Elaiza se sintió agradecida cuando la señora Jenkins le permitió tomar el resto del día para descansar. Subió las escaleras al tercer piso, ansiosa por estar en su habitación, pero al llegar, notó que la puerta estaba cerrada. Intentó abrir la puerta de nuevo, pero no cedió.
"Disculpe", dijo una vocesilla tímida, "pero creo que se ha confundido de habitación. Esta habitación está vacía, la suya es la de al lado."
Era la nana de Emanuel. Elaiza asintió, se acercó a la siguiente puerta y la abrió. Dentro, ya estaba su baúl con sus pertenencias. Elaiza sonrió.
"Oh, es verdad. Muchas gracias", dijo.
"Soy Elaiza Medina, la nueva institutriz. Muchas gracias por la ayuda."
La nana sonrió también y respondió:
"Encantada, señorita Elaiza. Soy Isabel Gómez."
Dijo la nana, extendiendo la mano.
"Un gusto", respondió Elaiza, apretando la mano de la joven.
"Tengo que ordenar mi cuarto. No gusta pasar... Me agradaría mucho conocerla un poco."
"Gracias, señorita, pero estoy cuidando el sueño del joven Emanuel. Está durmiendo la siesta y no quiero despertarlo."
Elaiza asomó al interior de la habitación. Dentro, el pequeño Emanuel dormía profundamente, sus cabellos dorados despeinados cubrían su frente, mientras apretaba un osito de felpa bastante desgastado.
"Ya veo, entonces, ¿por qué no nos sentamos fuera?" dijo Elaiza, sacando la silla de su habitación.
"Como he dicho antes, me agradaría conocerla un poco."
Y la puso fuera del cuarto de Emanuel. La joven nana hizo lo mismo y sacó una canasta con calcetines, los cuales comenzó a remendar mientras charlaban. Esa tarde, Elaiza aprendió mucho de Isabel. Tenía apenas 19 años y había entrado a trabajar en la casa a los 14 años, como mucama. Dos años después, la ascendieron a ayudante de cocina, y cuando Emanuel comenzó a comer, ella se encargaba de sus alimentos. Al ser tan cercana al niño y conocer su paladar, cuando su madre enfermó y posteriormente falleció, Isabel, con solo 17 años, terminó convirtiéndose en su nana. Emanuel, como era de esperar, era muy apegado a su nana, aún más que a su padre.
Después de un rato, Emanuel despertó, y Isabel tuvo que regresar a sus labores. Elaiza también regresó a su habitación y comenzó a ordenar sus pertenencias. La habitación era bonita y acogedora. Sin embargo, estaba bastante desordenada debido a que la institutriz anterior había dejado la mansión solo un día antes, según le comentó Isabel.
Elaiza comenzó a desempacar sus maletas y a colocar sus pertenencias en la habitación. No contaba con demasiadas cosas, así que fue bastante rápido hacerlo. Puso su ropa en el armario; solo contaba con tres mudas completas, dos camisones y otro chal. Ordenó sus libros en la estantería, entre los que se encontraban varios diccionarios de diferentes idiomas, libros de diferentes materias, "El gran método de enseñanza infantil", "Normas de etiqueta diaria", "Escuela de bordado y costura actualizada", "Recetario mundial de cocina", "Cuentos y literatura infantil y juvenil, tomos 1, 2 y 3", la Biblia y una serie de libros llamados "El niño escolar, nuevo método de enseñanza para institutrices", que eran libros grandes que contenían las materias básicas resumidas. Por último, sacó un pequeño libro color rojo bastante desgastado en la tapa, con letras apenas visibles que se leía "Manual de la institutriz moderna, todo lo que debe saber una buena institutriz", el cual puso en el buró junto a su cama.
Tomó una escoba que estaba detrás de la puerta y se dedicó a limpiar y ordenar la habitación rápidamente, sacudiendo la alfombra y quitando el polvo de los muebles. Cuando Elaiza finalmente terminó de ordenar su habitación y se sintió satisfecha de cómo quedó, en ese momento la señora Jenkins llamó a todos para comer.
