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Mariá: Entre Dos Amores

Mariá: Entre Dos Amores

Status: Terminada
Genre:Romance / Fantasía / Comedia / Hombre lobo / Romance paranormal / Harén Inverso / Completas
Popularitas:194
Nilai: 5
nombre de autor: FABIANA DANTAS

MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.

La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.

Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.

NovelToon tiene autorización de FABIANA DANTAS para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 2

Kael

Mi corazón late como un tambor de guerra. La respiración es pesada, los músculos tensos. El instinto, ese maldito instinto... ruge dentro de mí. Pero no estoy solo en esto.

Miro hacia un lado. Dylan también está inmóvil, con los ojos fijos en la misma dirección que los míos. Su mandíbula tensa, los puños cerrados. Él también lo siente.

—Una compañera... —susurramos al mismo tiempo. La palabra sale cruda, ancestral. Es un reconocimiento más fuerte que la razón. Casi sagrado.

La chica de ojos rotos y alma agrietada dobla una esquina con la señora de pasos lentos. El calor que emanaba de ella todavía vibra en mí.

En este instante, un chico cualquiera pasa por nosotros. Delgado, gafas torcidas, mochila colgada de un hombro. Y yo actúo.

Antes de que la lógica hable más alto, agarro al mocoso por el cuello. Él abre los ojos y suelta un sonido ahogado de pavor. Su olor es puro miedo.

—Kael —gruñe Dylan a mi lado, con la voz baja, firme. —¿Qué crees que estás haciendo?

Ignoro.

Mi cabeza gira hacia la esquina donde la chica casi está desapareciendo. Apunto con la barbilla.

—Aquella. ¿Quién es? Habla.

El chico parpadea, traga saliva. Sus gafas casi se caen.

—A-aquella... es Mariá, señor. Pero no la conozco bien... solo de vista.

Dylan se mueve levemente, un paso adelante. Suave, elegante, pero la tensión es visible en su expresión, mientras pregunta:

—¿Cómo que no la conoces? Parecen tener la misma edad. ¿No estudia contigo?

El chico sacude la cabeza, con el cuello todavía preso en mi mano.

—Sí, pero... ella nunca ha estudiado en la escuela con nosotros. Casi nadie sabe nada sobre ella. Solo que es hija del alcalde. Y...

Él duda. Está sudando. Los ojos piden que lo suelte.

—¿Y...? —incentivo, con un leve apretón de dedos.

—Y... hay gente que dice que ni siquiera es humana. Que sus padres la esconden porque es... diferente. Algunos dicen que han oído gritos en su casa. Pero nadie sabe si es verdad. Solo rumores... solo rumores.

Lo suelto despacio. El chico tambalea un poco, se arregla la camiseta, sin mirar nuestros ojos.

—Necesito irme —dice rápido, casi tropezando con sus propios pies al alejarse. —Si pierdo la primera clase, mi padre me mata...

Y ahí va él. Corriendo, mirando hacia atrás, como si hubiera cruzado el camino de dos depredadores. Y de hecho lo cruzó.

Pero ya no lo veo. Todo lo que resta es un nombre quemándose en el fondo de mi mente, grabado con sangre e instinto:

Mariá.

Entonces, después de este momento extraño y poderoso —como si el mundo se hubiera detenido por un segundo—, los dos volvemos a entrar en el coche. El silencio entre Dylan y yo es denso, casi eléctrico.

Todavía puedo sentir su rastro en el aire… como si su presencia hubiera marcado el suelo por donde pasó.

Cierro la puerta con un golpe seco, e incluso antes de que el motor ronronee, mi hermano, con los ojos fijos en el horizonte, deja escapar las palabras:

—Ella es mía, Kael.

No es una duda. Es una afirmación. Un aviso.

Giro lentamente el rostro hacia él. El peso de sus palabras me arranca una sonrisa torcida, lenta. Inclino un poco el cuerpo en su dirección y dejo que mi voz salga ronca, cargada de certeza:

—¿Tuya? Ah, querido hermano… Ella es mía.

Mis ojos se pierden un segundo en la acera por la que ella desapareció. El eco de su nombre todavía martillea en mi mente.

—La conexión ocurrió en el instante en que mis ojos encontraron los suyos. Fue como... fuego antiguo reavivándose. Y puedes apostar, Dylan —no voy a rendirme.

Él se carcajea. Una risa seca, afilada, llena de aquella arrogancia típica de él, como si supiera exactamente el juego que está comenzando. Arranca con el coche con firmeza y lanza:

—Sé que no vas a rendirte. Pero yo tampoco lo haré. Entonces... compartimos la misma compañera, hermano.

