En el instituto, el director, al ver que los alumnos comenzaban a actuar de forma extraña, habló por el altoparlante para llamar la atención de todos.
—Por favor, mantengan la calma. Enciérrense en sus aulas y no salgan hasta que llegue la ayuda... ah...
Los gritos del hombre resonaron por todo el sistema de sonido, aterrorizando a quienes lo escuchaban.
En el aula donde se encontraba Mike, luego de que gritara que debían irse, se escucharon los desesperados alaridos del director.
—Mierda... mierda... No podemos quedarnos aquí. Tenemos que irnos.
—¿Estás loco? ¿No acabas de escuchar al director?
—A la mierda con eso. Dilan, Jackson, Mili, vamos. No los dejaré aquí.
Los chicos dudaron, pero tomaron sus cosas y comenzaron a dirigirse a la salida.
—Cierren bien las puertas y no salgan hasta que llegue la ayuda —les gritaron desde dentro.
Sin más, salieron. Dos estudiantes más se unieron al grupo mientras caminaban por los pasillos en busca de una salida. Mike no podía creer lo que veía: alumnos, docentes... todos se atacaban entre sí como bestias. Estaban por llegar a la entrada, junto con otros estudiantes que corrían despavoridos, cuando una gran manada de esas cosas los emboscó. Mike retrocedió con sus amigos, pero estaban rodeados. No sabía qué carajos hacer hasta que... las puertas se abrieron de pronto. Sergio, junto con su hijo Diego y Martina, entraron disparando a los zombis.
Martina observó rápidamente el lugar. Al ver a su hermano a lo lejos, gritó:
—¡Mike, ven aquí ahora!
Ella, Sergio y Diego abrieron fuego contra los zombis que los rodeaban. Mike, al verla, gritó:
—¡Vamos!
—¿Quién es ella? —preguntó Jackson.
—Es mi hermana. Vámonos de aquí.
Los seis chicos corrieron hacia ellos, seguidos por algunos otros. Al llegar junto a Martina, Mike apenas pudo hablar:
—Hermana...
—Cállate y sígueme. Te advertí sobre esto. ¡Sergio, Diego, vamos!
—Sí, señorita.
Salieron en grupo mientras los tres adultos cubrían sus espaldas. Mike reconoció el motorhome y señaló:
—¡Por aquí! Vamos...
Martina le lanzó las llaves y gritó:
—Conduce tú. Cargaremos a todos los que podamos.
Mike asintió, abrió las puertas, y subieron él y sus amigos. Se colocó frente al volante y esperó a que su hermana subiera.
Sergio se quedó junto a la puerta y ordenó:
—Diego, entra y revisa que ninguno esté herido.
—Bien, pero no esperen mucho. Todo esto es un caos.
Martina miró a lo lejos y vio a una mujer acorralada con una niña en brazos.
—Ya vengo, tengo que ayudarla. Cúbreme.
Sergio no alcanzó a responder. Solo pudo observar cómo Martina se acercaba a la mujer y disparaba a los zombis cercanos.
—Levántate y vamos. Yo te cubro.
La mujer asintió, y cargando a la niña corrió hacia el autobús. Martina regresó y, al ver el caos desatado, gritó:
—¡Sergio, sube! Es momento de irnos.
Él asintió, subió con ella y cerró las puertas.
—¡Mike, arranca!
No esperó ni un segundo. Aceleró. Todos miraban con terror por las ventanas.
—¡No miren! ¡Cierren las cortinas! —ordenó Martina.
Sergio y Diego lo hicieron, mientras Martina se acercaba a su hermano.
—¿Estás bien? ¿No te hicieron nada...?
El chico rompió en llanto.
—Lo siento... lo siento mucho. Yo... debí creerte.
—Tranquilo, respira. Todo estará bien. Para esto nos hemos preparado.
—¿Cómo sabían...? ¿Cómo sabían que esto iba a pasar? —preguntó Jackson.
—No es momento de explicaciones. Ahora lo importante es llegar a salvo.
—¿Cómo llegaste tan rápido?
—Gracias a Diego, el hijo de Sergio. Llegó una hora antes de que todo esto ocurriera y nos informó que ya los aeropuertos y la ciudad estaban colapsando. Les dije que vendría a buscarte y ellos se ofrecieron a acompañarme.
—¿De dónde sacaste esas armas?
—Del mercado negro. Compré bastantes.
El silencio se apoderó del vehículo mientras seguían avanzando por calles caóticas. Luego de unos veinte minutos, llegaron a la villa donde estaba la mansión. Vieron a varias personas corriendo sin rumbo.
—¡Para! Tenemos que ayudarlos —dijo Martina.
Mike frenó en seco. Sergio abrió las puertas.
—¡Por aquí! ¡Suban rápido!
Era una familia: un matrimonio con dos niños. No dudaron en subir.
—Gracias, gracias...
—¿Están heridos?
—No... ¿Qué son esas cosas? ¡Las personas se volvieron locas!
—Señor, esas no son personas —respondió Sergio con firmeza.
Los adultos, al notar que la mayoría en el vehículo eran chicos, guardaron silencio. Uno de ellos murmuró:
—Llegamos... No se preocupen. Aquí estaremos seguros.
Al cruzar las rejas, estas se cerraron automáticamente y la barrera eléctrica se activó. Por suerte, ningún zombi había entrado al perímetro. Solo tuvieron que llegar hasta la gran mansión. Una vez que Mike estacionó, Martina dio instrucciones:
—Bien, bajen todos. Una vez dentro, los revisaremos. No podemos permitir que un infectado entre con nosotros.
Nadie objetó. Todos descendieron. Los cuatro empleados que quedaban en la casa les abrieron las puertas y revisaron uno a uno.
Ya reunidos en el salón, Mike abrazó a su hermana.
—Gracias, Martina. Perdóname por no creerte.
—¿Ustedes sabían de todo esto? ¿Por qué no dijeron nada? Tal vez muchas personas se hubieran salvado —preguntó Dilan, con rabia y tristeza.
—Mi hermana lo sabía, pero nadie le creyó. Ni yo mismo. Creí que estaba loca —admitió Mike.
—Como todos los demás. De todas formas, no quise generar caos. No estaba segura de que esto pasaría, pero aun así preparé mi casa como refugio.
Martina se dirigió a un panel en la pared. Colocó su mano sobre el sensor y una pantalla digital se encendió. Tocó algunos botones, y los presentes escucharon cómo se aseguraban las puertas, ventanas y salidas.
Encendió la televisión. Todos prestaron atención a las noticias...
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