Isabel acompañó a Elaiza al comedor, era un salón con una mesa pequeña para ocho sillas, la Sra. Jenkins sentada a la cabeza, en un lado Rosalba, Elaiza y Tomás, y del otro lado Isabel con Emanuel. La mesa estaba adornada con un fino mantel de encaje, con servilletas de lino bordadas a juego, la vajilla blanca con detalles florales y las copas resaltaban bellamente, un frutero repleto, la fuente de pan y galletas invitaban a comer.
Cuando estuvieron todos reunidos, la señora Jenkins inició la lectura de la Biblia y después cerró los ojos para hacer la oración de la comida; todos hicieron lo mismo. El pequeño Emanuel incluso unió sus manos para hacer la oración. Elaiza entreabrió los ojos y miró cómo Tomás, que estaba lo bastante lejos de la señora Jenkins, tomaba rápidamente un par de galletas y las escondía en las bolsas de su pantalón. Sin embargo, no dijo nada.
"Bueno, iniciemos", dijo la señora Jenkins, a lo cual un lacayo se acercó y comenzó a servir la sopa en los platos. "Señorita Medina, ¿ha terminado de ordenar su cuarto?" preguntó la Sra. Jenkins.
"Sí, ya he terminado", dijo Elaiza, limpiándose los labios con la servilleta. "Por suerte, no tengo demasiadas pertenencias."
"Me da gusto", dijo la señora Jenkins. "Rosalba, siéntate derecha..." La niña se acomodó en su silla y continuó comiendo.
"Entonces, me gustaría que, terminando, me acompañe para ver lo de sus ropas... Tomás, no sorbas la sopa."
"Por supuesto", respondió Eliza.
Durante la comida, Elaiza notó que los niños no hablaban mucho, pero su comportamiento era revelador. Aunque parecían bien educados a primera vista, detectó una falta de modales y buena educación en su forma de comportarse. Se daba cuenta de que la señora Jenkins intentaba mantener la disciplina y los buenos modales, pero los niños parecían resistirse a sus esfuerzos y que los niños estaban ansiosos por terminar y salir de la mesa.
Una vez que la comida terminó, la señora Jenkins se levantó de la mesa y anunció que era hora de que los niños se retiraran a sus habitaciones a hacer sus deberes. Mientras la señora Jenkins y Eliza, junto con otra criada, se dirigieron detrás de las escaleras, debajo de estas había una puerta con llave, la cual abrió la señora Jenkins.
"Entre por favor", le dijo el ama de llaves a Elaiza, después de encender una luz. "Abra ese baúl."
Dijo, señalando un viejo baúl azul. Dentro había varias prendas algo viejas pero en buen estado.
"Saque todos los vestidos; los llevaremos a su habitación para que se los pruebe."
Ordenó la Sra. Jenkins, y Elaiza le pasó varios vestidos a la joven que las acompañó.
"Ahora, abra ese baúl de cuero; dentro hay unas telas."
Dijo la ama de llaves, y Elaiza obedeció. La ama de llaves se acercó y sacó varias telas, algunas lanas, dos algodones estampados y un hermoso tafetán de poca calidad. También sacaron algunos corsetes y otros adornos, como encajes y retales de tela que había en una cesta.
Las tres mujeres subieron con las cosas a la habitación de Elaiza, donde ya habían puesto un biombo para que tuviera privacidad al cambiarse.
"Por favor, necesito que se pruebe la ropa para ver cuáles le puedo entregar."
Dijo la señora Jenkins. Elaiza lo hizo y logró hacerse de dos corsetes desgastados, tres vestidos que necesitaban reparaciones menores y otros dos en excelente estado, un par de faldas de lana, tres enaguas y varias blusas de algodón, un par de sacos que tenían las mangas desgastadas y algunas medias rotas que pensó que podría reparar en un par de días.
"¿Está segura de que puedo quedarme con todo esto?" dijo Elaiza asombrada.
"Sí, eran mis vestidos de cuando era joven, por lo que veo te quedan a la perfección, aunque un poco cortos."
