Escapando del destino

La mañana era fría y húmeda. El rocío aún colgaba de las ramas del jardín interior como si el mundo entero no quisiera despertar. Pero yo ya estaba en pie, con un vestido sencillo, el cabello trenzado y los labios apretados en una línea decidida.

Hoy comenzaba mi plan.

Aunque la mayoría de nobles se preparaban para brillar en fiestas, yo decidí enfocarme en algo más útil: sobrevivir. Y para eso… necesitaba fuerza. No podía depender solo de mi conocimiento del juego. Ese mundo no era un simple conjunto de rutas programadas. Era real. Aquí dolía. Aquí la muerte era definitiva.

Y si quería evitarla, debía aprender a luchar.

Recordé que, en el juego, el duque Callahan —padre de Nyr, el cazador— entrenaba a los guardias de élite del reino. Era estricto, implacable y uno de los mejores espadachines vivos. Si alguien podía enseñarme, era él.

Pero había un problema.

—¿Estás segura, señorita Arien? —me preguntó la doncella Emma mientras ajustaba mi abrigo.

—Sí. ¿Por qué la duda?

—El señor Callahan no suele aceptar alumnos que no sean varones…

—Tendré que convencerlo, entonces.

Y también estaba el otro problema: Nyr.

Cada vez que pensaba en él, algo en mi estómago se revolvía. No por miedo exactamente, sino por lo incómodo de su presencia. Tenía esa forma inquietante de observarme, como si supiera que yo escondía algo… como si adivinara que no era solo una niña.

Evitarlo sería una prioridad. Solo necesitaba que su padre me aceptara. Y luego, rezar para no cruzarme con su molesta sonrisa más de lo necesario.

El patio de entrenamiento estaba cubierto de tierra endurecida. Espadas de práctica colgaban ordenadas en un muro de piedra. El sonido del acero chocando llenaba el aire, junto con los gritos de soldados entrenando.

Y en el centro, como un pilar inamovible, estaba él.

El duque Ethan Callahan.

Alto, robusto, de cabello oscuro con toques de plata y una barba perfectamente recortada. Su sola presencia imponía respeto. Los guardias lo obedecían sin rechistar, como si su voz llevara el peso de una orden divina.

Me acerqué con paso firme, respirando hondo.

—Duque Callahan —dije, con voz clara.

Él se giró lentamente y me evaluó de arriba abajo.

—¿La hija del duque Valemira?

—Asi es. Quiero entrenar con usted.

Un murmullo recorrió el lugar. Algunos guardias rieron por lo bajo.

El hombre arqueó una ceja.

—¿Tú? ¿Con la espada?

—Sí.

—¿Por qué?

Podría haber dicho cualquier excusa. Que quería protegerme. Que me gustaba la esgrima. Que era por curiosidad. Pero no.

—Porque no quiero morir. —Lo miré directo a los ojos—. No quiero ser una muñeca en el ducado Valemira.

Un silencio denso cayó sobre el patio. El duque entrecerró los ojos, luego soltó una carcajada grave.

—Tienes agallas. Bien. No esperes que te trate con delicadeza. Entrenarás como un soldado más. ¿Entendido?

Asentí con fuerza.

—Sí, señor.

Las siguientes semanas fueron brutales.

Cada mañana me levantaba antes del amanecer. Corría alrededor del patio diez veces, hacía ejercicios hasta que mis músculos ardían y luego practicaba posturas básicas con una espada de madera más pesada que yo.

Callahan no tenía piedad. Me gritaba, me corregía, me empujaba al límite. Pero no me rendía. Cada corte fallido, cada caída, era una lección. Con cada herida, me hacía más fuerte. Más rápida. Más precisa.

El cuerpo de Arien, aunque frágil al inicio, comenzó a responder.

Y entonces… apareció él.

—¿Tú otra vez?

Lo escuché antes de verlo. Esa voz burlona que ya empezaba a reconocer entre la multitud.

Nyr.

—No me mires así —dijo mientras caminaba hacia mí con las manos en los bolsillos y una sonrisa floja en el rostro—. No vine a molestarte. Mucho.

—Entonces vete.

—¿Desde cuándo te interesa entrenar con espadas? Las niñas nobles como tú solo saben jugar con abanicos.

—Yo no soy como las demás.

—Eso ya lo noté.

Me giré para seguir con mi rutina, ignorándolo. Pero él se sentó en una viga cercana, como si fuera su palco privado para observarme sudar y fallar.

—Tu postura es mala —comentó al cabo de unos minutos.

—¿Y tú qué sabes?

—Mi padre me ha entrenado desde que sé caminar.

—Entonces quédate callado y déjame entrenar.

—¿Por qué te esfuerzas tanto? No tienes por qué hacerlo.

Lo miré. No tenía sentido hablarle de futuros alternativos o muertes inevitables. Así que respondí con la verdad más simple.

