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El amanecer trajo consigo un mensaje que Artemisa no estaba preparada para recibir.

Las órdenes llegaron en un pergamino sellado con los emblemas de las seis casas. La decisión era final. Artemisa debía abandonar el reino en tres días.

Cuando leyó las palabras escritas con tinta negra, sintió el peso del mundo sobre sus hombros. No había margen de negociación, ni posibilidad de una apelación.

Se dejó caer en su asiento, sosteniendo el pergamino con manos temblorosas.

¿Realmente todo había terminado así?

Desde la disputa con Cassius, los rumores habían cambiado de murmullos ocultos a señalamientos abiertos. La gente en los pasillos ya no disimulaba su desprecio.

—Una forastera nunca debió estar entre nosotros

—Siempre fue demasiado agresiva.

—Cassius tenía razón…

Las palabras la atravesaban como cuchillas. ¿Por qué había dejado Solei? ¿Por qué había creído que podía ser más que una simple hija de su aldea?

Artemisa cerró los ojos, sintiendo el dolor en su pecho. Su sueño de ser parte de algo más grande, de hacer una diferencia en el reino, ahora se desmoronaba frente a sus ojos.

En un intento desesperado por encontrar algún refugio, contactó a Solei, su antigua aldea.

A través de un mensajero, logró enviar una petición. Su clan respondió con rapidez: la recibirían de vuelta.

La idea de regresar a su hogar la golpeó con fuerza. Había cometido un error al dejarlo. Nunca debió haber seguido la absurda idea de que podía lograr algo en un lugar que nunca la aceptó.

Pero algo dentro de ella seguía ardiendo. No era el miedo, sino el resentimiento.

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Mientras tanto, en la Casa del Jardín, Cassius no encontraba paz.

Su plan había sido ejecutado con precisión, pero aún había una pieza que podía arruinarlo todo: Helena.

Cuando su mensajero irrumpió en la sala del consejo, Cassius sintió un escalofrío antes de que el hombre siquiera hablara.

—Mi señor… Helena ha sido vista en el camino de regreso al reino. Llegará en cuatro días.

Cassius apretó los labios.

Cuatro días.

Cuatro días antes de que la líder de la Casa de los Halcones  descubriera que su protegida había sido expulsada del reino sin su consentimiento.

Se levantó de su asiento, caminando de un lado a otro, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía perfectamente que no tenía autoridad para exiliar a Artemisa, pero había convencido a los demás líderes para que firmaran la orden. Manipuló el miedo, vendió la idea de que Artemisa era una amenaza para la estabilidad.

Pero ¿sería suficiente para enfrentar la ira de Helena?

Uno de sus consejeros se acercó, bajando la voz.

—Señor, si Helena regresa y descubre lo que hemos hecho, esto se convertirá en un conflicto mayor.

Cassius giró hacia él con ojos afilados.

—¿"Hemos" hecho? —repitió con sarcasmo—. Yo tomé la decisión, pero todos firmaron la orden. Si ella quiere respuestas, tendrá que enfrentarse a todos.

El consejero tragó saliva.

—Pero ella buscará primero a ti, Cassius. Sabrá que esto fue idea tuya.

Cassius apretó el puño.

Sabía que Helena no se quedaría de brazos cruzados. Si no encontraba una forma de justificar su decisión antes de que llegara, todo se vendría abajo.

Cuatro días.

Cuatro días antes de la tormenta.

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