Me quedé estudiando hasta tarde en la universidad *jugando con sus dedos*
Atlas Salvini (A)
*se acerca y lo toma de los pelos*
Atlas Salvini (A)
¡Eres un mentiroso! *lo arrastra*
Ataleo Salvini (B)
Agh, duele padre *intentando librarse*
Atlas Salvini (A)
La escuela no está abierta tan tarde, sabía que era mala idea dejarte ir
Atlas Salvini (A)
*lo avienta a un armario y lo encierra*
Ataleo Salvini (B)
¡No! *asustado*
Ataleo Salvini (B)
¡Déjame salir! *golpea las puertas del armario*
Ataleo Salvini (B)
Tengo miedo... *susurra*
Ataleo Salvini (B)
shif... ha.... *sollozando*
N/Ataleo
Siempre que llegaba tarde a casa, la historia se repetía. Mi padre me golpeaba sin decir palabra y luego me encerraba en aquel armario húmedo, donde el moho trepaba por las paredes como una plaga silenciosa. A veces ni siquiera alzaba la mano, simplemente echaba el cerrojo y me dejaba ahí dentro por horas, en la oscuridad, con el frío calándome los huesos y el miedo convirtiéndose en costumbre.
Cuando conseguí la beca para la universidad, creí que, por fin, tenía una salida. Me sentí feliz… por primera vez en años. Pero él lo arruinó como siempre. Se opuso rotundamente, aunque al final accedió, con una sola condición: debía casarme con la persona que él eligiera.
A estas alturas, empiezo a sospechar que ese “acuerdo” no fue más que una pantalla. Tal vez no era una promesa de futuro… sino una venta disfrazada. Tal vez ya había puesto precio a mi nombre mucho antes de que yo pudiera soñar con tener uno propio.
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Sede Cosa Nostra
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Cassiano D'Stigliano (S.D)
*sentado en la sala leyendo un libro*
Laurentino Stigliano (E. D)
Cariño *saliendo del sótano*
Cassiano D'Stigliano (S.D)
¿Cómo les fue? *se levanta del sillón y se acerca al enigma*
Laurentino Stigliano (E. D)
Bien cariño *lo abraza aspirando el olor de Cassiano*
Constante Stigliano (E.D)
Mamá ¿Y Ataleo? *pregunta saliendo del sótano*
Cassiano D'Stigliano (S.D)
Se tuvo que ir cariño, ya era muy tarde y tiene toque de queda en su casa *se separa del Enigma mirando a su hijo*
Constante Stigliano (E.D)
*serio*
Pietro Castello (D.D)
Tranquilo amigo, lo verás mañana en la universidad *llega*
???
Pietro, nosotros también tenemos que irnos, tu madre nos está esperando *saliendo del sótano*
Cassiano D'Stigliano (S.D)
Hola Raffaello *mirando al alfa*
Raffaello Castello (A.D)
Buenas noches Dama *reverencia*
Cassiano D'Stigliano (S.D)
No tienes por qué decirme asi, somos amigos
Laurentino Stigliano (E. D)
*abraza a Cassiano por la espalda mientras mira fríamente a Raffaello*
Raffaello Castello (A.D)
P... perdón Cassiano *mirando al Enigma*
Cassiano D'Stigliano (S.D)
Así está mejor *sonrie*
Cassiano D'Stigliano (S.D)
Nos tenemos que ir enigma, Constante tiene universidad mañana *mira a Laurentino*
Raffaello Castello (A.D)
Nosotros también nos vamos *leve reverencia*
Pietro Castello (D.D)
Adiós tíos *leve reverencia*
Raffaello Castello (A.D)
*sale de la mansión*
Pietro Castello (D.D)
Adiós amigo, nos vemos mañana *sale se la mansión*
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Casa de Ataleo
Ataleo Salvini (B)
Mgh *temblando de frio*
Ataleo Salvini (B)
(Ya no sé cuánto tiempo llevo aquí) *ojos pesados*
Ataleo Salvini (B)
*mira su celular*
Ataleo Salvini (B)
(No tengo pila...)
N/Ataleo
Odiaba la oscuridad y los espacios cerrados. Apenas podía soportar estar dentro de un auto. Supongo que esos miedos nacieron por culpa de mi padre, que desde que era niño solía encerrarme en ese armario húmedo y estrecho. Allí el tiempo se volvía borroso: los minutos se alargaban hasta parecer horas, y las horas... días interminables.
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Ataleo pasó la noche en vela. El cuerpo le pesaba, los párpados caían una y otra vez, pero el sueño simplemente no llegaba. Cada sonido, por más leve que fuera, lo hacía estremecerse. El crujido de la madera, el goteo lejano de alguna tubería oxidada, incluso su propia respiración… todo era un recordatorio de que seguía allí, atrapado, solo.
Se acurrucó contra la pared húmeda, abrazando sus rodillas. El frío se le colaba por cada rincón de la ropa y se le metía en los huesos. Pero lo que más dolía no era el cuerpo, sino la mente. El miedo constante. La espera sin fin. La esperanza, aunque débil, de que alguien abriera la puerta y dijera que ya todo había acabado.
Pero nadie venía.
Y el silencio, poco a poco, se volvía insoportable.
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