Dijo la Sra. Jenkins, mirando los zapatos desgastados de Elaiza.
"Debo tener un par o dos de zapatos que ya no uso; iré a traerlos."
"¿No es mucha molestia?" dijo Elaiza.
"No, no es ninguna molestia."
Dijo la mujer, saliendo. Elaiza no podía creerlo; por primera vez tenía ropa para cambiarse a diario, y no solo eso, al ver las telas pensó que nunca en su vida había estrenado nada. Para ella, esto era un sueño hecho realidad.
Al regresar, la Sra. Jenkins le dio dos pares de botines viejos que, aunque le quedaban grandes, pensó Elaiza que podría usar con doble calceta para llenarlos. También le entregó un par de sombreros de encaje viejos y casi estropeados. Elaiza pensó que con los encajes podría repararlos y hacerlos lucir hermosos.
"Muchas gracias, Sra. Jenkins."
Dijo Elaiza con los ojos llenos de lágrimas.
"No es nada, niña."
Dijo la mujer.
"Aún le quedan unas horas; le recomiendo que ordene este cuarto, y el sábado iremos con Madame Beauchamp. Si tiene algún libro de moda, revíselo para hablar con ella; si no, en la biblioteca debe haber alguno."
Dijo la Sra. Jenkins, viendo la estantería llena de los libros de Elaiza.
"Y recuerde que en sus tiempos libres puede usarlo para arreglar los detalles de la ropa."
"En cuanto termine de usar la cesta con los encajes, se la devolveré, por favor."
Elaiza asintió, comenzó a ordenar su nueva ropa y se puso las dos enaguas debajo de su falda, y comenzó a zurcir las calcetas rápidamente. Sabía que aún faltaban unas semanas para terminar el invierno, y ella sufría de frío por las noches.
Después, bajó a cenar. La cena, aunque más silenciosa que la comida, siguió el mismo ritmo que la comida. Al finalizar, los niños se levantaron. Elaiza, junto con la Sra. Jenkins y la nana, los acompañó a su habitación, los ayudó a cambiarse de ropa y los arropó para dormir.
Elaiza regresó a su habitación y continuó por un rato trabajando en sus nuevas ropas. Durante la noche, Elaiza se puso a remendar el resto de los detalles de su ropa nueva. Se había puesto la cobija sobre los hombros para cubrir casi todo su cuerpo. Estaba terminando de pegar el último botón a una blusa cuando escuchó ruidos en el pasillo. Al poner atención, escuchó las voces de los niños mayores susurrando y riendo.
En sus años como institutriz, sabía que era normal ese comportamiento en niños de esa edad, así que solo esperó en su cama hasta que cesaron, asumiendo que se habrían ido a su habitación.
A la mañana siguiente, Elaiza se levantó, se lavó la cara y se vistió con una hermosa falda de vinotinto y una blusa blanca. Acomodó su cuarto y trenzó su cabello, recogiéndolo con unas horquillas.
Se disponía a abrir la puerta cuando se percató de que la puerta de su cuarto apenas abría. Al parecer, alguien había atado el pomo de su puerta a la barandilla del pasillo. En vez de molestarse, simplemente se dirigió a su buró, tomó un pequeño cuchillo que guardaba en una bolsita y comenzó a cortar la cuerda. Un par de minutos después, estaba afuera de su habitación, aún con suficiente tiempo para ir a levantar a los niños.
Desató la cuerda y la metió debajo de su cama, reviso su reloj y se dirigió a la habitación de los niños, aún con suficiente tiempo para ir a levantarlos. Cuando entró, aún estaban dormidos. Una mucama entró, ella le hizo señas que los despertase aún. Eligieron la ropa y la pusieron en un par de sillas perfectamente acomodadas. Sin embargo, sacó las agujetas de los zapatos de los niños.
"Vamos, vamos, arriba", dijo Elaiza abriendo las cortinas y dejando entrar la luz del sol. De repente, ambos niños despertaron de un salto. No esperaban que Elaiza se safara tan fácilmente de su encierro y se miraban uno a otro con miradas intrigadas.
