Capítulo 5

Por la mañana, se levantó, se asomó al balcón y al ver a ese hombre bañándose tan de mañana en la piscina, la asombró, más cuando salió del agua dejando lucir ese esplendoroso cuerpo. Luisa casi se atraganta con su propia saliva al momento en que Francesco se giró y pudo apreciar ese bulto entre sus piernas. La boca se le abrió lentamente y no despegó la mirada hasta que él le saludó.

—¿Todo bien? —cuestionó Francesco, al notar que Luisa no había parado de mirarlo desde que entró por esa puerta.

Sin responder al saludo, Luisa se giró e ingresó a la habitación. Fue al baño y contempló su rostro sonrojado. Carajo, que ella había visto algunos hombres musculosos con ropa, pero no sin ropa, menos con ese prospecto ahí abajo. Se lavó la cara para quitar la calentura de sus mejillas, y seguido se metió a la ducha para borrar la imagen de la segunda cabeza de Francesco.

Al rato, pasó por la habitación de su abuela. Esta ya estaba levantada. Aunque aún sentía sueño, decidió levantarse; solo así la pereza se le iría. Ambas bajaron a desayunar. Pronto apareció Francesco, con su sonrisa radiante, iluminando el comedor.

—Eh, sí —respondió Luisa, mientras Francesco sonreía en sus adentros porque su plan de seducción había dado resultados. Se había percatado de que cada mañana Luisa se asomaba al balcón a contemplar el amanecer y la brisa fresca. Como la piscina estaba al frente, decidió darse un delicioso baño mañanero para mostrar su figura, la cual encantaba a muchas mujeres.

Alondra estaba más que disgustada con su nieta por mirar de esa forma a Francesco. Si bien era cierto que el chico estaba más que bueno, al igual que los hombres de sus revistas, a ella no le agradaba para Luisa.

—¿Qué tienes que hablar con ese hombre? —preguntó Alondra.

—Anoche hablé con Eli, está pasando por un momento crítico en la empresa. ¿Recuerdas que antes de venirnos ella puso una denuncia en contra de la empresa por venta ilegal de medicamentos a hospitales públicos? —Alondra asintió—. Pues las cosas se complicaron, clausuraron la empresa hasta nueva orden, se detuvieron las producciones y los socios le han abandonado.

—Pobre, tanto que se esforzó por estudiar para aprender a manejar su empresa, y le va de esta forma apenas la dirige.

—Ella es excelente, abuela. Todo se debe a lo que esos nefastos hicieron mientras estuvo fuera. Sabes que, si dejaba pasar aquello y no avisaba a las autoridades, seguramente se vería involucrada más adelante.

—Lo sé. Hizo muy bien. Pero ¿qué tiene que ver eso con tu conversación con ese hombre en el despacho?

—Bueno, pienso invertir en la empresa de Eli, ayudarla a salir de esa quiebra y quiero hablar con él, a ver cuándo puedo hacer uso de mi dinero. Si se puede antes de lo estipulado, mejor.

Terminó el desayuno, le dio un beso en la cabeza a su abuela y fue al despacho donde ya esperaba Francesco.

—Tú dirás —dijo Francesco.

Acomodándose en la silla frentera y tratando de sacar esa imagen de la cabeza, Luisa dijo:

—Necesito cobrar mi parte de herencia. Tengo que volver a Italia lo más pronto posible.

—Eso ya lo hablamos, te dije que hay que esperar.

—¿Esperar qué? Se supone que con la boda y vivir unas semanas en Grecia se podía hacer uso de ella, no entiendo por qué debemos esperar meses.

—¿Para qué quieres el dinero?

—¿Tengo que informar para qué usaré la parte de mi fortuna?

—Sí, tienes que informarlo porque el abuelo no quería que la desperdiciaras en cosas sin importancia.

—Bueno, quiero invertirla en la empresa de los Petrucci.

—¿A qué se dedican?

—Son la empresa con mayor abastecimiento de medicina en Italia.

—Ah, está muy bien lo que piensas hacer.

—Sí, por eso necesito hacer uso de ella lo más pronto posible —Francesco vio que esta era la oportunidad que estaba esperando y no la desaprovecharía. Él no era bueno en las conquistas y ya no quería seguir perdiendo el tiempo en ello, por eso decidió decirle a Luisa la verdad, incluso mostrarle una copia del verdadero testamento.

—Yo también deseo hacer uso de ella, pero para eso, debemos tener un hijo —dijo Francesco.

Luisa, que permanecía con la mirada en el suelo, la levantó lentamente.

—¿Un qué? —preguntó, mientras él le extendía el documento para que lo leyera. Luisa lo agarró sin apartar la mirada de él.

—Tú y yo no solo teníamos que casarnos, también tenemos que traer un heredero —explicó Francesco.

Luisa leyó el documento encontrándose con puntos que no había escuchado en la lectura del anterior testamento.

—¡Esto es una jodida broma, ¿cierto?!

—¿Por qué sería broma? ¿Me ves con cara de bromista? —le miró con enojo—. Esa es una copia del testamento original. El que se leyó era un falso, evitando los puntos importantes de este matrimonio.

—¿¡Por qué!? —se levantó—. ¿¡Por qué me mintió!? —gritó indignada.

—Era necesario hacerlo. Sabía que no aceptarías casarte si sabías de esas cláusulas. Si se leía el testamento como estabas, querrías irte y…

—¡Y es que me voy a ir, porque no pienso ser partícipe de esta tontería! ¡Yo no lo amo ni usted a mí, no pienso tener un hijo con una persona que no amo solo porque ese viejo ridículo lo estipuló!

Lanzó el papel en el escritorio, se giró para irse, pero al escuchar a Francesco se detuvo.

—¡No vas a abandonar esta casa, menos Grecia! ¡No hasta que se cumpla lo del testamento!

Luisa se giró para replicar.

—No quería llegar a este punto. Tenía pensado conquistar tu corazón y hacerlo porque tú quisieras, pero si te opones, si tan solo te rehúsas…

—¿Si me rehúso qué? ¿Va a violarme?

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