Capitulo 1

Ciudad, actualidad

Iba a ser un día de perros. De camino al trabajo había tenido que soportar el autobús lleno de personas y que uno de ellos tratara de propasarse tocándole en partes que jamás pensaría que pudieran quedar expuestas con lo que llevaba puesto. Tras chillar y desahogarse con el viejo verde que la había confundido con una de las barras donde cogerse en caso de frenazo, se bajó varias paradas antes de su trabajo para calmarse, no fuera que su carácter la metiera en más problemas.

Sin embargo, ese día no tenía suerte pues, nada más salir del autobús, empezó a llover y no llevaba paraguas...

Para una vez que no hacía caso al hombre del tiempo, iba y acertaba. Tuvo que correr para llegar medianamente seca a su trabajo y eso le supuso romper el tacón de sus zapatos por el camino y estar a punto de ser arrollada por un coche que se saltaba el semáforo.

Al llegar a la inmobiliaria su jefe la había recibido con un gruñido y un vistazo bastante lascivo hacia la camisa que, con el agua, se transparentaba dejando poco a la imaginación acerca del tipo de lencería que usaba.

Fue directa al baño y trató de arreglarse lo mejor que pudo teniendo en cuenta la cámara que estaba instalada en una esquina y que no dudaba que su jefe estaría comprobando en el monitor para ver si funcionaba. Si hubiera sido un poco más alta podría haber pensado en taparla pero no había nada donde subirse y con la altura que tenía era imposible que tirara la chaqueta y acertara. Con la suerte que tenía era capaz de cargársela y se la descontaba de su sueldo.

Se metió en uno de los recintos donde había un WC y se quitó la camisa. Se puso la chaqueta de la inmobiliaria y salió. La falda por lo menos estaba bien así que se la dejó puesta. Usó el secador de manos para secar la prenda mientras que su cabello lo hacía de forma natural, peinado con los dedos mientras esperaba que estuviera listo lo otro.

Unos golpes en la puerta hicieron que se estremeciera.

—¡Carlie! ¡No te pago para que estés en el baño, niña!

—¡Enseguida salgo, señor Carlson!

—¡Te rebajaré el sueldo como no salgas de inmediato!

—¡He llegado cinco minutos antes de mi horario! —lanzó y se arrepintió en el acto. Se le había escapado y a su jefe no le gustaba que las empleadas le respondieran.

—¡Hoy te quedarás haciendo horas extras! —bramó—. ¡Y no esperes cobrarlas! ¡Me debes un respeto!

Carlie pateó el suelo de rabia. Había pensado en llamar a su hermano para que la llevara con él de marcha y ahora, conociendo a Carlson, no saldría de la oficina hasta las nueve de la noche, eso si no tenía que huir escapando de las manos de pulpo de él.

—Qué asco de vida... —suspiró profundamente.

Una vez arreglada salió del baño y fue hasta su mesa. Ya tenía cosas para hacer y, contando las carpetas que había, acababa de dejarle el doble de trabajo que se hacía en un día. Iba a ser un día muy, muy largo.

Se sentó delante del ordenador y se quitó los tacones. Miró el zapato roto. Todavía se mantenía unido un poco así que, si lograba arreglarlo, no iría por la calle como si estuviera tambaleándose.

—Tal vez con un poco de pegamento... —murmuró para sí.

—¿Un poco de pegamento para qué? —preguntó Lisa, su compañera de trabajo. Estaba asomada por el panel que dividía sus escritorios y le sonreía con amabilidad.

—Hola, Lisa. Un poco de pegamento para el tacón. Se me ha roto de camino aquí.

—Uhm... Siempre que no se haya mojado la superficie con la lluvia podría funcionarte como emergencia. Pero sólo hasta llegar a tu casa, en cualquier momento puede soltarse y si te pilla de improviso...

Carlie le dio la vuelta al zapato y comprobó que la suela estaba mojada... Bien, ¿qué más?

—Tendré que dejarlo que se seque. De todas maneras con lo que me ha dejado “el tirano” no creo que me levante de aquí en horas —dijo señalando la pila de carpetas.

Lisa silbó por la cantidad de trabajo y miró alrededor en busca del jefe.

—Si quieres te echo una mano.

—Gracias Lisa, eres un sol —dijo dándole cinco de las carpetas.