"Arriba, niños, ya es hora de ir a desayunar", dijo Elaiza. La mucama se dirigió a ayudarlos, pero Elaiza dijo: "No, no, no, estos jovencitos están lo suficientemente grandes para vestirse solos. Por favor, permítales hacerlo". La mucama asintió y, cuando se disponía a poner las cintas de los zapatos, Elaiza dijo: "No, también saben hacer excelentes nudos". Ambos se miraron sorprendidos, sin embargo no podían decir nada, pues se pondrían en evidencia. Así que, sin más, se vistieron con la mínima ayuda, mientras la mucama solo se limitó a asear la habitación.
Después, Elaiza los condujo un poco tarde al desayuno. "Señorita Elaiza, han llegado 15 minutos tarde. ¿Me podría explicar por qué?", dijo la señora Jenkins.
"Los niños tardaron bastante en vestirse", dijo Elaiza encogiéndose de hombros.
"¿Acaso no los ayudaron a vestirse?", reclamó la señora Jenkins.
"No, claro que no", dijo Elaiza con una sonrisa. "Los niños ya son bastante mayores para vestirse solos". Los niños, con cara suplicante, observaban a la señora Jenkins.
"Pero, señorita Elaiza", dijo la señora Jenkins indignada. "No es normal que niños de tan alto estatus se vistan por sí solos".
"Señora Jenkins", repuso Elaiza, "dentro de poco, Tomás irá a la academia militar. Dudo mucho que le permitan llevar una mucama que lo ayude a vestirse". Dijo Elaiza mirando a Tomás con una mirada de reproche. "Mientras que Rosalba, en poco será una señorita y debería aprender a vestirse sola. No siempre habrá quien la ayude a hacerlo. Por lo tanto, es importante que pueda hacerlo por sí misma". Continuó, viendo la cara roja de Rosalba.
"Pe... pero", tartamudeó la señora Jenkins.
"Señora Jenkins, no estoy desobedeciendo ninguna de las reglas que me comentó", dijo Elaiza. "Y no pongo en riesgo a los niños con los métodos de enseñanza que utilizo".
La señora Jenkins estaba atónita, no comprendía si era o no la misma joven del día anterior. Aquella mujer decidida y firme contestaba totalmente con la dulce y frágil joven que recibió un día antes.
"Bueno, siendo así, le permitiré que continúe", dijo la señora Jenkins. "Solo recuerde que tiene el tiempo justo para mostrar que sus métodos funcionan".
"Por supuesto, señora Jenkins", dijo Elaiza sonriendo. "Usted verá los resultados".
Elaiza sonrió y miró a los dos niños, quienes mantenían la mirada triste. Más tarde, en la biblioteca, con los niños reunidos alrededor de ella, Elaiza dijo:
"Ahora que comenzaremos nuestras clases, debo decirles que yo no trabajo con reglas. Trabajo en base a acciones. Hay tres cosas que no negociaré: el respeto, la puntualidad, la limpieza y la disciplina". Dijo con una gran sonrisa amable.
"¿Conocen lo que significa esto?", preguntó.
"La puntualidad es llegar a tiempo", dijo Tomás, mirando hacia el exterior de la ventana.
"Sí, así es", dijo Elaiza. "Pero no es solo llegar a tiempo. También es entregar sus trabajos en tiempo y forma".
"...Rosalba, dime, ¿sabes lo que es la disciplina?", le preguntó a la niña, que veía su vestido sin prestar atención, haciendo que se sobresaltara.
"Bueno... Yo creo que es hacer lo que nos dicen sin quejarnos", dijo Rosalba, intentando parecer convencida de lo que decía.
"No exactamente", dijo Elaiza. "La disciplina es hacer lo que se nos ordena de forma ordenada, y no faltar el respeto a los demás".
"¿Quién nos puede decir qué es la limpieza?", dijo Elaiza, viendo a Emanuel, que se reía con ella.
"Dínoslo, Emanuel, ¿qué es la limpieza?", preguntó Elaiza.
