El sol caía sobre el campus de la Escuela Técnica de Magia de Tokio. Los árboles se mecían lentamente con el viento primaveral, pero el aire estaba pesado.
Algo se acercaba.
Victor estaba sentado en el campo de entrenamiento, en silencio. Sus dedos tocaban el suelo, sintiendo las vibraciones de la energía maldita. Las palabras de Gojo aún resonaban en su cabeza.
> “Esto no es solo poder. Es historia. Es legado. Es sangre.”
Cerró los ojos.
El rostro de la niña de Shibuya apareció.
Su grito aún lo atormentaba.
Y con ella, la risa maldita de Sukuna en el fondo de su conciencia.
—No puedes ignorarme, chico —dijo la voz dentro de su mente, burlesca y venenosa—. No importa cuánto luches, tarde o temprano… te rendirás.
—Jamás —susurró Victor—. No quiero ser tú.
—Demasiado tarde. Ya eres yo.
Victor se levantó con furia y lanzó un puñetazo al tronco de un árbol.
Boom.
El impacto lo partió en dos.
Un anillo de energía maldita explotó desde su cuerpo.
—Whoa… —murmuró Panda, quien lo observaba desde lejos junto a Maki y Toge.
—Ese chico… tiene una presión espiritual incluso más intensa que la de Yuta —comentó Maki, aferrando su lanza con fuerza.
—Salmón. —Toge asintió, inquieto.
Antes de que pudieran acercarse, una grieta en el aire se abrió violentamente.
Un portal de energía maldita… y de él surgió una presencia nauseabunda y familiar.
Mahito.
—Hmmm… qué interesante. ¿Un nuevo juguete de Sukuna? —dijo el espíritu maldito, con su sonrisa cruel mientras sus dedos se entrelazaban.
Victor sintió un escalofrío. Lo conocía.
Mahito. El asesino de almas. El arquitecto de sufrimientos.
La sangre se le congeló. Imágenes cruzaron por su mente. Junpei. Nanami. Yuji destrozado.
El odio… el verdadero odio apareció por primera vez en los ojos de Victor.
—Tú… eres el que destruyó a tantas personas… por diversión.
Mahito sonrió.
—¿Y tú? El nuevo juguete maldito. ¿También destruirás lo que toques?
—No.
Victor activó su energía maldita.
Su cuerpo se cubrió de líneas negras. Los ojos secundarios de Sukuna se abrieron.
—Yo… soy la maldición de la maldición.
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Batalla: Victor vs. Mahito
Mahito no esperó más.
Saltó hacia él con sus garras transformadas. Su técnica de Transformación del Alma trató de tocar a Victor, pero fue repelido por una onda de energía carmesí.
—¡Kai! —gritó Victor, instintivamente.
Una cuchillada de aire cruzó el campo y cortó parte del brazo de Mahito.
—¡Interesante! ¡Tienes reflejos, maldito mocoso!
Victor activó una segunda técnica.
—Hachi.
Las marcas en su cuerpo brillaron. Mahito gritó cuando cortes invisibles comenzaron a abrirse en su torso.
—¡¿Qué demonios…?!
—Estas técnicas no son mías —dijo Victor, con voz grave—. Pero si puedo usarlas para eliminarte… lo haré.
Mahito se alejó, furioso.
—Entonces veamos si puedes sobrevivir a esto.
Expandió su Dominio.
“Santuario del Autoengaño.”
El paisaje cambió. Victor se encontró en una habitación sin puertas ni ventanas, llena de espejos. En cada reflejo, su rostro era distinto… un asesino, un niño, un monstruo.
—Aquí, tus pensamientos más oscuros te destruirán —susurró Mahito.
Victor cayó de rodillas, atormentado.
Los espejos lo envolvían. Mostraban a Sukuna tomando control. Masacrando amigos. Usando a Yuji como marioneta.
Pero entonces… escuchó otra voz.
No la de Sukuna. Ni la suya.
—“Tienes que levantarte, Victor. Porque tú no eres él.”**
Era Megumi, que entraba al dominio forzándolo con su propio shikigami.
—¿Tú…?
—No estás solo. No te vamos a dejar caer.
Y entonces, detrás de él, surgieron más.
Yuta, Maki, Toge, Panda, incluso Yuji.
Todos se preparaban para atacar a Mahito en sincronía.
—¡Destruyan los espejos! —gritó Yuta.
Uno a uno, los espejos estallaban.
El dominio temblaba.
Victor abrió los ojos. Toda la energía maldita lo envolvía.
—¡Fukuma Mizushi!
Un rugido infernal sacudió el espacio. El Relicario Demoníaco apareció, devorando el dominio de Mahito.
Victor caminó hacia él con fuego en los ojos.
—Esto es por todos los que destruiste.
Kai. Hachi.
Mahito gritó, siendo desgarrado por los cortes. Su cuerpo cayó destrozado y, justo antes de desaparecer, murmuró:
—…Te estás… volviendo igual que él…
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Final del Capítulo 4
Victor cayó al suelo, jadeando.
Sus manos temblaban.
Yuji se acercó. Lo miró, en silencio.
