*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:
Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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...M A N U E L L E...
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Hay cosas que uno puede anticipar en la universidad después de una semana: el café espantoso de la máquina, la falta crónica de sueño, y que algún profesor con alma de dictador camuflado en mocasines de cuero italiano iba a hacer una de esas jugadas maestras que arruinan el semestre.
Ese día llegó más rápido de lo esperado.
El profesor Romano —cuya voz sonaba como si hubiese sido entrenada para leer audiolibros de arquitectura mientras fumaba dos cajetillas al día— interrumpió su explicación sobre estructuras modulares y dijo con una sonrisa malévola:
—Ahora viene lo mejor: su primer trabajo en equipo.
Las tres palabras más temidas del idioma académico. Y sí, mis esperanzas murieron lentamente mientras él repartía nombres, como quien asigna condenas en un campo de batalla.
Mierda…como odio trabajar en grupo.
—Grimaldi con Moretti… —dijo primero.
—Genial —murmuré, dándole un codazo a Luca—. Te me pegas como una garrapata ahora.
Bueno…al menos no sería tan malo.
Luca soltó una pequeña risa, pero luego frunció el ceño.
—Espera… ¿Moretti? ¿Eres Moretti?
—¿Qué Moretti que? —le respondí, haciéndome el idiota mientras me acomodaba en la silla.
—No jodas… —susurró—. ¿Tú eres Manuelle Moretti? Cómo no me había dado cuenta antes. ¿Verdad que están bajo investigación por…
—Shhh —le interrumpí—. Sí, sí, el mismo y antes de que preguntes: no, no soy parte de ningún cártel, no manejo armas, ni tengo un pasadizo secreto en la biblioteca de mi casa —lo miré fijamente mientras abría la boca para preguntar algo más, pero lo interrumpo alzando un dedo—No, tampoco hay un laboratorio de cannabis en mi casa. Solo tengo el apellido, una carrera que estudiar, y este hermoso rostro.
Luca me miró como si acabara de descubrir que dormía con un oso polar.
—Guau… esto sí que le sube el nivel a la universidad.
—Sí, claro —dije—. Nada como una reputación heredada para incomodar a medio mundo.
Luca me respondió con un pulgar arriba. Íbamos a sobrevivir. Éramos el dream team. Hasta que…
—…y con Villanova.
—¿Perdón? —dije, alto. No lo grité, pero casi.
—¿Algún problema, Moretti? —preguntó Romano, con una ceja arqueada y cara de “haz que te expulse de mi clase”.
Aunque ganitas no le faltaban.
Y, honestamente, esta vez no podía fingir inocencia. Me lo había ganado.
Verán, el fin de semana pasado me encontré con una vieja amiga de Lisboa. Cady. Su nombre suena inocente, lo sé, pero con ella tuve ciertos… roces cuando vivía allá. La típica historia de “éramos más jóvenes, hormonales y con demasiado tiempo libre”. La cosa es que, como supuestos “adultos responsables”, decidimos aprovechar el reencuentro reviviendo nuestros recuerdos… aunque no precisamente hablando.
En su apartamento.
Por horas.
La parte divertida —o trágica, según el ángulo— llegó cuando el timbre sonó y fui yo quien abrió la puerta, en condiciones que dejaban demasiado a la imaginación. Despeinado y sin camiseta. El problema no fue eso. El problema fue quién estaba del otro lado.
Su padre sobreprotector.
El mismo hombre que en este momento me miraba desde el frente del aula con expresión de “te tengo en la mira, mocoso”.
Romano.
También conocido como “el profesor más cuchilla del semestre”.
Dato curioso, por si no se habían dado cuenta: creo que me odia.
No lo culpo. Si yo llegara al apartamento de mi hija, y abriera la puerta un tipo como yo, con la bragueta medio abajo y cara de haber hecho cardio no precisamente en un gimnasio… pues sí, lo reprobaría también.
Solo espero que no se lo tome muy personal.
