La noche para Catia estaba siendo más larga de lo que ella había pensado. El aire en su pequeña habitación era pesado y frío, sin lograr aplacar el miedo que le quemaba el estómago. Al cerrar sus ojos, solo podía ver la mirada fría de Alejandro Carrero, una imagen tan clara que la hacía temblar bajo las sábanas. Él no era solo un hombre; era una fuerza de la naturaleza, una tormenta que había entrado en su vida desestabilizando lo poco que había construido.
Se levantó mucho antes del amanecer. La casa estaba en silencio; su tía, Felicia, y su prima, Amaranta, dormían, ignorantes o indiferentes a la ansiedad que consumía a Catia. Se dirigió al espejo. Sus ojos, normalmente llenos de brillo, estaban rodeados de sombras de miedo y a lo impredecible. La vulnerabilidad que sentía era abrumadora, pero la deuda era más grande.
Sabía que si seguía las órdenes de Felicia, que le había prohibido ir a la Torre Carrero, Alejandro cumpliría su amenaza y destruiría el negocio y eso sería mucho peor para ella. No podía arriesgarse. Su única opción era enfrentarlo sola.
En la cocina, preparó un café, pero no pudo beberlo. En su lugar, sacó la tarjeta de presentación de Alejandro Carrero que había guardado. Era pesada, gruesa, con letras en relieve. Un símbolo de su poder.
Catia tomó una decisión práctica: no iría completamente indefensa. Mientras el resto de la ciudad dormía, se sentó frente a su vieja computadora portátil. Ella tenía la habilidad innata de ser meticulosa y curiosa; si iba a enfrentarse al león, al menos sabría dónde estaban sus garras.
Buscó información sobre Alejandro Carrero. Rápidamente encontró artículos, entrevistas y biografías que lo pintaban como el empresario implacable que todos temían.
Alejandro Carrero, 30 años. Heredero y constructor de un imperio inmobiliario y tecnológico.
Era conocido por despedir ejecutivos con una sola palabra y aplastar imperios con solo un chasquido de sus dedos —Un hombre así desaparecería de la faz de la tierra una pequeña panadería como esta. — Susurro Catia mientras seguía leyendo. No tiene familia conocida en el país. Soltero.
Ninguna debilidad visible. Solo el éxito.
Pero entonces, en un artículo antiguo, encontró algo que la detuvo. Una mención fugaz sobre una disputa legal hace años, relacionada con el incumplimiento de un contrato menor debido a un error de su asistente. En la cita, Alejandro decía: "No se puede permitir que la debilidad personal afecte la eficiencia de la empresa."
Esa frase no le daba poder, pero le daba perspectiva. Él valoraba la eficiencia y el orden por encima de todo. Su furia no era solo por la mancha de café; era por el caos que ella representaba.
Catia apagó la computadora, la tarjeta de Carrero apretada en su mano. Estaba lista. No para pelear, sino para ofrecer la única cosa que sabía que él no podría rechazar: una solución perfectamente eficiente a su "problema".
A las 7:55 a.m., Catia Martínez, con el traje más formal que poseía y el corazón latiéndole a un ritmo insano, llegó al piso 50 de la Carrero Tower.
La secretaria de Alejandro, una mujer elegante y tensa, la observó con una mezcla de curiosidad y lástima.
—El señor Carrero la recibirá en un momento. Espere.
El ambiente era de un lujo tan impecable que la hacía sentir sucia. Justo a las 8:00 a.m. en punto, la puerta del despacho de Alejandro se abrió.
Alejandro Carrero estaba de pie junto a su escritorio de caoba maciza. No vestía traje, sino una camisa blanca impecable que, extrañamente, la hacía parecer aún más imponente. Su rostro no mostraba ninguna de la ira de ayer; solo una fría indiferencia que era casi peor que la furia.
—Puntual. Es un buen comienzo, señorita Martínez. Siéntese.
Catia no se sentó; se mantuvo en pie, manteniendo una distancia respetuosa.
—Gracias, señor Carrero. Vine a pagar la deuda.
Alejandro alzó una ceja, claramente divertido. —Ah, ¿así que vino con un maletín lleno de billetes? Porque, francamente, no creo que su sueldo de panadera cubra ni mis zapatos, y mucho menos la indemnización que le exijo a su tía.
Catia respiró hondo, aferrándose al poco valor que le quedaba. Ella no podía ofrecer dinero; tenía que ofrecer algo que él valorara más.
—Le ofrezco mi tiempo. Sé que mi tía no puede pagarle el doble del valor. Pero yo puedo. Usted dijo que el problema era la ineficiencia y la interrupción que causé. Permítame restaurar ese orden. Trabajaré para usted el tiempo que considere necesario. Sin paga. Haré lo que usted me ordene, siempre y cuando no lastime a mi tía y su negocio.
La propuesta era esclavitud, pero era su única carta. Alejandro se recostó en su silla, estudiándola. Ella no estaba suplicando por piedad; estaba ofreciendo un contrato. Era una solución limpia y eficiente a su molestia.
—Interesante —murmuró Alejandro. Sus ojos se clavaron en ella, una mezcla de fascinación e incredulidad—. Muy bien, Catia Martínez. Acepto su insolente oferta. Pero no va a limpiar pisos. Usted va a trabajar directamente para mí. Y le advierto: mi trato no es ni inocente ni amable. El trabajo será agotador y humillante. Y si comete un solo error, la deuda se duplica.
Extendió una mano. Catia, sintiendo que un nudo de hielo se formaba en su pecho, estrechó su mano, sellando el trato que la condenaba a permanecer atada a la voluntad del hombre más temido y atractivo de la ciudad. El juego entre el amor y el odio había comenzado.
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Updated 35 Episodes
Comments
Nahomy Corrales
es la misma historia la seiscientas termina siendo princesa y colorido colorin colorado rica y con poder
2025-10-08
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neumidia ruiz
vamos Catia tienes que ser fuerte e inteligente y con carácter
2025-10-07
1
Rosa Rodelo
Foto de los protagonistas
2025-10-09
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