—No dejaste que él ganara —dijo—. Eso… ya te hace diferente a Sukuna.
Victor lo miró.
Y por primera vez, sonrió levemente.
—No quiero ser un dios. Solo quiero… ser humano.
Capítulo 4: Maldiciones en la Sangre (Parte 2)
La oscuridad se retiraba lentamente, como el humo tras una explosión.
Victor yacía en medio de un campo destruido, su respiración agitada, su cuerpo cubierto de cortes y quemaduras superficiales. A su alrededor, los fragmentos de lo que antes fue el Dominio de Mahito flotaban como cenizas en el viento.
El Relicario Demoníaco aún ardía levemente detrás de él, sus bocas murmurando palabras antiguas. Pero la amenaza… se había ido.
Mahito estaba muerto.
Al menos, eso parecía.
—Victor… —susurró Yuji, acercándose con paso lento—. ¿Estás bien?
Victor alzó la vista. La cara de Yuji no era de preocupación… era de reconocimiento. De comprensión. Porque él sabía lo que se sentía tener algo dentro… algo que no eras tú, pero que poco a poco intentaba devorarte desde dentro.
—Sí… pero… no sé cuánto tiempo podré seguir así.
Maki, con su lanza al hombro, se aproximó con la mirada endurecida.
—Lo que hiciste fue temerario. Activaste un Dominio sin entrenamiento. Usaste técnicas que ni siquiera son tuyas. Podrías haber muerto. O peor… haberte convertido en él.
Victor tragó saliva.
—Lo sé. Pero si no lo hacía… todos habrían muerto.
Yuta apareció entonces, serio pero con una leve aprobación en la mirada.
—Hiciste lo correcto. Pero necesitamos entender qué eres realmente. Porque lo que vimos hoy… no fue solo una posesión. Fue como si… Sukuna se hubiera fusionado contigo.
Los estudiantes se miraron entre ellos. Incluso Panda dejó de hacer bromas.
Era evidente: Victor no era simplemente un recipiente.
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Escena: Reunión con Gojo
Más tarde, en las profundidades del cuartel de la escuela, Satoru Gojo observaba los registros del combate. Las grabaciones de la batalla mostraban a Victor manifestando técnicas exactas de Sukuna, pero también… variaciones. Eran parecidas, pero no idénticas.
—Esto no es posesión —dijo Gojo, bajando los lentes con expresión seria—. Esto es… asimilación.
A su lado, Ieri Shoko cruzó los brazos.
—¿Estás diciendo que Sukuna no está controlándolo? ¿Sino que sus habilidades están integrándose a la personalidad de este chico?
—Exactamente —Gojo asintió—. Es como si… estuviera renaciendo. Pero no en forma de espíritu maldito, sino como una nueva identidad. Una nueva maldición.
—Victor Sukuna… —dijo Shoko, pensativa.
Gojo sonrió.
—Eso tiene buen nombre para un nuevo desastre.
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Flashback: El Susurro del Pasado
Esa noche, Victor no podía dormir.
Las voces seguían allí. No solo la de Sukuna… sino muchas más.
Gritos.
Llantos.
Risas locas.
El recuerdo del Incidente de Shibuya apareció una vez más en su mente. No como algo que había visto… sino como algo que había vivido.
Veía a Sukuna de pie sobre los cadáveres.
Torres colapsadas.
Civiles incinerados.
Jogo, riendo antes de morir.
Nanami, destrozado. Yuji, llorando de impotencia.
Y él… Victor… estaba ahí. Dentro de Sukuna. Pero impotente.
—¿Esto es lo que hiciste…? —susurró con los ojos húmedos—. ¿Eso es lo que soy ahora?
Entonces, frente a él, en el reflejo de la ventana, apareció Sukuna.
Su versión original. Cuatro brazos. Dos rostros. Sonrisa sádica.
—No lo entiendes aún, ¿verdad? Esto no es una historia de redención, niño. No eres el héroe. Tú eres la bomba que ya cayó. Solo falta que explotes.
—¡Cállate! ¡Yo no soy tú!
—Pero usas mi poder. Y lo disfrutas.
Victor se desplomó en el suelo, temblando.
—Entonces, ¿qué sentido tiene resistirme? ¿Qué sentido tiene seguir luchando?
Sukuna sonrió más.
—Ninguno. Solo sigue destruyendo. Es lo único que sabes hacer bien ahora.
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Epílogo: El Interés de Kenjaku
Muy lejos, en una sala oculta del mundo maldito, Kenjaku miraba las mismas grabaciones con atención.
Su sonrisa era tenue, pero peligrosa.
—Así que… un nuevo recipiente que no es recipiente… sino reencarnación. ¿Una mutación? ¿Una evolución?
A su lado, Uraume permanecía de pie, en silencio.
—¿Debemos intervenir?
—Aún no —dijo Kenjaku—. Pero… será interesante ver en qué se convierte. Tal vez… incluso supere al Sukuna original.
Kenjaku levantó un dedo y una nueva pieza fue colocada sobre el tablero de Go.
—El juego ya no es el mismo. Ahora hay una variable que ni siquiera yo anticipé.
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