Punto de vista de Laura
Con el motor rugiendo, me lancé a la carretera. Quería huir de ese lugar, de Felipe, de la vida que había construido y que se había desmoronado en un instante. Iba tan perdida en mi dolor que no me di cuenta de los autos negros que me seguían, sigilosos como sombras. Cuando finalmente me interceptaron, ya era demasiado tarde. Los neumáticos chirriaron y el coche se detuvo en seco. Dos hombres bajaron de uno de los autos, con armas en las manos. Un escalofrío de terror me paralizó.
Uno de ellos se acercó al coche y, con la pistola en alto, me ordenó que abriera la puerta. El miedo era un muro que no me dejaba mover ni un solo músculo. La paciencia del hombre se agotó. Con un golpe brutal, destrozó el cristal de la ventanilla. El sonido me hizo gritar. Me sacó del coche a empujones mientras yo pataleaba y suplicaba por ayuda. Pero el lugar era desierto. Si alguien hubiera visto la escena, no se habría atrevido a intervenir.
—¡Suélteme! ¡No tengo dinero! —grité con la voz rota.
—Tranquila, muñequita, que no queremos dinero —respondió el hombre, y el tono de su voz me heló la sangre. El miedo se intensificó al pensar en lo peor. Me amordazaron, ataron mis manos y cubrieron mi cabeza con una bolsa de tela. Me obligaron a subir a uno de los autos. El sonido de la ciudad se desvaneció, y supe que me estaban llevando a un lugar muy lejos.
En la oscuridad de la bolsa, solo podía escuchar el rugido del motor. Suplicaba por mi vida en silencio. El coche se detuvo y mi corazón se detuvo con él. Creía que era el final. Pensé en mi madre, la única persona que me amaba incondicionalmente. No había vivido, no había sido feliz de verdad, y en ese momento lo entendí. Mi vida con Felipe había sido una farsa, una burbuja de felicidad que solo existió en mi cabeza.
Lamenté no haber alzado la voz, no haber hecho valer mi lugar. Ahora era demasiado tarde. Estos hombres me habían secuestrado, y sentía que mi patética vida estaba a punto de terminar.
La puerta del auto se abrió. Uno de los hombres me ordenó que bajara, pero el terror me había dejado sin fuerzas. Me obligó a salir con un empujón tan violento que sentí que mis huesos se iban a romper.
—Trata bien a la invitada del señor. No podemos lastimarla —dijo uno de los hombres, regañando al que me había sacado del auto.
—Ojalá el jefe nos deje jugar un rato con su invitada. No está nada mal —respondió el hombre con un tono de voz que me hizo temblar de terror.
—Sabes que aquí no se trabaja así. El jefe no lo permite.
—Sería una lástima que solo la haya traído para pasarla al otro mundo.
Las palabras flotaban en el aire, y mi corazón se encogió. No había salida. Este era mi fin.
Me condujeron por un sendero de piedras, escalones, pero todo se veía de lujo. Me di cuenta de que era de día por el calor del sol que me golpeaba en la piel. Entramos en una casa. El peculiar olor a madera recién pulida y la inmensidad del lugar me sorprendieron.
—Así que esta es la conejita —dijo una voz grave que no era la de ninguno de mis captores. Había algo en su voz que me hizo erizar la piel. —No cabe duda que Felipe es un imbécil, pero tiene buen gusto.
Escuchar su nombre me hizo retroceder. "¿Qué demonios está pasando aquí?", pensé.
—Es una mujer muy hermosa, jefe... y peligrosa —dijo el hombre que me había sacado del coche. Seguramente se refería al puñetazo que le di.
—¿Eso te lo hizo ella? —preguntó el jefe con diversión en la voz. —Quítenle la bolsa y déjenme ver a esta hermosura.
La bolsa fue retirada, y la luz me cegó. Bajé la mirada hasta que mis ojos se acostumbraron a la claridad. Dirigí mi mirada hacia las ventanas de suelo a techo, un lujo que nunca había visto. La casa de Felipe era grande, pero este lugar era otra cosa.
Entonces, mi mirada se detuvo en el hombre frente a mí. Sus ojos oscuros me atravesaron como dagas. Su mirada era tan penetrante que me perdí en ella. Era alto, fornido, con un rostro cincelado por los dioses y un cabello negro perfectamente peinado. Un tatuaje apenas visible se asomaba por su cuello y bajaba por su brazo.
—¿Te gusta lo que ves? —Su voz sarcástica me devolvió a la realidad.
No pude responder. El hombre se acercó, y un perfume exquisito invadió mis sentidos. Sus manos rozaron mi cuello mientras me quitaba la mordaza. —Si no puedes defenderte, no me sirves —susurró en mi oído, y una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo.
—¿Qué quiere de mí?, — pregunté tratando de mantener la firmeza en la voz.
—De ti nada, pero si de tu esposo. Serás la carnada que necesito para atraerlo a mi terreno.
Una risa irónica salió de mí, —siento decepcionarlo, pero no soy la esposa de ese cretino, — respondí aún manteniendo la burla en mi cara.
—No mientas conejita, ustedes han estado casados por cinco años, es imposible que sé la noche a la mañana estén divorciados.
—Busca en mi cartera, si es que la trajeron tus inútiles lacayos y verifique lo que estoy diciendo.
El hombre miró a uno de los hombres que estaba en la sala. — La cartera de la señora— ordenó, su voz grave me hizo estremecer.
—Aquí la tiene jefe.
El tipo busco entre mis pertenencias encontrando el papel que acababa de firmar.
—Como le dije, está mañana antes de que sus inútiles me secuestraron firme el divorcio. Así que ya no le soy de utilidad.
Los ojos del sujeto se inyectaron de sangre, su mirada se volvió aún más peligrosa.
—Son unos inútiles, ya esa mujer no me sirve de nada. — grito furioso. — Borra esa sonrisa de tu rostro, porque ya que no me sirves tendré que deshacerme de ti.
Un frío helado atravesó mi columna vertebral, por mi estupidez había cavado mi propia tumba, ahora ya no tenía escapatoria.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 36 Episodes
Comments