Aunque claro… eso sería pedirle demasiado a un hombre que probablemente no superó aún la década del 2000.
—¿Va a quedarse callado o tiene algo relevante que aportar, Moretti?
Tragué saliva y acomodé mi silla con disimulo. Una parte de mí quería hundirse en el suelo. La otra parte… bueno, aún se sentía algo orgullosa de la noche del sábado.
—Ningún problema, profesor —respondí con la mejor cara de ángel que pude fingir.
Claramente no funcionó.
Romano asintió con lentitud, como si estuviera evaluando cuánto podía torturarme legalmente sin perder su licencia docente.
—Bien. Entonces, si va a quedarse en clase, le agradecería que mantuviera sus asuntos extracurriculares… fuera del currículo.
Un murmullo se esparció por el aula. Algunos compañeros intentaron disimular sus risas detrás de carpetas. Luca me lanzó una mirada mezcla de “estás jodido” y “luego me cuentas todo”.
Yo sólo asentí con una sonrisa tensa, tragándome el orgullo y también los recuerdos gráficos del fin de semana.
—Claro, profesor. Me concentraré.
—Qué bueno. Porque en esta clase no hay espacio para la holgazanería. Solo entregas. Puntuales. —Remató, y siguió su explicación sobre estructuras arquitectónicas como si no acabara de lanzarme un ladrillo simbólico en la cara.
Yo intenté seguir tomando apuntes, pero la presión de su mirada ardía en mi nuca. Sentí que cada línea que trazaba en el cuaderno tenía que estar tan perfecta como un plano de Gaudí o me haría repetir el semestre por “fallas morales en la perspectiva”.
Y pensar que solo era lunes.
Aina, dos mesas más allá, ni parpadeó. Solo cerró su libreta con calma y me miró por primera vez.
Fue breve, pero suficiente. Una mirada como de “te tengo calado”, con un toque de “tú respiras y yo ya estoy harta”.
Maravilloso. Ya éramos almas gemelas del odio.
Luca, por supuesto, estaba intrigado.
—Bueno, esto va a estar interesante.
—Interesante es que te pongan anestesia antes de la cirugía, Luca. Esto es castigo celestial.
—¿Y tú qué hiciste para merecerlo? —me preguntó, divertido.
—Nacer, aparentemente.
Al finalizar la clase, nos reunimos los tres a las afueras del salón, entre estudiantes ansiosos y el perfume persistente a café quemado.
—Bueno —dijo Luca, sacando su agenda como si realmente la usara—. ¿Cuándo nos vemos?
—Yo puedo ahora —dije. En parte porque quería deshacerme del mal rato lo antes posible.
Aina no respondió de inmediato. Nos miró con una expresión neutra y elegante, como si estuviera decidiendo si realmente quería exponerse a dos simios socialmente funcionales.
—Tengo una reunión del colectivo de estudiantes en unas horas. Podemos avanzar algo mientras tanto.
—Perfecto —respondí—. ¿Dónde te queda más cómodo? ¿En la terraza de tu superioridad moral o en la cafetería comunista?
Luca se atragantó de la risa. Aina me fulminó con la mirada.
—Mira, Moretti…
—“Manuelle”, si no te molesta. Aunque “Moretti” también funciona si te quieres sentir en una novela de crimen.
—No necesito sentirme en una —dijo—. Vivo en una con usted cerca.
Touché.
Nos sentamos en una mesa en el patio trasero de la facultad. Luca sacó su portátil. Yo, mis anotaciones. Aina abrió su carpeta perfectamente ordenada por colores. Yo no entendía por qué me irritaba tanto que alguien tuviera tanto control sobre su vida.
—El proyecto es diseñar una vivienda modular para comunidad rural —dijo Aina—. Lo lógico sería pensar en zonas como Calabria o Basilicata, donde el acceso es limitado pero el clima favorece materiales sostenibles. ¿Qué opinan?
