Planes

Días después, la noticia de que yo había asistido al consejo de negocios se esparció más rápido de lo que esperaba. No todos lo tomaron bien. Esa misma semana, un comerciante de renombre, el señor Vardel, solicitó audiencia conmigo. Su fama era la de un hombre influyente, pero también astuto y despiadado en los tratos.

Llegó con una sonrisa demasiado cortés.

—Lady Spencer, es un honor que se interese en los asuntos financieros. Me atreví a traer una propuesta que, estoy seguro, será muy beneficiosa para su familia.

Me ofreció un contrato elegante, lleno de adornos, cifras prometedoras y palabras que, a primera vista, parecían un regalo. Antes de mi segunda vida, la antigua Esther habría firmado de inmediato, cegada por la arrogancia de aparentar poder. Pero yo ya había aprendido algo trabajando arduamente en mi primera vida.

[cuando una oferta parece demasiado buena, hay algo escondido debajo.]

—Interesante —respondí, hojeando el contrato lentamente—. ¿Podría explicarme estas cláusulas de transporte y almacenaje?

El hombre vaciló apenas un instante, lo suficiente para que yo lo notara.

—Son… meros detalles, mi lady. Nada que deba preocuparla.

Levanté la mirada y lo miré directo a los ojos.

—Los detalles son lo que arruina a las grandes casas, señor Vardel. ¿Cree que no puedo entenderlos?

El salón quedó en silencio. Algunos sirvientes que observaban desde lejos intercambiaron miradas nerviosas.

Vardel intentó recuperarse:

—No, por supuesto, mi lady. Es solo que… es inusual ver a una dama tan elegante, dedicada a estas cuestiones.

—Lo inusual no significa incapaz —repliqué con firmeza—. Y no volverá a subestimarme en esta mesa.

Pasé un dedo sobre las líneas del contrato, que en realidad escondían un aumento de costos y una dependencia peligrosa hacia su compañía.

—Esta propuesta solo beneficia a usted, no a los Spencer. Así que, la rechazo.

El comerciante palideció, incapaz de esconder su sorpresa. Yo me levanté con calma, erguida, y añadí:

—Si desea negociar de verdad, tráigame un contrato justo. Y recuerde: en esta casa, los negocios se harán bajo mis condiciones.

Vardel se inclinó, mordiéndose la lengua, y se retiró con la excusa de preparar otra oferta. Cuando las puertas se cerraron, un murmullo de asombro recorrió la sala.

Respiré hondo, y una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.

[Así que este es el verdadero juego de poder… Y no pienso perderlo]

La mañana siguiente, estaba fresca cuando Esther decidió salir al pueblo acompañada por dos doncellas y un par de guardias. La idea era simple: mezclarse un poco con la gente, observar con sus propios ojos cómo se movía el comercio más allá de los informes que le traían a palacio.

Entre los puestos, el bullicio de las voces y el olor a especias, algo le heló la sangre. A unos metros, vio la figura de un hombre robusto, con barba canosa y una expresión orgullosa mientras hablaba con mercaderes locales. Lo reconoció de inmediato: aquel era el hombre que había fundado uno de los negocios más oscuros, el que inició la ruta de comercio de esclavos.

Se detuvo en seco. Nadie a su alrededor entendía lo que pasaba, pero en su interior se libraba una batalla.

Una parte de ella quería acercarse, plantarse frente a él y dejar en claro que bajo su administración esos tratos no serían tolerados. Otra voz, más fría, le recordaba que enfrentarlo sola allí, en la plaza, sería imprudente. Ella no era una mártir, ni deseaba convertirse en blanco de venganzas antes de siquiera consolidar su autoridad.

Sus dedos se apretaron contra la tela de su vestido.

[Podría denunciarlo ahora mismo, o al menos confrontarlo.]

Pero luego miró alrededor: hombres de confianza de él lo rodeaban, ojos duros, miradas que destilaban cinismo. Comprendió que ese no era el momento.

Inspiró hondo, obligándose a soltar la tensión. Si quería acabar con ese legado oscuro, tenía que hacerlo con astucia, no con impulsos.

Con un gesto sereno ordenó a sus doncellas seguir caminando. Desde la distancia, observó al hombre reírse con sus cómplices, y juró en silencio que tarde o temprano encontraría el modo de cerrarle las puertas de la corte. No sería la villana que destruyera con violencia, ni la santa que se sacrificara inútilmente. Sería algo distinto: paciente, calculadora, una mujer que sabría cuándo mover sus piezas.

De regreso en la mansión, Esther pidió que la dejaran sola en su escritorio. Extendió sobre la mesa los libros de cuentas, los registros de comercio y los mapas de rutas. Mientras los repasaba, volvía una y otra vez a la imagen de aquel hombre en la plaza, sonriendo con la seguridad de quien cree que nadie puede tocarlo.

Esther tomó la pluma y empezó a anotar. No era un ataque frontal lo que necesitaba, sino un método para ir debilitando las bases de su influencia.

Los aliados: ese hombre no operaba solo. Tenía socios en otras casas nobles, proveedores en puertos lejanos y guardias que miraban hacia otro lado.

[Si corto los vínculos si convenzo a algunos de esos aliados de que hay negocios más rentables y limpios, su red comenzará a deshilacharse.]

La imagen pública: el pueblo no siempre sabe quién mueve los hilos, pero sí percibe los rumores. Ella podía sembrar historias sobre cómo la esclavitud arruinaba la economía local, cómo familias enteras quedaban quebradas.

[Si la gente comienza a verlo como un parásito, su prestigio disminuirá. Y sin prestigio, los socios se vuelven inestables.]

El control de la corte: sabía que algunos consejeros aún respetaban los tratos con ese mercader por la fortuna que dejaba.

[Debo convencerlos de que su dinero mancha más de lo que limpia. Haré que vean el riesgo de mantenerlo cerca de la corona.]

Se recostó en la silla, pensativa. No podía mostrarse como la enemiga directa todavía, pero sí como alguien que con mano suave iba corrigiendo un rumbo torcido.

Antes de dormir, escribió una nota breve a uno de los administradores más leales:

"Necesito un informe detallado de las rutas de caravanas que pasan por el este. Y que nadie más sepa de esta petición."

Sabía que este sería solo el primer paso de una partida larga, casi invisible para la mayoría. Mientras otros esperaban gestos heroicos o arranques impulsivos, ella había elegido otra vía: minar poco a poco los cimientos de un imperio criminal construido sobre cadenas.

Con una media sonrisa apagó la vela.

[No lo destruiré con un golpe… lo haré caer con silencio]

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Comments

luz rauna

luz rauna

autora me volves loca, tus historias una mejor que la anterior, sos muy buena escribiendo, gracias

2025-09-10

9

Cruz Mejia

Cruz Mejia

Esther no la tiene fácil, pero con astucia, inteligencia, con aliados justos y poderosos podrá lograrlo, y por que no los plebeyos también pueden ayudar, después de todo son el blanco fácil de esos desgraciados infelices 🤬🤬🤬

2025-09-19

1

Maria Elena Maciel Campusano

Maria Elena Maciel Campusano

Esa es la actitud 😎
Debes ser astuta y actuar con cautela, una vez que vayas logrando debilitar sus bases, será cuestión de tiempo la caída de ese tratante de esclavos 🤨

2025-09-17

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