Un horizonte desconocido

Durante un rato, avanzamos por la carretera en silencio, tratando de procesar todo lo que acababa de pasar. Katie lucía muy absorta revisando las noticias en su móvil, pronto su cara reflejó preocupación antes de guiar la pantalla de su teléfono hacia mi rostro .

"Ya son doce el número de países que cerraron sus fronteras —decía el comunicado de uno de los periódicos más importantes de la ciudad y citado en letras rojas".

Tomé la mano de mi esposa y la guié hacia mi mejilla, mientras observaba la carretera frente a nosotros murmuré:

—Confía en mí, mi amor. Te mantendré a salvo y lejos de lo que sea que está ocurriendo.

Cuando tomamos la vía que conducía hacia nuestro vecindario en la ciudad de Glendale, con la incertidumbre aún rondando nuestros pensamientos, como para aumentar esa preocupación nos topamos con un inesperado bloqueo militar y policial en la carretera, el cual no habíamos visto esa mañana. Había humvees y camiones militares estacionados a un lado. A través del parabrisas, pude ver a un grupo de soldados armados hasta los dientes y un oficial de rango superior supervisando la operación.

Con algo de curiosidad, observé a los soldados que se movían con precisión y disciplina, como si estuvieran en una misión crucial. Mi esposa, por otro lado, tomó mi mano con preocupación y me preguntó:

—¿Qué crees que está pasando?

Negué con la cabeza y sonreí levemente, intentando tranquilizarla, y puse un pie en el acelerador para avanzar lentamente en la hilera de automóviles delante de nosotros. Mientras avanzábamos lentamente, pude ver más detalles del bloqueo. Los soldados parecían tensos y alerta, como si esperaran algo. Un helicóptero militar sobrevolaba el área, y pude ver un equipo SWAT preparándose para entrar en una casa cercana. La preocupación se extendió y todas mis alarmas nuevamente se activaron enviando adrenalina a todo mi cuerpo¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaban los militares en nuestra apacible ciudad? Miles de preguntas pasaban por mi cabeza, pero sabía que no podía permitirme que mis pensamientos me detuvieran. Debía mantener a mi esposa a salvo, a toda costa.

—Son soldados de bajo rango —respondí, tratando de parecer convincente—. Solo veo a un oficial entre ellos, probablemente estén llevando a cabo un operativo de rutina.

Recordé que el presidente había amenazado con emplear a las fuerzas federales para sofocar las protestas y la violencia en el país, pero eso requeriría el uso de una ley de 1807 llamada Ley de Insurrección, lo que sería ilegal. Sin embargo con todo lo que había visto en ese restaurante, mi intuición me decía que este bloqueo no tenía nada que ver con eso.

—De seguro es un movimiento político —dije con una sonrisa—. Recuerda las protestas del otro día al norte. Seguramente enviaron a estos efectivos para causar algo de miedo en los manifestantes. Tal como en el restaurante.

Mi esposa asintió, aliviada, y continuamos avanzando en la fila de automóviles. Pero nuestra tranquilidad fue interrumpida cuando un par de soldados empezaron a acercarse a nuestro vehículo.

—Busca tus documentos solo por si acaso, mi vida —susurré, agarrando su mano y dándole un largo beso.

Uno de los soldados golpeó con fuerza la ventanilla de mi lado, sacándome de mi ensimismamiento. Accioné el mecanismo para bajar el cristal, sintiendo ligera incertidumbre ante la presencia de esos hombres armados.

—Buenos días, ¿sucede algo malo? —pregunté, intentando mantener la calma—. Es raro ver efectivos militares en zonas civiles.

El cabo que había golpeado la ventana se burló de mí con una sonrisa irónica. No podía evitar pensar en lo fácil que era para las autoridades abusar de su poder en situaciones como esta. ¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos tenido nuestros documentos en regla? ¿O si hubiéramos sido confundidos con manifestantes? La situación en el país era cada vez más peligrosa y no sabía cuánto tiempo más podríamos seguir viviendo en este ambiente de incertidumbre y miedo.