—Opino que suenas como si ya hubieras hecho el proyecto, presentado la tesis y ganado un premio novel por eso —respondí.
—Gracias —contestó ella, sin una pizca de ironía
—. ¿Y tú? ¿Qué aportarías?
—Sarcasmo, carisma y conocimiento enciclopédico de “cómo no hacer las cosas”. Pero también sé construir y tengo buenas ideas. Cuando quiero.
—Lo cual suena a “casi nunca”.
—Mira quién habla. Ni siquiera me conoces.
—No necesito conocerte para saber lo que representas.
—¿Una amenaza al sistema opresor capitalista?
—Un criminal.
Me reí. No lo pude evitar.
—Eres tan boba —la mire fijamente—¿Puedes comprobar que he cometido algún crimen, como para tener el derecho de llamarme criminal?
—Tu familia ha hecho muchas atrocidades y han salido impolutos gracias a la corrupción.
Luca aplaudió como si estuviera viendo una obra de teatro.
—¿Pueden parar el coqueteo hostil? ¿O tengo que pedir que se casen ya y me inviten?
Los dos lo ignoramos.
Seguimos discutiendo. En realidad, trabajamos. Discutiendo. Provocándonos. Midiéndonos. Aina era brillante, sí, pero también mandona y con ese aire de “te perdono por ser tan mediocre”. Y yo no era exactamente el tipo de persona que se dejaba intimidar por discursos hipócritas y postureos éticos.
Y sin embargo… algo me intrigaba de ella. Su intensidad, su convicción, sus contradicciones.
Porque claro, era activista y todo, pero llevaba un iPhone y bebía agua embotellada y aunque odiara mi apellido, no podía evitar discutir conmigo.
Como si… como si algo le picara por dentro y no sabía si era odio, duda o curiosidad.
Y a mí… bueno.
No me pasaba nada.
O eso quería creer.
Luca se fue unos minutos después, porque tenía una clase. No llevaba ni media hora soportando a Villanova en completo silencio cuando el universo decidió ponerle salsa picante a la escena. Un tipo alto, de mandíbula cincelada por los dioses nórdicos, pelo rubio y risa perfecta apareció en nuestra mesa.
No exagero. Parecía sacado de un catálogo de publicidad para relojes suizos.
Aina levantó la vista de su libreta y sonrió y sí, lo vi. Sonrió de verdad. A ese sí le activaba el modo amable, al parecer. Él se inclinó con toda la confianza del que sabe que es guapo y le plantó un beso en los labios. Así, sin aviso. Como si no estuviera ahí. Como si fuera una planta o peor, una silla.
—Hola, amor —dijo él, con acento ligeramente extranjero. ¿Francés? ¿Suizo? ¿Sueco?
—Vicent, pensé que tenías clase a esta hora —respondió ella, aún sonriendo.
Genial. Tenía nombre de tipo elegante. Por supuesto.
Me recosté un poco en la silla y los miré como quien ve una obra de teatro sin haber pagado la entrada.
—¿Qué pasa, no hay reglas de espacio personal en Suecia? —pregunté, medio en voz baja, medio para fastidiar.
Aina me fulminó con la mirada. Vicent, en cambio, me dedicó una sonrisa pulida, de esas que dicen “no sé quién eres ni me importa”.
—¿Y tú eres…?
—El castigo divino que le asignaron a tu novia —respondí, extendiéndole la mano con fingida amabilidad—. Manuelle Moretti. El placer es todo tuyo.
Vicent estrechó mi mano sin entusiasmo. El tipo tenía un apretón de manos tan firme como un pan tostado remojado.
—Bueno, no quiero interrumpir su trabajo —dijo él, dejando otro beso rápido en la frente de Aina
—. ¿Nos vemos esta noche?
—Sí. Te escribo cuando termine.
—Chau, Vicent —dije, sin mirar a Vicent. Solo por molestar.
Él no respondió y cuando se fue, la tensión en la mesa podía cortarse con una espátula de cocina.
