Breist estaba detrás de la cortina que daba a los aposentos de Sukyo. Al saber que ella estaba del otro lado, su corazón estaba acelerado, su respiración estaba agitada y sudaba. ¿Cómo reaccionará al verme? ¿Le simpatizaré? ¿Seremos solamente amigos? Eran algunas preguntas que se hacía. Estaba asustado, pero a la vez emocionado. La chica de sus sueños estaba cruzando la cortina.
No alcanzó a dar el primer paso porque Gihin se apresuró en decir:
—Yo entraré primero para hablar con ella.
—¿Qué le vas a decir?
—Qué un joven rey viene de parte de la diosa y que necesita tener una audiencia contigo. Tú le contarás lo demás.
—Perfecto.
—Voy y vuelvo.
Gihin cruzó y Breist se quedó solo. El sol estaba en el zenit y ya el calor estaba golpeando su rostro. Se sacó su abrigo y lo colocó en la cornisa. Se arremangó la camisa y cruzó los brazos. Cerró los ojos y comenzó a respirar con calma para que los nervios no le siguieran traicionando.
Estaba entrando en la calma cuando apareció Gihin.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó curiosa.
Breist abrió los ojos.
—Nada. Solamente quiero estar calmado.
—Tranquilo. Ella no te va a morder —dijo casi riendo—. Ya está todo listo. Puedes entrar.
Breist respiró profundamente. Relajó los brazos y con la vista al frente, caminó.
—Gracias.
—No es nada. Estaré aquí afuera.
Breist llegó a la cortina. Metió su mano derecha y la corrió. Cerró los ojos y entró. Los volvió a abrir y al ver a quien anhelaba ver, quedó congelado.
Los aposentos de la joven Sacerdotisa eran en realidad una habitación grande, alta y muy iluminada; las paredes y el piso eran muros de color arena, tenía dos alfombras cuadradas y en los bordes eran de color amarillo; el techo tenía unos cristales y las paredes eran arcos para hacerle juego con las ventanas; a la izquierda estaba su cama y a la derecha un sillón. Al fondo había un pequeño altar. Sukyo se encontraba sentada y dando la espalda. Estaba descalza.
Breist no lo podía creer. Tragó saliva y habló:
—Hola. ¿Reina Sukyo?
Sukyo se puso de pie y se dio la media vuelta. Breist quedó asombrado al ver su rostro, manos y pies, ya que el color era un poco más rosada. Luego miró sus ojos y eran anaranjados como si cabello, orejas y cola.
Sukyo se percató que la estaba mirando y sin decir nada.
—¿Todo bien? —preguntó en un tono serio.
Breist volvió en sí.
—Sí, perdón. Mucho gusto, soy…
—Breist IV.
—Sí, y yo vengo…
—De parte de la diosa.
—Correcto.
—¿Y qué mensaje tienes para mí?
Breist dio unos pasos más hasta quedar a dos metros de ella.
—La diosa Najamura me envió hasta acá para decirte que en una semana más, La Serpiente Escarlata vendrá más poderosa qué nunca.
Sukyo llevó su mano derecha al mentón y con la otra a su codo.
—Esto es muy grave. Bien. Les diré a mis hombres que se preparen. Yo también lo haré. —Apoyó ambas manos en los hombros de él—. Gracias por advertirme. Ahora puedes retirarte a tu hogar, al futuro, joven rey.
Sukyo se volteó y miró hacia afuera.
—No, reina. La diosa Najamura me pidió que los defendiera a ustedes.
Sukyo volvió a voltearse y lo miró extrañado.
—¿Y por qué te pediría algo tan arriesgado?
—Porque me entregó esto. —Mostró su anillo—. Este anillo me lo dio para poder vencer a Nego.
Sukyo lo miró por unos segundos y luego lo miró a los ojos.
—¿Ella te obligó hacer esta misión?
Breist guardó silencio.
—Tú lo aceptaste. ¿Verdad?
Breist solamente la miró.
—¿Por qué lo hiciste?
—Si te dijera, no me lo vas a creer.
—Vienes de parte de la diosa. Así que todo lo que digas te voy a creer.
Breist exhaló.
—Primero necesito que te sientes. La historia es un poco larga.
Sukyo se sentó en su cama y él en el sillón.
—Te escucho, Breist.
Breist comenzó a ordenar las ideas en la cabeza. Sabía que tenía que ser sincero de una vez. Ya que solamente tenía una semana para salvarla. Y no solamente eso. También quería conquistarla durante ese poco tiempo.
Comenzó a contarle su vida. De cómo la conoció a través de un libro y cómo vivió su aventura hasta llegar a la isla. Llegó a la parte en que entró al templo y guardó silencio.
—¿Y qué viste adentro?
Hubo silencio.
—Te vi a ti en una tumba de cristal. Y para serte honesto, me puse a llorar. Porque quería conocerte en persona. Saber más de ti. De lo que te gusta hacer y cuáles son tus sueños y anhelos. Y claro. Si alguna vez te has enamorado o quisieras enamorarte. Entonces la diosa, al saber mis verdaderas intenciones, me dio su anillo y me trajo hasta aquí.
Sukyo guardó silencio. No sabía qué decir. Y eso incomodó mucho a Breist. Así que se puso de pie y dijo:
—Bueno. Ya dije lo que tenía que decir. Así que voy a salir y veré dónde pasaré el resto de los días acá. Ya hay una serpiente a quien debo matar. Puede que haya sonado una locura para ti de que un hombre que jamás hayas visto está enamorado de ti. Y es verdad. Y si mi amor no es correspondido, al menos no me gustaría volver a verte en esa tumba de cristal. No siendo tan joven para ver la muerte. Con su permiso.
—Espera. —Breist se quedó quieto y la miró—. Mi hermana me comentó que mis súbditos te querían linchar.
—Es verdad. Pero puedo con ellos. No te preocupes.
—Quédate conmigo en mis aposentos. Es mucho más seguro.
Breist no daba crédito a lo que estaba oyendo.
—¿De verdad?
—Es cierto que hay que estar muy loco para hacer lo que hiciste. Pero veo en tus ojos que eres un hombre honesto y de bien. Así que te daré mi valioso tiempo para que nos conozcamos. ¿Te parece si comenzamos como amigos? —Extendió su mano para estrecharla.
Breist la tomó y la besó. Sukyo se sonrojó.
—Quería que la estrecharas. No que la besaras —dijo mirando hacia otro lado.
—Perdón. Es que así me educaron.
Sukyo soltó una risita.
—Te estaba probando. Y veo que te educaron bien.
—Bueno. Siempre seré un caballero contigo.
Sukyo lo miró.
—Eso es pero. Y para tu información. Aquí, en Yoruza, cuando un hombre besa la mano de una mujer, significa que quiere cortejarla. Así que no les estés besando las manos de todas las mujeres que saludes.
—Oh, no. Por supuesto que no. Solamente a ti.
—Eso espero —susurró.
—¿Qué dijiste?
—¡Nada! ¡No dije nada! Este… ¿Vamos a dar una vuelta? Así conoces los alrededores.
—¿Y los demás no querrán hacerme daño?
—Tu tranquilo. Estarás conmigo.
Breist se sonrojó.
—Me refiero a que no te dejaré solo con ellos.
En ese momento Sukyo sintió algo que jamás había sentido en su vida. Se había enamorado de Breist a primera vista.
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