Las palabras flotan en el aire entre nosotros. Son peligrosas. Cargan presagios.

Suelto un largo suspiro, pasando la mano por el cabello, intentando calmar el torbellino dentro de mí. El deseo. El llamado del instinto. Pero también... la alerta.

—Tú no eres un problema, Dylan —digo, serio. —El problema… El problema real lo sentí cuando miré a aquel hombre parado al otro lado de la calle. La forma en que la miraba... Fría, sofocante, como si fuera un carcelero. ¿Será él el tal alcalde? ¿Su padre?

Dylan mantiene los ojos en la carretera, pero su mandíbula se contrae. La luz del sol invade el coche por las ventanas, dorando el panel y pintando sombras en los bordes de su rostro.

—No sé —responde él, con la voz baja. —Pero si lo es, lo vamos a descubrir pronto. El alcalde de este pueblito ha confirmado su presencia en la inauguración de nuestro taller esta noche.

Asiento en silencio. El motor ronronea, y la carretera delante de nosotros parece abrirse. Esta noche... los ojos de la ciudad estarán sobre nosotros. Pero mis ojos... estarán sobre ella.

El silencio que surge dentro del coche es casi meditativo, como si ambos estuviéramos digiriendo el impacto de Mariá. Su olor todavía parece impregnado en el aire. Pero entonces, como siempre, Dylan es el primero en romper el clima:

—Solo no te precipites, Kael.

Su voz viene firme, baja, pero cargada de preocupación. Me giro hacia él con una ceja arqueada, pero dejo que continúe:

—Eres impulsivo. Siempre lo has sido. Y sabes que necesitamos mantener nuestra verdadera identidad oculta. Nuestro padre nos dio carta blanca para explorar este territorio, pero sin causar alarde. Y otra... —hace una breve pausa, como si ponderara el peso de lo que va a decir. —No me importa compartir la misma compañera contigo. Claro... eso si ella nos acepta.

Él suelta un leve suspiro y continúa, ahora con los ojos fijos en el camino adelante:

—Pero mantén la cabeza en su lugar. Necesitamos entender mejor esta ciudad antes de cualquier movimiento. Mariá puede haber sido un choque para nosotros, pero... este lugar entero exhala algo extraño. Hay tensión en el aire. Y tú lo sentiste también. Sé que lo sentiste.

Sonrío despacio, casi saboreando su preocupación. Estiro las piernas en el espacio del coche, relajándome, y me pongo las gafas de sol antes de responder con un dejo ligero en la voz:

—Relaja, Dylan. ¿Crees que soy tonto? Y... hablando de padre, estás empezando a hablar igualito a él. Será la edad.

Él pone los ojos en blanco con una media sonrisa y frena suavemente en el semáforo en rojo, el sol pintando reflejos anaranjados en su traje impecable.

—Bien... —dice, brevemente. —La forma en que agarraste a aquel chico flacucho en medio de la calle no pareció muy “inteligente”.

Llevo una de las manos a la nuca, rascando levemente como si estuviera pensando, y doy una leve sonrisa de lado, maliciosa:

—Ah, por favor... ahí solo estaba recolectando información sobre el territorio. Tú mismo dijiste: necesitamos conocer el lugar. Estaba haciendo lo que cualquier buen lobo explorador haría. Y, convengamos, funcionó. Ahora sabemos quién es la chica, y que nadie sabe casi nada sobre ella.

Dylan sacude la cabeza, luchando contra una sonrisa. Pero no me detengo:

—Y sobre que ella nos acepte... Bien, ahí estoy de acuerdo en parte contigo.

Me giro levemente en su dirección, bajando las gafas de sol hasta la punta de la nariz, dejando que vea mi mirada directa, confiada.

—Es más fácil que te rechace a ti que a mí. Al fin y al cabo, seamos honestos... yo soy más guapo. Más estiloso también. Tenemos que reconocer los hechos, hermano.

Dylan suelta una risa seca, hundiendo el pie en el acelerador cuando el semáforo se abre. La ciudad pasa por nosotros como un borrón, pero algo cambia. Algo vibra en el aire.

Él entonces me mira de reojo, con aquella sonrisa de desafío en el rostro:

—Vamos a ver entonces, Kael. Vamos a ver qué lobo va a elegir primero.

Y yo solo pienso: Mariá... todavía ni siquiera imaginas lo que te espera.

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