—No hay de qué. Ponte con ellas y si ves que necesitamos más ayuda se la pedimos al resto. Seguro que, si es por ti, cualquiera está dispuesto.

Carlie negó con la cabeza, divertida por ese comentario. Si fuera verdad no estaría soltera aún esperando al hombre de sus sueños, ése que la llevara a la cama y no dejara que saliera de ella en semanas.

Tenía veinticinco años y llevaba trabajando dos en la inmobiliaria como agente. Era buena con los clientes y conseguía muchos contratos pero eso no parecía convencer a su jefe para que la tratara con respeto y no se propasara.

Tampoco ayudaba el hecho de que su cuerpo llamara la atención. No estaba demasiado delgada ni tampoco es que le sobraran unos kilos sino que todos los hombres dirigían sus miradas siempre hacia el escote, directas a sus pechos.

Estaba más que bien dotada y eso le había hecho pasar la adolescencia tratando de pasar desapercibida. Ahora estaba acostumbrada y procuraba no captar demasiado los ojos de las personas a ese punto en concreto. Aprendió a disimular con la ropa y a mantener el interés de cualquiera con el que hablara en lo que decía, no en lo que veían.

Su pelo era largo hasta casi media espalda de un color castaño oscuro. Lo tenía ondulado y solía llevarlo suelto. Para su trabajo, la apariencia física era importante de manera que, por delante, su mayor atracción eran sus pechos y por su espalda su largo y ondulado cabello.

Los ojos eran de un color negro como la noche, nada del otro mundo, pero en contraste con los labios rosados y carnosos, eran lo segundo en que se fijaban los hombres.

Lo único que le faltaba era la altura. Apenas llegaba al uno setenta lo que, para el resto de compañeras y compañeros de trabajo, equivalía a ser demasiado baja. Los demás solían pasar el uno setenta y cinco y, en el caso de los hombres, llegaban al uno noventa. Sólo su jefe, el señor Carlson, podía equipararse en altura pues le sacaba apenas cinco centímetros ella.

Carlie se concentró en las carpetas y comenzó su trabajo. Cuanto antes acabara, antes la dejaría en paz y podría regresar a su casa donde dejaría pasar el día en pro de que el siguiente fuera mejor.

****************

Carlie cogió el último dossier y lo abrió. Contenía fotografías de una casa antigua, de 1800 por lo menos, un caserón grande y poco cuidado.

Revisó la documentación para tratar de sacar información de la misma y frunció el ceño al ver que apenas había rellenados unos datos. No había forma de contacto con el propietario ni un teléfono, correo electrónico u otra forma de hablar con él o ella. Sólo un nombre aparecía en el documento: Raven. Ni un apellido, ni los datos mínimos acerca de la posible venta o alquiler de la casa.

Cogió su zapato que había conseguido pegar hacía unas horas y se lo puso para ir a la oficina de su jefe. Andaba despacio temerosa de poder caerse en cualquier momento.

Llamó a la puerta y esperó al bramido de Carlson para entrar. La dejó abierta para que éste tuviera en cuenta que no quería nada más allá de lo estrictamente profesional y avanzó hacia su escritorio.

—Señor Carlson, esta carpeta está incompleta.

—¿Incompleta? Trae acá —le dijo arrancándosela de las manos. Abrió la misma y revisó las fotos y los documentos. La cerró y se la devolvió—. Ocúpate de arreglarlo.

—¿Perdón?

—Ya lo has oído. Si no están todos los datos, habla con el propietario y recógelos. No me hagas preguntas estúpidas, niña.

—Sé perfectamente lo que tengo que hacer, señor Carlson, pero ese no es mi trabajo. Me ocupo de introducir los datos en el ordenador, enseñar casas y realizar contratos con clientes, no buscar información de posibles vendedores.

Carlson la miró como si quisiera estrangularla allí mismo —o follarla, la mirada se confundía mucha veces cuando se trataba de él—.

—¡Te pago para que trabajes, no para que te quejes!

—¡No forma parte de mis tareas! —replicó.

—Entonces quizá sería mejor que te despidiera...

Carlie chasqueó la lengua y apartó la mirada. No podía permitirse perder el trabajo, tenía un piso que pagar y un hermano al que costear la universidad, si es que algún año lograba terminarla. Sus padres habían muerto cuando ella tenía veintidós años y por lo menos tenía formación y experiencia para buscarse las castañas, pero su hermano acababa de empezar y tenía que ocuparse de su futuro.

