SOFÍA
La sensación de la calidez del sol en mi rostro, me era indiferente, no sentía nada, no podía sentirlo ni mucho menos comparar esa sensación que todos sentían como un abrazo cálido que uno recibe cada mañana por nuestras familias cuando uno se va a trabajar o va a la escuela.
En mi caso, solo sentía frío, mucho frío y el sol no era capaz de darme el calor que necesitaba. Mi corazón latía desesperado por sentir el calor, pero el estar sola y triste me impedía ir a buscar ese calor. Miraba desde la distancia el pequeño parque había cerca del edificio. Pensaba en lo lindo que hubiese sido haber ido a un parque como ese de niña, pero nunca pude porque mi Padre y abuelo jamás tenían tiempo, y mi tío bueno... estaba más preocupado por él mismo que en cualquier otra cosa.
Cerré los ojos un instante imaginando un hermoso pastizal lleno de flores de múltiples colores, el aire fresco acariciando mi rostro a primera hora de la mañana. Respirar el aroma de las flores y sentir el rocío de la mañana recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza.
Era una especie de anhelo o más bien deseo que quería saber qué era lo que se sentía estar allí.
Abrí los ojos y respiré profundo. Miré mi teléfono y decidí irme a una cafetería cercana a trabajar en mis escritos que eran muchos, necesitaba terminarlos antes de que la fecha límite de publicación, que fueran revisados por mi editora y después de eso serían publicados en la plataforma de escritura para la que trabajo.
Muy poca gente sabía a lo que me dedicaba, por el simple hecho de que no buscaba ser reconocida por nadie, suficiente tenía con la reputación reciente de mi familia. Lo bueno era que había decidido usar el apellido de mi Madre Volakis para evitar ser reconocida por la gente, y que los medios de comunicación nunca dieran conmigo. Para mi fortuna siempre me he parecido a mi Madre y eso ha sido un punto a mi favor.
Me fui del Parque y al dar vuelta a una esquina a lo lejos vi a un hombre vestido de negro, llevaba puestos unos lentes de sol, chaqueta negra y pantalón de mezclilla y zapatillas deportivas, me pareció extraño, pero preferí irme y ver sí tenía alguna mala intención y por lo visto estaba en lo correcto.
Sujeté con fuerza la correa de mi mochila, suspiré y seguí adelante, el sonido de sus zapatos lo delataba, qué estúpido...
Seguí caminando, di vuelta a una esquina y entonces vi al idiota buscándome y me reí en silencio, lo vi irse lanzando un largo suspiro, pero pronto me di cuenta de que no se había rendido, entonces me tomé la molestia de aparecerme ante él.
—¿Necesitas algo?—Se sobresaltó al verme. Pregunté con una sonrisa.
—¿Cómo hiciste eso?—Preguntó intrigado y a la vez asustado.
—Aquí las preguntas... las hago yo—. Dije aún manteniendo mi sonrisa. Lo miré directamente a los ojos teniendo de por medio los lentes oscuros que escondían sus ojos que estaban llenos de ansiedad e incertidumbre.
Lo llevé a la cafetería a la que siempre iba a trabajar porque era mi lugar especial en donde podía estar tranquila e inspirada. Y vaya que tenía mucha inspiración, para darle a mi invitado la atención que se merecía.
La cafetería era sencilla con una mezcla hogareña cálida y dulce como el hogar de una abuela. Las paredes tenían un acabado parecido a la madera, en ellas colgaban cuadros de lugares que los dueños de la cafetería habían ido, entre ellos Italia, Suiza, Turquía y Países Bajos.
Era fascinante ver esas fotos y tomarlas como inspiración para mis historias, lo cual era algo que a la dueña le encantaba que yo hiciera.
Sentados en los cómodos sillones de piel oscura, puse mi mochila a lado de la mesa de centro sin apartar la vista de él. Me miraba con algo de terror; sin embargo, poco me importaba.
Había un incómodo silencio que se veía ligeramente opacado por la música que había de fondo en la cafetería.
El olor del café invadió la habitación, ese olor me gustaba mucho, me daba tanta plenitud y paz absoluta. Él miraba el suelo de madera del mismo color de las paredes, las que luces que colgaban de las vigas del techo eran tenues y suaves a la vista, iluminaban el panorama con la suficiente claridad necesaria para ver el terror que ese hombre sentía al verme tan tranquila.
—No te asustes, no haré nada—. Se sobresaltó un poco cuando le dije eso. Apenas me miró y luego se quedó callado unos minutos más, entonces me tomé la libertad de sacar mi computadora portátil y la puse sobre la mesa, en ese momento llegó mi café en una taza blanca humeante, el olor era exquisito, la mesera que siempre sabía lo que quería miró a mi invitado y le preguntó sí quería algo, pero este se negó algo nervioso.—Puedes pedir lo que querías, va por mi cuenta—. Dije dándole un sorbo a mi café.
Se negó y la mesera se retiró sin más. Dejé mi taza sobre la mesa, dejé de sonreír y dije:
—¿Te envió él?—Me miró con asombro.
—¿Cómo sabes eso?—Sonreí lanzando un suave suspiro.
—No es difícil darse cuenta luego de recibir esos mensajes, ¿no crees?—Su nerviosismo se percibía en el aire, era evidente que él sabía más de lo que quería aparentar.—Además... sé muy bien que es mi prometido quien me ha estado vigilando, así que... mejor dime ¿Por qué quiso que un novato como tú fuera descubierto por mí? Sinceramente, tengo varias teorías de por qué, pero sinceramente no busco escarbar más de lo debido.
Estoy segura de que él quiso que te descubriera, por una simple y sencilla razón... ha buscado dar conmigo desde que lo dejé abandonado en aquella habitación de hotel, ¿no?—Bajó la cabeza avergonzada.—No te avergüences, aquí la única culpable soy yo, creo que le dolió el hecho de que una mujer haya tenido el descaro de abandonarlo y, por lo tanto, está buscándome para exigir una explicación, ¿verdad?—Había acertado y sinceramente eso me dio cierta satisfacción, pero al mismo tiempo sentí un intenso escalofrío que me recorría todo el cuerpo.
Miré sobre mi hombro y al hacerlo dije:
—Maldita sea...—El tipo que me siguió, huyó y no me importó, de todas maneras él solo fue una víctima de las circunstancias o algo parecido.
Entonces un tipo con traje negro y corbata negra se sentó frente a mí y dijo con una sonrisa dibujada en su bello rostro.
—Vaya... me descubriste, estoy impresionado. Ahora me toca a mí...
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