La mañana estaba cubierta por un cielo gris. Nancy cerraba las maletas con movimientos bruscos, sin siquiera mirar a Asami, que permanecía sentado en un rincón, abrazando su pequeño peluche. Matteo, su padre, revisaba el coche sin prestarle atención. Entre ellos, las palabras dulces hacia el niño eran casi inexistentes; las pocas veces que le dirigían la voz, eran para apurarlo o regañarlo.
Matteo akumura ( papá de asami)
—Asami, sube al auto —ordenó Matteo, sin mirarlo.
El pequeño, de apenas cuatro años, obedeció en silencio, arrastrando sus pies cortos hasta el asiento trasero. Aferró su peluche con más fuerza, como si en ese objeto encontrara el cariño que sus padres no le daban.
La carretera se extendía interminable frente a ellos. Nancy y Matteo conversaban entre sí, ajenos al pequeño que miraba por la ventana, siguiendo con los ojos cada árbol que pasaba. El sonido de la lluvia comenzó a golpear el parabrisas, y el cielo se oscureció más.
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Fue entonces cuando, en un instante, todo cambió. Un camión se desvió bruscamente, invadiendo su carril. El chirrido de las llantas, el golpe seco del metal contra metal, el vidrio estallando… y luego, silencio.
Cuando Asami abrió los ojos, todo estaba borroso. Llantos, sirenas, luces rojas y azules parpadeando. No sentía las manos de su madre ni la voz de su padre. Solo una extraña sensación de frío y vacío.
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Horas después, en un hospital, un médico tomó el teléfono y marcó un número.
Mario(doctor)
—¿El señor Erick Kumura? —preguntó con voz seria—. Sus familiares sufrieron un accidente automovilístico. Matteo y Nancy… no sobrevivieron. El niño, Asami, está con nosotros.
En el otro lado de la línea, Erick quedó mudo. El corazón le golpeaba el pecho con fuerza. No era solo la noticia de la muerte de su hermano y cuñada, sino la idea de ese pequeño, solo y herido, que tal vez nunca había sentido el calor de un verdadero hogar.
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Sin pensarlo dos veces, tomó las llaves de su auto y salió bajo la lluvia, decidido a llegar al hospital. Afuera, la noche era oscura, pero en su interior, algo le decía que para Asami, esa oscuridad había sido toda su vida.
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