El Hijo Del Rey Del Sueño"
Capítulo 4: La melodía del abismo
Plano panorámico del Reino del Sueño.
El cielo es un lienzo vacío sin estrellas. Ríos invertidos cruzan el aire y árboles de cristal susurran palabras invisibles.
"En el Reino del Sueño, el tiempo no existe. Aquí, donde los deseos duermen y las pesadillas respiran, creció Orfeo."
*orfeo tocaba su Lira y En ella tocó Una canción tán Triste qué incluso hizo llorar al Cielo "*
morfeo
Orfeo."
Morfeo, majestuoso y sereno, camina sobre el cielo vacío, llevando de la mano a un niño de ojos dorados: Orfeo.
Morfeo (susurra):
—Escucha, hijo… El sueño es un espejo, y tú eres su música.
"Y el eco de esas palabras se clavó en su alma.
orfeo
Orfeo, mirando su reflejo en un río invertido mientras las aguas parecen sonar como cuerdas de lira.
morfeo
Morfeo
—Aprende a leer lo que los hombres callan. Aprende a sentir… lo que incluso los dioses temen soñar.
orfeo
Orfeo tocando su lira en una sala infinita de espejos oníricos. En los reflejos, sueños de reyes, mendigos, amantes y asesinos se entrelazan como hilos de luz y sombra.
"Así lo hizo. Su música curaba pesadillas… o las despertaba."
orfeo
los ojos de Orfeo, brillando con inquietud.
"No era amor lo que le faltaba. Era dolor. Y sin saber por qué… lo anhelaba."
. El velo entre mundos se abre como un telón rasgado. Orfeo lo cruza, su silueta rodeada de notas flotantes.
"Y entonces… la vio."
Eurídice era diferente.
Mientras los sueños de los mortales eran fragmentos caóticos y borrosos, el de ella era cristalino. Perfecto. Como si su alma no soñara… sino que esperara.
Esperara a él.
Cada noche, Orfeo entraba a su mundo dormido, y al principio solo la observaba desde la distancia. Su cabello caía como seda sobre la hierba húmeda, y sus labios parecían susurrar versos que no existían en ninguna lengua. Dormía envuelta en un silencio que dolía.
Y una noche, no pudo más.
Se sentó a su lado, entre las flores oníricas que florecían solo en su mente, y tocó su lira. Solo una nota.
Ella abrió los ojos.
No los reales, sino los del sueño.
Lo vio.
Y no despertó.
Euridice
—¿Quién eres? —preguntó ella, con voz hecha de niebla.
—No soy de aquí —respondió él—. Vengo de donde los sueños nacen… y mueren.
Desde esa noche, Eurídice ya no dormía como antes. Cada vez que cerraba los ojos, él estaba allí.
Y cada vez que habría los suyos, lo extrañaba como si le hubieran arrancado el corazón.
Pero lo que ninguno sabía era que su amor estaba prohibido.
Porque Eurídice no era una simple mortal: su alma había sido bendecida —y maldita— por Hécate, la diosa de las puertas y los secretos, que había sellado su destino al nacer.
Ella no podía soñar.
Y mucho menos… amar a un dios del sueño.
Morfeo lo descubrió demasiado tarde.
El vínculo entre su hijo y la mortal era ya irrompible.
Una grieta se había abierto entre los mundos, y algo oscuro comenzaba a despertar del otro lado del velo.
morfeo
Has condenado a esa mujer, Orfeo —susurró Morfeo, con los ojos llenos de sombras—. Y quizá también… a ti mismo.
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