—Iré mañana... —dijo vencida.

—No. Vas a ir ahora mismo. Quiero ese documento terminado a primera hora.

Carlie levantó la cabeza sorprendida. Eran las siete de la tarde, llovía a cántaros y encima la casa estaba a las afueras de la ciudad. Con suerte llegaría allí a las ocho y media. Sin tener en cuenta que debía confiar en que los propietarios estuvieran en el hogar...

—Señor, no sabemos si estarán allí, si viven en otro sitio. Son las siete, en una hora acaba mi horario...

—Te dije esta mañana que harías horas extra. Ya las tienes —cortó Carlson volviendo a hundirse en los papeles de su escritorio.

Carlie suspiró. Era imposible no querer clavarle esa bonita espada que tenía colgada en su pared detrás de él.

Quizá,si se movía de forma sensual, lo distraía lo suficiente como para alcanzarla y clavársela en el corazón a ver si salía sangre roja o negra.

—¿Todavía aquí? —bramó Carlson.

Se estremeció al oír su voz y salió corriendo del despacho. Tendría que llamar a un taxi si quería llegar a la casa y, eso sí, no pensaba pagarlo de su bolsillo.

****************

Con la lluvia que estaba cayendo apenas se podía alzar la vista para contemplar la fachada de piedra de la mansión. Era antigua y crecía hiedra en las paredes más oscuras. Fue lo único que Carlie pudo ver antes de dejar el taxi y pedirle que la esperara para llevarla de vuelta a la ciudad.

Planeaba hablar con el propietario y quedar por la mañana para recoger los datos que necesitaba. Su jefe podía irse a la mierda, ni siquiera sabía si habría alguien en casa. Una luz titiló delante de la ventana y llamó su atención. Vale, ahora sí sabía que ahí vivía alguien.

Corrió hacia la entrada como pudo y se refugió de la lluvia en el pequeño tejado de la puerta.

No tenía timbre, como las casas antiguas, así que llamó con los nudillos.

Tras varios minutos volvió a repetir. Hacía frío y el taxi no iba a esperarla de forma ilimitada, además de que el taxímetro seguía corriendo.

Antes de salir de la oficina le pidió dinero a Freddy, el encargado de contabilidad. No dudó en darle lo que necesitaba una vez que expuso el trabajo que su jefe le había encargado aunque, si en lugar de mirarla al pecho, lo hubiera hecho a los ojos, su buena disposición hubiera sido más recompensada que con una sonrisa forzada.

Se abrazó a sí misma y pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro intentando entrar en calor. Volvió a llamar, esta vez de modo más insistente. Al ser una puerta maciza no podía saber si alguien se acercaba o si la estaban oyendo.

—Una vez más y me largo... —murmuró aporreando con fuerza como si estuviera desahogándose por el día que llevaba.

Cuando dio el último de los golpes dejó la mano en la puerta aún empujando y ésta se abrió. ¿Acaso no estaba cerrada? Empujó un poco más y asomó la cabeza.

—¿Hola?

Ningún sonido.

La chimenea estaba encendida y el fuego muy vivo para pensar que alguien no había pasado por allí hacía poco tiempo.

Echó un vistazo atrás y vio al taxi. Se mordió el labio y decidió entrar a echar un vistazo. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces se podía pisar una casa datada del siglo XIX? Los tacones hacían eco sobre la piedra del suelo y alertaban a quien hubiera por allí pero no le importaba si con eso aparecía alguien.

Quedó maravillada por los cuadros antiguos y el diseño de las columnas y paredes que ofrecían el espacio más amplio que podía permitirse en ese lugar. Estaba en lo que sería el salón y una amplia mesa a la izquierda ocupaba la mayor parte del mismo, una enorme para dar asiento a un centenar de personas, si no más.

El hogar en el centro de la estancia daba calor a todos los lugares lo cual notó en su cuerpo que comenzaba a calentarse después del frío que había pasado fuera. Cerca de ella había dos sillones de orejas grandes. También parecían pertenecer al siglo XIX y se moría por probar uno.

