4. El encuentro

Narrador omnisciente

Leticia reparte las cartas sobre el banco, tratando de mantener las manos ocupadas. Monic ya ha demorado mucho más de lo que ella esperaba.

Cherry no se ha apartado de su lado, después de su intercambio, se mantuvieron juntas, alejadas de las mujeres más intimidantes que no dejan de mirarlas.

Ambas comienzan la partida cuando, de repente, el rechinido de la puerta les roba la atención.

Un policía empuja a una mujer que entra con pasos tambaleantes, sollozando de pura frustración. Leticia la observa y su expresión se suaviza al reconocerla.

—¡Marylin! —exclama.

La recién llegada se sobresalta al oír su nombre y, al ver a Leticia, parece querer esconderse de vergüenza. Tiene los ojos enrojecidos y su rostro está húmedo por las lágrimas.

—S-Señora Casallas... —murmura, bajando la mirada.

Leticia se pone de pie y se acerca.

—¿Qué te pasó? —le pregunta con voz más amable y preocupada. Ella es una chica demasiado ingenua y tímida para estar en ese lugar.

Marylin se seca el rostro con la manga de su chaqueta y suspira temblorosamente.

—Un oficial me arrestó porque le respondí mal… Se llevaron el coche y... mi hija... No sé qué voy a hacer. —Su voz se quiebra al mencionar a su hija.

Leticia le pone una mano en el hombro.

—Tranquila, Monic está viniendo para sacarme. Le pediré que les ayude... a las dos —asegura mirando también a Cherry.

Ella observa desde el banco, sonríe con cierto sarcasmo.

—Parece que esta celda es la fiesta de las almas en desgracia —murmura, volviendo a sus cartas.

Antes de que puedan decir algo más, otro escándalo irrumpe en la comisaría. Gritos femeninos se mezclan con las órdenes de los oficiales. Las tres mujeres se acercan a los barrotes, curiosas. Desde el otro lado del pasillo, ven cómo arrastran a una mujer que patalea y maldice.

—¡Suéltenme, cabrones! ¿Saben quién soy? ¡No pueden tratarme así! —grita la mujer.

Leticia se congela al reconocerla. Es Lola. Su rostro se contorsiona en una mezcla de furia y sorpresa.

—¡Tú! —exclama, apretando los dientes. Se lanza hacia los barrotes e intenta alcanzarla, pero los oficiales la mantienen a distancia.

Lola, al verla, arquea las cejas y sonríe con arrogancia.

—Mira quién está aquí... La esposa abandonada —suelta con desdén.

—¡Perra! ¡No me importa lo que hagas con él ni cuántas veces te lo folles al día! Lo que nunca te perdonaré es que me dejaras como la estúpida mujer cornuda —grita Leticia, forcejeando con los barrotes.

Cherry la observa divertida y se acerca con lentitud.

—No me jodas, ¿esa también anda comiéndose el maní sin sabor ni talento? —pregunta con sorna.

Leticia se ríe entre dientes, aunque la furia aún arde en sus ojos.

—Sí, aunque estoy casi segura de que esa —la señala con desprecio— sí le cobraba por los servicios.

Cherry suelta una carcajada y aplaude.

—Bueno, al menos alguien saca provecho.

Mientras Leticia sigue lanzando maldiciones, Lola cruza de brazos con una sonrisa altanera y una mirada burlesca.

—Esto es ridículo. Mi llamada, ahora —ordena a un oficial.

Poco después, le entregan un teléfono. Lola marca un número con rapidez y espera mientras sus uñas golpean impacientes contra el auricular. La sonrisa se le ensancha al escuchar la voz al otro lado.

Para sacar a Leticia de sus casillas, ella pone el teléfono en altavoz.

—Mateo, papucho —dice con voz melodiosa y un puchero—. Amorcito, estoy en la comisaría. Ven a sacarme, ¿sí?

Sin embargo, la respuesta del amante no es la que espera.

—Lo siento, Lolita —susurra en voz baja—, pero no puedo. Estoy en casa… con la bruja de mi esposa.

El rostro de Lola se descompone en un segundo.

—¿Qué? ¡No me vengas con estupideces! —protesta.

—Te lo dije, estoy con la bruja de mi mujer. No puedo salir ahora. —Mateo cuelga sin darle tiempo a responder.

Leticia, que ha escuchado toda la llamada, estalla en carcajadas, aunque espera mostrarle al idiota qué tan bruja es.

—¿Qué pasó, Lolita…? ¿Tu caballero de brillante armadura te dejó tirada? —se burla, disfrutando el momento.

