El frío tacto del vidrio contra su mejilla fue lo primero que sintió. Cecil abrió los ojos, la luz del sol de la mañana se filtraba por las cortinas de su habitación, pintando la estancia con tonos dorados y familiares. Se incorporó en la cama, su corazón martilleando contra sus costillas, y miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero. Allí estaba: su cabello, de un delicado rosa claro, la marca inconfundible del linaje Kaeldron, caía en suaves ondas sobre sus hombros. Estaba limpio, sedoso y olía a las mismas flores de jazmín que crecían en los jardines de su hogar, no había rastro del polvo, la sangre o la suciedad que lo había cubierto en sus últimos momentos. Se pellizcó el brazo con fuerza, el dolor, agudo y real, la hizo jadear. No era un sueño, estaba en su casa, en su habitación. Viva.
Sin pensarlo dos veces, descalza y aún en su camisón de seda. Salió en busca de su familia, tenía que verlos. Abrió la puerta de su habitación de golpe y corrió por el pasillo, su corazón latiendo con una mezcla de pánico y una alegría abrumadora.
El primero en aparecer, saliendo de su propia habitación con un pergamino en la mano, fue Falkon, su hermano mayor. Alto y fuerte, con el mismo cabello rosa pálido que ella y una expresión seria que rara vez se suavizaba. Antes de que él pudiera reaccionar a su aparición repentina, Cecil se lanzó sobre él, abrazándolo con una fuerza desesperada.
-¡Falkon! - exclamó, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello.
Falkon soltó un gruñido sorprendido, apenas logrando mantenerse en pie ante el impacto.
-¡Cecil! ¿Qué... qué sucede? Me vas a asfixiar - su voz, aunque algo ahogada, estaba llena de la familiar irritación y cariño de hermano mayor.
Antes de que pudiera añadir algo más, Xylon, su hermano menor, apareció al final del pasillo, con el cabello alborotado y una sonrisa pícara.
-¡Falkon, vamos! Llegaremos tarde al entrenamiento si no te das prisa - vio a Cecil y su ceño se frunció en confusión.
Sin dudarlo, Cecil soltó a Falkon y corrió escaleras abajo hacia Xylon, lanzándose a sus brazos con la misma intensidad.
- ¡Xylon! - Xylon apenas pudo sostenerse, tambaleándose un poco.
-¡Whoa! ¿Qué mosca te ha picado, hermana? Casi me tiras.
A pesar de sus palabras, devolvió el abrazo con un cariño genuino. En ese momento, las voces de sus padres llegaron desde el comedor. Cecil soltó a Xylon abruptamente, la urgencia de ver a sus padres eclipsando cualquier otra consideración, bajó corriendo los últimos escalones, dejando a sus hermanos perplejos en el pasillo.
-¡Cecil, no vas vestida de forma apropiada! - gritó Xylon, pero ya era tarde.
Entró al comedor como un torbellino. Su padre, Roric Kaeldron, un hombre imponente, pero de mirada cálida, se puso de pie al verla, antes de que pudiera preguntar qué sucedía, Cecil se lanzó contra él, envolviéndolo en un abrazo ferreo. Los sollozos, que había estado conteniendo, finalmente la vencieron.
-Padre... - balbuceó contra su pecho, la pura alegría de tenerlo allí, vivo y real, abrumándola. Roric la abrazó con fuerza, acariciando su cabello rosa con ternura.
-Mi pequeña, mi pequeña. ¿Qué te aflige? - preguntó, su voz llena de preocupación.
Briar, su madre, con su habitual elegancia, se acercó con cuidado. Cecil se soltó de su padre y se aferró a ella con la misma desesperación. Briar la tranquilizó, susurrándole palabras suaves mientras la mecía.
- Tuve... tuve una pesadilla terrible - sollozó Cecil, levantando la vista para ver los rostros preocupados de su familia -. No podía encontrarlos, estaban... estaban lejos de mí.
Falkon y Xylon entraron al comedor, sus expresiones ahora serias al ver la angustia de su hermana.
-Nunca te dejaríamos, Cecil - dijo Falkon, su voz inusualmente suave.
-Jamás - añadió Xylon, poniéndole una mano en el hombro -. Estamos aquí, contigo. No podrás deshacerte de nosotros nunca.