—¿Hola? —probó de nuevo—. Soy Carlie Mertkis, de la inmobiliaria Carlson —todavía no podía creerse lo “creativo” que era su jefe—. Necesito hablar con el propietario. —Sólo el crepitar de la leña al resquebrajarse rompía el silencio—. ¿Hay alguien?

—Vete a casa... —dijo una voz que hizo que Carlie saltara y chillara asustada.

Se fijó en una de las butacas y vio emerger de él la figura de un hombre. Su mano grande y pálida se posó sobre el brazo del asiento y los músculos se tensaron al hacer fuerzas para levantarse.

Aún no se había dado la vuelta pero, visto por detrás, la dejó con la boca abierta. Era muy alto, casi llegaría a los dos metros. El pelo le caía por los hombros y lo tenía recogido con un lazo. La camisa blanca y los pantalones marrones parecían no ser de esa época, como si estuviera disfrazado.

—Vete a casa —repitió.

—Lo siento. No sabía que estaba ahí. Le pido disculpas por entrar sin permiso pero la puerta se abrió y... —ya estaba. Acababa de ponerse nerviosa por ver la espalda y el trasero de un tío que esperaba fuera igual por delante porque sería la fantasía soñada de cualquier mujer. Suspiró antes de volver a hablar, esta vez tranquila—. Lo siento. Es que me asustó. Soy Carlie Mertkis, ¿es usted el propietario de la casa...? ¿Raven?

—Sí.

—Trabajo en la inmobiliaria Carlson, tenemos abierto un expediente de su vivienda pero no disponemos de algunos datos básicos para gestionar bien los archivos y me preguntaba si...

—¿A mí qué demonios me importa su gestión? —inquirió poniendo un brazo sobre la repisa de la chimenea—. Fuera de mi casa.

—Entiendo que no ha sido correcto entrar sin ser invitada pero le ruego me permita unos minutos...

—No. Fuera.

—Señor...

—¡Fuera! —gritó volviéndose a ella y robándole el aliento.

Era hermoso. Sus ojos azules le llamaban como un imán y el pelo le caía escondiéndolos. Deseaba acercarse y apartarle los mechones para verlos bien, para besarlos. Estaba pálido pero conservaba un cuerpo musculoso sin llegar al exceso. Sus anchos hombros le hicieron desear apretarse contra él para ser envuelta en su abrazo y entrar en calor pegada a su pecho. Su vientre se contrajo de anticipación por esa clase de pensamientos.

Se aclaró la cabeza y retrocedió un paso.

—Lo siento. Le he cogido en un mal momento —se disculpó.

Dio otro paso y todo se tambaleó. Recordó entonces el tacón y la solución de emergencia que tenía.

Estaba claro que pegarlo con pegamento no hacía que aguantara para siempre.

Perdió el equilibrio y pensó en el bochorno que sentiría cuando cayera en mitad de ese salón delante de ese Dios. Cerró los ojos para no verlo.

Unos brazos le rodearon la espalda y la cabeza y sintió explotar el calor en esas zonas. Cayó al suelo sin hacerse daño.

—¿Está bien?

Carlie abrió los ojos y miró directamente los dos lagos azules de Raven, que acababa de protegerla.

Estaba atrapada entre sus manos y una de sus piernas quedaba demasiado cerca de su sexo. Una oleada de placer la recorrió y contuvo un gemido.

—Sí. Lo siento —contestó tratando de sonar divertida, como si no estuviera sintiéndose por dentro una patosa por no haber reparado en que sus tacones no eran ese día un objeto sólido del cual fiarse.

Cuando éste no se movió o apartó, ella volvió a mirarlo. Sus ojos estaban dilatados y su palidez era aun mayor.

—Claire... —susurró.

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Comments

Elisabeth

Elisabeth

ufff este es el momento donde saco el queso para darle de comer al enorme ratón que me acabo de hacer en la cabeza...esa descripción del protagonista💥💥💥

2024-05-31

1

Mitsuki G

Mitsuki G

Así que ella Claire es la rencarnacion de su amada o solo una concidensia ya que ambas al parecer son iguales ya que el la llamó igual aparte ambas tiene el mismo nombre así quee preguntó si es la misma persona que volvió a nacer?

2023-12-08

3

Aracelis Durango

Aracelis Durango

Ahora empieza lo bueno

2023-11-24

3

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