Robledo estaba iracundo. Renegaba y restregaba los dientes. No dejaba de pasearse delante del pedestal vacío. Afuera el alboroto era intenso. Cientos de periodistas rodeaban el museo, los curiosos se arremolinaban en las puertas y la televisión estaba en vivo, informando del extraño robo en el museo. La burla era unánime. -Se rieron en la cara de los policías-, decían. Por eso el capitán renegaba como un ogro y golpeaba su puño con la mano, con a cara ajada de la ira.
-¡Cómo es posible que se metan a robar en el museo mejor resguardado del país!-, alzó la voz furioso, fuera de sí.
Nadie contestó. Los policías buscaban afanosos huellas, pisados, algún detalle que ayudase a descubrir al culpable.
-Cortó las alarmas con la pericia de un cirujano. Es increíble-, siguió tosiendo él su desencanto y fastidio.
-Solo se llevó un cuadro, capitán-, dijo la teniente Judith Vásquez.
-¿Qué cuadro es?-, estrujó su boca Robledo.
-Es un cuadro que data de la época virreinal. Es de incalculable valor pero no se puede vender-, dijo ella revisando su tablet.
-¿Y para qué rayos ese ladrón quiere un cuadro que no se puede vender?-, emitió un bufido el capitán.
Vásquez se alzó de hombros.
-La prensa quiere respuestas-, dijo Méndez.
Robledo estrujó aún más su boca y salió a enfrentar a los ciento de micrófonos, cámaras y móviles que se amontonaban en los cordones de seguridad que había puesto la policía.
-Solo se han llevado un cuadro que data de la época virreinal, de incalculable valor, pero, sin embargo no es vendible en ninguna parte el mundo-, detalló Robledo.
-¿Es otra vez el fantasma?-, preguntaron casi al unísono los hombres de prensa.
-Todo hace indicar que sí, los peritos están en plenas investigaciones. Cuando tengamos más resultados les informaremos-, se excusó Robledo, entrando otra vez al museo, dejando miles de preguntas revoloteando como abejorros, detrás de los cintillos de seguridad.
-¡Capitán!-, gritó a todo pulmón Vásquez.
Robledo y Méndez fueron atropelladamente, subiendo las escaleras. Los peritos se miraban unos a otros entumecidas, sin reacción, atónitos y sorprendidos.
-¡Aquí! ¡Aquí!-, seguía gritando Vásquez.
Ella había salido por la ventana y reptó hacia la casa contigua. Robledo y Méndez se empinaron a la ventana y vieron, entonces, a la teniente en cuclillas, sonriente.
-¿Qué demonios?-, volvió a bramar el capitán.
Allí, sujeto entre tarros de leche y forrado con un plástico, estaba el cuadro robado, y a su lado maullaba un gato lamiendo una de sus patas.
Había una nota. -¡¡¡Confirmado, es fraude!!! Busquen a Godofredo Fernández-
Robledo y Méndez se miraron.
Fernández impidió, en todo momento que se ejecutara la orden del juez de allanar su domicilio. Su séquito de abogado interpusieron demandas y quejas, pero Robledo ganó la pelea. Luego de registrar la casa del millonario, al bajar al sótano, encontraron no uno, sino cientos de cuadros de incalculable labor, entre ellos el virreinal.
Los peritos lo confirmaron: era el original.
Fernández lo había hecho desde mucho tiempo atrás junto a su cómplice, otro millonario excéntrico, llamado Maghalaes. Reemplazaba los cuadros originales por imitaciones exactas. Oscar Lavalle, un preparador de caballos, muy allegado a la familia Márquez, le había revelado a Paola que el sujeto tenía una organización dedicada a clonar obras de arte, sustituyendo originales, aprovechando sus vínculos con museos y casas de antigüedades.
*****
-Se burló, se mofó de nosotros, me ha hecho quedar como un estúpido-, dijo Robledo.
Ni Vásquez ni Méndez decían palabra. Tenían las caras ajadas.
-¿Quién puede ser esta persona que intenta sumirme en el mayor de los ridículos?-, insistió.
Robledo se paseó delante de sus oficiales y apretó los puños.
-Encuéntrenlo. Yo le voy a enseñar a patadas lo que es hacerse el gracioso conmigo-, renegó.
-Pero nos ayudó a descubrir una enorme mafia de falsificadores de obras de arte, señor-, asumió su defensa la teniente Vásquez.
Robledo agachó la cabeza. -Pero me deja a mí el papel de tonto-, ladró, golpeando su mesa.
*****
Lejos, a mucha distancia, yo estaba en mi oficina, con las piernas subidas a mi escritorio, descalza, leyendo las noticias del diario.
-Cuadro robado era falsificado y nadie se daba cuenta-, decían en forma unánime.
No hice más que reírme a carcajadas.
*****
Godofredo Fernández había sido uno de los principales gerentes de la empresa de mi padre. Con Maghalaes desfalcaron millones de dólares a El Destello. Yo ya tenía 18 años cuando le dije a mi padre que esos hombres se aprovechaban de él.
-Tarde o temprano cometerán un error, hija, y entonces pagarán todo lo que me han hecho-, suspiró.
Yo no entendía eso de mi padre. Su afán de un mundo en plena armonía lo hacía desinteresarse de hurtos, robos, desfalcos y todo tipo de corrupción en su propia empresa. Para él bastaba el éxito de la industria para estar en paz consigo mismo, aún el mundo estallara en un millón de pedazos a su espalda.
-Se burlan de ti, padre-, lo encaré molesta. Ya estaba en la universidad y sabía de esa mafia dentro de El Destello.
-No me preocupa eso. Tú, dentro de poco, serás la fantasma que haga justicia en la empresa-, fue lo que me dijo.
Lo tomé como una orden.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 99 Episodes
Comments