Ojos de halcón

El patio de entrenamiento del castillo Frely estaba cubierto de escarcha, y el frío mordía la piel. Para la mayoría de los soldados, aquello era una molestia; para Serena, era solo otra mañana común.

Vestía pantalones oscuros, botas endurecidas por el uso y la chaqueta de cuero de su padre. Tensaba el arco con la misma serenidad con la que otros levantaban una taza de té. La cuerda se estiró y la flecha silbó, clavándose en el centro del blanco.

—Otra vez —ordenó el general Varreck, un hombre robusto de barba canosa y voz grave.

Serena obedeció sin replicar, pero esta vez disparó con los ojos entrecerrados, calculando el viento. La flecha atravesó la anterior, dividiendo la madera.

Un murmullo de admiración se extendió entre los guardias jóvenes.

Varreck frunció el ceño, intentando no sonreír.

—Sigues siendo tan buena como tu padre… aunque mucho más testaruda.

—Es que a mí no me interesa complacerlo a usted, general —replicó ella con una media sonrisa—. Me interesa acertar.

Las risas de los soldados estallaron, aunque se callaron cuando Varreck los fulminó con la mirada.

Luego extendió un mapa de la frontera norte sobre una mesa improvisada.

—A callar todos. Tenemos informes de actividad sospechosa cerca del paso de Draven. Podrían ser bandidos o… algo peor.

Serena se acercó, apoyando un codo sobre la mesa y observando los trazos.

Notó enseguida algo extraño: dos rutas marcadas parecían cruzarse hacia un mismo punto. Su padre le había enseñado que un enemigo inteligente nunca marchaba por los caminos evidentes.

Se inclinó sobre el mapa y señaló un bosque estrecho, junto al río.

—Aquí. Si yo fuera ellos, no avanzaría por el paso de Draven. Es demasiado vigilado. Usaría este desfiladero. Es angosto, hay buena cobertura… y los vigías no alcanzan a ver bien desde las torres.

Varreck levantó la vista hacia ella, frunciendo las cejas.

—Ese camino es casi impracticable en invierno. ¿Por qué arriesgarían?

—Justamente por eso —replicó Serena—. Nadie lo espera. Un movimiento desesperado y rápido. Además… —señaló otro punto en el mapa—. Sus líneas de provisiones parecen dibujar un círculo. Esto no es una retirada, es una distracción.

El general se quedó en silencio, con el ceño cada vez más profundo.

Los soldados intercambiaron miradas, algo incómodos ante el hecho de que una joven se atreviera a cuestionar al comandante.

Varreck finalmente gruñó, rascándose la barba.

—No me gusta admitirlo, pero tiene sentido. Si nos esperan en Draven y entran por el desfiladero… podríamos perder media guarnición.

Se enderezó y miró a Serena, esta vez con respeto.

—Enviaré exploradores de inmediato. Si tienes razón, evitarás que nos tomen por sorpresa. Y si te equivocas… me encargaré de que limpies las cuadras por un mes.

Serena arqueó una ceja con sorna.

—Si me equivoco, limpiar las cuadras será un precio barato por aprender de mis errores.

Varreck soltó una carcajada ronca, que hizo temblar a los jóvenes soldados.

—Tienes la lengua de tu padre… y, parece, también su cabeza para la guerra.

Mientras los hombres se apresuraban a preparar el grupo de exploradores, Serena volvió a su arco, pero su mirada quedó fija en el mapa un instante más.

Algo en su instinto le decía que no se equivocaba. 《 El reino de Orión tendría más problemas que un simple baile para buscar esposa pensó.

❄️

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