Flor roja
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Capítulo 2
Flor
—¡Basta! —gruñe Franco, su voz retumba en el comedor como un disparo seco—. ¿Cuándo será el maldito día en que me respetes y me veas como lo que soy? ¡Tu padre!
Me le echo a reír en la cara. No puedo evitarlo. Es irónico que justo él me exija respeto, cuando no ha hecho nada para ganárselo.
—¿Y a ti desde cuándo te importa que te vea como un padre? —digo con voz firme, apoyando las manos sobre la mesa, inclinándome hacia él—. Si no te respeto y no te tomo en serio es culpa tuya. Nunca te comportaste como un padre, así que no me pidas respeto a estas alturas.
Sus ojos se llenan de furia, esos mismos ojos azules que heredé de él, fríos y dominantes. Por un momento creo que va a gritarme, pero Fabián interviene antes de que eso pase.
—Bueno, basta ya, por favor —dice mi hermano, siempre el mediador—. Flor, ya siéntate y escucha, ¿sí?
A regañadientes obedezco. Si hay alguien al que sí respeto, es a Fabián. No porque sea el “futuro líder”, sino porque siempre ha sido el único que ha estado ahí, incluso cuando el mundo se caía a pedazos.
Franco respira profundo y vuelve a hablar.
—Ya dije lo que tenía que decir. A partir de mañana Fabián tomará mi puesto, y tú, Flor —me mira con seriedad, casi con orgullo—, ya sabes lo que te corresponde. Ustedes dos estarán a cargo. Espero que sean responsables.
Luciana, con esa sonrisa falsa de siempre, interviene:
—Si llegan a necesitar algo, nos dicen y vendremos de inmediato. Aunque sé que son responsables y sabrán solucionar cualquier cosa.
Finjo una sonrisa y asiento, pero por dentro estoy harta. Toda esa farsa de familia unida me da náuseas.
El resto de la cena transcurre en un silencio incómodo, interrumpido solo por la voz chillona de Estefany hablando de su novio y de fiestas, como si no tuviera nada mejor que decir. La miro de reojo y me arde la sangre. Siempre tan perfecta, tan mimada, tan falsa.
Apenas termino de comer, me levanto de la mesa sin despedirme. Siento las miradas sobre mí, pero no me importa. Subo las escaleras hasta mi habitación y cierro la puerta de un portazo.
Me quito la ropa con desgano y entro al baño. El agua caliente cae sobre mi piel y me ayuda a liberar un poco la rabia que tengo contenida. Observo mi reflejo en el espejo empañado: el cabello rojo cae sobre mis hombros, mis ojos azules están inyectados de cansancio y enojo.
Soy una Rojas. No por elección, sino por destino.
Me seco, me envuelvo en una toalla y voy al armario. Saco una pijama de seda negra y me la pongo. Estoy a punto de acostarme cuando tocan la puerta.
—¿Quién? —pregunto mientras me acerco.
—Soy yo —responde la voz de Fabián.
Abro la puerta y lo dejo entrar. Se sienta al borde de mi cama con ese aire tranquilo que siempre tiene, como si nada lo alterara. Me hace un gesto para que me siente a su lado.
—Sabes que vengo, ¿verdad? —dice con una media sonrisa.
—Sí —respondo rodando los ojos—, y de una vez te digo que no me importa.
Él suspira, con esa paciencia infinita que me desespera.
—Sé que no es fácil aceptarlo de nuevo en tu vida, y lo digo porque a mí también me cuesta —dice tomando mi mano—. Pero es nuestro padre, Flor. No te estoy pidiendo que lo ames, solo que intentes llevarte bien con él. Está tratando de ser mejor, sobre todo por nuestras hermanas. Sabes lo mucho que le afectó a Fanny cuando mamá nos dejó…
Su voz se quiebra un poco al final. Fabián rara vez se deja ver vulnerable, pero cuando lo hace… me duele.
Lo miro a los ojos, y aunque me cueste admitirlo, tiene razón. Hay cosas que no puedo perdonarle a Franco, pero tampoco puedo negar que está intentando cambiar. Lo he visto. En su forma de hablar con las niñas, en cómo evita gritarles, en cómo intenta ser un “padre”.
—Está bien —suspiro—, haré mi mejor esfuerzo.
Fabián sonríe con alivio y me revuelve el cabello.
—Eso quería oír. Pero no creas que por eso voy a ser tan considerado contigo —dice con una sonrisa traviesa—. Mañana empieza lo bueno. Tenemos cargos importantes y es hora de que aprendas más de lo que papá me enseñó. Si vas a ser mi mano derecha, necesito que estés lista.
—Lo estaré —respondo con firmeza.
Se levanta, me da un beso en la frente y sale del cuarto. Apenas cierra la puerta, dejo escapar un suspiro largo. Me dejo caer sobre la cama, apago la lámpara y cierro los ojos. Pero no pasa mucho tiempo antes de que vuelvan a tocar.
—¿Quién es? —pregunto, medio adormecida.
—Soy yo… Fanny —responde una voz temblorosa.
Me levanto enseguida y abro la puerta. Está ahí, con los ojos rojos y el rostro empapado en lágrimas.
—¿Qué pasa, Fanny? —pregunto suavemente.
—¿Puedo dormir contigo? —dice en un susurro—. Es que… tuve otra pesadilla.
Mi corazón se encoge. Fanny siempre ha sido la más sensible desde que mamá se fue. No ha pasado una noche en la que no despierte asustada o llorando. La abrazo y acaricio su cabello.
—Sabes que no tienes que pedirlo, mi vida —le digo interrumpiéndola antes de que se explique.
Le hago un gesto para que entre. Se acuesta conmigo, abrazando mi brazo como si fuera un escudo. En cuestión de minutos se queda dormida, su respiración suave y tranquila me arrulla.
La miro en silencio. Mi hermana… mi pequeña Fanny. Si algo le pasara, sería capaz de quemar el mundo entero.
Cierro los ojos y dejo que el sueño me lleve, pero lo último que pienso antes de quedarme dormida es que mañana empieza una nueva etapa.
Franco podrá seguir creyendo que tiene el control, pero esta vez… las reglas las voy a poner yo.
Otro capítulo maravilloso