COMO SABER SI ES AMOR?

capítulo 1

Mi nombre es Abril González. A mis 24 años, soy neurocirujana. La medicina ha sido mi salvavidas, mi única forma de dar sentido a la tragedia que marcó mi vida. No elegí esta carrera por gusto, sino por necesidad. Una necesidad de entender, de buscar respuestas que llevo años sin encontrar. Permítanme compartir con ustedes un fragmento de mi historia, la que me ha llevado hasta aquí.

Desde que tengo memoria, el dolor ha sido mi sombra. Mi familia está compuesta por mi madre, Sara Martínez, y mi hermano Jonathan, que tiene 20 años. Somos una familia pequeña, pero siempre unida. Aunque nunca fuimos ricos, siempre nos tuvimos el uno al otro. Mi padre, en particular, era mi héroe. Me enseñó la importancia de la familia, de la perseverancia y el sacrificio. Pero todo eso cambió una noche cualquiera, una noche que jamás olvidaré.

Era un domingo cualquiera. Mi hermano y yo, sentados en los asientos traseros del auto, cantábamos a viva voz las canciones que nos gustaban. La carretera estaba oscura y solitaria. La luz de las farolas era débil, y el único sonido era el murmullo del motor del coche y nuestras voces. Mi padre conducía, como siempre, con tranquilidad, pero esa noche algo salió mal. En un instante, escuché un ruido extraño, y mi padre, con una expresión de sorpresa, intentó frenar. Pero los frenos no respondieron. El coche comenzó a derrapar. Frente a nosotros, dos luces blancas brillaron con intensidad. Mi padre gritó algo, pero no pude oírlo. Lo siguiente que recuerdo fue el estruendo de la colisión y la oscuridad total.

Desperté en un hospital. La luz brillante me cegó al principio. El dolor de cabeza era insoportable, como si mi cráneo fuera a estallar. Mi cuerpo estaba adolorido, y no sabía dónde estaba ni qué había pasado. A mi lado, mi madre estaba sentada, su mano vendada, pero aún así, me ofreció una sonrisa triste. Me miró con sus ojos llenos de lágrimas y, sin poder contenerse, me abrazó. '¿Qué ha pasado?', le pregunté. Ella me abrazó con más fuerza, y sus sollozos me dieron la respuesta antes de que pudiera decir una sola palabra.

Mi padre ya no estaba. La cirugía no había tenido éxito. Los médicos nos informaron que había sufrido una contusión cerebral tan grave que no había esperanza. Mi madre, con el corazón roto, aceptó la donación de sus órganos, sabiendo que algo de él podría salvar a otras personas, pero el dolor de perderlo nos marcó para siempre.

La vida, desde ese día, se volvió un mar de preguntas sin respuesta. Jonathan, con solo cinco años, también había sido víctima del accidente, pero su pierna fracturada no era nada comparado con el vacío que todos sentimos al perder a nuestro pilar. Mi madre intentó ser fuerte, pero su sufrimiento era evidente. Cada noche, la misma pregunta rondaba mi mente: ¿Qué pasó en esa sala de cirugía? ¿Qué ocurrió realmente con mi padre antes de su muerte?**