Por la mañana, Felipe actuó como si nada hubiera pasado. Preparó el desayuno, vistió a los niños, encendió la radio con una canción melosa de los noventa. Olga, la mujer que no sentía que realmente ese fuera su nombre, se sentó en la mesa observándolo todo como quien despierta en medio de una obra teatral, y tiene que interpretar el papel que le han seleccionado.
Facundo le contaba algo sobre una caricatura, que siente que jamás ha visto, lo que se sentía extraño, porque una madre sabría sobre el personaje favorito de su pequeño.
Emma la ignoraba por completo. Jugaba con un tenedor, hundiéndolo en un pedazo de fruta como si fuera un muñeco, su mirada parecía reflejar una expresión que no se ajustaba a su edad cronológica.
- “¿Recuerdas cómo te gusta el café?”, preguntó Felipe, con una sonrisa forzada.
- “No, (luego de un silencio) pero puedo probar”, respondió aquella Olga, llevándose la taza a los labios.
Estaba amargo y frío; desagradable para su gusto, aquel trago parecía tortuoso. Él la miraba con demasiada atención, como si evaluara su reacción. Como si esperara encontrar un rastro de la verdadera Olga en cada gesto, en cada palabra.
Después de dejar a los niños en el jardín, Felipe le propuso mostrarle la casa. Le dio un recorrido rápido, señalando objetos con valor emocional.
- “Este florero lo compramos en nuestro primer aniversario… Aquí pintaste el cuarto de Emma tú sola, embarazada de ocho meses… Esta es tu silla favorita, aunque nunca te gustó admitirlo”, comentaba Felipe, con fingido entusiasmo.
Ella asentía, sin decir nada. Cada detalle lo sentía ajeno. La casa no tenía alma, al menos no una que sintiera propia. Las paredes estaban adornadas con fotos familiares: ella (o la mujer de su rostro), Felipe, los niños. En algunas, su sonrisa era genuina. En otras, no tanto, como si hubiese tenido que forzar la sonrisa para la fotografía.
Una en particular la inquietó: una imagen tomada en lo que parecía una fiesta de cumpleaños. Ella sostenía a Emma en brazos, pero su mirada no estaba en la cámara, sino en alguien fuera del encuadre. Sus ojos, capturados en el instante, estaban fijos en algo o alguien con una mezcla de miedo y deseo.
Felipe notó su atención en la foto.
- “Fue tu cumpleaños número treinta. Hace unos meses apenas. Daniel la tomó”, expresó Felipe.
- “¿Daniel?”, cuestionó Olga, aunque aquel nombre, fue lo único familiar que sintió.
- “Mi hermano. Te llevabas bien con él”, respondió Felipe, con frialdad.
- “¿Dónde está ahora?”, preguntó Olga. Felipe apretó los labios.
- “Vive en otra ciudad. No lo vemos mucho”, respondió Felipe de manera rápida, demasiado rápido, como si quisiera evitar la conversación.
Después del recorrido, la dejó sola con una caja de álbumes y se encerró en su estudio. “Trabajo pendiente”, dijo. Pero ella escuchaba pasos de un lado al otro, arrastrando algo pesado, murmurando por teléfono.
Abrió uno de los álbumes. Las fotos eran más antiguas. Algunas eran de una mujer muy parecida a ella, pero más delgada, con otro estilo, como si ahí irradiara verdadera felicidad. El rostro tenía una energía distinta. No sabía si era por la edad o por otra cosa, algo más profundo.
En la última página, encontró una carta doblada. No parecía haber sido puesta allí intencionalmente. Era vieja, escrita a mano, en una letra nerviosa. Decía:
“No puedo más. Él finge amarme, pero me tiene atrapada. No confíes en él. No creas sus palabras. Si lees esto, significa que yo fallé. Que no logré escapar. Pero tú aún puedes”.
Era extraño. No tenía firma. No decía para quién era. Aunque la carta le heló la sangre. Se la guardó en el bolsillo.
Esa noche, después de que los niños se durmieron, fingió sentirse cansada y se encerró en el cuarto de baño. Se sentó en el borde de la tina vacía, sosteniendo la nota.
El espejo empañado devolvía una imagen deformada. Pero por un instante, juró ver otro rostro. Uno más redondo, con labios distintos. Una mujer llorando en silencio desde el otro lado.
Se dio vuelta bruscamente. No había nadie.
- “¿Quién soy?”, susurró, al aire. “¿A dónde pertenezco?”, agregó, porque sentía que en ese hogar no.
Pero solo el sonido del viento en las ventanas respondió, un vació en el estómago y una sensación extraña que recorría todo su cuerpo.
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Comments
Jessica
si serán gemelas es muy extraño td quizás el tipo la a encerró o no lo se además los niños no se portan amorosos con ella
2025-05-22
4
Maria Gonzalez Gonzalez
muy extraño y atrapante je je je ..... interesante.
2025-06-02
1
Zulema Balverdi
Será que hubo engaño de parte de la verdadera Olga, engañó a este que dice ser su marido, o qué pasó, veremos que pasa
2025-06-12
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