—Tenemos un experto aquí —dijo con sarcasmo—. Déjeme ver sus documentos.

Asentí con cortesía, através de la ventanilla le extendí mi permiso de conducir y mi documento de identidad. Él los tomó con una mano enguantada y los examinó minuciosamente, mientras yo esperaba pacientemente sosteniendo la mano de Katherine que lucía mucho más nerviosa, también estaba sintiéndome cada vez más incómodo por la mirada escrutadora del cabo. Por un momento, pareció que se ese control estaba tardando demasiado, asi que a pesar de tener todo en regla; me pregunté si había algún problema, estaba por preguntar. Sin embargo, finalmente me devolvió mi permiso de conducir y me miró directamente a los ojos con una sonrisa amistosa.

Inmediatamente, llamó a su compañero con un tono de voz que sonaba alegre y entusiasta. El soldado me hizo una rápida reverencia militar y se dirigió a entregar mi identificación al otro sujeto, un hombre mucho más alto, quien la examinó con igual minuciosidad, pero con una sonrisa de admiración en su rostro.

—¿Hay algún problema, soldado? —pregunté en tono respetuoso—. Todo está en orden, ¿verdad?

—No, señor, no hay problema alguno —respondió el cabo con tono jovialidad—. Es un honor conocerlo.

Me quedé perplejo ante su respuesta y levanté una ceja en señal de sorpresa. ¿Cómo podía ser un honor conocer a alguien que ni siquiera conocía?

—¿Me conoce usted? —pregunté con curiosidad, tratando de ocultar mi asombro.

—Por supuesto, señor —respondió el soldado, inclinándose de nuevo en una reverencia—. ¿Es usted el Teniente: Luis, ¿verdad?

—Es un verdadero héroe, ¿como no conocerlo? — añadió el otro sujeto.

Mi corazón dio un vuelco al escuchar su respuesta. No había esperado ser reconocido por un soldado común, pero aparentemente, mi reputación se había extendido incluso entre las filas más bajas del ejército. Me sentí halagado, pero al mismo tiempo incómodo ante tanta atención y reconocimiento.

—Sí —respondí, tratando de sonar modesto—. Pero no es necesario que me traten como a un héroe. Solo estaba haciendo mi trabajo.

Los dos soldados intercambiaron una mirada de asombro y admiración.

—Pero, señor, usted es un héroe de verdad —dijo uno de ellos con tono emocionado—. Nuestro oficial superior siempre cuenta historias suyas para inspirarnos.

—Sí, tiene razón —añadió el otro—. La historia más frecuente es la de Somalia, de cómo logró la extracción de los soldados de su unidad, al derrotar a casi veinte hostiles para despejar y asegurar el lugar de aterrizaje de los Chinook de rescate.

—Fue cuando fue condecorado como héroe de guerra —dijo el otro al que le faltaba poco para saltar de la emoción.

—Te equivocas, eso sucedió en Kabul —le contradijo su compañero— fue durante esa misión cuando ascendió al rango de teniente por su valor y tesón, a pesar de no haber cumplido los veintitantos.

Mientras escuchaba a los soldados discutir acerca de mis batallas, me sentí halagado pero a la vez incómodo ante tanta atención y reconocimiento. Recordé las acciones que habían llevado a mi condecoración y sentí una mezcla de orgullo y tristeza. Recordé el sabor amargo de la sangre, el sonido ensordecedor de los disparos y explosiones, por un momento me sentí transportado de vuelta al campo de batalla.

Miré a Katie, quién enseguida, me reconfortó sonriendo tiernamente antes de acariciar el dorso de mi mano con la suya, tan sedosa y reparadora.

Intenté reprimir los recuerdos y centrarme en el presente. Los soldados estaban eufóricos, y aunque apreciaba sus elogios, no me sentía cómodo con tanta atención.

—Gracias, pero no es necesario que me traten como a un héroe. Solo estaba haciendo mi trabajo. —Intenté sonar neutral, pero no pude evitar sentir una punzada de tristeza al recordar a los hermanos y compañeros que habían muerto durante esos despliegues.