Lola aprieta los labios, humillada, y lanza el teléfono al suelo con furia. Cherry se ríe a carcajadas y le palmea la espalda a Leticia.

—Mejor me traen palomitas. Esto está mejor que una serie de Netflix o mis peleas callejeras.

—Te recuerdo —dice Lola, señalando a Leticia con un dedo acusador—, tú eres su esposa aún… Así que te sigue engañando… Además, te llama bruja.

—Claro, querida, pero al menos yo no estoy llamando por mi rescate con un vestido barato y el rímel corrido... Además, te recuerdo que también te pone el cuerno —se burla Leticia.

Pero el escándalo sigue.

Monic entra a la comisaría con el rostro cansado, el cabello alborotado y el pijama arrugado oculto bajo un saco grande. Camina con paso firme, a pesar de que sus pantuflas hacen un sonido chillón sobre el piso de baldosas. Sus ojos buscan al oficial de turno en el mostrador.

—Buenas noches —dice, tratando de sonar cortés a pesar del mal humor—. Vengo por la señora Leticia Casallas. Ella es… mi cliente.

El oficial la mira con un gesto divertido y ojea unos papeles en su escritorio. Su expresión se vuelve más burlona a medida que lee.

—Ah… la señora Casallas. Sí, claro. Fue retirada de un club… especial. Un club de mujeres, ya sabe, tipo "show de strippers". Según el informe, intentó… intimar con uno de los bailarines… en el escenario.

Monic parpadea incrédula. Su mandíbula se tensa y un tic nervioso le sacude el ojo derecho.

—¿Un club de strippers? ¿Intimar en el escenario? ¡Dios mío, Leticia! —exclama entre dientes, deseando estrangularla... O que la tragara la tierra.

El oficial, disfrutando de la escena, señala hacia el pasillo.

—La tiene en la celda. No sé si va a querer irse, ya hizo unas nuevas amigas —se burla sin piedad—. Puede pagar la fianza en este momento.

—Sí, claro… Pagaré la fianza —responde Monic, intentando mantener la calma.

Se dirige hacia las celdas con los ojos entrecerrados, como un depredador listo para atacar.

Leticia, al verla acercarse, levanta la mano con una sonrisa de falsa inocencia.

—¡Amiga! Llegaste justo a tiempo. Ya me estaba mareando el olor a zorra… —Mira a Cherry y se disculpa—. No lo digo por ti, ese es tu trabajo. Lo digo por ciertas oportunistas que abren las…

Es interrumpida por la abogada.

—¿Un club de strippers, Leticia? ¿¡Un club de strippers!? —Monic sisea, cruzando los brazos—. ¿Sabes que tuve que despertar a la niñera para venir hasta aquí? Debí dejarte… "Un club de strippers…" —repite, incrédula—. El verano en que te tiene tu pedazo de marido te está afectando las neuronas.

Leticia se encoge de hombros y, para distraerla del sermón que seguramente tendrá después, señala a las otras dos mujeres a su lado: Cherry y Marilyn.

—Oh, tranquila. Pagarás la fianza, pero... es por tres. ¡Paquete completo! —bromea, con una sonrisa nerviosa.

—¿¡Qué!? —grita la abogada furiosa—. ¡Estás loca!

Monic parpadea y fija su mirada en Marylin, quien está sentada en el banco con la cabeza baja.

—¿Mary? ¿Tú también estás aquí? —pregunta, atónita.

Marylin levanta la vista, sus ojos todavía están rojos por el llanto.

—Señora Benavides… Sí, bueno… larga historia.

Monic se frota la sien, sin poder creer lo que está viendo. Su empleada doméstica, una mujer que nunca ha causado problemas, ahora está en la misma celda que una prostituta y su escandalosa mejor amiga... Entre otras mujeres de dudosa procedencia.

Justo cuando intenta procesar la situación, una voz irritante la interrumpe.

—¡Oye! ¡Monic Benavides! —grita Lola desde la celda de enfrente, aferrándose a los barrotes con desesperación.

Monic la mira, sorprendida.

—¿Tú también estás aquí?

—Sí, pero escucha, querida… puedo ayudarte. Sé algo muy jugoso sobre tu maridito. Ese hombre que no contesta tus llamadas a estas horas, ¿sabes? Si me sacas de aquí también, te cuento todo.

Monic siente que la sangre le hierve. Cierra los ojos por un instante, reprimiendo las ganas de gritar.

—¿En serio, Lola? ¿Ahora chantajes? —le recrimina Leticia.

Lola sonríe con arrogancia, apoyando la mejilla contra los barrotes.

—¿Qué prefieres, Monic? Sacarme ahora o descubrir ese "pequeño secreto" de la peor manera…

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