—Porque nadie vendrá a salvarme.

Su sonrisa se apagó. Por un segundo, sus ojos mostraron una sombra de comprensión. Luego se levantó y se alejó sin decir una palabra.

Desde entonces, venía todos los días.

Nunca entrenaba conmigo. Solo me observaba. Comentaba, hacía bromas, a veces incluso me traía agua o un pañuelo. No sabía si lo hacía para molestarme o por otra razón… pero evitaba mirarlo más de lo necesario.

Era parte del juego. Uno de los protagonistas. Un peligro con una sonrisa de niño. Y yo no pensaba caer en su trampa.

Aunque… algo en mí empezaba a dudar de todo.

Un mes después, me encontraba en el bosque detrás del castillo practicando movimientos con la espada. Estaba sola. O eso pensaba.

—Vas mejorando —dijo una voz detrás de mí.

Giré bruscamente, levantando la espada por reflejo.

Nyr estaba ahí, apoyado en un árbol, con una rama en la boca como si fuera un trozo de paja.

—¿Me estás siguiendo?

—No. Te encontré por casualidad.

—Claro.

—No te acerques tanto a mi padre —dijo de pronto, y su tono cambió—. Él entrena bien, pero no confía en nadie. Si algún día te ve como una amenaza, no dudará en destruirte.

Fruncí el ceño.

—¿Eso es una advertencia?

—Es un consejo. Y un favor.

Lo miré con desconfianza.

—¿Por qué me das un favor?

Nyr bajó la rama de su boca y me miró con seriedad por primera vez.

—Porque me gustas. Aunque seas insoportable.

Me quedé helada.

Él sonrió, luego se giró y desapareció entre los árboles.

Yo me quedé sola, con el corazón acelerado.

Me quedé en silencio unos segundos, viendo el lugar por donde Nyr había desaparecido. El bosque volvió a llenarse del sonido del viento y el canto de los pájaros… como si no hubiera pasado nada.

Pero mi corazón seguía latiendo como un tambor fuera de control.

—¿Me gustas? —repetí en voz baja, atónita.

Me senté sobre una piedra, con la espada apoyada a un lado, y cubrí mi rostro con ambas manos.

—¡Pero si somos niños! ¡Ni siquiera tengo diez años completos en este mundo maldito!

Claro, en mi mente seguía siendo una mujer adulta que reencarnó en el cuerpo de una niña. Sabía lo que era el romance, la pasión, los celos, las citas... ¡Incluso tenía experiencia amorosa en mi mundo anterior, aunque no salí con nadie en mucho tiempo! Pero nada, absolutamente nada, me había preparado para escuchar esas palabras con un tono tan serio saliendo de un mocoso de nueve años con ojos azul marino y una sonrisa de pillo.

—¿Cómo puede alguien enamorarse tan rápido? ¿En qué momento lo hice suspirar? ¡Apenas me ha visto sudar, tropezar y quejarme durante los entrenamientos!

Me levanté y comencé a pasearme de un lado a otro.

—¿Será fetiche por las mujeres espadachín? ¿O le gustó que le grite? ¿O quizás le pareció lindo cómo me caí de cara el otro día? ¡¿Eso le pareció adorable acaso?!

Suspiré con desesperación.

—Esto no tiene sentido. Debe estar confundido. Es solo una admiración infantil. Sí. Eso. Admira mi determinación y valentía. Nada romántico. Nada hormonal. ¡Solo un respeto prematuro por mis agallas!

Aunque...

Mi mente no pudo evitar recordar un momento. Aquel día en que me había desmayado por entrenar de más y, al despertar, había encontrado un pequeño ramo de flores silvestres en mi ventana. En ese entonces, pensé que había sido Emma. Pero… ahora no estaba tan segura.

Me senté de nuevo, con la cara roja como un tomate cocido.

—¿¡Y si es en serio!? ¡¿Qué voy a hacer con un niño que me corteja en pleno campo de entrenamiento!? ¡¿Qué sigue, una declaración escrita con plumas y una cena de galletas?!

Me tumbé en el pasto, lanzando los brazos como si fuera una estrella derrotada.

—¡Esto no estaba en mi plan de supervivencia! ¡Nadie me preparó para un acosador precoz con cara bonita!

Un pájaro pasó volando por encima de mí. Lo observé con resignación.

—Y solo es el primero… Todavía faltan el hombre lobo y el vampiro.

Me giré de lado, enterrando la cara en la hierba.

—Estoy condenada.

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Comments

Liliana Barros

Liliana Barros

Me gustó como encara las cosas, con franqueza, sino el Duque no la hubiera entrenado. Pero olvida que está en el cuerpo de la villana y no hay forma de que esquive a los tres protagonistas, aunque puede cambiar el tenor de su relación

2025-07-31

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