El encuentro con Aiden había dejado un sabor amargo en la boca de Liliane. Sabía que debía mantenerse fría, paciente y observadora. Cada paso debía ser calculado.
Esa misma tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse, el carruaje real volvió a detenerse frente a la residencia del duque. Esta vez, no era el segundo príncipe quien descendía.
Los sirvientes abrieron la puerta y, de manera solemne, un hombre alto, de cabello oscuro y ojos intensos, bajó del carruaje. Vestía con elegancia, pero sin ostentación. Era el primer príncipe del imperio: Adrian Delacroix, hijo de la concubina más amada del emperador.
Javier se apresuró a anunciarlo en el gran salón.
Javier (con respeto):
—Su Alteza, el primer príncipe Adrian, ha llegado.
La duquesa y el duque se levantaron de inmediato.
Duquesa Marguerite (con sorpresa y cortesía):
—Su Alteza, no esperábamos su visita.
Adrian (con una sonrisa educada):
—Espero no ser inoportuno. Vine a visitar a Lady Liliane después de escuchar sobre su recuperación.
En ese momento, Liliane entró al salón. Sus ojos se cruzaron con los de Adrian. Una extraña calidez la recorrió. En su vida anterior, Adrian había sido una sombra distante… solo al final, cuando ya estaba muriendo, supo que él la amaba de verdad. Ahora estaba ahí, frente a ella, mucho antes de la tragedia.
Adrian (mirándola con atención):
—Lady Liliane, me alegra verla con buena salud.
Liliane (haciendo una reverencia):
—Gracias por su preocupación, su Alteza.
Adrian:
—¿Le molestaría si damos un paseo por los jardines?
Duquesa Marguerite (algo incómoda):
—Por supuesto, su Alteza.
Liliane, sorprendida pero dispuesta, asintió. Salieron juntos hacia los jardines, donde la luz dorada del atardecer teñía las rosas.
Adrian (en voz baja):
—He oído mucho sobre usted… pero nunca había tenido el placer de verla de cerca.
Liliane (serena, pero atenta):
—¿Y qué ha oído, su Alteza?
Adrian (con una media sonrisa):
—Que es alguien con gran corazón… aunque subestimada por todos.
Liliane (sorprendida, pero disimulando):
—Las apariencias engañan.
Adrian:
—A veces. Pero mis ojos no se equivocan.
Hubo un silencio. Adrian la miraba con una intensidad que la descolocaba.
Adrian:
—Lady Liliane, ¿le han fallado muchas veces?
Ella apartó la mirada, recordando todas las traiciones.
Liliane (con voz suave):
—Más de las que podría contar.
Adrian (serio):
—Si pudiera cambiar su destino… ¿lo haría?
Liliane (mirándolo de nuevo, con decisión):
—No quiero cambiarlo. Quiero enfrentarlo.
Adrian sonrió levemente.
Adrian:
—Entonces, permítame estar a su lado en esa lucha.
Liliane (confundida):
—¿Por qué querría hacerlo, su Alteza?
Adrian:
—Porque… aunque usted no lo recuerde… yo ya le fallé una vez.
El corazón de Liliane se detuvo por un segundo. Sus palabras le pusieron la piel de gallina.
Liliane (en voz baja, temblorosa):
—¿Qué está diciendo…?
Adrian (sonriendo con melancolía):
—Nada que usted pueda entender aún… pero lo hará.
Sin decir más, Adrian le ofreció su brazo. Ella, desconcertada, lo aceptó. Caminaron de regreso en silencio.
Esa noche, Liliane se quedó despierta mirando el cielo estrellado.
Liliane (pensando):
"Adrian… ¿también recuerdas algo? ¿O solo es mi imaginación? Si estás aquí para protegerme esta vez… ¿serás mi aliado o mi perdición?"
Lo único que sabía era que el juego del destino había comenzado… y que esta vez, ella no estaría sola.
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