.
—¿Cómo harás eso?
Leonor lo miró curiosa, y Mauricio agregó:
—No te confundas. Mientras estemos conectados, tu suerte es también la mía. Si algo te pasa, lo sentiré... y juro que venderé mi alma por matarte.
La princesa sonrió con una mueca.
Leonor empezó a trazar su plan mientras Mauricio la escuchaba con atención. El príncipe decidió entonces asistir a la fiesta de té para ver en persona cómo ella se encargaba de esas "ratas".
***
Al día siguiente...
Leonor había organizado una fiesta de té para recaudar fondos para el orfanato, pues el invierno se acercaba y quería cubrir las necesidades de los niños. Eso era algo que nunca había cambiado en su naturaleza: su bondad genuina.
Las damas llegaron una a una, y una vez todas estuvieron reunidas, la reina llegó acompañada del príncipe.
Las mujeres se inclinaron respetuosamente y Maribel anunció:
—Señoras, permítanme presentarles al príncipe de Zenda, Mauricio.
Las damas lo saludaron cortésmente, y las más jóvenes no pudieron ocultar su admiración. Mauricio sonrió y, sin perder tiempo, se acercó a Leonor, besándole los nudillos con cortesía.
—Hola, princesa. Había venido a verla, pero su madre me informó de su fiesta. No quisiera interrumpir...
Una dama, deslumbrada por su amabilidad, exclamó:
—Tome asiento, alteza. ¡A nadie le molestará su presencia! Hablaremos de cómo ayudar a los niños del orfanato.
—Bueno, en ese caso, me quedaré.
Leonor rodó los ojos discretamente y observó cómo Mauricio se sentaba a su lado.
La fiesta transcurría animadamente. Las sirvientas, seleccionadas especialmente por Leonor, atendían a las damas. De pronto, mientras bebía su té, Leonor empezó a toser y a ponerse roja.
—¿Princesa, se encuentra bien? —preguntó Mauricio, con el rostro perfectamente compuesto en una expresión de preocupación.
Leonor se cubrió la boca con una servilleta, y al toser más fuerte, escupió sangre. La reina se levantó alarmada.
—¡Llamen a un médico! —gritó, corriendo hacia su hija.
Leonor perdió el conocimiento y cayó en los brazos de Mauricio, quien la cargó con firmeza.
—Guardias, que nadie salga de aquí hasta que esto se resuelva.
Los soldados dudaron un momento —después de todo, Mauricio era un príncipe extranjero— pero pronto vieron aparecer a otros cinco soldados de Zenda, apostados estratégicamente.
—¡Sí, alteza! —dijeron al unísono.
La reina, conteniendo las lágrimas, añadió:
—¡Obedezcan también ustedes! ¡Que nadie salga!
El pánico se apoderó de las damas, y entre las sirvientas, la más nerviosa era aquella que la noche anterior había vertido el veneno en el agua. Pero aún confiaba en que no podrían vincularla.
Mientras tanto, en los aposentos de la princesa, el médico examinaba a Leonor.
—La princesa está en estado delicado, majestad. Ha sido envenenada...
Maximus, el emperador, llegó corriendo. Miró al príncipe con desconfianza.
—Fuiste tú...
—Olvida que tengo un pacto con ella. Soy el más interesado en encontrar al culpable —replicó Mauricio fríamente—. Créame que cuando lo descubra, entenderá por qué me llaman el Ángel de la Muerte.
Maximus dudó, pero Maribel, entre lágrimas, intervino:
—Él no fue. Yo le creo...
—¿Qué pasó, entonces?
—Estábamos en la fiesta de té y...
—¡Que revisen la taza de la princesa, ahora mismo!
Los soldados corrieron a buscarla.
Maximus, mirando fijamente a Mauricio, agregó:
—Voy a confiar en su palabra... pero si descubro que está involucrado, yo mismo lo desmembraré.
Mauricio, sin inmutarse, respondió:
—Puede estar seguro de ello.
Luego, volviéndose hacia la reina:
—¿Puedo ingresar? Quisiera estar con ella hasta que despierte.
La reina asintió. Mauricio entró a la habitación y, al acercarse a la cama, Leonor abrió un ojo y murmuró:
—¿Se lo creyeron?
—¿Cómo lograste que el médico dijera que estabas envenenada?
—Es fiel a mí. Cuando le conté lo que sucedía, preguntó en qué podía ayudar a su futura Emperatriz.
—Eso es bueno. No estás sola en esta lucha.
—Fueron años de trabajo para ganarme su lealtad. Príncipe, aquí la única que se está quedando sola día tras día es la Emperatriz...
—Muy bien. Espero que encuentren pronto al culpable... tu padre ya me amenazó.
—Tranquilo, no lo hará. Porque, milagrosamente, la cura para mi estado estará en su poder.
—¿Ah, sí? Cuénteme más...
Gracias querida autora por regresar y hacernos vivir tan bellas aventuras