- Mi querida, eres una señorita ahora. No puedes seguir corriendo por la casa en pijama como cuando eras niña – menciono su madre con ternura.
Cecil se dio cuenta de su atuendo, su cara se tiñó de un rojo. ¡Estaba en su camisón delante de toda su familia! Con una risa avergonzada, salió corriendo del comedor, la imagen de su familia riendo detrás de ella. Giró la esquina del pasillo tan rápido que no vio a la figura que venía en dirección opuesta, chocó contra un pecho firme, rebotando hacia atrás con un pequeño grito.
- ¡Oh, mil disculpas! - la voz familiar, profunda y gentil, resonó. Gareth Thylas.
Él se giró de inmediato, su rostro volviéndose un escarlata intenso al verla en pijama.
- ¡Cecil! ¡Lo siento mucho! No... no te había visto - se disculpó, dándole la espalda, su vergüenza palpable.
Cecil lo observó, el corazón encogiéndose con un dolor agridulce. Gareth. Él, que la había amado tan sinceramente, tan fielmente. Recordó su desesperada lucha en la plaza de la ejecución, el único que intentó salvarla.
Un arrebato de gratitud y una nueva resolución la invadieron, lo abrazó por la espalda, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura. El cuerpo de Gareth se puso rígido por la sorpresa, y pudo sentir su corazón latiendo rápidamente.
- Gracias, Gareth - murmuró Cecil, su voz llena de una sinceridad que él no podía entender -. Espera por mí.
Soltándolo antes de que pudiera procesar lo que había sucedido, Cecil se dirigió a su habitación, dejando a Gareth parado en el pasillo, aturdido, confundido y con el corazón dando tumbos. Esta vez, las cosas serían muy diferentes, esta vez, ella no cometería los mismos errores.
En la quietud de su habitación, Cecil se movía con una celeridad inusitada. La empleada, una mujer de rostro amable llamada Dulce, la observaba con una mezcla de curiosidad y la familiaridad de años de servicio, Cecil se quitó el camisón con prisa, la tela sedosa resbalando por su piel.
- Disculpe mi prisa, Dulce - dijo Cecil, mientras ya se deslizaba en una enagua limpia -. Hoy me siento... diferente.
Sus manos se movían con una determinación que no había poseído en su primera vida, anudando cintas y abotonando el corsé con una eficacia sorprendente.
-No hay nada que disculpar, señorita Cecil. Es un día importante, el rey regresa, después de todo – menciono Dulce con una sonrisa.
Cecil se detuvo por un instante, su mirada fija en el espejo. El rey regresaba, pero esta vez, ella estaba preparada. Se puso un vestido de un tono azul zafiro, un color que solía amar por su brillo, pero que ahora sentía como una armadura, su cabello rosa claro fue recogido en un peinado elegante, pero práctico, dejando algunos mechones sueltos alrededor de su rostro. No había tiempo para la melancolía del pasado, cada minuto era precioso.
-¿Ya está lista para enfrentar el día, señorita? - preguntó Dulce, ajustando el último pliegue de su falda.
Cecil asintió, su rostro reflejando una nueva fortaleza.
-Más que lista, Dulce. Mucho más que lista.
Mientras tanto, en el comedor, el ambiente habitual de la mañana había sido interrumpido por la entrada de un sonrojado Gareth Thylas. Apenas había puesto un pie dentro cuando las risas de los Duques Roric y Briar cesaron. Falkon y Xylon, los hermanos de Cecil, lo miraron con una picardía combinada con una advertencia fraternal.
-¿Qué te trae por aquí tan temprano, Gareth? - preguntó Roric, notando el rubor en las mejillas del joven duque.
Gareth balbuceó una excusa sobre el regreso del rey, pero fue rápidamente interrumpido por Xylon.
-Parece que has tenido un encuentro 'inesperado' con nuestra hermana - comentó Xylon, una sonrisa burlona asomando en sus labios.
Falkon, con su habitual seriedad, pero un brillo divertido en los ojos, añadió:
- Si la has visto en pijama, Gareth, te aconsejo que borres esa imagen de tu mente. Con extrema rapidez.
-O nosotros nos encargaremos de que la olvides de una manera... diferente - continuó Xylon, sus ojos entrecerrándose en una falsa amenaza
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