Seguía sin dormír.
No porque no pudiera. Sino porque no quería.
Tenía la sensación —más bien, la certeza— de que si cerraba los ojos, perdería el control de algo. De mí. De todo.
Me vestí con la misma ropa quirúrgica limpia que alguien había dejado sobre la cama. Una bandeja con comida fría permanecía intacta sobre la mesa. No tenía hambre. Solo una punzada de ansiedad en el estómago. Esa era suficiente para mantenerme en pie.
No sabía si era de día o de noche. Las ventanas estaban cubiertas por gruesas cortinas opacas, y el reloj de la habitación parecía detenido desde tiempo.
Apenas escuché el golpeteo suave en la puerta, me puse de pie de un salto. Era Clara.
—Se ha movido —dijo en voz baja—. Está despertando.
Fui tras ella por los pasillos silenciosos de la casa. Al fondo, en una habitación custodiada por dos hombres que apenas me miraron, se encontraba el cuarto del paciente. El cuarto de él.
La puerta se cerró detrás de mí.
Él estaba allí, en una cama grande, tapado hasta el abdomen. Sin tubos. Sin máquina de respiración asistida. Solo una vía conectada al brazo derecho, un monitor cardíaco y un pequeño equipo portátil de oxígeno que apenas murmuraba en la esquina.
Su rostro estaba pálido, pero ya no se veía tan grave. Tenía la mandíbula marcada, la barba descuidada, los labios partidos. Y sin embargo, parecía hecho de otra cosa… algo denso, poderoso e inamovible.
Sus párpados se entreabrieron lentamente, y durante unos segundos pareció perdido.
Me acerqué sin decir palabra.
Lo vi fruncir el ceño. Sus ojos, de un color avellana casi verde, se posaron en mí. Lentamente.
—¿Dónde…? —intentó hablar, pero su voz era áspera.
—Estás en casa, fuiste herido por cuatro balas. tres de ellas de cuidado. Tuve que operarte.
Parpadeó.
Se quedó en silencio, como si lo procesara y luego me miró con mas atencion.
—¿Eres… mi doctora?
Asentí.
—Dra. Alejandra Rivas.
Una sombra de sonrisa, apenas un gesto en la comisura de sus labios.
—No pareces una.
—Tú tampoco pareces alguien que sobreviviò a cuatro disparos —respondí, con tono neutral.
Hubo una pausa larga. Su respiración era lenta, pero fuerte.
Una cicatriz vieja sobre su ceja derecha parecía acentuarse con cada movimiento.
—Estoy vivo.
—Por ahora. Aunque tu madre parece tener planes bastante rigurosos si no lo sigues estando.
Sus ojos se entrecerraron, como si buscara en mi voz algún matiz oculto.
—¿Te obligaron?
—¿A salvarte? —pregunté, cruzandome de brazos. —A salvarte no tanto, pero a quedarme si.
Él desvió la mirada hacia el techo y un músculo en su cuello se tensó.
—Ella es así.
—¿Tu madre?
—María Reginald no conoce los límites. Nunca los necesitó.
No supe si aquello era una advertencia o una disculpa.
El silencio se instaló entre nosotros como una pared invisible.
—Voy a revisarte —dije finalmente, sacando el estetoscopio que había traído conmigo. Me acerqué al costado de la cama—. No hables mucho. Y no intentes moverte. Tus órganos no están listos para otra sorpresa.
Él cerró los ojos y sintió apenas.
Puse el estetoscopio sobre su pecho. Su ritmo cardíaco era regular. Fuerte y vivo.
El sonido más reconfortante que había escuchado en horas.
—Tienes suerte —murmuré, más para mí que para él.
—¿Eso crees?
Su voz me tomó por sorpresa. No por el contenido… sino por el tono. Como si hablara desde un abismo, o desde una cima que yo no alcanzaba.
—La mayoría de la gente herida como tú no llega ni a la cirugía. Y si lo hacen, no despiertan lúcidos.
—Tal vez habría sido mejor no despertar —dijo con calma.
Lo miré. No sabía qué responder.
—No te veo como alguien que se rinde fácil— Agregue sutilmente, mientras revisaba sus heridas.
—No me rindo. Solo evalúo… alternativas.
Me aparté un paso. Estaba más despierto de lo que quería admitir.
—Voy a monitorear tu evolución. Necesitas antibióticos cada ocho horas, dieta líquida, y nada de estrés.
—¿Estás incluída en eso último?
Lo miré. No era exactamente una sonrisa… pero casi.
—Te dejo descansar. Volveré más tarde —dije, dándome la vuelta.
Justo cuando iba a salir, su voz me detuvo.
—Alejandra…
No me gustaba cómo sonaba mi nombre en su boca. Demasiado… personal.
—¿Sí?
—Gracias por salvarme. Aunque no lo hicieras por voluntad propia.
—No lo hice por ti— Respondí, sin girarme. —Lo hice por mí. Porque soy doctora y porque no solo tu vida estaba en juego, si no la de tres personas mas.
Silencio.
—Entonces —dijo él, con la voz más firme—, tal vez sí me gustes.
Cerré la puerta detrás de mí sin responder y me apoyé contra ella, cerrando los ojos.
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Comments
🇻🇪🌹❤️🔥Yoleida🔥❤️🇻🇪🤩😍
hay mamita usted se fregó.este ya le puso el ojo, el medidor de aceite y hasta más. no le diga señora Maria dile suegra
2025-07-05
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