"No etar sisdio", dijo Emanuel, sonriendo, y después se bajó de su silla para ir con su nana, quien le ofreció una sonrisa a manera de recompensa.
"Emanuel, regresa a tu sitio, recuerda que debes ser disciplinado", dijo Elaiza, y su nana lo alentó a que regresara.
"Si la limpieza significa que no debe haber suciedad y deben ser ordenados y organizados, deben cuidar ustedes mismos su ropa, apariencia y sus objetos personales", dijo Elaiza. "Ya son bastante grandes como para cuidar de sí mismos, a diferencia de Emanuel, que es un niño pequeño aún".
"Por último, el respeto", dijo Elaiza, mirando a los niños mayores. "Significa no hacer lo que no deseamos que nos hagan. Si ustedes me respetan, yo los respetaré, y viceversa".
"Deben saber que todas sus acciones tienen consecuencias, tanto buenas como malas", dijo Elaiza. "Sin embargo, no estoy a favor de los golpes, pero sí en dar a cada quien el trato que se merece según su conducta".
Los niños asintieron con la cabeza, aunque Elaiza notó que Tomás y Rosalba no estaban gustosos e intercambiaban miradas entre sí. Emanuel, por otro lado, parecía estar absorto en sus pensamientos.
Después de eso, Elaiza les hizo una evaluación para saber el nivel de cada uno, y después de eso, el resto del día pasó sin contratiempos.
Por la noche, después de la cena, Elaiza se acercó a la señora Jenkins, quien se encontraba en la sala sentada en un escritorio.
"Disculpe, ¿puedo pasar?", preguntó Elaiza.
La mujer, que aún estaba un poco indignada, la miró de reojo y, sin dejar su trabajo, asintió.
"Antes que nada, una disculpa por lo de esta mañana", dijo Elaiza, retomando su voz dulce y tranquila de la primera vez.
Al ver esta reacción, la señora Jenkins se sorprendió al ver a la misma joven del día anterior.
"Explíqueme, por favor", dijo la señora Jenkins, volteando a verla y retirándose los lentes.
"Bueno, verá, los niños, como usted lo dijo, son difíciles", dijo Elaiza con timidez. "Si yo hoy hubiera demostrado fragilidad ante usted, ellos no tomarían en serio mi autoridad".
"Por eso tuve que ser más enérgica en la mañana", dijo Elaiza, con un tono de voz aunque amable, era firme, segura y autoritaria.
"Entiendo", dijo la señora Jenkins, acomodándose en su asiento. "Su forma de educar es muy diferente a la de las anteriores institutrices. Ninguna otra había sido tan autoritaria conmigo".
Continuó reflexionando: "Y aunque aún no entiendo su método, espero que funcione por el bien de los niños".
"Sí, bueno, creo que es lo que necesitan", dijo Elaiza. "Deben mejorar en casi todas las materias".
"Si", dijo Elaiza, y le mostró unos papeles a la señora Jenkins.
La señora Jenkins tomó los papeles y su rostro mostró sorpresa. Las hojas eran las evaluaciones que Elaiza había realizado. La mayoría de las respuestas estaban mal, y no solo eso, la caligrafía de los gemelos y su ortografía eran pésimas.
"Me parece que las institutrices anteriores no entregaban los resultados reales o los niños están errando a propósito", dijo Elaiza, preocupada. "En cualquier caso, es necesario que esto cambie o no podrán cumplir en tiempo y forma lo que me han encomendado", dijo Elaiza, mirando a la señora Jenkins con seriedad.
"Entiendo, señorita Medina", respondió la señora Jenkins. "Entonces, le encomiendo que trabaje con ellos a su manera y veremos los avances en quince días".
La mujer hizo un ademán y Elaiza se retiró, asintiendo y entendiendo la responsabilidad que tenía en sus manos.
La señora Jenkins miró nuevamente las evaluaciones, se preguntó si sería pertinente avisar a su señor sobre los problemas de sus hijos o debía esperar a que pasara el tiempo de prueba de Elaiza para ver los resultados.
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