—¿Terminaste? —me dijo Aina, cruzándose de brazos.
—¿De respirar o de incomodar? Porque lo primero no, y lo segundo nunca.
Ella rodó los ojos y volvió a lo suyo. Yo también, aunque confieso que dibujar líneas rectas cuando estás irritado no es tan fácil como parece.
Así pasamos la siguiente hora: fingiendo profesionalismo, intercambiando ideas en monosílabos y con cada lápiz que compartíamos como si nos lanzáramos armas de guerra y en el fondo de mi mente, no podía dejar de pensar en algo molesto.
¿Por qué demonios me irritaba tanto esta enana?
Cuando el estudio terminó, recogí mis cosas con una lentitud que rozaba lo patético. Aina ya se había marchado, seguramente a encontrarse con el dios vikingo que tenía por novio. Yo me fui directo al café del campus, donde sabía que Luca solía ir después de clase y como buen reloj suizo, ahí estaba, con su croissant mordido y un capuchino.
—¿Sobreviviste al primer round? —me preguntó en cuanto me vio.
—Técnicamente sí, pero tengo una úlcera nueva.
Me dejé caer en la silla frente a él, dejando caer mis cosas.
—¿Qué pasó? —insistió con una sonrisita de sabelotodo—. ¿La Villanova te hizo tragar un compás?
—No. A parte de pelear por quién tiene la razón, todo bien. Pero luego apareció su novio rubio de comercial de perfumes y la besó como si yo no estuviera en la misma maldita mesa.
Luca dejó de masticar. Literalmente se detuvo con el croissant a medio camino.
—¿Tiene novio?
—Sí. Se llama Vicent. Habla como si hubiera nacido en una viña francesa y camina como si el campus fuera suyo.
—Guau. Se que te sonará raro pero…pareces ¿celoso?
Lo miré sin pestañear.
—Estoy celoso, pero del nivel de bronceado natural que tiene ese tipo, si eso cuenta.
Luca soltó una carcajada.
—Tienes problemas, Moretti. Te asignan una compañera y ya estás armando una telenovela en tu cabeza.
—No estoy armando nada. Además no estoy celoso, por alguien que acabo de conocer. Por si no te has dado cuenta, ni siquiera me gusta esa chica. Solo digo que es complicado trabajar con alguien que te mira como si hubieras pateado un cachorrito y encima su novio me dio una mirada de diez mil amenazas, como si yo fuera un peligro nacional para su relación.
Ese tipo, es el verdadero peligro…
—¿Y qué esperabas? Eres un Moretti. La mitad de Italia cree que son empresarios de lujo, la otra mitad cree que tienen túneles secretos bajo Milán llenos de oro.
Me encogí de hombros y robé un pedazo de su croissant.
—Que se decidan entonces o somos mafiosos o somos empresarios. Pero esto de estar entre las dos cosas no es sano.
Luca rió.
—Bueno, si te sirve de consuelo… Villanova no parece el tipo de persona que se deja impresionar por rubios genéticamente bendecidos. Esa relación debe ser un milagro. Apostaría que si ese tipo no supiera conjugar “fiscalidad ambiental” ni siquiera lo miraría.
—Sí, claro. Igualito que yo, que no me importa en absoluto. Cero.
—¿Cero?
—Cero coma cinco.
Nos reímos, y por primera vez desde que llegué a esa clase sentí que estaba en el lugar correcto.
Luca era ese tipo de amigos que sabías que no solo se iba a quedar en tu vida, sino que probablemente terminaría haciéndola mucho más soportable.
Y aunque no pensaba admitirlo todavía… ese primer choque con Aina Villanova había dejado una pequeña marca. Molesta. Curiosa. Casi magnética.
Y eso, lo sabía bien, solo podía significar problemas.
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Comments
Elda Marquez
ha ha..empezando y ya haciendo dramas de adolescente...
2025-06-17
0
Linilda Tibisay Aguilera Romero
hay Manuelle
2025-06-14
1