Finalmente pedí que dejaran de mostrar sus respetos correspondiendo al saludo militar, luego estiré mi mano a través del hueco de la ventanilla para recuperar mis documentos.

—¿Saben lo que está sucediendo? — pregunté mucho más inquieto.

Preocupado señalé con mi índice la columna de humo negro que empezó a levantarse en el aire, y provenía del centro; más específicamente de donde se encontraba el hospital general "Cedars Sinai" y otros edificios médicos. Para hacer aún más hincapié a mis dudas, un grupo de ambulancias desgarraron el aire con sus sirenas ensordecedoras, abriéndose paso por el carril libre a nuestra izquierda.

De pronto, el par de soldados mudaron su expresión a una de más seriedad.

—Usted mejor que nadie sabe que no podemos revelar detalles de una misión —dijo el cabo más alto, quien miró un par de veces alrededor antes de acercarse a mi ventanilla y susurrar—. Al parecer hay algunos hostiles en el hospital.

—¿Algún tirador? —pregunté sin dejar de observar la columna de humo que crecía a cada instante—. Eso es lo más común.

—No sabemos más, señor —respondió tajantemente, señalando al frente.

La conversación estaba retrasando la caravana de vehículos y los conductores detrás de nosotros comenzaron a hacer sonar sus cláxones, impacientes.

—¡Carajo! —susurré antes de mirar por los retrovisores y avanzar.

Tras un par de segundos, me aparté de la ventana, puse un pie en el acelerador y me detuve a un lado de la carretera para dejar que la caravana siguiera su camino. El estruendo de los motores era ensordecedor, y la luz del sol se filtraba a través de las nubes, iluminando el paisaje con un tono naranja oscuro. A mi alrededor, los soldados se movían como si estuvieran en una coreografía perfectamente sincronizada, atentos a cada movimiento.

—No se distraiga, Teniente. Vuelva a casa. Déjenos hacer nuestro trabajo. —dijo sonriendo, mientras hacía una última reverencia militar.

Mientras observaba cómo el cabo desaparecía en la distancia, el sonido del radio intercomunicador llenó mis oídos. "Uno punto cero clicks al centro de la ciudad. Tenemos un KIA y múltiples tangos aún en pie. Tengo buenos objetivos", anunciaron con urgencia. El corazón me latía con fuerza mientras trataba de procesar la información. Sabía que la situación era crítica y que se requería una rápida respuesta. De pronto, todas mis alarmas saltaron como viejos recuerdos de lo que solía ser; empecé a analizar el terreno a mi alrededor. Enseguida me preocupé por Katie a mi lado, debía sacarla inmediatamente de allí antes de que las cosas se pusieran peor.

Mis ojos se movían rápidamente, analizando el terreno a mi alrededor mientras intentaba procesar la información. ¿Enemigos? ¿Un soldado muerto? ¿Qué demonios estaba sucediendo? La adrenalina corrió por mis venas mientras intentaba mantener la calma y el enfoque.

Como si fuera para responder mis preguntas, pronto los soldados empezaron a abrir fuego. De repente, los sonidos de los disparos rompieron la calma del ambiente. Katie a mi lado gritó en desesperación, y mi corazón latió aún más fuerte. Sabía que tenía que protegerla, y rápidamente le pedí agacharse detrás del salpicadero.

—¡Dios, Luis! ¿Qué sucede? —exclamó Katie en medio de sollozos.

—Mantente abajo, mi amor —Pronto, mi entrenamiento militar tomó el control y empecé a planificar mi siguiente movimiento.

Observé por el retrovisor, y puse la marcha hacia atrás, pero me fue imposible avanzar ya que otro conductor que teníamos detrás se había acercado tanto a nuestro vehículo que tenía el parachoques frontal pegado a mis luces traseras. Delante no era diferente y apenas había espacio para maniobrar en esa espantosa congestión vehicular. Para colmo de males, los disparos desgarraron el ambiente con los sonidos atronadores de las ráfagas de fuego, volviendo aún más caótica la situación. Katie se cubrió los oídos mientras yo intentaba tranquilizarla con suaves y dulces caricias.

—¿Contra qué están disparando? —esta vez musité lo suficientemente fuerte como para que Katie, quien estaba aterrada, me escuchara.

—¿Qué sucede, por qué seguimos aquí? —me preguntó con un murmullo.

La abracé por los hombros mientras le pedía que mantuviera la cabeza baja. Quería saber a qué le disparaban, pero a lo que alcanzaba mi vista no llegué a ver nada.

—Tengo miedo, Luis —susurró, envuelta en pánico.

Mi mente trabajó rápidamente para encontrar una ruta segura para sacarnos de allí, manteniendo a Katie a salvo en todo momento. Sabía que la situación era crítica, pero no podía permitir que la incertidumbre me paralizara.

—Pase lo que pase, mantén la cabeza baja, mi amor —dije antes de desabrochar mi cinturón de seguridad.

Saqué levemente mi cabeza por la ventanilla para asomarme hacia el frente y agudicé la mirada para abarcar más terreno en busca de amenazas y de una posible ruta de escape, pero en medio de la nube blanca del humo antidisturbios que estaban lanzando los soldados, solo se llegaba a apreciar sus sombras. Lo que sí escuché claramente fue al oficial superior gritar órdenes a sus subordinados pidiendo alzarse en armas.

—¿Contra qué están luchando? —repetí.

Los disparos empezaron a escucharse con aún más frecuencia y a menos distancia. Katie tembló bajo mi palma tendida en su espalda.

Algunos de los conductores de los coches al frente de la fila se dieron cuenta de que algo estaba mal y empezaron a retroceder enloquecidamente, chocando unos contra otros y quemando llantas. En cuestión de segundos, ese congestionamiento se transformó en una extraña hilera de fichas de dominó que caían una por una, desatando el abandono de sus ocupantes para huir despavoridos.

Observé la zona con detenimiento, buscando una ruta segura. Mi mente analizaba cada detalle del terreno en busca de posibles obstáculos o peligros que pudieran poner en riesgo nuestra seguridad. Sentía la adrenalina correr por mis venas mientras mis sentidos se mantenían alerta. Finalmente, vi una abertura hacia la izquierda, donde el parterre separaba las dos vías. Era una oportunidad que no podía dejar pasar. Sabía que no había tiempo para la indecisión, así que apreté el acelerador y giré bruscamente hacia la izquierda, esperando no quedarme encallado. Mi vehículo tembló mientras la rueda delantera se deslizaba en el borde del parterre, pero logré mantener el control gracias a mi experiencia como conductor.

Antes de que pudiera finalizar el giro y tomar la nueva ruta, una figura humanoide súbitamente apareció en nuestro camino. Estaba empapada en sangre y emitía unos espantosos gruñidos que helaron mi sangre. Mis instintos de supervivencia se activaron de inmediato al verla. El hombre estaba desorientado y parecía no tener ningún control sobre sus acciones. De repente, se lanzó hacia nuestro vehículo con una fuerza descomunal, impactando violentamente el morro de la camioneta. El sonido del metal retumbó en mis oídos mientras esa criatura, emitiendo estertores, rebotabacon el parachoques para caer al suelo. El impacto fue tan fuerte que el parabrisas se agrietó y algunos pedazos salieron volando por encima del salpicadero.

—¡Ay, Dios mío! —gritó Katie desesperada.

Mis manos temblaban mientras sostenía firmemente el volante, tratando de recuperar el control. Sabía que no podíamos detenernos allí, ya que el hombre, increíblemente, se puso en pie con el cuello fracturado en un ángulo grotesco. Mis alarmas saltaron cuando emitió un espantoso alarido. Enseguida me di cuenta de que podría seguir atacándonos. Con rapidez, aceleré la camioneta y traté de maniobrar alrededor de él, o eso.

—Mantén la cabeza baja, mi amor —repetí con un titubeo en mi voz, sin dar crédito a lo que acababa de suceder.

Terminé de dar el giro y, sin preocuparme por el hombre furioso que corría detrás de nosotros, pisé el acelerador a fondo. Destrocé los retrovisores de algunos vehículos mientras avanzábamos a contravía, llegando a los cien kilómetros por hora.

Logré avanzar unos metros antes de que los disparos se hicieran más intensos. En ese momento, la adrenalina comenzó a correr por mis venas, mientras que mi mente se mantenía en alerta, buscando la forma de salir de allí con vida. A medida que nos alejamos, mis ojos se desviaron por el retrovisor, observando la figura sangrienta que se desvanecía en la distancia. Los disparos parecían perseguir mi vehículo, pero lo que vi por el espejo retrovisor fue que los soldados estaban abatiendo al tipo que chocó con nuestro vehículo.

La respiración de Katie estaba agitada a mi lado, y puse una mano delicadamente sobre su espalda para tranquilizarla. Estaba aterrorizada, y yo también lo estaba, pero tenía que mantener la compostura.

Luego de unos angustiantes minutos, logramos encontrar una salida y alejarnos de la zona de conflicto. Seguí conduciendo, tratando de encontrar un camino seguro para llevarnos a casa. La adrenalina seguía corriendo por mis venas mientras procesaba lo que acababa de suceder. Sabía que tendría que hacer frente a las consecuencias de lo que acabábamos de hacer, pero mi principal preocupación en ese momento era proteger a Katie.

Observé a mi alrededor, buscando alguna vía de escape. En la distancia, vi una pequeña calle que parecía estar despejada. Era mi única opción, así que pisé el acelerador y me dirigí hacia allí. Katie estaba temblando en el asiento del pasajero, pero mantuvo la calma y no hizo ningún sonido. Mientras avanzábamos por la calle, los disparos seguían sonando, sentí como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Conduje a toda velocidad, evitando cualquier obstáculo en mi camino. Finalmente, llegamos al desvío hacia nuestro bloque de viviendas.

Giré el volante y volví a la calle principal, conduciendo en la dirección opuesta a la que veníamos. A medida que avanzábamos, me di cuenta de que los disparos estaban disminuyendo. Miré a mi esposa y vi que estaba en estado de shock, con lágrimas en los ojos.

—Estamos a salvo, cariño —le dije, tratando de sonar lo más tranquilo posible.

Temblando, me abrazó con fuerza y levantó la mirada al constatar que estábamos transitando lugares familiares.

—Los Johnson cerraron su local — mencionó con la voz titubeante—. Debe ser algo grave para que ellos hicieran eso.

—Todo estará, bien. Te lo prometo, Katherine —dije antes de darle un rápido beso en la coronilla.

Mientras conducía, tomé mi teléfono y traté de hacer una llamada, pero la línea estaba muerta. La radio del auto no funcionaba y no teníamos forma de saber qué estaba pasando. Solo nos guiábamos por lo que podíamos ver a través del parabrisas.

De repente, vi a lo lejos un grupo de personas corriendo hacia nosotros. Al principio pensé que eran civiles tratando de escapar de la violencia, pero cuando se acercaron pude ver que eran soldados en retirada. Sus uniformes estaban rasgados y manchados de sangre, y parecían estar en pánico.

—¡Detente inmediatamente! ¡Frena el vehículo! —gritó uno de ellos mientras se acercaba con un arma en la mano listo para disparar.

No iba a acatar sus órdenes por ninguna razón. En ese caso, pisé el acelerador, bajé la cabeza y le pedí a Katie que hiciera lo mismo. Giré levemente a la derecha, esquivando así al grupo de extraños que, afortunadamente, no abrieron fuego. Por el espejo retrovisor, constaté que habíamos sacado algo de ventaja y volví a abrazar a mi esposa, tratando de darle algo de tranquilidad, intentando también calmarme. Katie estaba temblando a mi lado, y yo no podía culparla. La situación era completamente surrealista. No sabíamos qué estaba pasando ni a quién debíamos temer.

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